Esta madrugada, a los 100 años de edad (que cumplió el último 8 de enero) y mientras dormía, murió Stanley Rowland Coggan, uno de los argentinos que combatió al nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Así lo confirmó su hijo Danny a Infobae. La triste noticia fue publicada, además, en su cuenta de Instagram por el sitio ABCC (Argentina British Community Council).
Según Stanley le contó a Infobae en febrero de 2021, la familia Coggan llegó a la Argentina en 1903 desde Epworth, una pequeña localidad del condado de Lincolnshire. Su abuelo, John, trabajaba como maquinista de locomotoras. Estaba casado con una escocesa llamada Gayle, que arribó un par de años después con dos hijos. Y aquí se instalaron en Remedios de Escalada, donde estaban los talleres del Buenos Aires Great Southern Railway, hoy Ferrocarril Roca. Allí nació Stanley, el 8 de enero de 1924, “en una casa de la calle Uriarte 235″, como recordaba.
Su padre, Norman, había combatido en la Primera Guerra Mundial. Al finalizar la contienda regresó a la Argentina y, en Mendoza, conoció a su esposa. Socio del Buenos Aires Gret Southern (BAGS), Stanley practicó deportes desde pequeño: tenis, rugby, fútbol, cricket y bowls (bochas inglesas). En 1931 comenzó a estudiar, lo hizo en el Colegio San Albano de Lomas de Zamora (una institución que aportó 127 ex alumnos para las tropas aliadas en la Segunda Guerra Mundial), y el secundario en el Otto Krause, donde se recibió de técnico industrial.
Cuando Hitler desató el conflicto bélico en 1939, Stanley estaba en el colegio secundario. Una tarde, en Capital Federal, vio un desfile de nazis argentinos y se llenó de ira. Tres años después, a punto de terminar sus estudios, se presentó en la Embajada Británica en Argentina y se alistó como voluntario. Le dieron un pasaporte por ser hijo de ingleses y le hicieron estudios en el Hospital Británico: dio Categoría A1, apto. “Lo que hizo en Europa, Hitler lo quería hacer en todo el mundo. Y antes que viniera a Sudamérica, preferí ir a combatirlo allá. Había que agarrarlo en su propia cancha. No podíamos permitir que los nazis ganaran. Yo participé para eliminarlo. Puse mi granito de arena. Pero a lo que hice de forma individual no le doy importancia. Desde Argentina fuimos tres mil personas a luchar…”.
El 10 de diciembre de 1942 se embarcó en el barco Moreton Bay rumbo a Inglaterra. Su amigo, el reverendo Charles Armour de la Iglesia Presbiteriana Escocesa San Andrés de Temperley, lo fue a despedir y le regaló una Biblia, que aún atesoraba. Los 18 años los cumplió a bordo. En ese viaje conoció a “un tal Fred, el jefe de los mozos. Me hizo la torta de cumpleaños. Sólo sabía que su apellido era Lennon. Con el tiempo me enteré que era el papá de John, el de los Beatles”, contó. Arribó al puerto de Avonmouth el 11 de enero de 1943. Cuatro días después viajó a Londres y se presentó en la Royal Air Force… sin saber volar un avión.
“¡Yo no sabía pilotear! El amor por los aviones llegó recién cuando ingresé en la RAF. Fíjese que después de la guerra no volé más un avión. Un poco porque después de mi último aterrizaje y mi estadía en el hospital me declararon “unfit for flying” (“no apto para volar”), y porque tampoco tuve necesidad ni me llamó la atención hacerlo como deporte o pasatiempo. Al llegar me ofrecieron un cargo como instructor en Córdoba, pero no acepté”, le dijo a Infobae hace tres años.
Como el Reino Unido necesitaba más pilotos de los que contaba naturalmente, lo enviaron a Canadá para hacer un breve curso de instrucción aeronáutica.
El 20 de abril del ‘43 embarcó en el Queen Mary rumbo a Edmonton, en la región de Saskatchewan, Canadá. “El entrenamiento podría ser allí, en Sudáfrica o en Florida, Estados Unidos. Se hacía en esos tres países porque tenían los Lancaster y los Oxford, y por seguridad”.
Allí permaneció cuatro meses. Hizo 150 horas de vuelo “primero con un instructor y luego solo, de día y noche, en distancias cortas y largas. De ahí fui a la Senior Flying Training School en Alberta, donde cumplí otras 130 horas de vuelo. Recibí mi brevet de piloto con el 91% de efectividad”.
Stanley guardaba cientos de anécdotas de esa época. La más llamativa fue durante una licencia en medio de los entrenamientos, cuando con un amigo canadiense viajaron a Nueva York y se presentó a ver un espectáculo en el teatro Stage Door Canteen, donde iban muchos soldados. “Esa vez estaba Rita Hayworth, que en realidad se llamaba Margarita Cansino y era hija de un español. En un momento preguntó si alguno de nosotros hablaba castellano y mi compañero me señaló. Lo mejor fue que me invitó a bailar, tuve ese honor. Y me dijo que bailaba muy bien”.
El recreo duró poco. Regresó a Inglaterra y el 4 de abril de 1944 tuvo su primera misión como parte del Escuadrón 640 del Bomber Command Group 4 a bordo de un avión Halifax.
El objetivo era atacar al acorazado Von Tirpits de la Armada nazi. Había sido alcanzado por los disparos de una escuadrilla de aviones Barracuda lanzados desde un portaaviones británico días antes, lo que obligó a su tripulación a fondear para hacerle reparaciones en un fiordo cercano a la localidad de Altafjord, en Noruega. Estaba protegido por sierras de 150 metros de altura en forma de picos, difíciles de sortear. Para el ataque se utilizaron bombas Tallboy y Blockbusters de 4 toneladas cada una. “Fueron dos aviones por vez, uno por izquierda y otro por derecha. Entraba primero al fiordo el de la izquierda… Había sol y buena visibilidad. Fue tal la velocidad empleada que de las 8 bombas que arrojamos, dos dieron en el blanco: una entró por la chimenea y otra dio en la proa, haciéndolo volar con una explosión extrema que enrareció el aire”, recordaba Stanley en 2021.
Con el Halifax completó, entre el 5 y el 22 de abril, 14 misiones más. Destruyeron desde el Cañón Gran Bertha (flagelo nazi de la Primera Guerra Mundial que había sido reacondicionado en Calais), dos submarinos de 5 mil toneladas, lanzaderas de bombas V1 y V2 (armas letales de Hitler) y posiciones nazis en Francia. Coggan recuerda especialmente cómo lograban desactivar las bombas V1 en el aire, una hazaña que inició un argentino: “Un piloto de la RAF, voluntario llegado de Rosario e hijo de británicos probó tocar la bomba con la punta del ala derecha de su avión Gloster Meteor, desestabilizando su giroscopio, lo que la hacía caer a tierra sin daños. La velocidad del Gloster Meteor era de 600 mph y la bomba alcanzaba las 350 mph, por lo que era posible desactivarla en vuelo… Más de mil bombas fueron destruidas así, y otras tantas en un depósito subterráneo por aviones Mosquito de otros grupos”.
Luego fue enviado a la Unidad 2, en East Kirby, para sumarse al Escuadrón 12 del Grupo 2 de Bombarderos, que volaba en aviones Lancaster, más potentes: se hicieron 14 mil y se perdieron 5 mil. Estando allí llegó la invasión a Normandía, donde actuó en varias misiones.
Las dos primeras las hizo el mismo 6 de junio, mientras las tropas alcanzaban las playas de Dunkerque. La primera, con 60 Lancasters, fue sobre la retaguardia nazi en Cherbourg. La segunda, a Trappes, donde había una concentración de tropas de las SS. Los alemanes perdieron allí 6 cazas y más de 50 mil hombres.
En los tres días siguientes, destruyeron tres lanzaderas de bombas V1, los depósitos donde guardaban ese armamento y el sistema ferroviario que usaban los nazis para transportarlas.
La siguiente misión la tuvo 40 días después, el 27 de julio fue para apoyar el avance de 4 ejércitos rusos desde el este, con la ayuda de la aviación de los Estados Unidos. Fueron 200 Lancasters los que lanzaron 4 mil toneladas de bombas y clusters incendiarios sobre la refinería de petróleo de Ploetsi, al este de Rumania, que estaba en manos de los nazis. Al ser destruida, Hitler no dispuso de combustible para abastecer a sus tropas.
Al día siguiente, la operación fue contra una fábrica de combustible para las bombas V2 en la localidad de Peenemunde, al noreste de Alemania. Los Lancaster fueron modificados para recorrer ida y vuelta 3.000 kilómetros “Cargamos menos bombas y en su lugar se colocaron tanques de combustible. Fue una ocurrencia propuesta por Winston Churchill y aceptada por quienes organizaron la misión”, relataba. El ataque fue encarado por 300 Lancasters y 27 aeronaves no regresaron. “De los 162 tripulantes de ellas se salvaron 70, porque llegaron con sus aviones al mar y fueron rescatados por pescadores polacos y lituanos. 21 eran compañeros del Escuadrón 12 y regresaron a East Kirby, donde hicimos un gran festejo”, enumeraba el veterano piloto.
Con la presión alemana sobre Inglaterra más aliviada, Stanley recibió 1945 en Glasgow celebrando Hogmanay, la tradicional fiesta que los escoceses heredaron de los vikingos para el festejo de Año Nuevo. Allí se dedicó a entrenar rugby. Y participó en un torneo que organizó Churchill con los extranjeros que combatían para los aliados. El jugó para el equipo de la Royal Air Force.
Ese año, con Hitler acorralado, sólo habría una incursión más para Stanley. La última. La trigésima. El 30 de abril de 1945, 150 Lancasters bombardearon el centro fabril de Hamar, que a su vez era un hub ferroviario que tenía 14 líneas de la cuenca del río Ruhr. Arrojaron 800 toneladas de bombas. La destrucción fue completa y lograron desarticular la industria nazi. Pero el argentino recibió heridas que lo dejaron fuera de combate. “Yo fui criado entre ferroviarios y fue como bombardear mi propia casa. Creo que me afectó tanto que por eso mi avión fue alcanzado por las defensas antiaéreas, que destruyeron uno de los motores y me hirieron en una pierna. Tuve que pedir ayuda al Comando Central. Venía con la pierna izquierda inmovilizada, me ayudaba el bombardero, que era el segundo piloto. Querían que bajara en el Canal de Mancha, sobre el agua, pero les dije que tenía combustible y alcancé a la zona llamada White Cliff Dover, donde la RAF tenía un regimiento muy grande a orillas del mar. Pude cruzar el canal tirando cosas para hacer mas liviano el avión. Lo lancé sobre un terreno especial que tenía mucha cal y tiza que era anti incendios. Igual, apenas tocamos tierra se hizo una gran humareda. Por fortuna, todos los tripulantes llegaron bien. Menos yo, que terminé hospitalizado”, relató sobre el dramático momento.
Fue atendido en el Royal Sussex Hospital de Brighton, dondo lo declararon “no apto para volar” y le sacaron una esquirla de una pierna que casi le amputan.
Un año más tarde regresó a la Argentina. Aprovechó ese tiempo de recuperación para estudiar Mantenimiento y Organización Industrial en la Universidad de Londres, becado por Shell, compañía para la que trabajó en nuestro país en Comodoro Rivadavia y Dock Sud- y en Venezuela.
Volvió a bordo del barco Tamaroa, que salió de Tillbury Docks, un puerto casi en la desembocadura del río Támesis. “Cuando llegó a Buenos Aires quedó varado al lado del Muelle de Pescadores cuatro días. Nos tuvieron que sacar persona por persona. Ahí me reencontré con mi padre y mi hermano. Pero la primera persona que vi, cuando bajé a la Dársena Norte fue a miss Reid, la vicedirectora de Saint Alban’s College… Me estaba esperando… Volver y encontrarse con centenares de personas y ver a la vicedirectora de tu colegio primario, eso no me lo voy a olvidar jamás…”, rememoraba con gran emoción.
Al poco tiempo, Stanley encontró el amor. “A mi esposa (Klytia Beatriz Norma Von Borowski Rosenthalla) la conocí al regresar de la guerra, en un baile que se hizo en Remedios de Escalada a beneficio de la Asociación de Tuberculosis de la Argentina. Fui con un amigo, la vi y bueno, desde ahí no nos separamos más hasta que se fue. Era muy linda… Ya casi 18 años que me dejó…”, decía hace tres años.
Sobre las paredes de su casa de Lomas de Zamora, sobre la avenida Hipólito Yrigoyen y donde vivía junto a su hijo Danny, queda el diploma que la Corona Británica le entregó a su padre Norman por combatir en la Primera Guerra Mundial y, junto al mismo, el que le dieron el 6 de septiembre de 2018 en el Congreso de la Nación Argentina por su participación en la Segunda Guerra. En un cuadrito, a un lado, tiene las insignias que usó durante los combates. Pero su reliquia favorita era la maqueta de su avión preferido, el Halifax, uno de los dos que le tocó pilotear entre 1944 y 1945.
Hoy, Stanley se reencontró con Kylia, su amor Y con tantos argentinos que lucharon contra el nazismo junto a él.