El origen de Sacoa puede condensarse en una escena. Sucedió en la década del ‘50. Mauricio Mochkovsky -un empleado de la construcción y aficionado a las instalaciones eléctricas- tomaba un café en un bar de Mar del Plata, cuando le llamó la atención la cantidad de personas que hacían fila frente a una fonola que había en el lugar. Entonces tuvo una visión: dedicarse a la industria del entretenimiento.
Empezó con tres fonolas, luego pasó a máquinas de bingo y “pinball” hasta que, en 1969, logró armar su propio local con bowling, pool y ping pong en el subsuelo de un imponente edificio, sobre la peatonal San Martín. Allí, cuenta la historia, funcionaba una galería comercial que aglomeraba a las mejores marcas de La Feliz. Su nombre era Sacoa: Sociedad Anónima de Construcción y Obras Afines, según sus siglas.
Hasta ese momento, el local de los Mochkovsky no tenía nombre. Fueron los propios clientes quienes lo bautizaron como “Bowling Sacoa”, en referencia a su ubicación, a metros de la galería. Al final, lo registraron como marca y se transformó en la cita obligada de los turistas que visitaban la Costa Atlántica, ya fuera en vacaciones de verano o invierno.
Para fines de los ‘80, Sacoa ya se había expandido por todo el país. “Llegué a tener 47 sucursales. ¡Un disparate!”, cuenta a Infobae uno de los tres hijos de Mauricio, Alex Mochkovsky (74), quien actualmente está al frente de la cadena.
Por la cantidad de años que lleva dedicándose al negocio familiar, Mochkovsky hijo conserva innumerables anécdotas. “Cada cosa que recuerdo son 20, 40 o 50 años atrás”, dice entre risas.
Y sigue: “La gente me pregunta, ¿por qué Sacoa sigue vivo? Sigue vigente porque, si vas a cualquier sucursal, vas a encontrar la clásica ‘Waterland’ o el ‘Derby de Caballos’: máquinas que nacieron hace 70 u 80 años y que nadie puede trasladar a sus casas. Se juega acá. La mayoría son de industria nacional. Si bien la idea del juego es traída de afuera, no así su construcción. A diferencia de las americanas, nuestras máquinas son totalmente electrónicas”.
“Me acuerdo cuando íbamos a las exposiciones internacionales y veíamos algún juego interesante. Las máquinas de manejo, por ejemplo, siempre fueron fortísimas comercialmente. Nosotros teníamos el mecanismo clásico (un comando y un televisor en blanco y negro), pero le agregábamos movimiento con dispositivos electromecánicos para que la máquina tuviera algo más. Hicimos máquinas que no existían en el mundo, sobre un juego que, originalmente, era norteamericano o japonés. Entonces, cuando había un accidente, el coche daba una vuelta o una vuelta y media. Llegué a fabricar como 30. Lo increíble es que empezábamos viendo la máquina en octubre y para enero ya estaba funcionando en Argentina. Fabricábamos todo en tiempo récord”, cuenta.
El templo
El local de Sacoa en Mar del Plata (el mismo que empezó siendo un bowling) ocupa una cuadra: se puede entrar por la peatonal San Martín o por la calle Rivadavia. También conocido como “El Templo”, tiene tres pisos: un subsuelo con una sala de máquinas; una planta baja, donde hay desde una pista de autos chocadores, pasando por un samba hasta simuladores de realidad virtual; y un primer piso, con los tejos y las clásicos Tetris, Wonder Boy y Pac-Man, entre otros.
El crédito (lo que sería la ficha) arranca en $300 y varía en función de cada juego: el Daytona cuesta $750, las grúas de peluches $1.200 y las de golosinas $900. Los denominados “juegos de parque”, como los chocadores y la “Crazy Surf” o “La Ola” están $2.000, y el Samba $1.500. Los llamados “simuladores”, que tienen realidad virtual, manejan cifras similares: el VR, $2.000; la Montaña Rusa 4D y el Venturer, $1.500.
Vale aclarar que, desde hace años, Sacoa dejó de funcionar con fichas y pasó a promover su propia tarjeta. Según Alex, el cambio surgió como una necesidad de terminar con “la mafia de los fichines”.
“Por la cantidad de locales y de personal que teníamos, la recaudación física se empezó a complicar. Había que sacar los cospeles de cada máquina y contabilizarlos con máquinas. Era un trabajo enorme, que hacían entre dos o tres personas, porque se contaban decenas de miles de cospeles durante horas. En un momento, empezamos a detectar que había robo y corrupción interna. Para terminar con eso, mi hermano mayor (NdR.: Jorge) creó la Sacoa Card. Fue en el 90 y pico. Ni siquiera había Internet”, repasa.
Mientras Infobae recorre la sede, Mochkovsky trae a colación algunos recuerdos. De la pista de autos chocadores dice, por ejemplo, “que es la única en el mundo que tiene columnas en el medio”. Al samba, recuerda, tuvieron que bajarlo por la escalera y “en partes”. Para instalar el “Crazy Surf”, a diferencia de lo que pasó con los chocadores, hizo sacar una columna de hormigón, que no formaba parte de la estructura original del edificio, “con el asesoramiento del mejor ingeniero de Mar del Plata”.
Los tickets: un hit que no pasa de moda
En Sacoa Mar del Plata, el famoso centro de canje de tickets está ubicado en la planta baja, en el centro del local. “El primer puesto lo pusimos hace treinta años. La que se ocupaba era mi hija Maia, que en ese momento tenía 14 años, e iba al barrio porteño de Once a comprar peluches. Los íbamos juntando en el quincho de casa para después darlos a cambio de los tickets. Era un trabajo que hacíamos en familia, todo a pulmón”, cuenta Alex.
Concretar el sistema de ‘Redemption’ (canje o intercambio, en español) no fue fácil. “Tuvimos que convencer a las autoridades para que nos permitieran operar las máquinas que daban tickets. Hubo que hacerles entender que no tenían nada que ver con el juego de azar, porque eran juegos de habilidad; pero con la particularidad de que ofrecían una pequeña recompensa que no era económica”, explica Alex
Y agrega: “La verdad es que fue un éxito. Incluso, en algún momento, tratamos de sacar los tickets, por una cuestión de ecología y porque era engorroso contarlos. Pero no hubo quórum. Así que, después de varios años de tener tickets digitales, volvimos a los de papel”.
Sacoa hoy
A pesar del paso del tiempo, Sacoa sigue siendo un nombre resonante en la historia del entretenimiento argentino. Lo eligen chicos y grandes. Los primeros por diversión, los otros por nostalgia.
De aquellos casi 50 locales que la marca llegó a tener en su “época dorada”, hoy quedan solo 7 y están distribuidos entre Mar del Plata, Miramar, Necochea, Villa Gesell, Monte Hermoso, Bahía Blanca y San Salvador de Jujuy.
“Ninguna persona deja de pasar por uno de nuestros locales cuando va a la Costa. La marca atrae. Tenemos competencia en todos lados y seguimos siendo líderes”, se despide Alex.
Fotos/Christian Heit.