[El podcast”Medio siglo de periodismo” puede escucharse clickeando acá]
En 1978 los diarios argentinos -que eran en blanco y negro- se ocuparon de un caso muy extraño y lejano: los integrantes de la secta “Templo del Pueblo” se habían suicidado en masa.
El hecho había ocurrido en Guyana, país de América del Sur que limita con Surinam, Venezuela y Brasil y tiene costas sobre el Atlántico Norte. No era habitual que en la Argentina se publicara información proveniente de Guyana. Pero aquella historia salió de lo común. Hacia allí fue Alberto Amato, en búsqueda de una crónica para publicar en la revista Gente.
Fue en Guyana donde se había establecido la secta liderada por el reverendo estadounidense Jim Jones, tras haber sido fundada en la ciudad de San Francisco, Estados Unidos. Un millar de seguidores acompañaron a la congregación hasta la selva caribeña donde se intentó establecer un estado religioso marxista leninista.
A los fieles se les exigía sumisión incondicional y la entrega de todos sus bienes al Templo del Pueblo. La ciudad donde se radicó aquel extraño proyecto se llamó Jonestown, en honor al reverendo, y estaba a unos 240 kilómetros de Georgetown la capital de Guyana.
El 18 de noviembre de 1978 más de 900 personas ingirieron veneno y se suicidaron siguiendo la orden de Jones, quien también murió, pero a balazos y no envenenado.
Por aquel entonces las noticias sobre el caso de la secta de Jonestown ocupaban a lo sumo dos páginas en la sección Internacionales de los diarios y apenas si había un informe de no más de un minuto en algún noticiero. Esa información se obtenía a partir de agencias internacionales de noticias.
En las revistas semanales había fotos color y también la intención de mirar con “ojos argentinos” hechos que eran noticia en diversos lugares del mundo. Fue por eso que, enviado por la revista Gente, Amato llegó a Guyana el 22 de noviembre de 1978.
En el quinto episodio del podcast “Medio siglo de periodismo” Amato explica por qué no viajó inmediatamente y cuenta cómo fue su vuelo: tuvo que ir desde Buenos Aires a Nueva York para luego ir a Georgetown.
Cuando llegó a Guyana los centenares de cadáveres habían sido llevados desde Jonestown al aeropuerto de Georgetown y allí tuvo que realizar su tarea periodística.
Amato recuerda el clima en aquel lugar remoto al que lo habían mandado y un detalle no menor sobre la identificación de los cuerpos: “Llegué un día nublado de muchísimo calor. Un calor intenso porque es una selva tropical. De golpe caen unos chaparrones que uno dice diez minutos más de lluvia y me ahogo. Y de golpe para y sale el sol. Eso ayudaba mucho a descomponer los cadáveres. Los primeros que llegaron fueron los efectivos del ejército guyanés que había puesto -como hacen los médicos forenses- un papel con nombre y apellido en el dedo gordo del pie de los cadáveres y la lluvia había borrado toda la tinta. Tuvieron que empezar de nuevo, tomar las huellas dactilares. Fue un desastre. Un desastre. Un desastre tremendo”.
Cuando Amato llegó ya estaban a cargo de la situación los Marines estadounidenses y consiguió que un sargento le explicara cómo funcionaban algunas cosas en medio de aquella caótica situación. El periodista tuvo una conversación con el marine y sus subordinados: el militar le explicó por qué los jóvenes uniformados cantaban mientras recogían los cadáveres embolsados para apilarlos en la caja de camiones.
Alguna vez Amato -que luego viajó a San Francisco para seguir la historia de la secta- escribió que algo que le quedó grabado de aquella cobertura en Guyana: el olor de la muerte. En el podcast explica cómo es: “Es dulzón. Es profundo. Casi te diría que no es del todo desagradable, pero es insoportable”.