Es el primer viernes del año y Emiliano Manuel Sanz (41) llega a las playas de la zona entre Pinamar y Ostende cerca de las 8.45, unos minutos antes de iniciar su jornada laboral. Tras acomodar las tablas y otros elementos de deportes acuáticos, enseguida toma el teléfono y le contesta el saludo de buenos días a una amiga. “Yo acá desde mi oficina”, le dice en un mensaje de voz junto a una fotografía que muestra a un termo y a un mate en primer plano, con el mar de fondo. Su “oficina” es el puesto de la escuelita de surf pinamarense más famosa: se llama El Muelle, comenzó a funcionar en 2019 y se ganó el reconocimiento a partir de dos proyectos orientados a la enseñanza a chicos con discapacidad y de bajos recursos. Allí recibe a Infobae para contar su historia y compartir las iniciativas que llevan a cabo.
Sanz es oriundo de Pinamar y tuvo sus primeras experiencias con los deportes acuáticos al inicio de la década del 90. Por aquellos años vivía con su familia en un domicilio de Valeria del Mar ubicado a dos cuadras de la costa. Su padre, que trabajaba en la dirección técnica de un equipo de fútbol, y su madre, que es médica, no lo dejaban ir solo a la playa. Por eso, solía escaparse con sus amigos. “Creo que a los ocho o nueve años ya nos metíamos al agua, sin saber nadar, a lo kamikaze”, cuenta.
Junto a sus amigos veían dos programas de televisión que dieron impulso a la “movida” de los deportes de tabla: uno era Baywatch, ”que además de mostrar minas cada tanto invitaban a algún surfista pro de elite para que participe en algún capítulo”, menciona Sanz entre risas. El otro, MDQ, conducido por Eugenio y Sebastián “Culini” Weinbaum, pionero en difundir el surf nacional.
En esa época “estaba mucho más en auge el bodyboard. Había muy pocos surfistas en Pinamar, los contabas con los dedos de la mano”, recuerda Emi o Profe, como lo conocen en su entorno. Las escuelas de surf todavía no existían en las playas pinamarenses. La primera abrió unos años después, en el mismo lugar donde actualmente se sitúa El Muelle.
En ese entonces, Sanz tenía “14 o 15″ años: a esa edad comenzó a incursionar en el rol de instructor de surf, siguiendo las indicaciones y tomando conocimientos de quienes estaban a cargo.
Luego de finalizar los estudios secundarios, se mudó a Mar del Plata para estudiar el profesorado de Educación Física. Finalizó la carrera con una tesis relacionada a “la utilización del surf como una herramienta para el desarrollo de habilidades motoras”. Con el paso de los años, también se formó como guardavidas y tomó varios cursos de instructor de la International Surfing Association.
Vivió varios años en La Feliz y regresó a Pinamar en 2010. Empezó a trabajar como guardavidas. Fue en esa época cuando en su cabeza comenzó a madurar la idea de tener una escuela de surf, un viejo anhelo que le había quedado. Se integró a la Asociación de Surf y Bodyboard de Pinamar y al tiempo apareció la oportunidad para concretarlo: “El proyecto de la escuela que funcionaba acá se discontinuó y estuvo como dos o tres años parada, hasta que surgió la posibilidad de agarrar este espacio”.
Casi en paralelo, Sanz puso en marcha una de sus iniciativas: acercar el surf a los chicos que viven en las zonas periféricas de la ciudad, en domicilios que están localizados más cerca de la ruta que de la playa. Su idea fue que todos tuvieran la posibilidad de practicar una actividad que, “si bien se ha popularizado, sigue siendo costosa por los elementos necesarios”.
“Como profe de educación física y como laburante dentro del deporte, y del deporte de desarrollo, creo que no hay que dejar al margen ningún lugar donde pueda surgir un deportista. ¿Cuántos futbolistas han salido de varios carenciados? Bueno, el surf no tiene que escapar de esa realidad. No podemos dejar de lado esos espacios en los que quizá pueda salir un futuro Kelly Slater, que es un referente del surf a nivel mundial”, desarrolló en diálogo con este medio.
La propuesta empezó en el barrio La Palangana de Ostende y Sanz aportó sus conocimientos como profesor de Educación Física. “Tenía unas compañeras que estaban haciendo un trabajo de apoyo escolar dentro de ese barrio. Entonces, les dije: ‘Che, les puedo ir a dar una mano. De lengua o de matemática no tengo ni idea, pero me puedo sumar desde la parte deportiva’”, recuerda.
“Pero después, charlando con los chicos nos dimos cuenta de que muchos no conocían el mar, a pesar de tenerlo acá a 20 cuadras. Entonces, les dije: ‘Vamos a llevar a los pibes a la playa, no puede ser que no conozcan el mar. Tenemos que hacer algo relacionado con el surf’”.
De ese modo fue que dieron inicio a una serie de clínicas que hasta la actualidad se repiten en distintas fechas a lo largo del año. Algunas veces en la playa y otras, cuando el clima no acompaña, en los colegios, donde a los menores les proponen practicar ejercicios “en seco”, con tablas de equilibrio y otros elementos de los deportes acuáticos.
Recientemente, la iniciativa incluyó a niños y adolescentes de General Madariaga. “Una vez, a los chicos también los llevamos a La Frontera a que conozcan los médanos y practiquen sandboard -agrega Sanz-. Para mí, es el proyecto más lindo que tenemos. En 2020 fue declarado de interés social, cultural y deportivo por el Concejo Deliberante”.
El otro proyecto que desarrollan se llama “Surf inclusivo”. “Les enseñamos a chicos con diferentes discapacidades”, explica Sanz y amplía: “Las clases son en la playa durante el verano y dentro de un club en Ostende durante el invierno. En este caso, el proyecto empezó en 2019 y, desde entonces, de a poquito intentamos incluir el área de la discapacidad dentro del surf. Así, con el correr de los años también pudimos traer fechas del Campeonato Nacional de Surf Adaptado. Además, cuando hacemos los campeonatos de las fechas locales, armamos una categoría para que ellos participen y se familiaricen con el ambiente”.
La escuelita funciona en temporada de verano con clases de lunes a viernes. Los días martes y jueves recibe a los chicos de las colonias.
De cara a futuro, Sanz tiene un objetivo: “Que el surf se incorpore a la currícula escolar. Nos hemos criado con deportes convencionales en las clases de educación física: fútbol, básquet, vóley. Bueno, la idea mía, viviendo acá en Pinamar, es que el surf se siente en la mesa de esos cuatro o cinco deportes”.
También, el surfer tiene el deseo de que su escuelita logre tener un espacio físico y “sea como un club que cumpla un rol de contención, de desarrollo del deporte, de captación de talentos” y que le dé, de esa forma, “la posibilidad de poder acercarse al deporte a todos los que no pueden hacerlo por cuestiones económicas”.
Crédito de las fotos: Manuela Luján