El jueves 28 de enero de 1943 un gran hidroavión de los Estados Unidos amerizó en la costa de la ciudad norteña de Natal, Brasil, y tomó posición cerca de una rampa de madera. Al abrirse su puerta se observó a un hombre negro que llevaba en sus brazos al presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR), enfermo de poliomielitis desde 1921. Primero lo pusieron en una silla de ruedas y luego lo trasladaron a un jeep militar. FDR llegaba de participar de la cumbre de Casablanca con el británico Winston Churchill y dos altos jefes militares de la Francia Libre. También debió haber concurrido el líder soviético Iósif Stalin pero faltó porque en esos momentos se estaba decidiendo la suerte de la batalla de Stalingrado.
Durante la Conferencia de Casablanca (África), Winston Churchill y Roosevelt acordaron cuatro decisiones que influirían en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial: 1) la invasión de Sicilia (Italia) con la “Operación Husky”; 2) a pedido (o presión) de Stalin acordaron invadir Francia en 1944 (Normandía); 3) demandar al Eje Berlín-Roma-Tokio la “rendición incondicional” y 4) endurecer las acciones contra el Imperio de Japón. Tras los encuentros Roosevelt y Churchill viajaron por auto hacia Marrakesh, “la París del Sahara”, en donde se instalaron en una villa y descansaron. El 25 de enero de 1943 a la mañana Roosevelt emprendió vuelo a través de Lagos, Dakar, cruzó el Atlántico hasta Brasil. Ese mismo jueves 28, el presidente brasileño Getulio Vargas salió de Río de Janeiro en un avión de la Fuerza Aérea de los EE.UU. dejando a Getulinho, su hijo de 26 años hospitalizado e inconsciente, víctima de poliomielitis y moriría el 2 de febrero. Los dos mandatarios tuvieron dos largos encuentros. Uno en un barco de guerra de los EE.UU. atracado en el puerto de Natal, en la costa del Río Potengi (de ahí el nombre de la cumbre presidencial). Luego visitaron la Rampa de hidroaviones y pasearon a bordo de un jeep mientras dialogaban. En un momento, cuentan los historiadores, conversaron a solas porque ambos hablaban francés.
En esos dos días que pasaron en Natal los dos acordaron: 1) EE.UU, aceptó firmar acuerdos de asistencia militar y la creación de la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB), constituida por infantes, marinos y aviadores militares que intervendrían en territorio europeo; 2) EE.UU prometió acelerar la construcción de “Volta Redonda”, la madre de la industria siderúrgica de Brasil. Roosevelt sugirió terminarla en 5 años y Vargas la solicitó en tres; 3) Brasil aceptó la permanencia de la base estratégica en Natal para que los aviones de los EE.UU. abastezcan a sus tropas en África, Oriente Medio y Asia; 4) Brasil aceleró las entregas de caucho, considerado “oro blanco” (para los neumáticos y demás usos), micas, tungsteno, monacita y otros minerales; 5) El control y la seguridad del Atlántico Sur también fue analizado. Alemania ya había hundido cargueros brasileños.
En Buenos Aires el encuentro fue muy mal visto, aunque el canciller Ruiz Guiñazú lo consideró “lógico y natural”. Un observador británico diría que “durante más de 40 años la Argentina ha sido la espina en la carne de sucesivos gobiernos norteamericanos, en razón de haber liderado continuamente la resistencia latinoamericana a la hegemonía de los Estados Unidos sobre el hemisferio occidental. Tanto los liberales argentinos –entre ellos, el doctor Saavedra Lamas—como los nacionalistas y militaristas, han exasperado a los estadistas norteamericanos con su pretensión de ser la voz de América Latina contra la dominación ‘yanqui’ o la ‘diplomacia del dólar’” y consideró a la Argentina como “un trepador arrogante”. A diferencia de la Argentina, en Brasil, con más realismo, consideraban a los EE.UU. como una potencia y que naciones como Brasil tenían un rol secundario y analizaban la posibilidad de ubicarse como una “potencia asociada”.
Para algunos estudiosos la Argentina fue la “primera potencia mundial” a comienzos del Siglo XX y lo que en verdad era un “privilegiado” gran socio comercial del imperio británico, sin formar parte del Commonwealth. Gran exportador de los productos del campo (granos, carnes, cueros) pero carecía de un gran desarrollo de productos industrializados. ¿Cómo se observa? En 1937, en las puertas del conflicto mundial, la Armada de Guerra de la Argentina era la más poderosa de América del Sur pero sus buques más importantes eran fabricados mayormente por astilleros estadounidenses y británicos.
Si algunos investigadores como Carlos Escudé estiman que la “declinación” argentina comenzó en 1942, antes del advenimiento del peronismo, es justo decir que para esa época la Argentina no era una “potencia mundial” como se observa en los términos de hoy. Sí lo eran, por ejemplo, los Estados Unidos o Japón. El historiador Max Hastings considera que antes de la guerra, Japón era el cuarto exportador y su flota mercante era la tercera a nivel mundial y entre 1937 y 1944 “consiguió incrementar la producción de acero en un 46%”. Todo era poco frente a la apabullante industria militar norteamericana de 1943: Estados Unidos construyó 85.898 aviones, 15 portaaviones, dos acorazados, 11 cruceros, 128 destructores y 200 submarinos. Japón, 16.639 aviones, 1 portaaviones, 2 cruceros, 11 destructores y 58 submarinos. En 1944, mientras en Buenos Aires escaseaban los neumáticos para sus automóviles y camiones, en los Estados Unidos, Hasting dixit, “cada 295 segundos salía un avión de una fábrica y hacia el final de ese año casi cien portaviones estadounidenses se encontraban en el mar.”
En la Argentina, entre febrero y marzo de 1943, según el historiador estadounidense Robert A. Potash se terminaron de redactar las “Bases” del “Grupo Organizador y Unificador” o “Grupo Obra de Unificación” (G.O.U.), una logia militar que preparaba un golpe de Estado contra el presidente constitucional Ramón Castillo. De acuerdo al historiador, el redactor fue el coronel Juan D. Perón. En el Acta se afirma, entre otros temas, que se “persigue unir espiritual y materialmente a los Jefes y Oficiales combatientes del Ejército”. El redactor considera: “Estamos abocados a una situación tan grave como no ha habido otra desde la organización del país. Estamos frente a un peligro de guerra, con el frente interno en plena descomposición.”
En el documento se consideran “dos acciones de los enemigos: Una presión en fuerza por Estados Unidos a hacerse efectiva por ese país o por sus personeros y la destrucción del frente interior iniciada por la penetración y agitación del país por agentes de espionaje y propaganda, a la que amenaza seguir con la conquista del Gobierno en las próximas elecciones y luego con la renovación comunista tipo Frente Popular”.
El 4 de junio de 1943, mientras se libraba la Segunda Guerra, y la Argentina se mantenía “neutral”, Ramón Castillo fue depuesto por “la revolución de los coroneles” y el GOU. Quien debía asumir, el general Arturo Franklin Rawson, no lo hizo. Así llegó primero el general Pedro Pablo “Palito” Ramírez y posteriormente el general Edelmiro “El Mono” Farrell. Uno de los momentos más críticos de la presidencia de facto de Ramírez fue en septiembre de 1943 cuando trascendió a la prensa los términos de una carta que el canciller Segundo Storni le envió al Secretario de Estado estadounidense Cordel Hull, con fecha 5 de agosto de 1943. Según dejó asentado el embajador brasileño en el Informe Confidencial N° 20, del 15 de septiembre de 1943, “la carta del canciller argentino es un documento más que infeliz, desastroso. Constituye un verdadero líbelo contra los hombres de éste país, que son presentados como deshonestos y corruptos. Estaba persuadido que la carta no pasaba de una somera enumeración de los motivos por el que a República Argentina no podía decidir la ruptura de relaciones con las potencias del Eje y solicitaba las máquinas necesarias para el desarrollo de su industria petrolera y de armas para el perfeccionamiento de su deficiente material bélico.” Fue reemplazado por el “neutralista” coronel Alberto Gilbert, que ejercía como Ministro del Interior.
El 17 de julio de 1943, el vicepresidente, almirante Sabá H. Sueyro, falleció en el Sanatorio Anchorena y fue reemplazado por el general Edelmiro Julián Farrell. Detrás del nuevo vicepresidente ascendía en cargos y funciones el coronel Juan Domingo Perón. Como ya hemos dicho en otra oportunidad, pocos meses más tarde, el 26 de enero de 1944, la Argentina rompió relaciones diplomáticas con el Eje. Tras la decisión, Ramírez intentó un segundo paso no menos riesgoso: le exigió a Farrell que abandonara el cargo de Ministro de Guerra. Frente a la exigencia el general Farrell recurrió al GOU y el despedido fue Ramírez. Según un informe que contiene el archivo del ex presidente Getulio Vargas, escrito en español, “el gobierno militar del triunvirato Farrell-Perón-Perlinger, desde el derrocamiento del general Ramírez, consumado violentamente en la quinta presidencial de Olivos el 24 de febrero, no pronuncia una sola palabra con relación a la política internacional. En esa materia está mudo, absolutamente mudo, como si nada ocurriera. Tampoco permite que la prensa nacional publique informaciones o comente la situación internacional del país.”
Sin piedad, el extenso informe analiza la soledad argentina. Cuarenta y dos días antes de la caída de Berlín, el 27 de marzo de 1945 el gobierno de facto de Edelmiro Farrell declaró la guerra a las exhaustas potencias del Eje y expresó su interés por firmar el Acta de Chapultepec, hecho que concretó el 5 de abril de 1945. Actitud que le permitiría ser miembro de las Naciones Unidas.