El 1 de mayo de 1982, el ejército británico atacó por primera vez Puerto Argentino. Ese día, el subteniente Jorge Pérez Grandi tomó las últimas fotos que le quedaban en el rollo que había comenzado en el continente. Luego guardó su cámara, una vieja Kodak Fiesta, y regresó a su puesto de combate en el hipódromo. Recién pudo ver las imágenes que tomó casi 42 años después.
Jorge es cordobés, nació en Río Cuarto, pero se crió en un pueblo, Coronel Moldes. Su padre era comerciante, no había militares en su familia. Desde chico quiso lucir el uniforme del Ejército. Después de cumplir con la conscripción, en 1979 ingresó al Colegio Militar en El Palomar. El 2 de abril de 1982, cuando era cadete de cuarto año, los reunieron en el patio y les informaron que Argentina había recuperado las islas Malvinas. Cinco días después, adelantaron el egreso de su promoción. Como subteniente, fue destinado a reforzar el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, en Corrientes. Muy pronto, lo que tanto deseaba se hizo realidad: fue enviado a Río Gallegos y, el 26 de abril, llegó a Malvinas.
“Me destinaron a la Compañía C y llegamos en avión a Puerto Argentino. Recuerdo que viajamos sentados en el piso, como podíamos”, relata. Los enviaron a Monte Wall, el punto más avanzado entre los cerros que rodean Puerto Argentino y que fueron escenario de las batallas más cruentas de la guerra. “Marchamos unos 15 kilómetros bajo la lluvia. Llegamos mojados, casi de noche. Y nuestro jefe me ordenó que regresara a Puerto Argentino, al mando de media sección, unos 15 soldados, para dar seguridad en la zona del hipódromo, donde había un depósito de proyectiles para los cañones Otto Melara. Nos instalamos en la boletería. Estábamos ahí cuando nos agarró el ataque del 1 de mayo. Fue una sorpresa, quedamos impactados al escuchar a los aviones y a nuestra artillería antiaérea, que disparaba con todo”.
Cuando amaneció y cesó el bombardeo al aeropuerto, Pérez Grandi tomó un Unimog y le pidió a un soldado que manejara hasta la escena de la batalla. Con él llevó su cámara y agotó el rollo: “Era una Kodak, de esas chiquitas, de plástico gris y negro, de las que se ponía y sacaba el rollo por una puertita que tenían detrás. La tenía desde el Colegio Militar, y la llevé. Ahí saqué fotos, se ve una pared amarilla con las esquirlas... En el hipódromo tenía otras, estoy con casco, fusil y unas botas de goma que le saqué a unos ingleses. Eran de pesca, así que las corté a la altura de la rodilla. Me fueron útiles más adelante, en la posición que tenía me protegieron del barro. Recién me las saqué dos días antes de que me hirieran porque ya me pasaba el frío, de tan extremo, y me puse borceguíes”.
Una semana después, le ordenaron regresar al Monte Wall con su sección. La posición exacta de Pérez Grandi estaba en la punta del Wall, desde donde se dominaba un valle. “Nuestras posiciones miraban hacia la costa. Por las noches, una fragata se acercaba y comenzaba el bombardeo. Estábamos a unos ocho kilómetros y veíamos los fogonazos; y por la mañana, cuando se levantaba la bruma, los barcos. Recuerdo que el 15 o 16 de mayo aparecieron dos aviones nuestros que los atacaron, y uno de ellos explotó en el aire”. Sin embargo, hasta ese momento, las bombas no eran un problema para él y sus hombres, ya que pasaban por encima de sus cabezas.
En los últimos días en el Monte Wall, el teniente Martella se hizo cargo de la sección. Darwin había caído, y les ordenaron retirarse hacia el monte Dos Hermanas. “Sabíamos que los ingleses ya estaban camino a Puerto Argentino”, explica. Con los bolsos de armamento, llevaron una oveja que habían carneado. “A pesar de la orden del generalato de no matar ovejas, si aparecía una yo ordenaba matarla para alimentarnos mejor. La comida escaseaba y no teníamos las suficientes calorías para pasar todo el día. Y el frío cada vez era peor”, añade.
Cuando llegaron a la cima del Dos Hermanas, un Sea Harrier los atacó, pero no alcanzó a ninguno. A la mañana siguiente, una tormenta de nieve cubrió la zona. Era el 1 de junio. Desde su posición, Pérez Grandi podía ver a los ingleses acercándose. “Éramos la vanguardia de la defensa de Puerto Argentino. A mí me habían ordenado que mi posición era de sacrificio… de sacrificio hasta las últimas consecuencias”, recuerda. Sobre el monte Dos Hermanas se formaba una especie de planicie, explica Pérez Grandi. Allí cavaron pozos de zorro y dispusieron una ametralladora MAG apuntando hacia el llamado “río de Piedra”, que separa al Dos Hermanas del Monte Kent. De repente, aparecieron dos helicópteros ingleses. Querían colocar piezas de artillería. “Hicimos fuego reunido y levantaron las piezas y se instalaron detrás del monte. Como consecuencia de ese ataque, me trajeron una ametralladora Browning, la que se usaba en la Segunda Guerra Mundial. Fue muy útil y la manejaba yo”.
Los combates se intensificaron. Les empezaron a disparar con un mortero. “Justo un proyectil cayó dentro de la posición donde estaba la MAG. Pero en ese momento yo había llamado a los soldados para repartirles munición. Ellos se salvaron. A uno, al soldado Sosa, una esquirla lo hirió cerca de la columna. Lo evacuaron a Puerto Argentino y lo mandaron de vuelta. Pero la MAG quedó fuera de combate. Al principio, te digo la verdad, quedé impactado. Fueron 10 o 15 segundos de quedar medio inmovilizado y ahí nomás cambias el chip y te das cuenta de que estás combatiendo. Y aparte, en mi caso, tenés que asumir la responsabilidad de ser jefe de una sección, que tenés suboficiales y soldados a cargo tuyo. Y peleás. Pero nos quedó solo la Browning, y ahí estuvimos hasta la noche, cuando nos atacó el Batallón de Comandos 45 de la Marina Real”.
Ya era el 11 de junio. Contrariamente a lo esperado por los ingleses, que pensaron que encontrarían a los argentinos durmiendo, la sorpresa fue para ellos. Pérez Grandi recuerda todo como si hubiera sucedido ayer: “Me adelanté hacia una roca y arrojamos una bengala. Ellos se dieron cuenta de que habíamos detectado su avance. Les disparamos con un lanzacohetes y salieron corriendo como seis o siete ingleses. Habrán sido media hora o 40 minutos de combate. Yo estaba cuerpo a tierra y las municiones trazantes me pasaban a dos metros de la cabeza. Esa noche murió el cabo Gómez combatiendo, era el jefe del tercer grupo de tiradores de mi sección. Y tuve que dejar en el lugar al soldado herido en la espalda, era arriesgado trasladarlo porque para eso necesitaba dos o tres soldados y podían caer. Además, ya sabíamos que los británicos trataban bien a los heridos argentinos”.
En una guerra, el coraje es una condición necesaria, pero no suficiente. La enorme superioridad de armamento de los ingleses se impuso a la determinación de Pérez Grandi y sus soldados de defender el monte Dos Hermanas. La Browning se trabó, ya no tenían municiones, y tomó la decisión de replegarse. “Cuando estábamos reagrupándonos me encontré con unl teniente y le dije que se llevara a mi gente, que me quedaba a cubrir el repliegue, porque nos seguían bombardeando. En ese momento, cuando estaba al pie del monte, explotó un proyectil de mortero a cinco metros mío. Ordené cuerpo a tierra, y cuando caí, sentí un ardor en las dos piernas, en la planta de los pies. Cuando pasó, ordené ‘carrera marcha…’ de ahí, y al intentar ponerme de pie, el brazo no me ayudó, y la pierna derecha se me fue para un costado. Sentí un dolor terrible. Tuve triple fractura expuesta en la pierna derecha, con pérdida de carne, fractura de peroné en la izquierda y en el brazo derecho quebradura expuesta de cúbito y pérdida ósea”.
Ensangrentado y “creyendo que mis horas estaban contadas”, Pérez Grandi ordenó el repliegue a Puerto Argentino de sus hombres. Pero uno de ellos, el soldado Barroso, se acercó y le dijo “no, mi subteniente, me quedo a morir con usted”. Las palabras del veterano se cortan por la emoción: “Tuvimos un intercambio de malas palabras, que no voy a pronunciar ahora. Pero se quedó. Fue hasta un jeep Unimog que estaba destruido y rescató un bolsón porta equipo. Desparramó ropa arriba mío, porque yo sentía frío, lloviznaba, y me dio para tomar un poquito de whisky, porque el último día habíamos recibido unas raciones, y como yo ni fumaba ni tomaba, al whisky se lo daba a los soldados… Llegó un momento en que empecé a sentir como que ya me iba de este mundo”.
Pérez Grandi, asistido por Barroso, estuvo una hora y media tirado en el campo de batalla. Pero sus hombres regresaron por él. El entonces subteniente cuenta que un cabo, Nicolás Urbieta, “regresó con otros soldados. Con fusiles y una manta hicieron una especie de camilla y me subieron. Fue un parto, yo sentía unos dolores terribles y cada diez metros tenían que parar”.
Ya era la madrugada del 12 de junio, y faltaban unas horas para que saliera el sol. Llegaron hasta las proximidades de Puerto Argentino, donde había un grupo de artillería, lo subieron a un Unimog y lo llevaron al hospital. “Me pusieron en un salón grande, junto a varios heridos. Me cortaron todo el uniforme y me sacaron los borceguíes. Barroso seguía a mi lado. Le di mi documento y le dije ‘entregáselo a mi viejo y decile que lo quiero mucho’”.
Media hora después, lo llevaron a la sala de cirugía. Pasaron casi 42 años y esa imagen sigue como un sello en su cabeza: “Había sangre por todos lados. Me pusieron arriba de la mesa de operaciones y le dije al médico ‘por favor no me corte la pierna’. Es lo último que recuerdo de Malvinas. Cuando me desperté, estaba en la terapia intensiva de un hospital de Río Gallegos. Me dijeron que salí con el último Hércules”.
En la capital de Santa Cruz estuvo dos días más y voló a Buenos Aires. El cuadro de Pérez Grandi era de gravedad. Lo llevaron de inmediato a la terapia intensiva del Hospital Militar. Tenía las dos piernas y el brazo derecho enyesados. “El coronel Moore, el jefe de traumatología, me sacó una placa para ver todo. Y descubrió que tenía gangrena en el muslo de la pierna izquierda. De urgencia me llevaron a la sala de operaciones. Me limpiaron y sacaron parte del muslo, con dos cortes un poquito arriba de la cadera para impedir que la gangrena avanzara”.
Lo derivaron al Hospital Muñiz, que tenía una cámara hiperbárica. Su memoria es vívida: “La máquina era inglesa y estaba fuera de servicio, pero la reactivaron por mi caso. Después me enteré de que me ponían ahí para combatir la gangrena con mucho oxígeno. Y por la mañana y la tarde me hacían curaciones con azúcar en la zona. Lo peor era que las vendas se pegaban. Fueron diez días espantosos. Pero fui saliendo… recuerdo a todos los médicos y enfermeros del Muñiz. Con el tiempo me hicieron un injerto óseo en el cúbito del brazo derecho, que me quedó un poco más débil que el otro…”.
Hoy, Pérez Grandi, a los 64 años, tiene las secuelas de la guerra a flor de piel. En solo dos de los dedos de su mano derecha tiene sensibilidad, en el resto, nada. Después de su recuperación, que demandó en total un año, lo destinaron al Regimiento de Patricios. “Yo quería ser un oficial de tropa, y veía que no iba a poder. Así que me puse a estudiar Derecho y pedí el retiro como Teniente”. Se recibió de abogado y más adelante hizo un máster de Derecho Intelectual en Chicago, Estados Unidos. Se casó, se divorció, tuvo una hija en Estados Unidos y dice que, aún hoy, Malvinas lo persigue: “Mi madre murió un 14 de junio, el día que terminó la batalla. Y mi hija nació un 10 de junio, el día del reclamo de nuestra soberanía en las islas. Eran las 11.58 y le pedí al obstetra peruano si podía nacer antes del 11. Y dijo que sí. A mi hija le pusimos María Paz”.
Lo que quedó en Malvinas
Cuando Pérez Grandi se replegó del monte Dos Hermanas con su sección, dejó el bolso con sus pertenencias. Entre ellas, la cámara de fotos. Años más tarde, por medio de un oficial inglés, se enteró de que los gurkhas se habían encargado de la limpieza del campo de batalla. “Todas nuestras cosas personales las dejaron en un galpón grande. Por supuesto, cada uno se llevó un souvenir”.
No se llevaron todo. Hace diez años tuvo una sorpresa. “El cabo Urbieta y otros soldados fueron a Malvinas y recorrieron nuestras posiciones. Y encontraron un cepillo de uñas que era mío. ¿Sabes cuál fue su importancia? En los últimos días estábamos todos sucios, embarrados. Ni enmascaramiento necesitábamos. Ya habíamos perdido los guantes… Entonces yo calentaba agua, agarraba una media mía y pasaba, posición por posición, para que lavaran las manos y las uñas con ese cepillo. Cuando me lo trajeron, sentí una gran emoción…”.
Pero las fotos tardaron más. Y en su recuperación tuvo mucho que ver Agustín Vázquez, un santafesino que desde hace años investiga Malvinas y contacta a veteranos o coleccionistas ingleses que poseen elementos que pertenecían a argentinos. Es una tarea paciente y que da resultados de tanto en tanto. Pero cuándo alguna sale bien, sabe que el esfuerzo paga en emoción.
A través suyo, el soldado Oscar Bauchi recuperó una carta que escribió desde las islas, que nunca envió y fue llevada a Inglaterra, subastada y adquirida por un coleccionista británico. Y otro, Jorge “Beto” Altieri, que en 2019 se había reencontrado con su casco, pudo volver a tener en sus manos el diario donde dejaba por escrito su día a día en la guerra.
Esta vez, cuenta Vázquez, “Jorge dejó su equipo en la montaña, lo llevaron y alguien tiró el rollo solo, sin la cámara. Ahí, en un pozo en una casa de la calle Philomel lo encontró un inglés, Ian Kendrick. Se lo llevó a Inglaterra, lo reveló y quedó 40 años en su poder”.
Kendrick formaba parte del Ejército Británico, era Lance Corporal del Royal Corp of Transport 52. Durante la guerra estuvo a bordo del buque Sir Geraint. En total, estuvo en Malvinas cinco meses y medio, ya que permaneció en forma voluntaria luego del 14 de junio, fecha en que cesó el combate. Por su rol en el conflicto, recibió un diploma por parte de la Reina Isabel, que enmarcó con orgullo. En las consideraciones señala que “siempre se destacó por su alegría y su capacidad para animar a los demás. Tenía un sentido del humor contagioso y a menudo era una fuente de inspiración para los que le rodeaban durante los largos, agotadores y a menudo aterradores días en las aguas del estrecho de San Carlos”. Hoy Kendrick vive en Australia y tiene una enfermedad renal. Hace diálisis y poco tiempo atrás le tuvieron que amputar una pierna. Desde la cama de un hospital le envió una fotografía a Agustín luciendo la camiseta argentina de Messi que él le envió. Y con una sonrisa.
El siguiente paso fue dado por otro veterano inglés que conocía a Vázquez, y le comentó que Kendrick tenía esas imágenes en su poder. “Como estoy en contacto con veteranos, lo contacté, hablamos y me envió unas pocas fotos. Se las mostré a varios veteranos argentinos y Marcelo Llambías, se reconoció en una y me dijo que podían ser de Jorge. Lo llamé y efectivamente, eran suyas”. Esto sucedió hace un par de años. Ahora, en diciembre de 2023, cuando Agustín tuvo la totalidad de los 22 negativos que resistieron el paso del tiempo en su poder, se reunió con Pérez Grandi y su hermano Adrián en Santa Fe, y se los entregó. Una vez más, Vázquez ayudó a cerrar un círculo.
Jorge Pérez Grandi reconoce que no es demasiado demostrativo. Pero aunque recién en los últimos tiempos pudo volver a hablar de su experiencia en Malvinas, agradece el reencuentro con las fotos. “Yo no quería estar todo el tiempo en 1982. Trato de guardarme las cosas adentro. Pero tengo que volver siempre, porque cuando me levanto y me quiero abrochar el pantalón tengo problemas para hacerlo o dolor en las piernas. Y es por Malvinas, ¿entiendes? Estas imágenes son algo muy especial, porque cierran algunas cosas de mi vivencia en las islas. Pero más allá de eso, hoy lo que agradezco es estar vivo y ver el sol cada día”. Pero tiene un sueño: regresar alguna vez al monte Dos Hermanas. A su posición. Llevar a su hija y a su hermano (“mi primer fan”, aclara), y contarles, en el campo de batalla, lo que hizo en la guerra.