“Es un hobby muy apasionante y relajante”, define Miguel Ángel Gaitán al modelismo ferroviario, la afición por los ferrocarriles que consiste en la actividad recreativa que tiene como objeto imitar a escala trenes y sus entornos. Las máquinas pueden ser estáticas o en movimiento, en caso de utilizar bajo voltaje tanto para el movimiento de los trenes como para el resto de los componentes de la ciudad (accesorios, iluminación, etc.).
Esta actividad, que en siglo XX tuvo trenes a cuerda también desarrolla locomotoras propulsadas por vapor real. Aunque en Argentina hay muchos fanáticos que la desarrollan, no cuentan con maquinaria local sino que deben comprarlas en el exterior.
“Reproduje una maqueta de trenes americanos, en una maqueta con una escenografía que replica a estaciones de los Estados Unidos, por ejemplo. Hay otros modelistas que reproducen modelos nacionales; otros, europeos... Entre esos, los ingleses tienen un muy amplio espectro en los trenes”.
Modelismo ferroviario en Argentina
En la historia mundial, los trenes completaron el desarrollo de naciones: hubo ciudades que lo introdujeron y otras que se montaron a su alrededor. En Europa, el auge del ferrocarril y el crecimiento de la industria del juguete lograron que esas enormes máquinas fueran inspiración para reproducirlas en escala y considerando los diseños de la época.
A diferencia de otros juguetes, las pequeñas máquinas no conocieron edades, desde el inicio: grandes y chicos quisieron la propia. Así comenzó a desarrollarse el ferromodelismo, el hobby de los amantes de los trenes, que pese a los actuales avances tecnológicos, se siguen buscando modelos de antaño para las maquetas que reproducen ciudades.
“En Argentina, desgraciadamente por una cuestión poblacional, no hay una industria de ferromodelismo como sí la hay en los Estados Unidos o en Europa, donde éstas empresas, europeas o americanas las mandan a fabricar a China. Entonces, lo que hay en nacional, es muy artesanal”, describe y cuentan que los trenes que recorren las maquetas son comprados fuera del país y que lo que se hace en un apasionante paso a paso es construir las maquetas con la técnica de cartapesta.
“Se arma toda la escenografía, que en sí es muy sencillo. Se usa aserrín y se lo tiñe para hacer el césped, por ejemplo. También se pueden comprar las casas, enteras o las que vienen para armar, éstas son las que me gustan; yo compro las planchas de plástico y las casas las hago yo, pero es muy amplio. Las posibilidades de hacer son muchas: si se compra el tren todo lo demás queda en reproducir según lo que la imaginación deje. Los trenes ya vienen como se ven, listos, aunque algunos luego los pinten porque desean hacerlo”, aclara.
Generalmente, en la compra viene la locomotora, dos vagones y un furgón de cola y el regulador porque es eléctrico. “Todo se puede modificar con el tiempo. Y ahí está la habilidad que se va ganando para modelar, modificar, pintar, etc. Hay quienes quieren hacerlo más realista y tienen la habilidad de usar aerógrafos para envejecerlos. O sea, que se los va como ensuciando, como queda una locomotora de verdad”, amplía.
Describe a las máquinas reales como usadas, manchadas de aceite, descoloridas y todo eso que quizás hace pensar que amerita una capa de pintura es lo que más anhelan imitar los modelistas de trenes.
Una pasión sobre rieles
A Miguel Ángel Gaitán (71), jubilado de la Policía, los trenes lo llevan a su infancia. Dice que desde niño sintió cierta pasión e intriga por esas enormes y poderosas máquinas. Disfrutó de ver junto a su familia el desarrollo ferroviario en la Argentina: los años en que las estaciones era un lugar de juego y aprendizaje mientras acompañaba a su papá, trabajador del ramal de carga G3 del Ferrocarril General Belgrano, cuya extensión de 93 kilómetros unía las ciudades de González Catán y La Plata.
A los 40 años, compró su primer tren y comenzó a desarrollar, a modo de pasatiempo, la actividad a la que de niño jugaba. De ese día pasaron treinta y pico de años. Luego llegó la Asociación Modular de Ferromodelismo, que fue creada por uno de sus compañeros de estudios con el que compartía el gusto por los trenes.
Debido a su trabajo en la fuerza, debió recorrer las provincias de Tucumán, Formosa, Catamarca y ver de cerca lo que el avance del tren provocaba en cada pueblo. “Fui custodia en la quinta de San Vicente cuando el presidente Raúl Alfonsín inauguró los talleres Tafí Viejo. O sea que pude viajar en el tren Belgrano antes de que fuera reemplazado”, recuerda el hombre nacido en 1951.
Apasionado, cuenta que cuando la primera parte del tren está lista, suelen armar de a poco lo que sigue. “Se pueden comprar los buques, las ruedas, los ganchos y comenzar a armarlo como le gusta. Cuando se pintan los trenes, se busca reproducir el modelo argentino o hacer un modelo americano, que son distintos”, cuenta.
“En un momento, tuve la posibilidad de adquirir una caja básica y a partir de ahí fui comprando más. Después, ya en la Asociación de Ferromodelismo surgieron más y ahora tengo un emprendimiento privado, Hurligham Pass, con el que organizo exposiciones, generalmente colegios. Ahí vamos con una maqueta que se puede desarmar y transportar para que los chicos vean cómo se arman”, agrega.
Junto a sus amigos y compañeros de hobby, construyó un galpón de 10 metros de ancho y 4,5 de largo donde montaron el Hurlingham Pass: un tendido ferroviario inserto en un paisaje imaginario del oeste norteamericano que recrea una maqueta americana aunque basada en los años 50 y 60 de Argentina. Su maqueta está compuesta por dos círculos de 30 metros y cuyo recorrido total es de 100 metros.
“Es más que un pasatiempo: relaja y ayuda a olvidar las cosas”, dice y se ríe. “Esto me recuerda todos los días a lo que viví hasta mis 8 o 9 años cuando mi papá trabajaban en distintas estaciones de la provincia de Buenos Aires”, finaliza.
*Puede ver maquetas en el Museo del Tren Ferroamigos Escobar, Círculo Ferromodelista del Oeste, Ferroclub Argentino CDP Escalada, Ferroclub CDP Lynch y Asociación Amigos del Tranvía.