Aylén Pérez tiene 26 años, es madre de dos niños, y hace poco más de un año donó óvulos por primera vez. Había tenido una conversación con otra mamá en una plaza que despertó su curiosidad y quiso saber en qué consistía. Se asesoró, pasó por todos los estudios médicos correspondientes, y pudo concretarlo. En diálogo con Infobae, cuenta cómo fue su experiencia, las dudas que tuvo, y los prejuicios que enfrentó del entorno. También, la palabra de la doctora Yael Braunsteni (MN 161369), coordinadora del programa de ovodonación de una clínica de Recoleta: cómo es el procedimiento, el perfil de las donantes y la compensación económica que reciben.
“Fui a llevar a mis nenes a jugar a la plaza –los niños actualmente tienen 3 y 9 años-, y había una señora embarazada que estaba con sus sobrinas; me contó que recurrió a una donante de óvulos porque había estado intentando mucho tiempo, y vivió una larga lucha para poder ser mamá”, cuenta Aylén, que desde el primer momento despliega amabilidad y ternura al hablar de sus hijos. Conocer esa experiencia la movilizó, porque ya había escuchado otros casos similares, y sintió que si estaba a su alcance, quería hacer algo para ayudar.
“Siempre fui muy fértil, y sé que no voy a tener más hijos, entonces si puedo ayudar a otras personas que sueñan con vivir lo que yo vivo todos los días, quiero hacerlo”, sostiene. Después tuvo una charla con su excuñada, madre de su sobrino, y para su sorpresa, le comentó que ella había donado hacía un tiempo. Eso le brindó aún más tranquilidad, y empezó a buscar clínicas que realizaran técnicas de fertilización asistida de alta complejidad. Agendó una cita y en ese primer encuentro despejó muchas incógnitas que le preocupaban. “No sentí que estaba en una consulta médica, sino que era como si estuviste hablando con un familiar, fueron muy claros, me explicaron todo con mucha amorosidad, y no me quedé con ninguna duda, sabía que quería avanzar”, indica.
La doctora Braunsteni cuenta que la entrevista con las potenciales donantes es el momento para derribar tabúes y hablar sobre todo aquello que las inquiete. Para orientar acerca del procedimiento, explica que es el mismo que se realiza cuando una mujer decide criopreservar sus óvulos, es decir que tanto las pacientes que buscan proteger su fertilidad a futuro, como las donantes, pasan por el mismo proceso. “Ha bajado la edad en la que típicamente se criopreservaba, porque hoy estamos teniendo consultas de mujeres de 32 a 35 años, que es la población correcta a la que debería apuntarse, lo que pasa es que los ginecólogos no siempre hablan del tema, y entonces las pacientes no se enteran, y lo mismo pasa con la desinformación con respecto a la donación”, señala la médica.
Muchas veces le consultan el tipo de estimulación, la medicación que se utiliza, y cómo se administra. De hecho, Aylén confiesa que uno de sus temores eran las inyecciones, porque jamás se había aplicado una ella misma. “Cuando me explicaron todo me di cuenta que no era algo que no pudiera hacer, son subcutáneas, y es un período de aproximadamente 12 días de aplicación, según cómo evolucione el ciclo de cada mujer”, explica la joven, que después de haber donado cinco veces, conoce cada paso a la perfección.
La médica, que coordina el programa de ovodonación en Halitus, lanzado en 1992, aclara que se realiza un seguimiento muy estricto de la estimulación ovárica, y cada 48 horas se monitorea a través de una ecografía. “Muchas mujeres lo hacen de manera complementaria a sus trabajos habituales y a su vida cotidiana, se organizan y somos muy flexibles y tratamos de ajustarnos a los horarios que más les convenga”, asegura Braunsteni. Otro de los ítems que se repite en las charlas son los efectos del procedimiento en la fertilidad propia de cada mujer.
“Muchas creen que la reserva ovárica va a disminuir y que van a perder chances de un embarazo a futuro, pero no es así: les explicamos que las mujeres todos los meses reclutamos una cantidad de folículos, que puede variar, entre 10 y 20 folículos, según la edad y particularidades propias, y sucede desde la menstruación en la pubertad; entonces, del total de los folículos, uno solo se ovula y todos los restantes, se eliminan del ovario. Con el procedimiento apuntamos a una estimulación ovárica para que todos crezcan y maduren, y un poquito antes de ovularse, poder aspirarlos en quirófano, a esos mismos folículos que la mujer hubiera descartado por la naturaleza propia de su ciclo”, indica la doctora.
Aylén coincide en que cada vez que cuenta su experiencia, otras chicas de su edad le cuestionan si no tendrá consecuencias a futuro en caso de que quiera volver a ser madre. “La gente que te dice: ‘Pero vos ponés tu cuerpo, eso te puede hacer mal’, cuando está demostrado que si yo quisiera ser mamá dentro de tres meses por más que haya donado hoy, lo puedo hacer, y obvio que es mejor tener un acompañamiento médico; pero muchos no lo entienden y les parece una locura”, remarca. Por eso es de gran importancia que la potencial donante pase por todas las etapas necesarias, incluido un psicodiagnóstico, para corroborar que tiene en claro de qué se trata.
El tabú y la falta de información
Después de evaluar los antecedentes clínicos, se realiza una ecografía transvaginal para un conteo de folículos. Si los resultados son propicios para continuar, se avanza hacia un análisis de sangre hormonal y un laboratorio general de enfermedades de transmisión sexual. En el correr de un mes, o mes y medio, están disponibles todos los resultados, incluida una evaluación genética y una evaluación psicológica. Y por supuesto, la donante no debe abonar ninguno de los estudios.
Una psicóloga especialista en fertilidad evalúa a la potencial donante desde el punto de vista emocional, y corrobora que no quede ningún tipo de duda. La doctora indica que se trata de mujeres de entre 18 y 32 años -puede haber casos de hasta 34, si la reserva ovárica y los valores hormonales lo permiten- y que la gran mayoría no presenta ninguna confusión con respecto al acto solidario que está por concretar. “Son conscientes de que al donar los óvulos se desentienden, que no hay lugar al reclamos ni del receptor o receptora, ni de los hijos que existan gracias a la donación, para con la donante ni de la donante para con el receptor, y que nadie va a venir a buscarlas dentro de unos años”, asegura Braunsteni. En este sentido, Aylén cuenta que más de una vez le dijeron que “iba a repartir hijos por el mundo”, y que ha discutido con varias personas al respecto.
“Me decían: ‘¿Pero cómo podés hacerlo? ¡Es un hijo!’, porque muchos piensan que ese óvulo es tu hijo, y no es tu hijo, hay que tener en claro que una está dando una célula que le puede cumplir el sueño a otra persona, y va a ser hijo de quien que lo cargue 9 meses o quien lo críe toda su vida; yo soy solo una parte del proceso”, manifiesta la joven. Todas esas miradas de desaprobación y desconocimiento son los motivos por los que la primera vez que donó no se lo contó a nadie, y a partir de la segunda ovodonación se animó a dar a conocer su experiencia.
“Mi papá al principio no lo entendió, y después cuando le expliqué todo se tranquilizó, y mis hijos lo saben, a los dos les dije que es para ayudar a otra familia que quiere tener un bebé, y para que otras personas puedan cumplir su sueño, como yo lo cumplí con ellos”, revela Aylén. Actualmente en la clínica que eligió se presentan entre 20 y 25 donantes por mes, y cada una firma un consentimiento, donde deja en claro que no le corresponde ningún derecho de maternidad ni identidad sobre los óvulos que donó.
Desde hace algunos años se incluye en varias instituciones la posibilidad de una “donación abierta”, que tiene algunas diferencias con una “donación anónima”. “Hasta hace poco, siempre fue anónima la donación, y solo mediante un orden judicial se podía acceder a ciertos datos como color de cabello, ojos, piel, y un hobby de la donante, pero ahora se introdujo la opción de identidad abierta, que implica que ese hijo o hija que resulte de un embrión con ovodonación, a los 18 años puede saber nombre y apellido de la donante y antecedentes clínicos, como por ejemplo alguna condición de tiroides o presión sanguínea”, detalla la doctora.
Algunas lo aceptan sin dudar, y consideran que esos datos serán importantes para el legajo clínico a futuro, pero otras prefieren mantener el anonimato. Más allá de que en los análisis previos a la donación se analiza detenidamente los valores para descartar otras patologías previas, como carcinomas y fibrosis quística. “Estadísticamente la mujer por debajo de los 40 años tiene menor riesgo de tener un recién nacido con alguna enfermedad cromosómica, y por eso se suele recibir a menores de 32 años, porque generan menos embriones con algún defecto cromos, pero de todas maneras el embrión está compuesto por óvulo y espermatozoide, se debe considerar la totalidad y un sinfín de factores”, explica la profesional de la salud.
Compensación económica
“Hay una compensación económica y la verdad es que a muchas mujeres les suma como un ingreso esporádico, y eso no está mal”, sostiene la doctora. En valores de enero de 2023, en caso de que la donación sea abierta, ronda los 350.000 pesos. Y si la donación fuese anónima, desciende a 300.000 pesos. “Esa suma es por el esfuerzo que cada una pone durante esos 15 días que está en tratamiento, porque el resto es el tiempo que se esperan los estudios, además te cubren los viáticos los días que quizá tuviste salir antes del trabajo, o las 24 horas de reposo por la punción; yo creo que es un dinero que sirve muchísimo, más como está todo hoy en día, pero ojalá que las que vayan no lo hagan por eso solamente, sino que sepan también que se trata de ayudar”, argumenta Aylén, que es empleada doméstica y niñera.
“Para mí hay un millón de razones para hacerlo, y yo sé lo que es tener hijos, sé lo que es desearlos, y me gustaría que todos los que lo deseen puedan tenerlos en brazos, eso es lo más importante”, resalta. Confiesa que siempre tuvo vocación maternal, y que cuando tuvo a su primogénito ella tenía 16 años. “Era chica, pero desde el momento en que me enteré que estaba embarazada, estando separada, dije: ‘Este es mi bebé', y lo hablé con mis papás, les dije que me iba a hacer cargo, me puse a trabajar, y ellos me ayudaban a cuidar al nene mientras yo trabajaba; lo disfruté y lo sigo disfrutando todo lo que puedo”, expresa. Cuando su hijo cumplió un año se puso en pareja con quien iba a ser el padre de su niña, y actualmente siguen juntos.
“Hace cuatro años cuando decidimos que íbamos a ser papás juntos, sentimos que era el momento, y para mí mis hermanos son los más importantes de mi vida, así que yo sabía que quería que mi hijo tuviera una hermanita, y quedé embarazada enseguida”, comenta. Tiempo después fue con los dos niños en la plaza y allí conoció a la señora que le contó sobre ovodonación, y paso a paso, enfrentó los temores. “La punción ovárica me daban un poco de miedo, pero cuando supe que se hace bajo sedación me calmé, y es uno de los motivos por los que le conté a mis hijos, porque quizá ese día podía sentirme un poco hinchada, y por ahí no iba a poder alzar a mi nena, que ya pesa 17 kilos, entonces quería ser sincera con ellos y explicarles porqué su mamá estaba un poco dolorida”, indica.
Con ternura y orgullo, cuenta que cuando ese momento llega, su hijo mayor “la trata como una reina”, y se preocupa porque no le falte nada, para que repose esas primeras 24 horas. “Es un procedimiento que algunas lo transitan como si nada, otras que son un poco más sensibles pueden llegar a experimentar algunas molestia: en quirófano simulamos una ovulación con una aguja muy finita, y en general en un día los síntomas similares a un síndrome premenstrual, desaparecen; y algo que es mucho menos frecuente es que se forme mucho líquido si después de la punción, porque cuando aspiramos el líquido folicular, depende de cada mujer si se vuelve a formar, pero controlamos a todas las donantes para ver que evolucionen bien”, indica la doctora.
Aylén pasó por el procedimiento cinco veces y en febrero será la sexta y última, porque es el tope de cantidad de donaciones que se puede realizar. “Me sentí muy contenida, supe en todo momento qué iba a pasar, me despejaron las dudas sobre los riesgos, y en caso de sentir algo raro hay hasta un WhatsApp de guardia para consultar, y solo ese primer día de la punción es el que se siente algo de molestia durante el día, pero se transita con un antinflamatorio, y a las 72 horas ya estaba como nueva”, comenta la joven. Además, en las casas donde trabaja hace ya varios años no tuvo ningún inconveniente para compaginar sus rutinas médicas. Presentó los certificados correspondientes cuando requirió de reposo, y en caso de retirarse antes, compensó con más horas otros días.
Ahora su mayor sueño es ser partera, y acaba de terminar el CBC en la Universidad de Buenos Aires para comenzar la carrera. No solo habrá ayudado a que otras personas puedan tener a sus bebés, sino que también en el futuro será quien los traerá al mundo. Este tipo de actos emociona incluso al equipo médico, y la doctora Braunsteni lo expresa en representación de sus colegas. “Cuando preguntamos los motivos por los que se acercan, hay un sinfín, pero muchas veces nos sorprende la capacidad de ponerse tanto en la piel del otro, como Aylén, e incluso una receptora de donación una vez me dijo: ‘Ahora que estoy de este lado, pasando por todo esto, si yo de joven hubiese sabido que existía esto, hubiera donado óvulos’, y de eso se trata, de pura colaboración y pura empatía”, concluye.