La imagen estremece. Se puede ver en un pozo enorme que luego se popularizó como “La Cava” un auto incendiado, con la puerta del acompañante abierta y sobre el asiento lo que queda de un cuerpo calcinado. Y fuera de él las piernas con las botas tejanas puestas: se trata de la foto que publicó el diario El Mensajero de la Costa el domingo 26 de enero de 1997 en su portada bajo el título: “Hombre carbonizado en el interior de un vehículo-General Madariaga-Paraje Manantiales” y un epígrafe que anticipaba y sintetizaba el horror: “Se trataría de un fotógrafo de la revista Noticias”.
Un día antes, pasada la medianoche, ya en los primeros minutos de aquel fatídico 25 de enero de 1997, el poderoso empresario de correos Oscar Andreani agradecía de la mano de María Rosa, su esposa, la presencia en su residencia del norte de Pinamar de decenas de invitados a su fiesta de cumpleaños número 54. “Gracias por compartir conmigo esta noche y el privilegio de poder vivir”, expresaba en medio de un clima de alegría desbordante.
Entre los asistentes al festejo estaba el fotógrafo de la revista Noticias, José Luis Cabezas, a quien Andreani abrazó especialmente apenas terminó de decir esas pocas palabras porque lo consideraba su amigo. La relación entre ambos trascendía lo meramente periodístico. Tan era así que José Luis, que estaba en todos los detalles, le llevó de regalo una remera azul y blanca a rayas, acorde a la temática de la celebración llamada “La fiesta del Capitán”, como lo mencionaba la anfitriona que daba la bienvenida a cada uno de los presentes. Vale aclarar ese gesto del obsequio de José Luis que demostraba la amistad que existía, porque el resto de periodistas y fotógrafos de distintos medios que trabajaron allí concurrieron simplemente para la cobertura del evento. Cabezas además de hacer su trabajo profesional lo sentía de manera más fraternal.
Pero tan solo unas horas después, un grupo de delincuentes decidía sobre ese “privilegio de poder vivir” del que había hablado Andreani, y secuestraba y mataba de dos disparos en la nuca al respetado colega. Además lo esposaba y quemaba su cuerpo dentro del Ford Fiesta blanco en el que se trasladaba, en la mencionada cava de General Madariaga, a 16 kilómetros de Pinamar.
José Luis había llegado a la ciudad como todos los veranos para cubrir periodísticamente la temporada junto al periodista Gabriel Michi. El verano anterior habían logrado fotografiar a otro empresario postal tan poderoso como enigmático: Alfredo Yabrán, a quien se lo veía caminar por la playa con un short multicolor charlando animadamente con su esposa, María Cristina Pérez. A Cabezas le llevó dos jornadas de trabajo aquel hallazgo de ponerle rostro a este empresario que hasta allí vivía oculto en las sombras, al que se le adjudicó decir: “Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente”, aunque él luego se cansó de desmentirlo. Al que sí le pegaron no un tiro, si no dos, fue a José Luis y en la nuca, luego de obligarlo a arrodillarse indefenso, para de manera cobarde rematarlo después de haberlo golpeado de manera salvaje.
El autor de los disparos según determinó la justicia fue el por entonces oficial de policía Gustavo Prellezo, quien había sido el segundo en jefe de la comisaría de Pinamar hasta unos meses antes. En el juicio también se demostró que Yabrán le pidió a su jefe de seguridad, Gregorio Ríos, que quería pasar un verano tranquilo, no como el anterior que fue fotografiado en la playa. Y le indicó que coordine esa orden con Prellezo, con quien el empresario ya había estado reunido en sus oficinas. Todo fue descubierto gracias a que para la investigación se utilizó por primera vez el Sistema Excalibur de entrecruzamiento de llamadas que permitió demostrar la numerosa cantidad de comunicaciones telefónicas entre las partes involucradas.
Entonces a Prellezo no se le ocurrió mejor idea para abaratar costos que subcontratar “mano de obra marginal y económica” para quedarse con más dinero del total que recibió, proceder de manual del rezago de aquella “Maldita Policía” bonaerense de los 90. Así dio con cuatro lúmpenes de la zona de Los Hornos, perteneciente al partido de La Plata, por eso se los bautizó como la banda de “Los Horneros”, conformada por José Luis Auge, Héctor Miguel Retana, Sergio Gustavo González y Horacio Braga.
La madrugada trágica del 25 de enero “Los Horneros” merodearon el chalet de Andreani ubicado en Priamo y Burriquetas, la custodia de Andreani acudió a pedido de los vecinos que advirtieron actitudes sospechosas, llamaron a la comisaría que estaba a cargo de Alberto “La liebre” Gómez, pero la policía nunca llegó porque luego en la investigación y el juicio posterior se demostró que la zona estaba liberada para que cometieran el hecho. Gómez, días antes, se había cruzado con Cabezas y le había mencionado “qué grande que está tu hija”, en referencia a Candela, que por entonces tenía cinco meses de edad. Lejos de sentirse halagado, el fotógrafo se preocupó, porque percibió que lo estaban espiando. Además, para esa época ya había recibido otras amenazas.
Pero como se armó una especie de escándalo en las inmediaciones, “Los Horneros” prefirieron abandonar el lugar donde se celebraba el cumpleaños y esperaron a Cabezas pacientemente en la puerta de la casa de la calle Rivadavia en el centro de Pinamar, donde residía junto a su mujer, María Cristina Robledo, con quien había tenido a Candela, de tan solo cinco meses, y dos hijos de su anterior pareja, Agustina y Juan.
Dentro de la fiesta nadie se enteró ni trascendió información de lo que había sucedido afuera, si no quizá hubiese permitido tomar mayores recaudos no solo a los presentes, sino a periodistas y fotógrafos que hubieran dado a conocer lo ocurrido con los sospechosos y la no concurrencia de la policía en los medios donde trabajaban, además de estar advertidos acerca de su propia seguridad personal.
Pero no fue así, la música, la buena comida y bebida continuaban marcando el ritmo de una noche en la que Andreani movía sus caderas en lo que sus organizadores calificaron como “La fiesta del año”, donde apareció disfrazado de Capitán del Old Saylor Shipping Cruises invitando a un viaje imaginario a orillas del mar. Entre sus doscientos invitados estaban presentes y muy activos en especial contoneándose durante el baile el otrora presidente de la Cámara de diputados bonaerense e híper duhaldista Osvaldo Mércuri, y el por entonces intendente de Pinamar, Blas Altieri, con quien se decía que el propio Alfredo Yabrán proyectaba la construcción de un puerto deportivo para potenciar aún más la ciudad balnearia.
La fiesta todavía ardía cuando cerca de las cuatro de la mañana, el periodista de Noticias Gabriel Michi se retiró porque temprano llegaban unos amigos ya que el 26 era su cumpleaños. Le dejó el Ford Fiesta blanco a Cabezas, su compañero, y se fue junto a Carlos Alfano, fotógrafo de la revista Para Ti. José Luis fue uno de los últimos en irse pasadas las cinco porque disfrutaba esa fiesta como todos los periodistas que cubrían la temporada por lo divertida, por lo bien servida, y porque además lo unía una sincera amistad con el empresario. Casi lo lleva hasta su casa el fotógrafo Eduardo Lerke, muy reconocido entre sus pares por buen compañero, quien trabajaba en dupla para la revista Caras con otro querido colega como era Mario Rodríguez Muñoz.
A cuadras de allí y al acecho, lo esperaban en el Fiat Uno de Gustavo Prellezo, el policía y los cuatro “Horneros”. Apenas Cabezas estacionó frente a su casa y bajó del vehículo dos de los delincuentes lo abordaron. González lo agarró por detrás violentamente del cuello, mientras Braga lo encañonaba con su arma. Cuando lograron reducirlo lo subieron al propio auto del fotógrafo. Adelante, marcando el camino iban Prellezo, Retana y Auge en el otro vehículo. Dieciséis kilómetros interminables de terror vivió José Luis hasta que lo ejecutaron sin piedad.
A las pocas horas, el puestero de estancia Pedro Hilario Guevara, se acercó hasta la cava porque divisó humo a la distancia. Y de inmediato dio aviso. El problema era que los mismos policías que habían liberado la zona eran los que debían investigar. Cuando lo convocaron a su compañero de equipo de trabajo, Gabriel Michi para que certificara si se trataba del cuerpo de Cabezas, el periodista siempre aseguró que se sintió en peligro en medio de agentes nada profesionales que pisoteaban la escena del crimen casi a propósito, fumaban y tiraban las colillas a metros del cadáver. Michi, además de ver el cuerpo quemado e irreconocible de su compañero, descubrió que el auto pese a estar incendiado tenía una abolladura en el guardabarro delantero derecho igual que el de ellos, comparó un manojo de llaves que se encontró y eran las mismas que él tenía de la oficina donde trabajaban, un reloj de la víctima, y también observó rollos de fotos quemados en el coche, más allá de que no fue hallada la cámara, que apareció en el mes de mayo en un canal de la Ruta 11. Todos esos indicios le demostraban que la víctima era José Luis.
Lo curioso fue que el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde una hora más tarde pasó con su camioneta por la zona porque iba a pescar, consultó qué era lo que pasaba, los policías le hablaron de un alerta por un auto quemado pero aún no se sabía que dentro había un cuerpo calcinado, y el mandatario siguió viaje sin interrumpir su jornada deportiva.
Lo que siguió fue un caos informativo, el dolor inacabable de sus padres, Norma y José, de Gladys, su luchadora e incondicional hermana, su mujer maría Cristina, sus tres pequeños hijos, toda una familia destrozada. Y una investigación inicial tendenciosa y deficitaria, en la que se detuvo con el comisario Víctor Fogelman a la cabeza a Margarita Di Tullio, alias “Pepita la pistolera”, conocida por regentear piringundines en Mar del Plata, y a lo que se llamó su banda, porque se insistía con que José Luis estaba investigando la mafia de los cabarets. El juez José Luis Macchi que llevaba la causa enfrentó todo tipo de elucubraciones y pistas falsas que iban apareciendo en el camino, pero se llegó a descubrir y condenar a los culpables.
Así fueron sentenciados a reclusión perpetua por su carácter de policías, lo que agrava la pena, Gustavo Prellezo como ejecutor de los disparos y el comisario Alberto Gómez (fallecido) , Sergio Camaratta (fallecido) y Aníbal Luna, por liberar la zona para facilitar que se lograra la finalidad del crimen.
Y recibieron prisión perpetua el jefe de custodia de Alfredo Yabrán, Gregorio Ríos, y los cuatro integrantes de la gavilla de “Los Horneros”, José Luis Auge, Héctor Miguel Retana (fallecido en prisión), Sergio Gustavo González y Horacio Braga. Quien no pudo seguir siendo investigado fue Alfredo Yabrán, quien cuando se libró una orden de captura en su contra, huyó, se refugió en su estancia de San Ignacio, muy cerca del poblado de San Antonio en su Entre Ríos natal, y terminó suicidándose de un escopetazo en la boca el 20 de mayo de 1998. Para direccionar la investigación hacia él fue clave el testimonio ante la justicia de la ex policía Silvia Belawsky, ex esposa de Prellezo, quien declaró que él trabajaba para Alfredo Yabrán desde 1995 y que mató a Cabezas porque Yabrán se molestaba por las fotos y persecuciones que le hacía.
Hoy los que sobrevivieron están libres y cualquiera se los puede cruzar en su camino. Gustavo Prellezo es abogado y cómo su pena está extinguida puede ejercer la profesión sin problemas. Curiosamente, la hija de Gladys, hermana de José Luis, trabaja en un estudio muy cercano al del ex policía, homicida de su tío.
Vale también rememorar los dichos del fiscal de la causa Felipe de Felitto, que se mostró satisfecho por la investigación y las respectivas condenas, pero siempre se lamentó de “no haber podido demostrar que había otro grupo para actuar si fallaba con funcionarios policiales incluidos”, afirmó siempre.
Cabezas hubiese cumplido 62 años el 27 de noviembre de 2023, pero un grupo de asesinos le impidió despedir a sus padres, seguir disfrutando a su mujer, a su compinche hermana, a sus sobrinos, a sus hijos, y desde hace poco más de dos años a Riu, su nieto, hijo de Agustina.