El pueblo costero que tiene 4 habitantes: playas desiertas, riquezas paleontológicas y descubrimientos científicos

En Centinela del Mar, localidad del partido bonaerense de General Alvarado, el paisaje solitario convoca a algunos turistas en temporada de verano. Su historia sorprende, con vestigios de los pueblos originarios, estudios inéditos y naturaleza pura. el testimonio de Carlos y Patricia, el matrimonio que atiende la única pulpería y el Centro Cultural de Interpretación

La playa más conocida de Centinela del Mar, en la bajada frente al antiguo hotel por las escaleras construidas en 2008 (Fotos: Facebook “La Lagartija")

En el partido de General Alvarado, Provincia de Buenos Aires, se encuentra la localidad de Centinela del Mar, declarada Reserva Natural hace más de un año, por ser un sitio de interés geológico y paleontológico. Los 23 kilómetros de costa conforman un área protegida, y hay tres playas desiertas que suelen tener unos pocos visitantes durante el verano. Como población local estable hay solo 4 habitantes, pero cada vez se construyen más casas de vacaciones. El matrimonio de Carlos Canelo y Patricia Velardo atiende la única pulpería del lugar, y a gracias a un trabajo de investigación que sostienen hace 25 años, crearon el Centro Cultural de Interpretación “Günün A Küna” -que significa “gente paisana-, especializado en el pueblo tehuelche, el rescate de su cultura y sus tradiciones.

A 38 kilómetros de Mar del Sud, y a 70 de Miramar, un camino rural lleva hasta el destino. Se accede desde la Ruta 88, luego de pasar el Arroyo del Pescado, hay que doblar a la izquierda al visualizar un silo de cemento, y a la derecha luego de ver una cruz. Esas son las típicas indicaciones que le brindan a quien desea conocer las playas históricas, que tienen corrientes cálidas desde febrero hasta mayo, e invitan a un chapuzón en medio del solitario paisaje. El acceso a través de 17 kilómetros de tierra se complica los días de lluvia, y por eso el clima es un aliado o un enemigo para planificar una escapada. “Nosotros decimos que de cierta manera Centinela tiene vida propia, y hay mucha gente que le fascina porque no hay nadie”, relata Carlos.

El matrimonio de Carlos y Patricia, en uno de los eventos que realizaron: compañeros de toda la vida, emprendieron en una solitaria localidad costera

Hace 25 años tomaron la decisión de pasar la mitad del año en la localidad, y los otros seis meses junto a su familia en Miramar. Son padres de tres hijos y abuelos de tres nietos, y se organizan para cumplir con todas sus responsabilidades. “La primera vez que vine sentí una atracción inmediata, y pensé: ‘Este es el lugar donde quiero pasar mi vejez’, porque transmite una paz enorme”, asegura. Se jubiló como profesor de educación física algunos años atrás, y durante más de tres décadas trabajó como guardavidas. “Los últimos 15 años hice mis temporadas acá en Centinela, y vinimos para rescatar la parte histórica de los pueblos originarios, un tema que me interesa desde que soy muy chico porque soy descendiente de tehuelches por parte de mi padre”, revela.

La localidad cuenta con un trazado de 56 manzanas frente al mar, y actualmente hay entre 40 y 50 casas de verano construidas. “Cuando llegamos no había ni la mitad de propiedades, y andábamos todo el día caballo, porque eran todas diagonales, no teníamos luz, ni internet, y de a poco se fue avanzando a pulmón”, indica. Carlos es un verdadero libro abierto, que se codea con científicos que acuden por varios meses para estudiar y conservar la fauna, debido a la gran variedad de restos fósiles que hay en el territorio. Su esposa es artista plástica y es quien suele atender a los comensales en la pulpería “La Lagartija”. La bautizaron así en honor a la especie endémica, la lagartija de la dunas, declarada Monumento Natural de la provincia de Buenos Aires.

"Hasta 1959 Centinela del Mar pertenecía a Lobería, y por litigio pasó a ser de General Alvarado, y desde ese entonces se luchó por valorizar los descubrimientos científicos y la relevancia del lugar", cuenta Carlos

Vestigios de pueblos originarios

Patricia es artista plástica, y su amor por el arte se combinó con la curiosidad de Carlos por saber más acerca de sus orígenes. Sin ser investigadores, se embarcaron en la tarea de ir tras la recuperación de los saberes ancestrales, y lograron rescatar muchos detalles y objetos de las comunidades que vivían frente al mar. “Hicimos más de 20 viajes a Patagonia para hacer entrevistas a la última generación de abuelos centenarios, y se pudieron revalorizar dos de los tres idiomas originarios, y organizamos encuentros de lenguas, donde vienen los más antiguos para enseñarnos, porque no estaba todo perdido, sino latente, esperando que alguien empezara a revolver”, asegura.

En plena visita guiada: cada recién llegado puede disfrutar del paseo por la historia antigua y reciente de la comunidad tehuelche

Los libros también fueron de gran ayuda para conocer más del tema, pero la historia hablada no estaba registrada y pudieron recabar información inédita. “Nuestra comunidad se llama ‘Kulula A Küna’, que significa ‘gente de mar’, y fuimos creando una colección de elementos, desde boleadoras, que era lo que más se utilizaba e la zona, y muchos materiales que fuimos encontrando nosotros cuando estábamos caminando, que aparecen cuando hay bajamar o cuando hay mucho viento, como algunos morteros y puntas de flecha, otras nos las dio gente del lugar y otras nos las fueron cediendo los mismos científicos y diferentes museos”, explica.

En la antigua usina del pueblo se encuentran los instrumentos líticos del complejo Tehuelche, con una gran cantidad de fotografías y videos. “Tenemos grabaciones hechas hace 30 años, una estatua de una mujer aborigen, una exposición de pájaros costeros, y tallas de madera de la mitología tehuelche”, detalla. Con la colaboración de familias descendientes, algunas de Buenos Aires y otras de la provincia de Santa Cruz, pudieron intercambiar muchos datos. Hoy están muy comprometidos con las problemáticas que enfrentan, y organizan encuentros cada vez que pueden.

La placa que da la bienvenida al lugar de visita más importante de Centinela del Mar, creado por el matrimonio

“Era otra forma de vida completamente distinta, no tenían propiedad privada, todo era comunitario, y vivieron en los mejores lugares, los que eran vistosos y estaban refugiados: acá tenían tres arroyos y una laguna, unas noches estrelladas increíbles, todos los recursos óptimos para vivir”, señala. También a nivel energético se consideran tierras sagradas por la espiritualidad que sobrevuela. Entre los descubrimientos que se hicieron llama la atención el “Túmulo de Malacara”, una pirámide de 18 metros de diámetro por dos de alto, en donde estaban enterrados 13 cuerpos en forma individual y en el centro una pareja. El hallazgo ocurrió en 1912 y los restos óseos y el complejo fue trasladado al Museo de La Plata.

“Uno de los proyectos es reclamarlo legalmente para traerlo nuevamente y armar un circuito, porque hoy es un lugar de meditación que lamentablemente está en tierras privadas; queremos pedir una restitución y realizar el ritual del entierro, que se hace con música, un ajuar de boleadoras, cuchillos hechos en piedra, todo lo más parecido posible a cuando estaban enterrados en su lugar de origen”, manifiesta Carlos. En el territorio hay tumbas que tienen desde 1000 hasta 8000 años de antigüedad, y la barranca que se encuentra frente a la playa tiene una estratificación de 100 millones de años, es decir que resguarda todos los cambios climáticos que transcurrieron, la presencia del hombre, y hasta la caída del mismísimo meteorito que extinguió los dinosaurios.

Otra de las postales del pueblo costero que está en pleno crecimiento, actualmente con solo 4 habitantes como población estable

Polo científico

Desde 1912 hasta la fecha, se han realizado más de 100 trabajos científicos, y la visita de los expertos se hizo cada vez más frecuente. Luego tomó forma y nombre: el “Proyecto Reserva Natural Centinela del Mar” es una iniciativa de la Fundación Azara para la conservación de los ambientes naturales y el patrimonio cultural de la costa bonaerense. Esa noticia llena de alegría al matrimonio, que viene luchando por preservar el territorio desde que abrió la pulpería y el centro de interpretación. Ahora se sumó un nuevo atractivo turístico, porque cada vez que llegan visitantes los miembros de la fundación les brindan una charla orientativa, donde les explican las características del área protegida a nivel provincial, la biodiversidad y la importancia que tiene el lugar, tanto en materia natural como cultural.

“Se está organizando para poder protegerlo, para que esté lo más intacto posible y pueda pasar a las próximas generaciones, sobre todo por las motos de carreras, los cuatriciclos, las camionetas que andan por la arena, cazadores y gente que hace fuego”, cuenta Carlos. En la originalmente era la Escuela Primaria “Alfonsina Storni”, que fue cerrada por falta de alumnos, actualmente funciona un centro de investigación científica con laboratorio, y es donde se instalarán los futuros guardaparques, que se van a encargar de encaminar la reserva.

Por el paisaje, el color del agua, y el clima ventoso, Carlos y Patricia aseguran que la localidad tiene similitudes con la Patagonia de nuestro país

Se está armando un pueblo de nuevo, y lugar se lo merece porque es reconocido y todos los biólogos, arqueólogos y paleontólogos que han venido se sorprendieron cuando vieron los pastizales naturales, y la estratificación, que permitió identificar insectos, ranas, y toda la gama de la fauna del cuaternario”, celebra el matrimonio. Incluso se ilusionan con que vuelva a haber guardavida en la localidad, porque el último fue Carlos, y en esos 15 años que brindó servició siempre tuvo que realizar asistencias. “Hoy son playas sin servicios, sin sanitarios, sala de primeros auxilios ni guardavidas, pero hace falta porque tenemos salida al mar, tenemos una laguna y tenemos arroyo, o sea que sería muy importante un puesto de guardavidas, mínimo dos guardavidas con un vehículo porque las playas aptas para bañarse son tres a lo largo de 2.000 metros, y no sería nada difícil organizarlo”, asegura.

Listos para compartir todo lo que han aprendido, dispuestos a ayudar, así es la pareja en todo momento. Se ganan los elogios de cada uno de los visitantes, que además de quedar maravillados por la sensación de estar en medio de playas vírgenes, siempre destacan su vocación de servicio como anfitriones, su amabilidad y su buena fe. Verdaderamente están alineados con la filosofía de vida propia del ambiente, porque la preservación de la naturaleza es prioridad para los habitantes.

Desde las barrancas y por toda la costa, realizan cada año la limpieza de las tres playas de Centinela del Mar

Mirada consciente

Gran parte de la cartelería tiene escrita la leyenda: “Cuide este lugar”, un pedido sincero que caracteriza el lugar. “Los atardeceres son increíbles, con los cielos limpios, las estrellas se ven nítidas, en ciertos meses vemos pasar las ballenas, lobos marinos, delfines del Atlántico, y todavía hay liebres, zorros, zorrinos y muchos pájaros, lo que indica que hasta ahora estamos haciendo las cosas bien”, expresa. Hace más de 15 años realizan una limpieza histórica de playas, y Carlos tiene mucho que ver en eso, porque convoca a los jóvenes que están estudiando para ser guardavidas, y hacen la tarea en conjunto. La última vez que trajeron ocho bolsones de basura.

“Esperemos que la gente de a poquito vaya aprendiendo que esto lo tiene que cuidar, que si hace basura, se la tiene que llevar”, sentencia. La playa histórica y la más visitada de las tres es la que está en la bajada al viejo hotel, un gigante dormido que hasta hace 18 años atrás funcionaba. “De un día para el otro cerró y ahora se está cayendo pedazos lamentablemente; solo quedó el recuerdo de la década del 60′, cuando explotaba el turismo y estaba lleno de gente que venía en verano”, indica. Otro de los edificios que suelen fotografiar quienes van de paseo es la capilla de Centinela del Mar, que solía estar cerrada, pero recientemente volvieron a abrir por la llegada de curas de la ciudad de La Plata, que se instalaron allí.

Carlos junto a dos de sus exalumnos, estudiantes en formación de guardavidas, frente a la entrada de la pulpería (Fotos: Facebook “La Lagartija")

Parte de la experiencia sublime es conocer la pulpería de Patricia y Carlos, y el centro de interpretación para hacer un viaje en el tiempo. El ingreso es gratuito, y siempre ofrecen todo su conocimiento. “No cobramos entrada, simplemente tenemos una un lugarcito para depositar lo que quieran a voluntad, que es un monedero, pero no es obligatorio; nos sirve para los gastos, para costear el WiFi, y pagar los servicios”, explican. A quienes llegan les preparan comidas a la minuta, como empanadas, pizzas, hamburguesas, milanesas completas, ensaladas, pollo al disco, entre otras opciones.

Hace algunos años sumaron un dormitorio por si algún visitante quiere quedarse a pasar la noche. “Es humilde, rústico y de campo, pero siempre nos pedían algún lugar para dormir, y ahora tenemos esa alternativa”, cuentan. Para quienes estén interesados en coordinar visitas o contactarlos, los pueden encontrar en sus redes sociales: en Facebook “La Lagartija” y en Instagram @postalalagartija.