Este 11 de febrero la beata argentina María Antonia de San José, popularmente conocida como Mama Antula, se convertirá en la primera santa nacida en la Argentina. El Papa Francisco encabezará la ceremonia de canonización de la beata en la Plaza San Pedro de Roma.
Este paso histórico es el resultado de la reciente aprobación de un milagro atribuido a la intercesión de Mama Antula, que permitió que pasara de beata a santa.
Infobae aprovechó la oportunidad para hablar con tres historiadores expertos en la vida de la beata: la investigadora Alicia Fraschina del Grupo RELIGIO del Instituto Ravignani de la Universidad de Buenos Aires, Graciela Ojeda De Río quien difunde la vida de la beata y organiza visitas guiadas en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, y Gerardo Di Fazio Lorenzo, cronista y notario adjunto de la causa de canonización de Mama Antula.
Quién fue Mama Antula
Mama Antula nació con el nombre de María Antonia de Paz y Figueroa hacia 1730 en la ciudad de Santiago del Estero, en lo que en ese momento era la gobernación de Córdoba del Tucumán, perteneciente al virreinato del Perú. Aunque no se sabe a ciencia cierta quiénes fueron sus padres, María Antonia pertenecía a una familia acomodada.
El origen del apodo “Mama Antula” no está claro. De acuerdo a Ojeda De Río, recién en 1961 vio la utilización de ese nombre en un texto cuando el padre Cayetano Bruno se refiere a María Antonia, utilizando el apodo entre paréntesis.
“Nunca lo usé en mi lenguaje habitual porque siempre traté de ser coherente con la verdad histórica y dentro de los textos históricos y los documentos, no lo había encontrado. Evidentemente, la iglesia lo adoptó y, sobre todo en los últimos tiempos ya sacerdotes, obispos y el mismo Papa la mencionan como Mama Antula”, reflexionó. “No sé específicamente cual es la causa, pero interpreto que, dado que Antula es algo muy santiagueño, creo que deben haber querido hacer una especie de reconocimiento al pueblo santiagueño que seguramente después de su muerte, refiriéndose a ella, habrían hablado de esa manera”.
En ese período, las mujeres estaban prohibidas de escribir y leer, mientras que sus vidas cotidianas se veían limitadas al hogar. Las opciones más comunes para cualquier mujer eran casarse o convertirse en monja. Pero María Antonia optó por otro camino mucho menos común, corriendo el riesgo de ser condenada al ostracismo.
A los quince años, decidió convertirse en jesuita– una orden religiosa cuyos miembros sólo podían ser hombres. Tras su decisión, realizó los votos simples de castidad y pobreza y comenzó a vestir la sotana jesuítica, convirtiéndose en beata de la Compañía de Jesús. Como consecuencia de esta decisión, su familia la echó de la casa y María Antonia se mudó a un beaterio de jesuitas. Decidió abandonar su apellido, llamándose de ahí en adelante María Antonia de San José.
“El ser beata era una opción de gran independencia, de decisión personal y también de riesgo, porque la mujer dentro del hogar o dentro de un convento tenía una protección hasta económica,” contó Ojeda De Río. “Ella, en un gesto de humildad, renuncia a sus apellidos y decide optar por un camino de total valentía. Si bien tuvo dificultades, ninguna fue lo suficientemente importante como para impedirle hacer lo que hizo”.
En ese momento, había una fuerte presencia de jesuitas en Santiago del Estero. Pero pronto sus vidas fueron revueltas cuando Carlos III, a través de un real decreto, anunció la expulsión de la Compañía de Jesús del territorio español. Esto significó la expatriación de los jesuitas viviendo en el Río de la Plata y 455 miembros de la orden religiosa buscaron reconstruir su existencia en los Estados Pontificios fuera del Río de la Plata.
Aunque María Antonia decidió permanecer en Santiago del Estero, organizando ejercicios espirituales en las ciudades aledañas de Silípica y Saladina, asumió una actitud de prudencia frente a la real orden. Pero poco después, decidió abandonar su lugar de nacimiento y se dirigió al norte para seguir su vocación de peregrina y apóstol de la Compañía de Jesús.
Durante dos años organizó ejercicios espirituales en las ciudades de Tucumán, Salta, el valle de Catamarca y La Rioja, pidiendo limosna para mantener a los ejercitantes y fundando casas de recogimiento donde podía ser la abadesa. Entre 1777 y 1779 llevó adelante la misma tarea en Córdoba, donde obtuvo una licencia del obispo de la diócesis para organizar los ejercicios en esa jurisdicción.
Fraschina estudió la vida de María Antonia desde que estaba completando su doctorado en historia en la Universidad de Buenos Aires. Escribió tres libros sobre la vida de la beata. En su primer libro, Mujeres Consagradas en el Buenos Aires Colonial, Fraschina explica que los ejercicios ignacianos que María Antonia organizaba seguían la misión jesuita al pie de la letra y “en nada discrepan de los que daban los Padres”. El resultado de los ejercicios fue un éxito: miles de hombres y mujeres de la ciudad y de las zonas rurales, de todos los sectores sociales, participaban de los ejercicios.
Tras su expedición por el norte, María Antonia llega a Buenos Aires en 1779. Allí, la presencia del Estado borbónico era aún más fuerte que en el interior del virreinato. Al llegar, tanto María Antonia como el pequeño grupo de mujeres santiagueñas que la acompañaban fueron insultadas, apedreadas y tratadas de brujas. El virrey le negó su pedido de licencia para organizar los ejercicios espirituales por su devoción jesuita.
María Antonia, en su correspondencia con jesuitas expulsos que se encontraban en el exterior, contaba sus experiencias tras llegar a Buenos Aires, comentando que “se me ponen varios impedimentos: el mundo está un poco alterado; los superiores no muy flexibles; los vecinos vacilando sobre mi misión; otros la reputan de fatua: en suma, cooperan a ello rumores frívolos”.
Además de ser una jesuita en un territorio donde su orden era expulsada, María Antonia era mujer. Los propios integrantes de la Compañía de Jesús negaban sistemáticamente la adhesión formal de las mujeres. De todos modos, estaba decidida a mantener la espiritualidad y presencia de la Compañía vigente. En sus cartas menciona: “seguiré no digo a España sino al fin del mundo [...] caminaré sin el menor embarazo hasta finalizar mi corta vida”.
“En sociedades patriarcales, ¿qué hacemos? Andamos buscando la oportunidad a ver dónde podemos hacer algo con voz de mujer. María Antonia todo el tiempo hace esto. Ella está buscando donde puede hacer lo que ella quiere, que evidentemente era predicar, moverse, llevar la palabra de Jesús por todo el territorio”, contó Fraschina. “Lo que hace María Antonia, en toda la historia de América no hay una mujer que se le parezca. A los que hacemos historia de las mujeres, nos llama la atención la libertad que ella tenía para obrar y el éxito. Todo le costó, pero todo lo iba logrando”.
En los testimonios que se lograron conservar, aportan también la descripción de la vestimenta que llevaba puesta la beata en sus misiones eclesiásticas, destacando que María Antonia tuvo en cuenta cada detalle de su ropa y atributos exteriores: “anda descalza, va vestida –en la campaña y en la ciudad– con una sotana o vestido talar con mangas y con una capa larga, todo al modo como vestían los jesuitas, y una cruz larga en la mano que le hace de bastón como lo usan los misioneros, y lleva un crucifijo colgando del cuello como lo llevaban [los jesuitas] en las misiones”.
Tras su llegada a Buenos Aires, María Antonia tenía un objetivo central: construir una Casa de Ejercicios y Beaterio en la ciudad. Lo expresa ella misma en una carta: “La administración de bienes espirituales que Dios prepara por mis manos [...] me hacen inferir que Su Divina Majestad tal vez me conceda terminar mi carrera en la práctica de algún proyecto que produzca utilidades permanentes”.
Dado que María Antonia no logró obtener licencia para conducir sus ejercicios espirituales, ni tampoco contaba con un espacio para organizarlos, decidió cruzar el Río de la Plata y cumplir con su deseo de organizar los Ejercicios en Colonia del Sacramento y en Montevideo. Como cuenta Fraschina en su libro, el reconocimiento de los vecinos por su labor fue tal que llegaron a donarle un terreno para levantar en él una casa de Ejercicios Espirituales donde se pudieran organizar durante todo el año. María Antonia no llegó a aceptar el ofrecimiento dado que el obispo de Buenos Aires la convocó con urgencia.
Cuando María Antonia vuelve a Buenos Aires, el obispo revela que el motivo de su convocatoria era brindarle la posibilidad de edificar una Casa de Ejercicios en la ciudad. Finalmente, María Antonia cuenta con la aprobación de las máximas autoridades civiles y religiosas. En mayo de 1793, le otorgan las escrituras de donación y venta de los terrenos. La Santa Casa de Ejercicios existe hasta el día de hoy y se ubica en la Avenida Independencia al 1190, en el barrio porteño de Monserrat.
Tras la presentación del dictamen ante el Cabildo, el informe justificando la aceptación de la obra se manda al virrey. A fines de 1794 el virrey accedió al pedido y concedió la licencia para la edificación de la Casa, con el único fin de que se dieran allí los Ejercicios Espirituales.
Originalmente, María Antonia contaba con el apoyo económico de fray Sebastian Malvar, arzobispo de Santiago de Compostela en Galicia, quien se había comprometido a cooperar con 18.000 pesos. Éste terminó negando toda cooperación e incluso llegó a reprobar los 1.400 pesos que ya había entregado, describe Fraschina en su libro.
La Casa de Ejercicios se fue levantando entonces con la limosna de los vecinos. Fraschina explica que se contó con una red de ayuda compuesta fundamentalmente por un sector de Buenos Aires, que se extendió también hasta Córdoba y el lejano Paraguay –importante bastón jesuítico– desde donde se mandaron unos pocos pesos y abundantes troncos de palmera y tirantes, que eran muy escasos en la capital. Aunque el testamento de María Antonia confirma que se llevaron las cuentas de la obra, no se lograron conservar y como consecuencia se desconoce el monto de lo invertido por parte de los contribuyentes en la construcción material de la Casa.
Una vez construida la Casa, la beata comenzó a organizar los Ejercicios Espirituales. Los ejercitantes que la frecuentaban eran hombres y mujeres de distintos sectores socioeconómicos de la ciudad y de las zonas rurales aledañas. Enteradas de la organización de los Ejercicios, algunas personas caminaban muchas leguas para poder participar. Como después contó María Antonia en una de sus cartas, entre los vecinos de la ciudad, concurrían “los sacerdotes, doctores y demás presbíteros, quienes con su ejemplo han estimulado a los principales seculares [...] y estos a sus mujeres e hijos y demás familia”.
Los Ejercicios organizados por María Antonia duraban diez días y se daban por separado a hombres y mujeres. Habitualmente, se reunían entre 200 a 500 ejercitantes por tanda, lo que hace que en solo los primeros tres años de la inauguración de la Casa, pasaron por ella 25.000 personas. Fraschina también menciona que la comida, que se obtenía de la limosna, era sabrosa y abundante, tanto que no solo permitía satisfacer a todos los que participaban de estos encuentros, sino que también se repartía entre los presos de la cárcel y se convidaba a los mendigos que se acercaban a la Casa.
La presencia de María Antonia y las prácticas que llevó a cabo a lo largo de dos décadas son decisivas en el funcionamiento de la Casa de Ejercicios. Ella elige personalmente a los clérigos que dan los discursos– un hecho excepcional que los obispos permiten porque reconocen su capacidad para percibir quienes son aptos para el ministerio. Hubo también, en varias ocasiones, casos de vecinos que elegían a María Antonia como madrina de bautismo de sus hijos o de niños huérfanos como una muestra extrema de reconocimiento a su labor.
El 7 de marzo de 1799, muere María Antonia de San José. Habría tenido alrededor de 70 años. Tres días antes, cumplió con su último gesto, otorgando su testamento. En él dicta: “Encomiendo mi alma a Dios [...] y mi cuerpo a la tierra de que fue formado; el cual amortajado con el propio traje que públicamente visto de Beata profesa mando sea enterrado en el campo santo de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Piedad de esta ciudad con entierro menor rezado y sin el menor aparato de solemnidad [...]. Pido que desde esta Casa de Ejercicios donde me hallo enferma, y donde es regular fallezca, se conduzca mi cadáver, en una hora silenciosa, por cuatro peones de los que actualmente están trabajando en la obra”.
Quince años después, el deseo final de María Antonia de revertir la orden real de la corona española se hace realidad. En 1814, el Papa Pío VII restituye la Compañía de Jesús en el territorio.
De Beata a Santa: Los milagros de Mama Antula
Para llegar a ser santo, se deben comprobar dos milagros: uno se requiere para que la persona se convierta en beato, y otro se requiere para que el beato se convierta en santo. Ambos deben ser aprobados por el Vaticano.
“Según el proceso canónico, hace falta que se compruebe científicamente que se intervino de alguna manera en algún hecho que no lo pueden explicar racionalmente. Los santos, ninguno hace milagros. Es Dios el que obra y ellos son los intercesores”, contó Ojeda De Río.
El milagro que sirvió para la beatificación de María Antonia fue uno que ocurrió a principios del Siglo XX. En 1904, la monja Rosa Vanina del instituto de las Hijas del Divino Salvador contrajo una colecistitis; una inflamación de la vesícula que se infectó. Aún hoy, aunque hay antibióticos, es un cuadro de mucha gravedad. El doctor que atendió a la monja esperaba que su muerte se produjera en horas.
Las monjas que acompañaban a Rosa Vanina rodearon su lecho y se pusieron a rezar, pidiéndole a Mama Antula que intervenga. Al día siguiente, la monja estaba recuperada.
“Los médicos no lo pueden explicar y la iglesia determina finalmente que eso fue un milagro”, contó Ojeda De Río.
El milagro tardó casi un siglo en reconocerse. El caso permaneció cerrado hasta que el Papa Francisco lo reactivó en 2016. El Vaticano formalmente reconoce este milagro ese mismo año, confirmando la beatificación de María Antonia de San José. La fiesta religiosa, en esa oportunidad, tuvo lugar el 27 de agosto en Santiago del Estero, encabezada por el propio Cardenal Amato, enviado por el papa. En la celebración, destacó que “María Antonia era conocida en la iglesia por su extraordinaria labor, el carisma de nuestra beata consistía en arrancar el mal del corazón del hombre y plantar la semilla del bien, fue una incansable misionera, mediante la práctica de los ejercicios espirituales”.
El segundo milagro que se le atribuye a María Antonia ocurrió en el 2017, cuando un hombre llamado Claudio Perusini viajó a Santa Fe por un tema de familia. María Laura Baranda, su esposa, lo encontró desmayado y junto a sus dos hijos, lo llevaron en ambulancia al hospital público Cullen de la ciudad.
Cuando llegaron, los médicos confirmaron que tuvo un accidente cerebrovascular y que el cuadro era muy grave. De acuerdo a lo que después informó el Vaticano, Perusini sufrió un “ictus isquémico con infarto hemorrágico en varias zonas, coma profundo, sepsis, shock séptico resistente, con fallo multiorgánico”. Tenía un pronóstico reservado, con pocas posibilidades de volver a la vida normal debido a las lesiones cerebrales irreparables. Los médicos le comunicaron a la familia que a Perusini le quedaban pocas horas de vida.
Durante ese período crítico, Monseñor Ernesto Giobando, un jesuita y amigo cercano de Perusini, viajó desde Buenos Aires hasta el hospital de Santa Fe para acompañarlo. Llevó consigo una estampita de Mama Antula y se la dio a Baranda, diciéndole que le rezara.
En una entrevista exclusiva que el matrimonio tuvo con Infobae en octubre de 2023, Baranda cuenta: “Yo no conocía a Mama Antula, pero el padre Ernesto Giobando me dijo que le rezara y ¿cómo no lo iba a hacer? Claudio era mi vida, mi compañero, mi amor, y se estaba muriendo”.
Luego de algunos días Perusini retomó sus funciones vitales. El proceso de recuperación fue largo y tuvo que pasar por rehabilitación y fisioterapia. Hoy en día, lleva una vida normal y logró contar su historia.
El matrimonio está convencido de que la intercesión de Mama Antula fue fundamental para la recuperación de Perusini. En la entrevista que tuvieron con Infobae, Baranda destaca que la verdadera protagonista de esta historia fue Mama Antula, no su marido: “Creo que también Dios puso, con Mama Antula, la mano allí, porque el día lo vinieron a evaluar y él pudo responder a esas mínimas órdenes que le pedían. Por eso es que a veces narro esto, estos episodios, porque no es mágico lo de un milagro. Personalmente creo que Mamá Antula se involucró y que Claudio fue obediente a todas las órdenes médicas, pedidos y cosas que debía hacer”.
El 24 de octubre de 2023, el Papa Francisco autorizó la promulgación del decreto oficializando el milagro, haciendo que Mama Antula se convierta en la primera santa argentina de la historia.
“Esa frase de María Antonia, ‘caminaré por donde Dios no fuese conocido para hacerlo conocer, mientras me dura la vida’ es un compromiso interior de ofrecer toda su vida a esa causa, y eso solamente lo podemos entender en una mujer profundamente imbuida del amor de Dios”, concluyó Ojeda De Río. “Tenía esa cercanía a Dios, pero ese Dios que ella tenía, se lo brindaba también a los demás. De ahí venía su fuerza y por eso va a ser santa”.
Incongruencias sobre la vida de la beata
En la conversación con Infobae, los expertos destacaron la necesidad de evitar la difusión y recepción de información errónea acerca de Mama Antula, especialmente ahora que se convertirá en santa.
Entre las inexactitudes que leyeron sobre Mama Antula, una que consideran de mayor gravedad es que María Antonia, a través de sus Ejercicios Espirituales, tuvo como visitantes a próceres argentinos como Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga y hasta el virrey Santiago de Liniers.
“La sacan de contexto, dicen que los próceres de mayo pasaron por la Casa de Ejercicios. Tal vez, pero no ha quedado ningún documento”, remarcó Fraschina.
Por su parte, Di Fazio Lorenzo agregó: “Se dice que ella fue la gran promotora del primer gobierno patrio. Se había muerto hace más de diez años. Es imposible”.
Otra incongruencia que han oído es que Mama Antula hablaba varios idiomas, entre ellos inglés, francés y hasta latín.
“Las cartas están en esos idiomas porque María Antonia le escribía a un jesuita de Santiago del Estero ya expulso que vivía en Roma. Este jesuita leía, recortaba, repartía esa carta recortada entre otros jesuitas que estaban todos expulsos ahí en los Estados Pontificios”, explicó Fraschina. “El jesuita francés traducía las cartas al francés, el inglés al inglés, y el alemán al latín. Esas cartas, ya recortadas y traducidas se difundieron por Europa”.
También hay otros detalles menores pero igual de importantes que no se pueden confirmar a través de las fuentes primarias que permanecieron de la época de Mama Antula. Entre ellos están la ciudad de nacimiento, el nombre de los padres, y la fecha exacta en la que nació. Los historiadores contaron que han leído artículos que afirman que la beata nació en la ciudad de Silípica.
“Ella dice que nació en Santiago del Estero. Lo de Silípica– no hay ningún texto que diga que nació en Silípica”, contó Di Fazio Lorenzo. “Tampoco sabemos la edad que tenía al morir porque no sabemos cuándo nació. Tampoco menciona el nombre de los padres– no hay ninguna mención en ningún lado ni a la madre ni al padre.”
Como historiadores de la vida de la beata, los expertos insisten que todos los datos que se diseminan sobre su vida deben ser precisos.
“Estoy un poco cansada de oír disparates de María Antonia. La gente tiene que conocer las fuentes, porque todo esto que se está haciendo público no tiene que ver con su vida– la está tergiversando”, explicó Fraschina.
En su libro más reciente, Epístolas y otras huellas de Mama Antula, Fraschina decidió publicar en él las fuentes primarias que utilizó para reproducir la vida de la beata a través de sus trabajos como historiadora, entre ellas las decenas de cartas que María Antonia mandó a lo largo de su vida.