(Parque Nacional Los Alerces. Enviado especial) De tanto ir y volver todo el día, de tanto encarar a la montaña y al fuego, acercarse lo más posible, poner el avión en 45 grados, escupir los 3.000 litros de agua y regresar, aterrizar en la pista, cargar más agua y disparar otra vez al fuego, de tal nivel de rutina extraordinaria, el avión amarillo del “Tano” Lorenzo Greco podría hasta dejar un surco en el cielo del Parque Nacional Los Alerces.
“Yo soy como el águila de los brigadistas. Veo todo de arriba”, dice. Pero no sólo consiste en observar el trabajo diario de este hombre nacido en Florencia, Italia, hace 45 años. Su tarea es atacar al fuego desde el cielo, sobre los vientos arremolinados que genera el calor de las llamas, envuelto por las turbulencias, entre la vida y la muerte como cualquier brigadista, sólo que lo suyo es aéreo.
Las llamas son un enemigo impredecible, arrogante e impiadoso. Se mueven rápido, saltan ríos y escalan montañas. La misión de Greco es que llueva encima del fuego pero no para apagarlo, tarea imposible desde un avión, sino para alivianar el trabajo de los brigadistas en tierra. El secreto de su batalla es la insistencia: el sábado mientras 90 hombres y mujeres combatían a machetazos y mangueras en lo alto del cerro Riscoso, él encaraba la línea de fuego y lanzaba cinco disparos de agua por cada hora con la precisión de un tirador olímpico. Al final del día, ocho horas después de haber arrancado, habrá lanzado 120 mil litros sobre las lenguas ardientes.
El agua cae a una velocidad de 200 kilómetros por hora, explica Greco en argentino perfecto, aunque conserva la tonada italiana. Llegó hace 20 años al país, detrás de la historia de su madre, nacida en estas pampas, y vive en Córdoba. Desde hace cuatro años mantiene una guardia en el aeropuerto de Esquel durante el verano. El resto del año lucha contra su enemigo, el fuego, en otras partes del planeta. Trabajó un tiempo en Estados Unidos y enfrentó las llamas de los bravísimos incendios del último verano en Grecia.
“El agua impacta en las copas y bueno, obviamente después se hace como lluvia. Es lo que los brigadistas piden desde abajo para enfriar la zona”, explica el piloto, en una pausa para almorzar, parado sobre un ala de su Air Tractor 802. La empresa dueña del avión es privada pero está al servicio del Sistema Nacional de Manejo del Fuego. Mientras el Tano habla, dos operarios le cargan combustible a la nave, le controlan el motor y las cubiertas y hasta le pasan un paño húmedo para que esté lista en un rato, cuando Greco salga nuevamente hasta el fuego.
“Siempre que el viento lo permita”, aclara. Los aviones hidrantes solo prestan servicio si las condiciones climáticas son las óptimas. “Caso contrario, no sólo es peligroso sino que no podemos colaborar”, amplía Lorenzo, para quien las turbulencias en los vuelos contra el fuego “son nuestras amigas, es lo más natural del mundo que haya”.
Las condiciones atmosféricas pueden pronosticarse pero la naturaleza maneja las cosas a su antojo. El viento puede girar terriblemente con el Tractor en pleno vuelo y Lorenzo tiene que estar preparado para los cambios bruscos del contexto. Lo está. Siempre espera que suceda. “Y la verdad es terrible, cansador, muchas veces hay mucho viento, mucha turbulencia, y eso te desgasta muchísimo más. Necesitás estar muy concentrado, atento. La tensión es mayor”, comenta y mira a su alrededor. “En cambio hoy, por suerte, no tenemos mucho viento y eso hace que cuando yo haga la descarga sea mucho más prolija y más precisa, ¿viste?”, agrega.
El día está soleado en Los Alerces. Sobre la pista del Parque Nacional corre una suave brisa. A lo lejos -son exactamente diez kilómetros- del otro lado del lago Futalaufquen, el incendio sigue ardiendo. Se observan unas columnas de humo blanco muy cerca de donde comenzó este incendio, en la zona del río Centinela, el 25 de enero pasado. Lorenzo Greco recibió el llamado de alerta y empezó a volar a la mañana siguiente. No paró todavía. “La familia está acostumbrada y sostiene. Somos como médicos esperando el llamado para salvar al enfermo, así vivo”, sonríe este fiorentino, simpático como si fuera un italiano del sur.
Para su trabajo es clave la comunicación con los brigadistas que están en el territorio. Se conocen hace hace años. El Tano trabaja junto al director de tiro que cada equipo de brigadistas tiene en la línea de fuego; un hombre en permanente comunicación con el piloto que lo guía para que el lanzamiento de agua sea puntual.
En modo inverso también sucede. Desde arriba Greco ve cosas que los brigadistas, tapados por las lengas centenarias de más de 20 metros, no perciben. “Entonces es muy importante la ayuda del del piloto, porque él ve como un águila, él ve todo de arriba. Esto -dice por su avión- es una herramienta. Yo no apago el fuego, colaboro al apagado de incendios”, remarca.
Con vasta experiencia en incendios de todo el mundo, Lorenzo asegura que el actual en Los Alerces es de los más duros y complejos que le tocó vivir. “Son 8.000 hectáreas”, subraya. “Acá quizá no tomamos dimensión porque es un país muy grande, pero en Grecia se quema esa cantidad y es una catástrofe”, explica.
Lorenzo termina su sándwich de milanesa bajo la sombra de un ala. A unos metros, dos trabajadores del Parque Nacional terminan de cargar el agua en el avión desde un tanque de 100 mil litros abastecido por un camión cisterna con agua del lago. Será ese agua la que, en minutos, viaje hacia el bosque en el avión del Tano.
Lorenzo está preocupado. Dice que quedan muchos días para dar por muerto el incendio. “Es un fuego importante. No ha sido natural, alguien lo encendió”, asegura, y pide que la justicia federal (el caso lo tiene el juez Guido Otranto) investigue y detenga a los responsables.
A Greco le duele lo que ve desde arriba. “Todos esos árboles tirados tienen siglos, estamos hablando de 300 años, o 400, o 500, o sea muchos años, y en el lapso de menos de tres o cuatro días se quemó todo, se quemó todo”, repite en un lamento, y sigue Lorenzo, mientras sube por la escalera hacia la cabina de su pequeño avión.
“Es muy triste y lo peor es que hay recursos, pero a este nivel nunca es suficiente, el cambio climático hace que todo se seque más rápido. Hay que tomar conciencia, esto es un paraíso en peligro”. Es el último mensaje que deja el Tano. Después cierra su cabina. La hélice empieza a girar y las turbinas enloquecen el silencio. Detrás del vidrio, Lorenzo hace la seña con el dedo pulgar hacia arriba. Todo está okey. Luego carretea y se va, por el surco que dejó en el cielo de Chubut.
Fotos: Franco Fafasuli (enviado especial)