Salvó su casa del fuego pero ya no podrá trabajar: el año perdido para un baqueano de Los Alerces

Miguel Rosales nació y vive frente al lago Futalaufquen, en el Parque Nacional. El fin de semana pasado quedó rodeado por el incendio, que arrasó un bosque de lengas milenario y casi devora sus cabañas turísticas

El poblador Miguel Rosales corta un tronco encendido con su machete mientras recorre el bosque hecho cenizas en busca de posibles nuevos focos durante el incendio en el Parque Nacional Los Alerces

(Parque Nacional Los Alerces, Chubut. Enviado especial) “¿Qué turista podés traer acá?”, se lamenta Miguel Rosales, detenido con la mirada hacia el cielo, frente al esqueleto calcinado de una lenga de por lo menos unos 15 metros de altura. A los pies de lo que queda del árbol, un trozo de madera de dos metros yace carbonizado sobre el suelo de arena volcánica. Es, literalmente, una ruina.

“Eso que ves ahí era un banquito que hicimos para que se saquen fotos bajo el árbol”, cuenta Miguel. Y muestra una imagen guardada en su celular: su cuñado Guillermo, baqueano como él, está sentado sobre el asiento, sonriente, envuelto por el verde exuberante del lugar que hace unas horas mataron las llamas. Ahora todo es ceniza humeante. Ya no hay ni banco, ni lenga ni nada. Guillermo se acerca y recoge del suelo el cartel chamuscado que señalaba el lugar y bromea: “Al menos los tornillos están intactos”.

“Este árbol debía tener unos 100 años de edad. Cuando vengan las lluvias se va a caer sobre el camino y vamos a tener que venir a cortarlo”, casi que solloza Rosales. Brotó en el mismo momento en que su tatarabuelo llegó de Chile y se instaló en este sitio privilegiado del mundo. Todo es así en lo alto del Cerro La Torta, frente al lago Futalaufquen, lo que se construyó en un siglo tarda nada en desaparecer: el bosque de lengas milenarias quedó desintegrado por el fuego y tardará al menos un siglo en recuperarse.

El baqueano Guillermo Fuentes sentado en el banco que armó para los turistas bajo un inmenso árbol de lenga y él mismo ayer con el lugar hecho cenizas

El viento del último fin de semana empujó la línea de llamas desde su punto de origen, sobre el río Centinela, hasta aquí. Pero frenó justo, a menos de un kilómetro de la casa de la familia Rosales, de sus tres cabañitas azules, del camping que acababa de terminar de armar -y que no llegó a inaugurar-, de sus caballos, de todo lo que la familia fue construyendo desde que su padre, tercera generación de pobladores aquí, decidió dejar el trabajo en el campo y llevar a pasear turistas por aquí, uno de los lugares más bellos de la Patagonia.

El trabajo sobrehumano de los brigadistas de Parques Nacionales y del Sistema Nacional de Manejo del Fuego, más la afortunada caída de 9 milímetros de lluvia durante la noche del martes, detuvieron el incendio antes de que se comiera sus cosas para alivio de Miguel.

“Pensamos que se venía encima, por momentos corren muy fuerte las llamas y estaban muy cerca, teníamos el resplandor de las llamas delante de nuestros ojos, ayudé a los brigadistas a hacer los cortafuegos y por suerte no nos alcanzó, frenó antes”, cuenta Miguel mientras exhibe una virgen que Julio César, su papá, ató a una lenga en lo alto del cerro hace 30 años para que le traiga suerte en su emprendimiento. “Él antes trabajaba en el campo arreando caballos”, cuenta, hasta que, en los ‘90, decidió cambiar, vender los animales y empezar a ofrecer servicios a los turistas. Miguel y Guillermo también creen que esa Virgen y una que trajo Cáritas el fin de semana y que instalaron en un mirador, los salvó.

El bosque de lengas, totalmente quemado en el cerro La Torta

Lo cuentan mientras patrullamos el bosque quemado en busca de troncos encendidos: cuando aparece uno, Migue y Guillermo bajan de la camioneta y lo apagan con agua y machetazos. Unos metros montaña arriba, una cuadrilla de brigadistas hace lo mismo: se le dice “guardia de cenizas”.

Miguel pensaba inaugurar el camping este verano. Cerca de finales de enero consiguió el permiso del Parque pero llegó primero el fuego. Y el camino que conduce a su “Rincón del sol”, como le puso al lugar, instalado en una ladera del Cerro La Torta, quedó bloqueado al público. Solo acceden brigadistas, fuerzas federales, y, en este caso, lo hizo el equipo de Infobae.

“No voy a trabajar en todo el verano. Con suerte vengan al camping en Semana Santa porque ahora en febrero ya empiezan las clases y dejan de venir, el año está perdido”, se lamenta. Rosales, de 42 años, nacido y criado en este rincón hermoso del mundo, cuenta que gastó sus ahorros en la compra de materiales para la estructura del camping.

Desde lo alto de La Torta, Miguel Rosales señala los focos activos en otro cerro, el Riscoso

“Pensaba recuperar el dinero con los visitantes, acá viene mucha gente a hacer senderismo, pero ahora no sé qué voy a hacer. A los muchachos que trabajaron en la obra les tengo que pagar, quizá venda una de las camionetas con las que hacemos excursiones”, saca conclusiones en voz alta.

Los paseos que organizaba Rosales por los bosques de lengas y hasta los famosos “túneles de hielo” están cancelados. “Está todo quemado, mirá lo que es eso, ¿a quién le va a interesar venir?”, dice, mientras en el resto del parque el movimiento turístico es prácticamente normal, aunque menor a otros veranos, en parte por el incendio y en parte por la situación económica.

¿Qué pasó? Miguel no tiene dudas de que el origen de los incendios fue intencional, igual que en todos los casos que recuerda. Entre los más importantes aparecen en su memoria el de 2008 en este mismo cerro, el de 2015 en el Cordón Situación, y el de ahora.

Un brigadista local y Miguel conversan en medio del bosque quemado, durante una "guardia de cenizas"

Danilo Hernández Otaño, intendente interino del Parque, también está seguro de que no se trata de algo accidental. El gobernador de Chubut, Ignacio Torres, ofreció 5 millones de pesos de recompensa para quien pueda ofrecer información fidedigna del origen del fuego, que ya se devoró casi 8.000 hectáreas en el Parque y en terrenos provinciales alrededor de este.

“Lo que no sabemos es cuál es la intención. Porque se inician en zonas no turísticas, los prenden de tarde o de noche cuando no patrulla la brigada. Y siempre con la misma modalidad: encienden dos focos. Algunos dicen que son piromaniacos, o que hay otros intereses. No sé, lo único que sé es que siempre pasa sobre la ladera del Futalaufquen. Ya van más de 40 focos desde 2008″, enumera Miguel.

“Hay muchas versiones: algunos dicen que son internas entre pobladores, otros que son usurpadores, incluso han llegado a decir que son los propios brigadistas porque buscan llamar la atención y tener trabajo en un contexto donde se habla de bajas de contratos”, sonríe incrédulo Hernández Otaño. Lo cierto es que se trata de un delito muy difícil de investigar por la dificultad de acceso al lugar y porque la propagación del fuego es muy rápida.

Miguel Rosales tiene 42 años: es cuarta generación de pobladores frente al lago Futalaufquen

“Acá no hay accidente. Son intencionales siempre en el Parque. Pero no podés saber, ya que lo hacen de noche en un lugar inaccesible, a una hora extrema y con focos simultáneos”, detalla el intendente del Parque. El incendio lleva ya casi dos semanas activo. Si bien la lluvia y la consecuente baja de temperaturas ayudó, el fuego se mantiene vivo en varios sectores.

Durante el jueves cerca de 170 brigadistas de todo el país y un avión hidrante trabajaron especialmente sobre el cerro Riscoso, donde no hay poblaciones humanas pero sí una comunidad de huemules, una especie en extinción, por lo que es la principal preocupación. Cuidar que el fuego no los afecte. Sin embargo, las llaman no amainan: las altas temperaturas de la tarde y el incremento de los vientos las mantienen vivas, vigorosas y amenazantes.

Fotos: Franco Fafasuli (enviado especial)