“Esto me emociona”, decía al borde de las lágrimas el empresario Manuel Morello (49), mientras miraba el comienzo del show musical que dio inicio a su nuevo proyecto, un bar de playa que no es como cualquier otro: se trata del espacio que tomó el legado de La Luna, el emblemático boliche que marcó el pulso de las noches de Pinamar durante dos décadas, que cerró sus puertas hace nueve meses y que ahora busca ponerle ritmo a las tardes en la costa pinamarense.
“Con otro formato, la historia sigue viva”, agregó Morello, el dueño de la disco que ha dejado de existir sobre la Avenida Bunge para mudarse a las playas de Ostende con una propuesta de after y música en vivo que, en su estreno, la tarde del domingo pasado, atrajo a su público más fiel: los mayores de 30 años.
Morello, cordobés de nacimiento y pinamarense por adopción, llegó a la ciudad balnearia en 2003 y al poco tiempo conoció a Cecilia Pardo, su esposa, que ya tenía a La Luna: la pareja se casó allí mismo y desde entonces administraron juntos el club nocturno que con el paso de los años se caracterizó por combinar la extravagancia, la falta de prejuicios y lo popular en fiestas que, de diciembre a febrero, reunían en las pistas de baile a los turistas y a los que vienen a trabajar por temporada con los residentes.
El lugar debió dejar de funcionar por una cuestión de herencia familiar. Comenzó a desarmarse después de los festejos por el 20° aniversario, en abril pasado. “Yo veía eso y lloraba. Imaginate, 20 años consecutivos abriendo todo el año, viernes y sábado. Tengo historias, aventuras, mi vida en La Luna. Gracias a eso compré un apart hotel, banqué mi familia, pagué 15 años de alquiler, tuve 20 empleados continuamente”, contó el propietario.
Y siguió: “Me propusieron hacerme cargo de la demolición. Había mucha madera, mucha decoración y material que se podía aprovechar. Acepté y me puse a pensar: ‘¿A dónde llevo las cosas?’”.
Así le surgió una idea: “Como tenemos esta playa de 120 metros, la estábamos armando y había que darle vida, entonces se me ocurrió: ‘Voy a llevar La Luna al mar”. Precisamente, ese fue el nombre con el que bautizaron al flamante bar de playa.
La Luna al mar está ubicado al lado del parador Calypso y sobre la bajada a la playa del complejo de departamentos Mitre al Mar, que también pertenecen a los mismos dueños. En el bar se ofrecen comidas rápidas, con varias promociones: una hamburguesa con bebida cuesta $4.500; dos licuados, el mismo valor; y un pancho más bebida, $3.000.
Con paredes y postes de madera pintados de blanco y celeste, el espacio fue construido con los mismos materiales del boliche. Con los tirantes de madera dura y de pino, con los vidrios reforzados, con las escaleras que todavía conservan las cintas reflectivas. “Lo único que puse a este lugar fueron clavos y fenólico”, señaló Morello mientras guiaba una visita al lugar.
En la recorrida junto a este medio se detuvo delante un cuartito rodeado de cuadros: “Está es la puerta de mi oficina. Es re loco tenerla acá”. Luego, mostró los paneles acústicos que fueron instalados en el lobby del apart hotel. Allí también forman parte de la decoración otros objetos que pertenecían al local nocturno, como una antigua caja registradora o un teléfono fijo. El propietario cuenta que todo lo trasladaron con una camioneta y un trailer. Hicieron alrededor de 120 viajes desde donde estaba emplazada la estructura, a unos 3 kilómetros.
A unos pocos metros del bar se montó -también con los materiales que componían el boliche- un escenario de cerca de tres metros de altura, con una bola de espejos colgando del techo.
En la inauguración tocó el grupo local La Copia. Fue un show de cumbia y algo de cuarteto que duró alrededor de una hora. El momento de mayor algarabía se produjo cuando cantaron La Morocha, el popular tema de Luck Ra y BM. Al baile se sumaron los que estaban en las carpas, los que estaban cerca del mar y hasta otros que se habían acercado desde temprano con sus reposeras.
Entre las espectadoras estaban Victoria y Vanesa, oriundas de Pinamar. “Volver acá es revivir por un ratito La Luna, que para nosotras es el emblema de lo que es el baile, la diversión, la familia”, dijo la primera en diálogo con Infobae.
El cierre de la disco dejó una huella indeleble en el corazón de una generación de pinamarenses. “A mí me pasó de no querer mirar la demolición, de pasar por ahí y no querer mirar el agujero que quedó. Falta La Luna y es como que nos falta una parte. Desde que cerró, las personas de más de 30 años no tenemos un lugar acá en Pinamar. Hay boliches, pero tenemos que esperar que hagan una fiesta exclusiva para +30”, contó Victoria.
“Hasta no ver el lugar vacío no creíamos que iba a cerrar. Es un lugar como mucha historia, muchas parejas que se formaron ahí”, acotó Vanesa.
En la mudanza también se trasladó “La Lunita”, un pequeño sitio para comer que se ubicaba al lado de la disco, con una mesa alta, redonda y una parrilla detrás. Ahora, ese espacio se adhirió al parador.
“Hay cosas de La Luna por todos lados”, remarcó Morello, que en la recorrida también se detuvo en la recepción del hotel para hacerle una pregunta a Soledad, empleada del lugar: “Escuchame, ¿qué era La Luna para vos?”. “Sigue siendo, aunque no la tengo”, aclaró ella y amplió su respuesta: “Cada vez que me la nombrás a La Luna quiero llorar”. “Viste, eso le pasa a todo Pinamar”, concluyó el empresario.
El dueño promete que “dentro del escenario van a empezar a pasar cosas”. Por estos días, preparaba un recital de rock, gestionaba una presentación del saxofonista Carlos “Perro” Suarez, organizaba la convocatoria a DJ’s. “Van a ser shows con mucha variedad, siempre en horarios entre las 18 y las 20. Me gustan todos los ritmos musicales”. El acceso es libre y él espera a los clientes de toda la vida, ahora en modo playero.
“Metimos el primer espectáculo. Empezamos a mover la máquina. Y estoy contento, estoy feliz. Para mí, esto es una demostración al pueblo de que nunca hay que rendirse; de que, si vos querés, podés. Con ganas, con actitud. (...) Después de tener tantas contras, de tantas trabas, de pasar una pandemia, de pasar una demolición y seguir... Soy un sobreviviente. Y cabeza dura porque tranquilamente podría no hacer nada y quedarme en el molde”, finalizó la charla antes de volver a aproximarse al escenario para seguir disfrutando de la música.
Fotos: Manuela Luján