El agua es un símbolo poderoso, que adquiere diferentes significados que siempre atañen a los momentos de transición más importantes de la existencia. Es el símbolo por excelencia de la vida, el renacimiento y la purificación, y por ello también está presente en ocasiones en los ritos funerarios. Encarna el principio femenino, tanto por aspectos relacionados con la fertilidad como por su carácter de elemento líquido, puro, adaptable y receptivo. Es visto como un elemento de fuerza misteriosa, capaz de transformarse continuamente, penetrando el suelo y las rocas y nutriendo la tierra en forma de lluvia. El simbolismo del agua es articulado y complejo y cambia según el tipo de agua: el océano, por ejemplo, es visto tradicionalmente como una fuerza o divinidad masculina, mientras que los manantiales, próximos a la selva y los bosques, se asocian a divinidades femeninas. El simbolismo y las alegorías de los mitos antiguos se pueden encontrar en las grandes religiones, y todos estos elementos unen las grandes narrativas sagradas de la humanidad, desde los baños rituales de los Misterios eleusinos de la antigua Grecia hasta la meditación de los monjes sintoístas del Japón. Partiendo de la religión más cercana a nosotros, el cristianismo, hacemos un recorrido por el mundo para descubrir lo sagrado en el agua.
En el judaísmo, el agua juega un papel importante, siendo protagonista de las abluciones rituales ligadas a la purificación, indicadas por la “Ley judía” (la Halajá): se trata de la tevilah, una inmersión completa en agua de mar o de río que toma la nombre “mikvek” que es un baño ritual que sirve para purificar el cuerpo tras ciertos actos impuros. El agua que llena la cuenca de la mikve debe provenir de una fuente natural, de un acuífero, por lo que la inmersión también puede tener lugar en un océano o un lago. Según la tradición, no debe haber barreras entre la mujer y el agua, por lo que se deben quitar la ropa, las joyas, el maquillaje, las uñas postizas y los productos para el cabello.
En el judaísmo ortodoxo la inmersión en la mikve es obligatoria después de la menstruación y antes de reiniciar las relaciones matrimoniales; después del parto y antes de reanudar las relaciones matrimoniales; para una novia, como preparación para la boda y como parte del proceso de conversión al judaísmo.
El lavado ritual de manos, que se produce en numerosas ocasiones, por ejemplo antes de rezar, al despertar por la mañana o antes de dormir o al salir del cementerio, entre otras. O entre las abluciones, una de las más importantes es “netilat yadayim”, el lavado que se realiza antes de tocar el pan. Cada lavado va siempre acompañado de una bendición específica y las abluciones son tan importantes que en algunos casos uno puede incluso ser excomulgado por no haberlas realizado.
Para los católicos, desde niños nos han enseñado que, al entrar a la iglesia, es importante mojar los dedos en la pila bautismal o en una pila de agua bendita y hacer la señal de la Cruz con el agua bendita. Es una manera de recordar el valor de nuestro Bautismo y recordar cómo hemos llegado a ser en todos los aspectos parte de la Iglesia.
En el Evangelio según Juan, Jesús dice a la samaritana: “Si supieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘¡Dame de beber!’, le habrías pedido y él te habría dado agua viva” (Jn 4,10). Esta “agua viva” de la que habla Jesús es Él mismo. El agua siempre ha tenido una importancia fundamental en las Sagradas Escrituras, como símbolo de salvación y purificación. La Liturgia se ha apropiado de esta dimensión espiritual del agua, convirtiéndola en uno de sus símbolos más importantes, con el Sacramento del Bautismo, y haciendo del agua bendita un sacramental.
¿Que es un “sacramental” para la Iglesia católica? Se lee en el catecismo, número 1667: “La Iglesia también estableció los sacramentales. Son signos sagrados mediante los cuales, con cierta imitación de los sacramentos, se significan y, por intercesión de la Iglesia, se obtienen efectos especialmente espirituales. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida”.
Otros dos sacramentales muy importantes que, como el agua bendita, nunca deben faltar en el hogar de un creyente, son el crucifijo y la sal bendita. Esta última no es muy conocida y utilizada por estos lares del cono sur de América. Los sacramentales tienen un poderoso efecto espiritual y sirven para santificar muchos gestos y situaciones cotidianas. Son, en cierto modo, oraciones transmitidas por objetos para obtener la benevolencia de Dios en diversas circunstancias. Pero no son objetos mágicos. El objeto en sí no tiene poder, es la fe de la persona y su convección la que, por medio de un objeto, puede llegar a ser útil espiritualmente. Los creyentes simples pueden usar el agua bendita para hacer la señal de la cruz cuando entran a la iglesia y guardando botellas de agua bendita en casa. Esto te permitirá pensar en el bautismo de Jesús y en tu propio bautismo. Además, el agua bendita está vinculada a usos rituales particulares. De hecho, puede utilizarse para consagrar, bendecir y exorcizar, pero sólo un ministro ordenado o alguien que actúe bajo la dirección de este último puede realizar estas acciones. Lo mismo ocurre con la práctica de rociar agua bendita sobre los ataúdes durante los funerales.
Consagrar: implica impartir una bendición permanente. Se puede operar sobre objetos, lugares e incluso personas. Una vez que algo o alguien ha sido consagrado, pertenece a Dios.
Bendecir: significa invocar la protección de Dios sobre alguien o algo. La Iglesia suele utilizar agua bendita para bendecir a los fieles durante los sacramentos y ceremonias. El Papa León IV (847-855) introdujo la práctica de que los sacerdotes bendijeran a los fieles con agua bendita todos los domingos mediante accesorios como la aspersión.
Exorcizar: como todos los sacramentales, el agua bendita es muy eficaz. Por este motivo se utiliza en abundancia durante los exorcismos, pero también cuando se quiere escapar del mal.
El uso inapropiado del agua bendita, así como de otro símbolo sacramental y, más en general, sagrado, debe considerarse una falta, pero muchas veces no es por maldad, sino por no saber de qué se trata. Muy a menudo aquellos que no practican ninguna fe se aprovechan de la despreocupación o la ignorancia de los creyentes para desacreditarlos a ellos y a sus creencias, precisamente aprovechándose de los errores y la despreocupación en el uso de símbolos y rituales. Es muy fácil caer en la superstición, utilizando incorrectamente los sacramentales y los propios sacramentos.
No podemos obligar a Dios a que nos conceda todo lo que queremos sólo porque nos portamos bien y mucho menos si podemos hacerlo con fórmulas mágicas y rituales improvisados en casa. El agua bendita no tiene poderes mágicos. No es un medicamento, no sirve para limpiar la casa, ni para alejar el mal de ojo si lo llevamos siempre en el bolsillo o colgado del cuello como amuleto de la suerte. Es sólo Dios quien decide lo que merecemos y lo que no, lo que nos debe pasar, bueno o malo. La única verdadera “magia” para un cristiano consiste en confiarse a su voluntad la cual como buen Padre, nunca puede ser mala y sobre todo debemos atesorar y hacer rendir los talentos que pone en nosotros.
Por lo tanto, también el agua bendita sólo tiene sentido si se interpreta como parte del camino cristiano, como un elemento precioso de salvación y de conexión con Cristo, con nuestro bautismo. Cualquier otra interpretación, cualquier otro uso pertenece al ámbito de la superstición, cuando el agua bendita se utiliza para practicar hechizos y ritos ocultistas.
El agua siempre ha sido considerada muy importante en las Sagradas Escrituras. Pero siempre ha tenido también un uso práctico insustituible: lavar, limpiar el cuerpo y prepararlo para el ritual. Antes de entrar a la basílica de san Pedro en Roma, los primeros cristianos debían lavarse muy bien las manos. Por este motivo, en el atrio de san Pedro se colocó una fuente, el cantharus o phiala. En Roma todavía encontramos uno muy grande y muy famoso, hoy conservado en los Museos Vaticanos. Se trata de la Piña de Bronce, de casi 4 metros de altura, que se encontraba en el siglo I cerca del Panteón y que, tras varios traslados, encontró su emplazamiento definitivo en el “Cortile della Pigna”. Con el paso de los siglos, la arquitectura de las iglesias cambió y el atrio se hizo cada vez más pequeño. Así, las fuentes dieron paso a pequeños estanques colocados inmediatamente a la entrada de la iglesia. Y nacieron las pilas de agua bendita.
En las normas diocesanas emitidas por San Carlos Borromeo leemos, respecto a cómo debe ser una pila de agua bendita: «El utensilio diseñado para el agua bendita... debe ser de mármol o piedra sólida, no porosa ni con grietas. Se colocará sobre un pilar convenientemente decorado que no estará en el exterior de la iglesia sino en el interior y, en la medida de lo posible, a la derecha de quienes accedan. Habrá uno al lado de la puerta por donde entran los hombres y otro para la puerta de las mujeres. No deben estar fijados a la pared sino separados de ella según convenga. Estarán sostenidas por una columna o pedestal, que no deberá representar nada profano.”
Lamentablemente, en muchos, muchos, muchos templos católicos esas pilas de agua bendita agua están vacías, y no por culpa de los fieles precisamente, sino por desidia eclesiástica. Algunos hasta lo consideran un rito anticuado y sin valor.
En el Islam, el agua es un símbolo de pureza, de la misericordia de Alá y de su poder divino. El agua es vista como un elemento con una fuerza beneficiosa. Regresa en muchos pasajes del Corán, en forma de río sagrado, agua de los oasis, bien, elemento de la creación, como en la sura que dice “Dios creó todos los seres vivientes del agua” (XXIV, 45). Elemento fundamental y bien precioso de la cultura árabe, sigue siendo hoy central en los rituales de purificación: por esta razón, muchas mezquitas tienen un espacio - normalmente situada en un patio - destinada a las abluciones rituales, para que los fieles puedan purificarse antes de entrar en el lugar sagrado.
Como vemos el agua purifica, da vida y sin ella la vida no podría existir. Debemos cuidarla y tratar con ella como si fuera nuestra amiga. Como nos dice San Francisco en le “Cantico de las criaturas”: “Alabado seas, mi Señor por la hermana agua, la cual es muy humilde, preciosa y casta.”