Los gauchos judíos que fundaron un pueblo centenario y crearon una fiesta popular para celebrar al knishe

Al sur de la Provincia de Buenos Aires, Colonia Lapin fue fundada hace 104 años. Unas 50 familias, de origen ruso judío, vinieron a la Argentina desde Europa del Este. Atravesaron grandes desafíos, y sus descendientes no olvidan sus luchas. Ni tampoco sus costumbres gastronómicas

En plena producción en serie de knishes, rellenos de puré de papa y cebolla (Fotos: Facebook “Colonia Lapin, Centro Cultural”)

En el partido bonaerense de Adolfo Alsina, al límite con la provincia de La Pampa, se encuentra Colonia Lapin, un lugar lleno de historia, cultura, y espíritu de cooperación. Se fundó el 6 de noviembre de 1919, con la misma esencia de búsqueda de prosperidad y coraje que mantiene hasta la actualidad. La fuerza de voluntad de unas 50 familias judías que vinieron desde Rusia, hizo posible la existencia de cada una de las instituciones que crearon. Llegaron sin nada, se instalaron en campos pelados, durmieron bajo tierra con lonas que cubrían las precarias viviendas, y aprendieron las tareas rurales, sin nunca antes haber visto un caballo ni trabajar la tierra. Al poco tiempo inauguraron una biblioteca, donde leían y actuaban obras literarias, se formaban debates, y priorizaban la formación continua. En vísperas del centenario se realizó la puesta en valor del Centro Cultural Lapin, y a fines de 2023 celebraron el primer Festival de Knishes en el emblemático edificio, con más de 400 visitantes que degustaron unas 100 docenas del bocadito típico y una novedosa versión de knishe frito.

Laura es una de las integrantes de la Comisión del Centro Cultural Lapin, y es bisnieta de los primeros pobladores. “Fuimos de las primeras familias que llegaron. Mi mamá viajó desde La Pampa a enseñar como maestra en la colonia, conoció a mi papá y se quedó para siempre”, le cuenta a Infobae. Asegura que muchas de las historias de amor surgieron así, y que las personas que no eran de la comunidad se integraron de manera natural, al punto de sentirse lapinenses de alma. Por eso, cuando llegó el aniversario número 100 de la localidad, se propusieron rendir tributo a todos los esfuerzos que hicieron sus antepasados.

Los pobladores de Colonia Lapin en el Centro Cultural en los años '40, dos décadas después de haber llegado

“Sentíamos la necesidad de contar con un evento anual, para que no se pierda el encuentro, que represente la alegría cada vez que nos reunimos, un espacio y un momento para que la gente -residentes y no residentes- disfrutara, que se mantenga viva nuestra historia; y como la colonia es de origen ruso judía, la comida típica son los knishes”, explica sobre cómo surgió la idea. Describe estos pastelitos salados como una “empanada con forma redonda”, y el relleno tradicional es de puré papas con cebolla. Aunque la composición de ingredientes parece sencilla, harina, papas y cebolla, hay muchos secretos para lograr un resultado similar al de las abuelas, que hacían magia con las manos. Podría decirse que existen tantas recetas como familias, porque cada una le pone su toque especial.

“Algunos usan agua en la masa, otros un poquito de vinagre, otros huevo, y se guardan con recelo esos detalles”, indica. El amasado es otro de los puntos a considerar, porque la textura cambia según la cantidad de tiempo que se le dedique, y cada quien tiene su método. Lo mismo para el armado, que sale cada vez mejor con la práctica. Generalmente se hacen al horno, pero a algunas de las chicas que se encargaron de la mega producción para el festival, se le ocurrió hacerlos fritos, para ofrecer otra versión. “Se pueden hornear o freír, pero en Argentina no mucha gente los conoce fritos, incluso nosotros no los habíamos comido nunca así, y fueron una sensación, a todos les encantaron”, destaca, y aclara que también hubo un puesto de los knishes al horno tradicionales.

Tal como mostró el youtuber Pablo Levinton Fruchtengarten, más conocido por el nombre de su canal de YouTube, “Topo por El Mundo”, el evento fue una verdadera fiesta. Tuvo lugar el 11 de noviembre de 2023, y aunque hubo dos momentos de lluvia intensa, nada impidió que el disfrute continúe hasta entrada la noche. “Teníamos preparada la cantina y se continuó igual; en el predio hay un salón un poquito más grande y otro más chic, la gente se trasladó a los bancos de adentro, a las butacas de la parte del cine, y aunque afuera se cayera el cielo, siguieron todos bailando, saltando y riéndose”, manifiesta con emoción. Toda la comisión quedó muy conforme con la asistencia del público, y la idea es que se convierta en una festividad anual, que se repita cada noviembre y que posiblemente coincida no solo con las vísperas del aniversario, sino también con otra convocante fecha.

Los tradicionales knishes al horno convocaron a más de 400 personas en una localidad de alrededor de 50 habitantes

“Muchos vamos y venimos porque vivimos en Rivera -otra localidad del partido de Adolfo Alsina, que se encuentra a 35 kilómetros de Lapin-, y hay una escuela agraria donde hacen un fogón popular con cantantes en el Día de la Tradición; lo ideal sería que la gente tenga la posibilidad de venir, ese fin de semana pueda enganchar esa fiesta y la nuestra”, comenta. El debut de los knishes fue maravilloso, incluyó la presentación de artistas sobre el escenario, un repaso por los sucesos históricos, y la presencia de muchos descendientes de aquellas primeras familias que sentaron las bases de la vida en comunidad.

Los primeros en llegar

La historia de la colonia implica varios líderes y personajes irremplazables que colaboraron para que se forjara una sociedad fuerte y unida, incluso cuando las 50 familias que arribaron a la Argentina, procedentes de Europa del Este, no hablaban español. La barrera idiomática era un desafío, porque la mayoría se comunicaba en idish, pero adaptaron su estilo de vida y aprendieron también el español. En los inicios, el Barón Moritz von Hirsch, filántropo que dirigía la Jewish Colonization Association (JCA), compró una serie de tierras en distintos lugares de América, y repartió las miles de hectáreas para los migrantes judíos.

“Nuestros antepasados son gauchos judíos rusos, que vinieron en búsqueda de la libertad, escapando de las matanzas, de los ataques brutales de los zares rusos a los asentamientos judíos, genocidios que arrasaban con colonias enteras, y se llevaban a los varones jóvenes a un supuesto servicio militar que podía durar 10 años o más”, argumenta Laura. A cada colono le tocaba la misma cantidad de tierra, que podían ser entre 100 y 150 hectáreas, y según el destino, podían ser más o menos fértiles. ”Después cada familia tenía que devolver en cuotas el valor del terreno, a través de la producción de los cultivos, que eran principalmente de trigo y cebada, y con esos pagos la fundación seguía funcionando y podía rescatar más gente de la persecución”, explica.

La comunidad en los años '60, esplendor que perduró hasta la década del '90

Sin embargo, hubo un inconveniente inesperado: la aridez del clima de Bernasconi, en La Pampa, donde el suelo arenoso y los vientos hacían que fuese imposible realizar los trabajos: se volaban las semillas y no encontraban la manera de salvar la temporada. Sus bisabuelos sufrieron las pérdidas de dos o tres cosechas, al igual que muchos de los que intentaron sin éxito. En aquellos años oscuros fue fundamental la intervención de Eusebio Lapin, ingeniero agrónomo y director de la JCA, que había sido enviado por el Barón Hirsch para analizar las tierras, y consideró que el suelo era completamente improductivo, y aconsejó enviar a ocho familias a otras tierras de reserva, donde había 10.000 hectáreas disponibles para empezar de cero.

De manera paulatina se realizó el traslado, que para 1920 ya estaba completo, y aunque al principio el grupo figuraba en los registros como “Philipson N° 3″, para los pobladores no había dudas de que la colonia debía llamarse Lapin, y quedó para siempre. “Ahí pudieron asentarse, empezar a crecer en cuanto a lo económico; pero hay que tener en cuenta que muchos de ellos en Rusia eran comerciantes, tenían un mercado, o eran zapateros, tenían oficios de su pueblo, y vinieron acá a agarrar un arado tirado por caballos, algo que nunca habían hecho, sin tener idea, y no les fue fácil porque llegaban a campos desolados donde solo había un pozo de agua y algunos animales”, relata.

Muchos venían con bebés, niños pequeños, y cuando el sulky se detenía en aquellas tierras peladas, no sabían dónde iban a vivir. “La solución que encontraron fue copiar un tipo de de vivienda rusa, que era más bien un campamento: hacían pozos en la tierra del tamaño de una carpa, los cubrían con lonas, o el que era un poco más acaudalado con un carro grande que utilizaba de techo, y vivieron en esa especie de pozos subterráneos durante un tiempo, hasta que pudieron construirse sus casas con ladrillos de barro que hicieron con sus propias manos”, cuenta. A medida que podían, agregaban otra pieza, y se iban expandiendo hasta estar más cómodos. Con el correr de los años algunos pudieron adquirir campos de otros vecinos, y convertirse en propietarios durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, cuando escrituraron las tierras.

Un plano de Colonia Lapin: cada una de sus instituciones y el centro del pueblo

Los años dorados

Llegó a haber cuatro sinagogas, y “la oficial”, tal como le llaman los lapinenses, era la más grande, pero cada quien asistía a la que le quedaba más cerca de su casa, porque las distancias eran un obstáculo, al menos hasta que empezaron a llegar los primeros vehículos. Funcionaba de manera solidaria, con una intensa vida social que todos cuidaban, y gracias a sus vínculos pudieron crecer a la par. La cooperativa “La Primera” es uno de las iniciativas de los años ‘40, a la que cada familia entregaba un animal una o dos veces por semana, y recibía bonos por la cantidad de kilos que entregaba. La carne luego se repartía de forma equitativa, y aunque algunos cortes eran más pedidos que otros, de esa manera todos tenían un plato de comida sobre la mesa.

“Lácteos de la colonia” fue la primer cooperativa de producción láctea, y resulta una actividad importante hasta la actualidad, porque la fábrica sigue generando puestos de trabajo y es el motivo por el que tres familias viven de manera permanente en el lugar. La Cooperativa Granjeros Unidos, construida en 1945, funcionaba como un almacén donde se vendía toda clase de alimentos -dos veces por semana había pan y se despachaba combustible-, así que era un gran punto de encuentro de los residentes. Hoy funciona allí un museo con representaciones de la cocina, la pulpería y una exposición de los objetos de los colonos.

Parte de la exposición del museo que actualmente funciona en al ex Cooperativa Granjeros Unidos en Colonia Lapin

La estación de tren funcionó hasta los ‘90, la misma que sigue en pie y conservada. Por la distancia con la posta ferroviaria más cercana, unos 25 kilómetros, estaban bastante aislados, y según cuentan, llegaban diarios con atrasos de un mes. La sala de primeros auxilios fue construida en 1946, al comienzo como una “Sociedad de Damas de Beneficencia”, y luego una enfermera vivía con su familia en la casa, donde también funcionaba la estafeta de correo. Ponían inyecciones, atendían cualquier herida de baja gravedad, hubo tiempos en que un médico iba dos veces por semana, y en ese mismo lugar se entregaba la correspondencia.

Había también un bar, conocido como “El Boliche de Daniel”, al que asistían hombres para tomar unas copas y jugar al truco. Estaban a cargo Don Daniel y su familia, que también atendían la herrería. En el centenario lo abrieron y tocaron música para rememorar aquellos momentos. Algunos hacían deporte y jugaban en el “Lapin Football Club”, tal como comentan los descendientes en el documental que lanzaron por los 100 años de historia -disponible en YouTube como “Centenario de Colonia Lapin (1919-2019)”-, con testimonios inéditos de la era dorada.

La entrada al Centro Cultural, patrimonio histórico, que conserva elementos originales y la primera biblioteca

Otra de las instituciones bisagra fue la Escuela N°9 José Hernández, que por fortuna funciona hasta nuestros días, gracias a que se mantiene la matrícula de alumnos de primaria. “Los niños iban a la escuela hebrea por la mañana, se llevaban el almuerzo y a la tarde iban a la escuela N°9″, indica Laura. Cada uno de los edificios emblemáticos cuentan con cartelería y señalización, ya que forma parte del proyecto de circuito turístico que se reavivó en 2019 con motivo del centenario. La educación era muy valorada por las familias, y muchos hijos de chacareros se convirtieron en profesionales, ya que continuaron sus estudios en las ciudades más cercanas.

En muchos de los lugares que se inauguraron a base del trabajo colectivo, tuvo un rol preponderante Don Isaac Greis, quien siempre aportó ideas, motivó la ejecución constante de las mismas, y entre otras iniciativas, fue quien impulsó la llegada de la electricidad desde Púan, y la construcción del Monumento en Homenaje a los primeros pobladores en el cincuentenario, que lleva grabados los nombres de las familias que llegaron a Colonia Lapin. En honor a toda su labor, la plazoleta de la localidad fue bautizada como “Isaac Greis”.

La bandeja de knishes, lista para ir al horno: "Llevan mucho trabajo y cada uno es único según la mano de la cocinera", asegura Laura

En 1946 el Centro Cultural Lapin abrió sus puertas, una construcción que se realizó con lo recaudado en 100 veladas literarias y 135 piezas teatrales, desarrolladas por los residentes los 25 años anteriores. “Se le dio una preponderancia admirable a la cultura, sobre todo teniendo en cuenta la época y las circunstancias en la que vivían, que trabajaban hasta que bajara el último rayo de sol, o sea que en verano estaban hasta las 9 de la noche, y después de todo ese trabajo se reunían un rato a leer”, enfatiza Laura. Tenían una sala de cine, donde se proyectaban películas, traídas desde Bahía Blanca, y al día siguiente se juntaban para debatir al respecto. Las familias se turnaban una semana cada una para ir a buscar las latas a la estación de Huergo, a 25 kilómetros por camino de tierra.

“Las tradiciones con el tiempo se fueron entrelazando, por ejemplo se preparaba un asado, pero de primer plato había knsihes, o se hacía cierta comida judía, pero capaz de primer plato ponían empanadas”, describe sobre la idiosincrasia mixta que se generó a medida que aprendieron el idioma y las costumbres nacionales. Todavía se conserva la biblioteca original, “Juventud Popular Israelita”, otro de los grandes atractivos del centro cultural, y el edificio fue declarado monumento histórico en 2006. Todos los vecinos colaboraron con la puesta en valor, y luego de la pandemia se reactivaron las actividades con cine y almuerzos. El salón principal tiene el escenario y butacas originales, y se sumó una cantina con parrilla en medio de un paisaje rural único. Por supuesto, ningún establecimiento podía ser mejor sede para el Festival de Knishes.

El proceso de los knishes, paso a paso de su armado
Para el primer festival prepararon 100 docenas de knishes: en noviembre será la segunda edición

Una fiesta con 1200 knishes

Cada año se encargan del mantenimiento del predio, y los integrantes de la comisión se van turnando para las tareas que surjan. Si luego de una tormenta hubo árboles caídos, asisten para recogerlos y plantar nuevos, cortar el pasto cuando está muy crecido, pintar alguna pared que empieza a descascararse, entre otras. “Somos unas 10 personas que nos juntamos y vamos haciendo las actividades, todos saben lo que tienen que hacer, y sino puede ir uno lo reemplaza otro; somos súper compañeros y todos le ponemos buena voluntad”, indica. Lapin está lleno de gestos de amor de sus residentes y exresidentes. Cada rincón demuestra la atención y el cariño que le brindan.

Tres días antes de la masiva convocatoria para la primera edición del festival, un grupo de mujeres comenzó la preparación de los knishes. Al ser un producto fresco, priorizaron que esa fuese la esencia, y que el plato protagonista se luciera. “Lo hacen mejor que nadie, han captado el espíritu de la comida perfectamente”, sostiene Laura. En total hicieron 1200 knishes, y la sorpresa llegó a la hora de la cena cuando empezaron a fritar una gran tanda en vivo y en directo, hechos al disco, bien crujientes por fuera y cremosos por dentro.

Los knishes fritos, el furor del festival

“Si de algo nos enorgullecemos es de que somos muy abiertos, le damos la bienvenida a cualquiera que venga a ayudar, todo el que quiera participar y el que quiera venir a conocer”, expresa. Muchos llevaron sus reposeras, conscientes de que los bancos se ocuparían desde temprano, y como la idea es pasar todo el día de campo, se acomodaron en sus propios asientos. Otro detalle a considerar es que al no haber señal, los pagos se realizan en efectivo, y hay una variedad de stands con otras comidas, como hamburguesas, sánguches y minutas, además de los knishes.

A través de la cuenta de Instagram @colonia.lapin, y del Facebook “Colonia Lapin, Centro Cultural”, informan los eventos próximos, y no tienen dudas de que comenzarán a prepararse para la segunda edición al menos tres meses antes. Recibieron una gran cantidad de mensajes de personas que no pudieron ir, o se enteraron por las redes cuando ya había ocurrido, y la siguiente convocatoria posiblemente será aún más grande.

La comisión del Centro Cultural funciona como si fuesen una familia que cuida el lugar (Fotos: Facebook “Colonia Lapin, Centro Cultural”)

“Hoy nuestra comunidad ya no no está compuesta solo por personas de origen judío, pero todos llevamos muy presente nuestro legado de lucha, sabemos lo que sufrieron nuestros familiares, y cualquier integrante de la comisión puede brindar una visita guiada porque sabemos de lo que hablamos y estamos bastante preparados en cuanto a material”, celebra. Todo lo recaudado se utiliza para el mantenimiento del lugar, ya sea en reparaciones o compras de elementos que necesitan, comprometidos para que Colonia Lapin siempre esté lista para recibir a todos los visitantes que deseen conocer un ejemplo único de perseverancia, intercambio cultural y colaboración mutua.