El programa El arte de la elegancia de Jean Cartier, fue durante tres décadas, la cita obligada con la moda argentina los sábados por la tarde y a pesar del nombre, de francés no tenía nada. Consistía en un desfile de modelos, sobrio, descriptivo, con una suave música de fondo en el que todo el protagonismo lo tenía la ropa, siempre elegante, como el nombre del programa lo indicaba. Al frente estaba María Fernanda, una mujer rubia, de cabello recogido, que presentaba con formalidad cada una de esas emisiones en la que se sucedían vestidos de cóctel, fiesta, prêt-à-porter y como de costumbre, el gran cierre lo daba una modelo vestida de novia.
Los protagonistas de este programa, que primero se emitió en el canal 7 y después en el 9, comienza con una historia de amor muy lejos de la Argentina. El flechazo entre Fernanda Fasce y Jean Cartier ocurrió en los tiempos oscuros de Rumania. Ella tenía 16 años y había concurrido a una función de teatro. Él, que no se llamaba Jean Cartier, sino Atanase Mironescu que había cumplido 31 -sí le doblaba la edad pero eran otros tiempos- estaba sentado unas cuantas butacas más adelante y no dejaba de voltear la cabeza para mirarla.
Atanase era en ese entonces un galán de cine y además un empresario. Era propietario de tres teatros. Cuando el régimen del gobierno impidió que los ciudadanos salieran del país, Fernanda, que era hija de italianos, logró trasladarse a Austria con su pasaporte, pero él, nacido en Bucarest, quedó atrapado en su propio país. Ambos soñaban con un futuro en común pero tuvieron que separarse con mucha tristeza. El plan era reencontrarse cuando él pudiera escapar del horror. Rumania era aliada de Alemania nazi. Desde 1940 hasta 1944, el despiadado mariscal Antonescu creó un “Estado legionario”, llamado “Guardia de Hierro” que persiguió y masacró a miles de judíos. Bucarest era un carnicería. La vida no valía nada.
Atanase abandonó su carrera, los teatros y con mucha coraje cruzó fronteras de forma clandestina, muchas veces escondido donde fuera necesario. Con Fernanda habían acordado que se encontrarían en Salzburgo, a 1400 km de la capital rumana, donde le prometió que bajaría de un tren. Fue una promesa regada de lágrimas. Cada noche la joven caminaba hasta la estación del ferrocarril de la ciudad y lo esperaba, sin resignarse, sin sentirse vencida. Lo hizo durante tres meses, sin perder su inmensa fe. Hasta que llegó esa noche en que lo vio saltar al andén desde un vagón de carga. Se había escondido debajo de una pila de neumáticos de camión y viajó así durante cinco días, soportando hambre, sed y falta de aire. Pero cumplió su promesa heroica y se fundió en un beso con su novia.
La aventura de ahí en más fue de a dos. Permanecieron ocultos en la ciudad austríaca hasta que el siguiente movimiento fue viajar a París. El actor ya la conocía. Lo habían enviado sus padres a principios de los años 30 para que desistiera con las ideas dedicarse al canto y el teatro y se concentrara en la clásica carrera de abogado, pero claro, era la Ciudad Luz, y ahí reforzó su vocación. En ese período fue nada menos que asistente de Carlos Gardel en un espectáculo en el teatro Empire. De ahí la idea embarcarse hacia la Argentina. Los relatos del zorzal sobre su país enamoraron a Atanase.
La pareja se subió al buque Campana y su primer puerto fue Río de Janeiro. Durante el viaje tuvieron tiempo de planificar números musicales en los que Atanase cantaba en francés. Fernanda, que también aprendió a cantar, empezó a acompañarlo con su voz.
En una entrevista con Infobae uno de los dos hijos que tuvo la pareja, Alejandro, contó que sus padres tuvieron que poner fin a la etapa de Brasil porque iniciaron una campaña en contra de su padre. “Fuera de Brasil, estás ocupando el lugar de los artistas brasileños”, le dijeron.
“Llegamos a la Argentina con Jean ya casados, en 1948″, contaba María Fernanda en una entrevista televisiva. No sabían decir una palabra en castellano, pero eso no fue un obstáculo cuando se dedicaban a cantar y traer nuevas canciones para los oídos. Por el contrario, explotaron los idiomas que sabían. Debutaron en el Teatro Nacional en el último espectáculo de Miguel de Molina, una estrella española que se había radicado en la Argentina, a raíz de la persecución de la dictadura franquista por “rojo y marica”. Mironescu pronto consiguió trabajo como cantante en Radio Belgrano y en las Goyescas, una boite porteña, donde se sumaba Fernanda, que se “macheteaba” las manos con la fonética para poder hablar.
En octubre de 1951 nacía un nuevo medio, la televisión, de la mano de Jaime Yankelevich, un pionero de la radio y quien era el director de Radio Belgrano. Tres cámaras transmitieron en el edificio del Banco Nación el acto por el Día de la lealtad peronista, la fecha elegida por Evita para el gran lanzamiento. Atanase Mironescu vio con claridad, antes que tantos otros, el gran potencial del nuevo medio y le hizo una propuesta a Yankelevich “Oíme Jaime, te ofrezco trabajar tres meses gratis, haciendo un poco de todo. Para mí esto tiene un futuro extraordinario”. El actor y cantante también había tomado otra decisión relevante, cambiar su nombre por uno francés, Jean Cartier.
En poco tiempo, Jean Cartier produjo y dirigió varios programas: Melodías en París, Cita con Jean Cartier, Grandes revistas de los sábados, Noches de operetas, La Pandilla de Marilyn, Cartier’s Revue. Vencido el plazo, Jean ya cobraba por seis programas semanales, según reveló María Fernanda en una oportunidad. El hombre se destacaba tanto en la parte empresarial como en la creativa, dos aspectos que no siempre van de la mano.
Jean Cartier luego escribió guiones para películas de Lolita Torres y Osvaldo Miranda (Amor a primera vista). Multifacético, fue vestuarista para un film de Daniel Tinayre, El rufián. Le dio la primera oportunidad en la TV a un desconocido Alberto Olmedo, que era un tiracables y switcher en el Canal 7 y le pareció tan gracioso que le propuso que hiciera lo mismo delante de las cámaras. Trajo a la Argentina a Mina, la estrella de la canción italiana, que en ese momento era archifamosa. Y junto a su mujer, condujo el concurso Miss Argentina y crearon los premios Cartier.
La pareja llenó de glamour el flamante aparato del televisor que llegaba para destronar a la radio. Sonaba música francesa y acompañaba un vestuario sobrio, distinguido, con el charme que habían visto en París. A María Fernanda se la podía ver cantar uno de los temas más famosos de Edith Piaf, Non, je ne regrette rien (No, no me arrepiento de nada) ataviada en un vestido strapless negro con guantes al tono por arriba de los codos, a lo Marilyn Monroe.
Mientras que en la televisión pegaba fuerte la comedia musical y había muchos programas de ese estilo, los Cartier decidieron hacer su gran apuesta, llevar la moda a la tevé con El arte de la elegancia. Y no se equivocaron. Estuvo en el aire 30 años consecutivos. Todo comenzó durante una emisión que rendía homenaje a un modisto francés Jacques Fath, amigo de Cartier en sus años en París. Luego, ante el interés, fue creciendo e incorporando las últimas novedades y tendencias de las firmas locales.
En off mientras desfilaban las mannequins, se escuchaba la voz afrancesada del rumano al que le patinaban las erres exageradamente. Era un acento, que evidentemente funcionaba para la audiencia. Cada sábado al caer la noche, la moda era protagonista. Cada diseño que llevaban las modelos eran descriptos con lujo de detalle: el género, moldería, recursos de estilo. Se podía aprender de sastrería con ellos. También comentaban cómo era el peinado. La modelo sonreía al final y Jean cerraba la pasada con un “merci” y luego su nombre.
El brillante Atanase Mironescu murió en 1976, pocos años después de haber sufrido un infarto. El programa clásico continuó a cargo de María Fernanda y pasó a llamarse El arte de la elegancia de Jean Cartier. María Fernanda murió un 5 de enero de 2006 en Buenos Aires. El programa dejó una huella fuerte entre los argentinos, pero pocos saben la historia que empezó con dos enamorados encontrándose en Salzburgo, sorteando los horrores de una guerra.