El programa de renovación del frente marítimo le permitió combatir la erosión costera a Pinamar, pero también cambió la fisonomía, le dio otra identidad, le devolvió el esplendor que alguna vez había dejado en el camino. En busca de recuperar la arena perdida durante las últimas décadas, el proyecto -que se puso en marcha hace ocho años- hizo que aquellos antiguos balnearios de infraestructura de hormigón y de dimensiones exorbitantes fueran reemplazados por construcciones con diseños modernos y una arquitectura sustentable, más pequeñas, desmontables y sobre pilotes. La ciudad apostó a los paradores ecológicos y, así, 45 estructuras de cemento fueron arrasadas. En la actualidad, solo una sigue en pie: Cabo Blanco.
Esta mole desentona prácticamente con el resto de los 22 kilómetros de costa pinamarense. Es una construcción demodé, de estilo mediterráneo, que luce como el reflejo más sórdido del pasado noventoso. Es el legado de una ciudad frívola de otra época, un viejo edificio fuera de contexto que hoy obstruye la recomposición del médano y dificulta el cuidado acuífero del agua dulce.
Con sus ángulos vetustos, el último parador resiste en la zona norte de Pinamar, a poco metros de donde finaliza la Avenida del Mar, en la Unidad Turística Fiscal 36. Está abandonado sobre un médano y rodeado de una cerca construida con tirantes y tablas de madera saligna. La vegetación floreció a su alrededor y también en los rincones del interior, donde por otra parte se observan restos de sillas rotas, cascotes, botellas, colchones destrozados y papeles, entre otras cosas.
La estructura tiene más de 600 metros subterráneos que eran destinados al depósito de vehículos náuticos y vivienda para trabajadores de verano, y más de 400 metros de superficie en la planta visible. En algunas imágenes difundidas en redes sociales, en el último tiempo se ha visto a jóvenes usando los techos y las paredes para practicar skate. Los lugareños cuentan que, en ocasiones, los surfistas también utilizan el lugar para cambiarse, cuando van a la zona a adentrarse al mar.
Los primeros paradores en este destino de la Costa Atlántica se construyeron a finales de los años 50. En los 90, con el boom de Pinamar, surgieron los balnearios repletos de servicios. Tenían canchas de fútbol, de paddle, piscinas y hasta salas de masajes, además de caras famosas en sus carpas.
El programa de renovación del frente marítimo que modificó la estética de la costa pinamarense había sido ordenado por el municipio en 2009, pero recién fue ejecutado a partir de 2016. La normativa dice que las concesiones no pueden superar los 350 metros cuadrados. Con esta importante transformación se apuntó a ganar más de 100 mil metros de cuadrados de playa pública y a reducir más de 50 mil metros cuadrados de concreto.
El Municipio obligó a los paradores a construir sobre pilotes, a un metro y medio de altura sobre la arena. El diseño fue planteado estratégicamente para no interferir en el libre tránsito de la arena y, de esta manera, garantizar la salud ecológica de la playa. Por cuestiones de dimensiones, muchos balnearios pasaron a localizarse sobre lo que eran sus estacionamientos. Las nuevas ubicaciones permitieron ganar espacio para playas públicas.
Sin embargo, la implementación de la ordenanza no fue sencilla. Varios concesionarios frenaron el envión renovador con medidas cautelares dispuestas por la Justicia, que trabaron los intentos de demolición. En los casos de los paradores Cabo Blanco y Pinamar Golf, la contienda judicial llegó hasta la Suprema Corte de Justicia bonaerense.
Finalmente, el Municipio recuperó la posesión de ambas unidades en 2021. “Fueron 6 años de litigio, fue un laburo que valió la pena. Se cierra una etapa y comienza otra”, había celebrado en aquel entonces el ex intendente pinamarense Martín Yeza.
Pinamar Golf fue derrumbado en mayo de 2022. Ahora, allí hay playa pública. En tanto, todavía no está definido cuándo empezará la demolición de Cabo Blanco. Las autoridades esperan que sea lo más pronto posible. Mientras tanto, estudian dos alternativas para reemplazarlo.
Una posibilidad es que, tal cual como sucedió con Pinamar Golf, el espacio se destine para la playa pública. La otra alternativa que se analiza es un proyecto de Prefectura Naval para construir una nueva base, que se sumaría a otras dos que ya existen en la ciudad: una está ubicada en el muelle, en el centro, y la otra, en la zona de La Frontera.
Esto significaría “una nueva bajada náutica, en un punto intermedio entre las otras dos bases, que mejoraría el servicio de seguridad en playas”, destacaron fuentes oficiales.
El proyecto está en evaluación, como así también los costos de demolición. Ese es otro tema para la actual gestión, que ante la crisis económica general impulsó en sus primeros días una serie de medidas de “ahorro y eficiencia financiera” y ahora analiza qué gastos convienen y las estrategias para evitarlos.
En los próximos años también se deberá definir el futuro de otra estructura de cemento que se localiza más al norte. Iba a ser un parador y comenzó a edificarse hace unos nueve años, pero quedó a medio hacer. ¿Qué sucedió? “Se frenó la construcción porque, justamente, no cumplía las normas del pliego de renovación del frente marítimo”, explicaron desde el municipio.
Esos restos están localizados en la Unidad Turística Fiscal 42, entre los balnearios Botavara Club de Mar y Kota Beach. En el lugar quedó una base de hormigón que alcanza a sobresalir entre la arena, algunas tablas de madera y basura.
Por otra parte, en el marco del mismo plan de preservación del recurso natural, las autoridades siguen adelante con la recuperación de los médanos, mediante trabajos que comenzaron en 2016, en forma paralela a la renovación de los paradores. Desde entonces, se realizan intervenciones para reforzar la conservación del primer cordón dunícola en los espacios en los que había sido eliminado y en los que tenía una presencia frágil.
Para ello, utilizan la técnica del “enquinchado”, que funciona como captadores pasivos de arena que recuperan los granos que vuelan por acción del viento. Los mismos fueron colocados en sectores predeterminados, respetando alturas y orientaciones, a los fines de hacer más eficiente las tareas de recupero. En ocho años, se colocaron más de 10.000 metros lineales.
Fotos: Manuela Luján