Es pariente lejana de Mama Antula y atesora el árbol genealógico, el escudo familiar y relatos inéditos sobre la Santa

Se llama Graciela Fanti, tiene 84 años y es una abogada neuquina. Desde que su abuela Celina le contó las historias de sus antepasados, incluidos los pequeños milagros y la obra de María Antonia de Paz y Figueroa, quiso saberlo todo. Hoy estará presente en Roma cuando su predecesora (sobrina de su hexabuelo) sea canonizada

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Graciela Fanti, en su paso
Graciela Fanti, en su paso por Buenos Aires, antes de viajar a Roma, a la canonización de Mama Antula (Fotos Maximiliano Luna)

Cuando la abogada, historiadora y novelista Graciela Fanti (84) era pequeña y vivía en Lincoln, su padre la llevaba durante los tres meses de receso escolar a la casa de su abuela Celina, quien le contaba la historia de sus parientes santiagueños, entre ellos los pequeños pero numerosos milagros de María Antonia de San José de Paz y Figueroa o Mama Antula, quien hoy será canonizada en la Basílica de San Pedro y será la primera Santa argentina.

La entrevista con Infobae, se hizo un día previo a su partida a Roma, en su paso por Buenos Aires, en casa de uno de sus hijos, en el barrio de Recoleta. La reconstrucción de la vida de Mama Antula se basa en relatos de su abuela Celina Novoa de Fanti y de la investigación que realizó en Santiago del Estero cuando escribió su novela Modesta Avila (la bisabuela de su abuela Celina), casada con Guillermo Lewis. Dice Graciela que las dos ramas de la familia de los Paz y Figueroa habían estado unidas en la lucha por la independencia y que más tarde quedaron enfrentadas “en lo que hoy llamaríamos la grieta” entre unitarios y federales. La rama de Graciela era unitaria y la de María Antonia, federal.

En sus manos Graciela sostiene un film con el árbol genealógico de su familia, que comienza en Sudamérica con Sancho de Paz y Figueroa a Lima, junto a su mujer, María de Quirós, ambos españoles que llegaron con el Virrey de Toledo. Después de varias generaciones la familia se estableció en Santiago del Estero. Cuando Graciela dice que pertenece a la otra rama de los Paz Figueroa se refiere a que ella desciende de Juan José de Paz y Figueroa, mientras que Mama Antula, descendía de un hermano de éste, Francisco Solano de Paz y Figueroa. Era hija de este encomendero. Es decir, la santa era sobrina de su hexabuelo, el séptimo grado ascendente de parentesco.

El árbol genealógico de los
El árbol genealógico de los Paz y Figueroa: de la rama de la derecha, desciende Mama Antula, cuyo nombre esta dentro de un recuadro, y de la izquierda, Graciela Fanti de Sánchez (arriba de todo en un recuadro)

“Me contaba mi abuela que Elisa Lewis de Oliver (su tatarabuela) fue uno de los testigos cuando se inició la causa de beatificación y declaró sobre los milagros conocidos de María Antonia”. La mujer explica que hoy se la santifica por unas curas milagrosas e inexplicables que ocurrieron en 2016, pero asegura que “todos los lugareños de Silípica te hablan de los milagros chiquitos de la mama Antula pero que fueron muchísimos”.

La mujer descendiente de los Paz y Figueroa comienza a contar la historia de la beata con lujo de detalles. “María Antonia era hija, nieta y bisnieta de encomenderos en Santiago del Estero. La encomienda era una institución de la época de la colonia, por la cual se le daban grandes extensiones de tierra a súbditos de ‘Su Majestad’ para que lo administraran”, precisa. También ofrece respuestas sobre le porqué no existe una partida de nacimiento de ella que lo documente. “En esta época Santiago del Estero estaba inmerso en las luchas fraticidas, en las que se arrasó con todo. No quedó papel, ni documento de aquella época. Yo tengo la partida de defunción de Lisa Lewis y como en aquella época eran manuscritos y se ponían quienes eran los ancestros, puedo documentar quiénes lo eran, pero en realidad no hay una documentación. ¿Pero cómo sabemos que nació en el año 1730? Porque ella lo dice en sus cartas y en su testamento, pero no dice quiénes era sus padres”, continúa el relato de los orígenes de Mama Antula.

Frente a los que dicen que Mama Antula nació en la capital de Santiago del Estero, Graciela asegura que vivió en esa ciudad recién a partir de los 15 años, pero que ella nació en la encomienda de su padre, en Silípica.

Graciela Fanti conoce muchos aspectos
Graciela Fanti conoce muchos aspectos de sus antepasados

Dos estancias y una historia en común

En aquella época la encomienda pertenecía a Francisco Solano de Paz y Figueroa y pegado a ésta había otra estancia que pertenecía a los padres jesuitas -quienes tenían misiones en Santiago del Estero- el lugar que había pertenecido originalmente a otra familia, que por fallecimientos, discusiones, sucesorias, peleas entre los herederos, había sido abandonada y donada a la Orden jesuita. Allí vivía un asentamiento aborigen, los Silípicas, de quienes la ciudad toma su nombre: Silípica. Ellos no eran originarios de Santiago del Estero, sino de Tucumán. “Pero en la época en que los incas fueron tomando posesión tierras abajo, estos indios nunca se sometieron y emigraron a ese lugar. Entonces ahí había, pues, una estancia jesuítica con un sacerdote que les daba educación”, relata.

Silípica está situada a unos 15 kilómetros de la capital santiagueña. Mucho antes de que naciera Mama Antula, fue creada una posta. “Ahí nacieron las cuatro hijas de Francisco Solano de Paz y Figueroa y Andrea de Figueroa: María Antonia (la beata Antula), Cristina, Catalina y María Andrea. Esta última fue madre de Juan Felipe Ibarra (1787-1851), primer gobernador de Santiago del Estero, quien se enfrentó a los unitarios y ocupó el cargo a lo largo de 31 años.

La niñez de Mama Antula

María Antonia creció muy ligada a los padres jesuitas. “El padre que estaba en la estancia era el único evangelizador que podía haber en esa soledad. Ella lo frecuentaba. El jesuita iba a la estancia de Don Solano a bendecir, a dar la misa, a evangelizar, “Y María Antonia se unió a ellos: ayudaba a enseñar a leer y escribir, a bordar y tejer a los indios que habitaban esa estancia. Ella dominaba el arte del telar. Allí en Silípica crecía el caraguatá (chaguar) una fibra con la que los indios tejían. Además, la niña había aprendido a hablar quechua. Se lo habían enseñado los padres jesuitas”, cuenta.

Al cumplir 15 años su padre Francisco Solano de Paz y Figueroa fue nombrado Alcalde de Santiago del Estero. De manera que la familia deja la encomienda y se traslada a la capital. Ni bien llega, María Antonia se suma al grupo de las beatas con una carta de recomendación del padre jesuita de la estancia.

“Donde yo estuve, ancianas centenarias guardan el recuerdo por tradición de la Mama Antula y de quien fue el padre de esa estancia. Y de un viejo algarrobo que estaba ahí, donde todavía queda el tronco. Yo fui a recabar información de los habitantes. Andá a decirle a alguien de Silípica que Solano Paz y Figueroa no era el padre de María Antonia o que María Antonia nació en otro lado”, desafía con una sonrisa. Algo que sería imposible. La Mama Antula quedó grabada a fuego en el recuerdo y la cultura oral de sus habitantes.

Graciela comparte unas fotos en papel, tomadas en 2005, en las que está junto a su marido Carlos Alberto Sánchez, el padre de sus siete hijos y gran compañero de vida, quien la respaldó en todos sus proyectos y viajes, como en todos los desafíos que se proponía, hasta su muerte en 2022.

Graciela y su marido Carlos
Graciela y su marido Carlos en 2005, en Santiago del Estero

Graciela señala un pequeño oratorio del que cree que hoy ya es un santuario. “Me parece que lo van a declarar como lugar sagrado. Es donde estaba la estancia jesuítica. Los lugareños sostienen que ahí bajo tierra está enterrada la capilla de los padres jesuitas. De hecho, cuando yo estuve, me mostraron que habían aflorado a la tierra las tejas de la pequeña iglesia. Esas tejas las hacían los indios sobre sus muslos con tierra arcillosa”. La abogada explica por qué estaría enterrada. La respuesta es que los jesuitas siempre respetaron las costumbres de los silípicas, quienes no levantaban sus casas hacia arriba, sino cavando y descendían por escalones. Y destaca que los jesuitas se caracterizaron por respetar las costumbres del indio.

El oratorio que visitó Graciela
El oratorio que visitó Graciela Fanti en Silípica

Pequeños milagros

La autora de Modesta Ávila, también escribió Estirpe de Piedra, obra que le valió varios premios y Mortaja de Cristo -que contiene un capítulo sobre Silípica y dos dedicados a María Antonia-, y sostiene la teoría de que los jesuitas mantuvieron oculto durante un tiempo en Santiago del Estero el Santo Sudario de Turín, durante la Guerra de los 30 Años (un conflicto de carácter religioso entre católicos y protestantes). Y que fue la beata quien la puso a salvo hasta el final, en 1780 cuando fue devuelto, según la historiadora.

“Los milagros no son espectaculares. Pero son muchísimos”, anticipa Fanti. Y se le enciende la mirada cuando comienza a contarlos. “Se cuenta entre los lugareños de Silípica que una costurera tenía que terminar su trabajo y se le acabaron las velas. Le rezó a Mama Antula y entraron por la ventana cientos y cientos de bichitos de luz que iluminaron su tarea.

Luego, da paso al milagro conocido como el del caldero. “Mientras estaba cocinando para los pobres se anunció un tremendo aguacero. El caldero era grande y estaba al aire libre. Cuando le dijeron que había que irse ella continuó con la tarea, diciendo “Dios proveerá”. Y según la historia, contada de generación en generación, llovía a cántaros, menos en el lugar donde ella estaba cocinando.

Otra historia nos traslada a La Santa Casa de Ejercicios Espirituales, donde había muchos asistentes, los ejercitantes. “La comida estaba pensada para 20 o 30 y había unas 50. Le avisan a la Mama Antula, como la llamaban que volvió a decir “Dios proveerá” y que no se preocuparan, que llevaran los platos. Y dicen que empezó a servir los platos, y otro plato, y otro plato y alcanzó para todos, y en la olla seguía habiendo comida. Era algo más o menos como en el Evangelio, la famosa multiplicación de los panes y los peces”, compara. También menciona la historia de un hombre “loco” que había matado a alguien y llegaba a la Casa de Ejercicios perseguido por la policía para darle la muerte. “El hombre entró y la Mama Antula dice no, no lo toquen. Ella no lo tocó. El hombre se calmó de su locura y desde entonces quedó en la Casa de Ejercicios”, cuenta.

Isabel Fanti, horas antes de
Isabel Fanti, horas antes de partir hacia Roma

Otro de los de los milagros que se cuenta es el Virrey del Perú que había sido acusado, en medio de intrigas palaciegas y era conducido encadenado a Buenos Aires para de allí partir hacia España donde le esperaba la muerte. Él pidió verla a la Mama Antula, para rogarle por su esposa y su hija, porque no quería que sufrieran por él, que iba a ser condenado a muerte. “Le habían confiscado todo bien. Entonces la mamá Antula oró y le dijo ‘ve en paz. Ya se ha descubierto la intriga en Perú. Y no vas a ser condenado. El propio rey te va a recibir y tu familia y van a quedar en España y bien de tus bienes van a ser devueltos. Ve tranquilo”. Cuando llegó a Europa le restituyeron sus títulos y honores y lo recibió el propio rey. Habían descubierto que era una intriga. En agradecimiento le mandaron un altar de madera y nácar que está en la habitación en la que ella murió el 7 de marzo de 1799.

Muchos de estos relatos, dice la mujer, se quemaron cuando se incendió la Catedral de Buenos Aires. Se remonta a la noche del 16 de junio de 1955 en medio de un conflicto del peronismo con la iglesia. Esos testimonios que formaban parte de la causa de la beatificación que comenzó el 8 de agosto de 1917 se transformaron en cenizas.

La valentía y obra de Mama Antula

La historiadora y novelista considera que lo realmente milagroso de la vida de María Antonia, más allá de las historias narradas, es su recorrido por la República llevando los ejercicios espirituales de los padres jesuitas a todas partes. “Al margen del trabajo evangelizador de educar a quien se le cruzara, había promovido los ejercicios espirituales, es decir, meditar en la vida de Cristo y tratar de imitarla tanto en la pobreza como en la ayuda a los demás.

Cuando los jesuitas fueron expulsados, ella continuó con los ejercicios espirituales de ellos sin temor de lo que le pudiera ocurrir. Era muy valiente. “Se siguió llamando jesuitas sin miedo, sin tener, un resquemor por lo que le podía pasar cuando era algo que se consideraba casi traición al rey”. La Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola, había sido expulsada y condenada en todas los rincones del virreinato.

La primera santa argentina llevó estos ejercicios espirituales por diferentes pueblos de Santiago del Estero, La Rioja, Tucumán y Córdoba a pie, caminando, casi descalza. “Llevaba una especie de sandalia que usaban los silípicos, muy precaria. Recorría los pueblos para meditar sobre la vida de Cristo e imitarla en la Tierra y llevar consuelo al afligido, al que necesitara”. Dice la descendiente de los Paz y Figueroa que Mama Antula que en su camino mendigaba para dar y cuando llegaba a una ciudad llamaba a un sacerdote para dar misa y dar “los famosos ejercicios espirituales”.

Después de esta caminata evangelizadora llegó a Buenos Aires, donde María Antonia pasó un mal momento. El virrey Vértiz no quiso recibirla. “Más aún cuando la vieron a ella, acompañada de otras mujeres, todas vestidas de negro y casi descalzas porque las sandalias se habían gastado en el camino. Habían venido a pie desde Santiago del Estero. Los niños que las vieron creyeron que eran brujas y en esa época se las apedreaba. Así que las apedrearon y se refugiaron en la Iglesia de la Piedad. Ella estuvo insistiendo hasta que logró su cometido”, explica. Dio los ejercicios espirituales en distintas casas, en tiempos de un fervor religioso, también teñido de ansias de independencia. La mujer dice que estuvieron en la Casa de Ejercicios de Mama Antula Belgrano, Moreno, Cornelio Saavedra, muchos de quienes protagonizaron la Revolución de mayo.

Graciela Fanti en un hotel
Graciela Fanti en un hotel de Roma a horas de la canonización de Mama Antula

El viaje a la Santa Sede para la canonización junto a su hermana María Esther, que es ocho años menor, y uno de sus hijos lo vive con una emoción enorme Graciela. “Aunque siempre, mi abuela, cuando se refería a María Antonia, le decía La santa. En el pueblo de Silípica, en el medio de la selva, para ellos siempre fue santa, fue una santa en vida. Pero vivir la ceremonia, es una emoción. No lo pensaba hacer por razones de edad. Tengo 84 años. Son muchos”, expresó, pero sus hijos la animaron para emprender este viaje. Uno dijo: “Mamá tiene que ir. Como no va a ir, la familia esperó toda la vida esto”.

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