La vida lo hizo zapatero. No se cuestiona si le gusta serlo o no: es lo que hace hace cincuenta años. No lo cambiaría. “Sé que si me fuese a vivir a China sería zapatero”, dice. Es Víctor Camejo. Tiene una zapatería en el barrio de Liniers. Trabaja de lunes a domingos, entre diez y doce horas si la demanda se sostiene. En verano, los pedidos son escasos. La temporada alta es en invierno. La crisis económica, para su oficio, es una oportunidad. Con una ganancia de quince mil pesos por día, logra vivir bien. Su trabajo es la mejor propaganda. Los vecinos lo conocen. No hace remiendos, su compostura es estilo fábrica. Los secretos de Víctor son los secretos de un oficio milenario.
Es uruguayo. Tiene 68 años años, cincuenta como zapatero. Es papá de cinco hijos. Vive en Merlo, provincia de Buenos Aires. Su día comienza a las seis y media de la mañana. “Tomo mate con mi señora y a las ocho vengo para estos lados -dice sentado en un banco de su zapatería-. Tengo una hora y media para venir. Los que no pueden traerme el trabajo, yo se los llevo. Termino más o menos a las cinco, seis de la tarde. Vuelvo a mi casa, tomo unos mates con la patrona y sigo trabajando porque me gusta cumplir con los compromisos. Con los años aprendés que tenés que ser responsable y que la palabra vale mucho. Si vos le preguntás a los vecinos, te van a saber decir quién soy”.
Su ganancia depende de la época, de la estabilidad económica, de la demanda. “Invierno es la temporada alta para todo zapatero. Se arreglan camperas, le podés cambiar los cierres, los zapatos, las botas. En verano te ponés un par de ojotas y listo. ¿De qué podés vivir? No cierran los números y yo no fabrico, arreglo nada más. El pico más alto es en invierno. Más hacés, más querés. Cuando querés acordarte estás lleno de trabajo”, dice.
En tiempos de crisis, los zapateros aprovechan. La ecuación es simple: “Tengo más trabajo porque la gente no puede comprarse zapatos. Entonces, trata de arreglar lo que ya tiene: zapatos, zapatillas, mochilas, valijas. Cuando a otros les va mal, a mí me va bien”. Por día puede llevar a ganar quince mil pesos, en promedio. “Gano lo que preciso para poder vivir. Es lo que me da para vivir con lo justo. No tengo un palacio. Con este oficio crié a mis cinco hijos. Ayer, por ejemplo, hice tres mil pesos. No hay un monto. Si hay trabajo, hago quince mil pesos por día. Y si no hay trabajo, no vengo. Me quedo en mi casa hasta acumular los pedidos”, enseña.
Cuando llegó de Uruguay, se instaló en Paso del Rey en la casa de unos amigos junto a su señora embarazada y su primera hija. “Sabía que había posibilidad de laburo y hoy en día sigue habiendo posibilidad de trabajar. Si cierro esto, sé que puedo conseguir trabajo”, relata. Su primer trabajo fue en Lomas del Mirador, en una fábrica de calzado. “Sabía algo del trabajo de zapatero por mi experiencia en Uruguay, pero en Argentina se trabaja de otra forma y tuve que adaptarme. Trabajaba doce o catorce horas por día”, agrega.
Sus inicios no fueron sencillos. “Hemos dormido en el piso abrazados con mi señora y con ella trabajé hasta las dos de la mañana forrando plantillas para poder salir adelante y alquilar una piecita donde vivir. Con el tiempo me fui acomodando. En el camino encontré gente buena, encontré gente mala”, narra. Cuando la fábrica en la que trabajaba como empleado cerró, no pidió indemnización. Tenía ya cincuenta años. “Lo único que hice fue pedirle las máquinas para seguir trabajando”, cuenta. Le dieron cinco máquinas. Quería trabajar por su cuenta. No sabía hacer otra cosa. Se aferró al oficio. Había empezado desde muy abajo y tenía un propósito: que sus hijos tuvieran una vida mejor. “Mis hijos no van a pasar por lo que pasé yo. He hecho cosas que ellos no saben ni van a saber, pero siempre limpio, digno. Me lo voy a llevar a la tumba”, dice.
Sus hijos quisieron contratarlo en su emprendimiento de telas y que cerrara la zapatería. Él se negó. “Me voy a morir con esto”, les dijo. Su zapatería es la constatación del esfuerzo que hizo por su familia. “Con esto me conformo. Ya con mi mujer estamos hechos. No cambiaría nada de mi vida. Mis hijos seguramente han tenido una vida mejor de la que yo he vivido”, compara.
Está satisfecho con su trayectoria, contento porque -dice- siempre triunfó, siempre salió adelante. Pudo haber sido futbolista (“me das una pelota y me vuelvo loco”, define): lo tentaron para que jugara en Argentino de Merlo cuando tenía 27 años pero su jefe no lo dejaba salir a las dos de la tarde. Se dedicó a jugar por plata en torneos de barrio. Piensa seguir trabajando cuando se jubile y lamenta no poder enseñarle a un joven su profesión como zapatero. Tiene una visión mixta del futuro de su oficio: “El zapatero se está muriendo pero no va a desaparecer porque nadie puede andar descalzo. ¿Desde cuándo existen los zapatos? Desde las sandalias de los romanos. Los zapatos están y van a seguir estando”.
* Mi vida, mi oficio es un programa de entrevistas sobre la importancia, el valor, las exigencias y experiencias de cada trabajo, contadas por sus propios protagonistas. Escribinos y contanos sobre tu oficio y tu historia a mividamioficio@infobae.com