A unos 45 minutos en auto desde Mar del Plata, sobre la Ruta 11, en el kilómetro 552, está La Escondida. Como lo indica su nombre, llegar a esta playa, ubicada entre dunas y acantilados, tiene su desafío. Después, hay que descender varios metros por una pasarela de madera, que está rodeada de vegetación.
Hasta allí se trasladó Infobae con el objetivo de conocer la primera playa nudista de Argentina, recientemente catalogada como una de las siete mejores del país, según el ranking de la guía internacional de viajes, Lonely Planet. También con el propósito de descubrir cuál es el secreto del lugar que, a más de dos décadas de su creación, sigue siendo el favorito de turistas locales y extranjeros.
A modo de bienvenida, un cartel anuncia algunas reglas que, para los que vienen desde hace años, son una obviedad. La principal: está prohibido sacar fotos. Tampoco se permite la venta ambulante ni el ingreso con animales. Mucho menos fumar, escuchar música con parlantes y jugar a la pelota.
La caminata por el deck continúa unos metros hasta alcanzar una vista panorámica de la playa. Se ven personas con y sin traje de baño. Es que, el nudismo es opcional. “Por más que sea el distintivo de la playa, nadie está obligado a quitarse la ropa. Y, si te la sacás, ninguno se va a dar a vuelta a mirarte: acá solamente se mira a los ojos”, dice Juan José Escoriza, administrador del balneario.
Un poco de historia
Hasta el 2001 el lugar se llamó Playa Soledad: solo había dunas y playa rodeada de acantilados. Después, se convirtió en una playa municipal de General Pueyrredón. Por su ubicación, alejada de los centros turísticos y su ambiente agreste, la bautizaron La Escondida. Un año más tarde, precisamente en febrero de 2002, Escoriza adquirió la concesión del balneario que lleva el mismo nombre. Desde entonces, suele ser un atractivo tanto para los que practican el nudismo, como para los que buscan más tranquilidad y, sobre todo, despegarse de la mirada ajena.
De esto último dan testimonio dos amigos que prefieren no decir sus nombres. Uno tiene 39 y es de Salta; el otro 32 y es de Ezeiza, provincia de Buenos Aires. Es el tercer día consecutivo que vienen a La Escondida. “Buscábamos ir a la playa pero, al mismo tiempo, queríamos un lugar tranquilo. Un día fuimos a Sierra de los Padres y después llegamos acá por recomendación. La verdad es que es ideal: la playa es amplia, está super limpia, no hay vendedores ambulantes ni música a todo volumen”, comenta uno de ellos a Infobae.
Aunque todavía ninguno se animó a desnudarse, no descartan que más adelante “les pinte” hacerlo. “Hasta ahora solo atiné a sacarme la camisa, que no es poco. Yo tengo panza y tetas. A diferencia de otros lugares, acá nadie me mira”, dice el otro.
M. tiene 45 años y también pide mantenerse en el anonimato. Es habitué de La Escondida desde hace 15 años. “Arranqué sacándome el corpiño. Más adelante, un día me metí al mar y me saqué la bombacha en el agua. No hubo vuelta atrás”, contó acerca de su incursión en el nudismo. Y siguió: “Hasta ese momento iba a playa Grande o Varese, pero no estaba cómoda. Ahí la gente me miraba: las estrías, los rollos… Yo tengo psoriasis y me sentía observada. En esta playa nada de todo eso sucede. Nadie te juzga con la mirada. Acá, si te miran, te miran a los ojos”.
Según Escoriza, La Escondida tiene un público muy “heterogéneo” y con “muy buena convivencia”. “El promedio de edad de nuestros visitantes disminuye con el paso del tiempo: al principio rondaban los 50 o 60 años. Actualmente, ese rango descendió y empezaron a llegar personas más jóvenes, de entre 30 y 40, que vienen en pareja, con amigos o solos″, explica a Infobae.
N. y J., por ejemplo, disfrutan de venir juntos. Son un matrimonio que lleva más de dos décadas yendo a playas nudistas. La primera vez fue en Buzios, Brasil. “Toda una aventura”, cuentan risueños. “Cuando empezamos a venir a ‘La Escondida’ éramos muy poquitos. Nos juntábamos a tomar caipiriña y a charlar”, recuerdan. Con los años, coinciden, la postal cambió. “Ahora vienen personas más jóvenes, muchos turistas y parejas LGBT”, cuentan.
Para los que llegan en grupo y no son nudistas, desde el lugar proponen “ser respetuoso” y “mantener cierta distancia de las personas nudistas, así no se sienten observadas”.
Acerca de los “prejuicios” en torno a la actividad sexual que se podría desarrollar en la playa, Escoriza dice que suele ser un “preconcepto” de los que no conocen el lugar. “La playa es exactamente igual que cualquier otra, con sus reglas, por supuesto. Acá, cualquier conducta que sea de índole sexual está prohibida y, si hubiera alguien que cruza esta frontera, lo invitamos a que se vaya”, explica.
En temporada, la playa la visitan entre 300 y 500 personas por fin de semana. Para lo que quieren algún servicio extra, el balneario (que abre de 8 a 20) permite alquilar por el día gazebos, sombrillas y reposeras, comer en la terraza o en el bar de playa y disfrutar de una pileta climatizada. También hay un sector para masajes con vista al mar y estacionamiento. Los precios están disponibles y actualizados en la web del lugar.
“La única contra que tiene la playa es que tiene mucha piedra para entrar agua”, dice Escoriza acerca del lugar que, en los últimos años, también se define como “naturista”, por el respeto que propone hacia el cuidado del medio ambiente. Por eso no permiten equipos musicales a alto volumen, “ya que el sonido del mar y del viento son parte del paisaje”.
Fotos/Christian Heit.