En el Paraje Vergara, partido de Magdalena, Provincia de Buenos Aires, viven unas 15 personas, con un fuerte sentido de comunidad. Xabina De Arrascada y Martín Sives son un matrimonio que se mudó al lugar junto a sus tres hijas, y atienden un antiguo almacén. Hace tres años tomaron la decisión de alquilar la propiedad centenaria, que data de 1916, y lucharon por darle una nueva vida como pulpería. Atrajeron el turismo rural, y aunque enfrentan muchas dificultades diarias, no se dan por vencidos. Cuando llegan visitantes les preparan su especialidad, las empanadas de vizcacha, y los reciben con mucha alegría, porque cada comensal representa la esperanza de no caer en el olvido. Desde que se instalaron ahí vivieron algunas experiencias sobrenaturales, y al poco tiempo los residentes les contaron historias sobre un fantasma al que apodan “El Paisanito”, que coincide con lo que sucedió en su propia casa.
La pareja se conoció hace nueve años en una jineteada en Bavio, un evento que los hizo coincidir, aunque ella creció en el Paraje El Pino y él en la ciudad de Chascomús. “Era el destino, nos teníamos que encontrar, y charlando nos dimos cuenta que tenemos muchos amigos en común, incluso hasta hoy seguimos encontrando conocidos que tienen parentesco, así que en algún momento nos teníamos que convertir en familia”, expresa Xavina con humor, en diálogo con Infobae. Después de noviar por un buen tiempo, llegaron las niñas, Aitana, Aymará y Aylú, de siete, cinco y un año recién cumplido.
“La más chiquita nació en Vergara, así que es la última la última habitante hasta el momento”, comenta. Cuando nació todos los vecinos fueron a conocer a la bebé, y es la gran protagonista del almacén, junto a sus dos hermanas. Desde el primer día tuvieron buen vínculo con los habitantes, y se acuerda del impacto que sintió cuando fueron a conocer el lugar. “Esto es todo campo, un camino de tierra por varios kilómetros, y de golpe te encontrás en una esquina con este gigante dormido, no hay más nada nada, ni siquiera otras casas cerca; y como nosotros somos gente de campo, encajamos enseguida, porque entendemos las problemáticas de la comunidad, las hemos pasado también, el estar alejados de todo, no tener accesos ni señalizaciones en los caminos rurales, tener que quedarnos encerrados si llueve, y no tener ni una salita por si tenemos una problema de salud”, enumera.
Xavina es una genuina defensora de sus pagos, y se emociona hasta las lágrimas cuando evoca sus raíces y el valor de las tradiciones. Desde el día en que llegó, se puso muchas causas al hombro, y gracias a su tenacidad se han logrado algunos pequeños cambios. Se volvió una cara conocida de Magdalena, y más aún desde que protagonizó uno de los videos de Viajar en Foco, el matrimonio viajero de María Laura y Juan Carlos, que recorren localidades de nuestro país. En aquel clip quebró en llanto cuando habló de los tiempos pasados del Almacén Vergara, épocas doradas en que el tren pasaba, y venían turistas de zonas aledañas para comprar mercadería fresca, carnes, embutidos, productos de lechería, y hasta insumos veterinarios, con estanterías que llegaban hasta el techo.
“Dicen que llegaban a juntarse hasta más de 20 carros lecheros por día, que venía una vez por semana un peluquero, y que el almacén también cumplió función de escuela y Registro Civil en una de sus habitaciones, porque es como un laberinto, hasta con sótano para mantener los productos frescos”, describe Xavina. La nostalgia por aquel punto neurálgico sobrevuela en el aire, con un presente que contrasta. “En el verano todos van por la ruta 2 para las playas, ni locos se desvían 30 kilómetros adentro del campo, sino nos encontrarían”, se lamenta. Se puede acceder desde La Plata por la Ruta 36, y al llegar a Vieytes tomar la Ruta 20 en dirección a Chascomús -que se encuentra a 25 kilómetros-, hasta ingresar por el camino rural.
El hombre misterioso y los ruidos
Habían llegado hacía pocas semanas cuando una noche mientras estaban cenando ocurrió algo totalmente inexplicable. “Hay una puerta que da a un pasillo que va para la cocina, y estábamos comiendo cuando Martín vio a alguien que pasaba, y me dijo: ‘Hay un tipo’, se levantó y se fue a correrlo, y yo no me animé a ir porque pensaba en que las nenas estaban durmiendo, y que se nos había metido un hombre”, relata. Aunque lo persiguió enseguida, no encontró a nadie, y lo llamativo es que las puertas del almacén estaban cerradas con trampas del lado de adentro, así que era imposible que haya podido salir.
“Había un vecino con nosotros esa noche, y nos dijo que era normal, que siempre veían una figura blanca que iba caminando hacia lo que nosotros llamamos ‘la carnicería’, que es una de las habitaciones, y yo no lo podía creer”, revela. Los días siguientes le contaron a otros residentes lo que les había pasado, y para su su sorpresa, el relato se repetía. Algunos lo describían como “una sombra”, otros como “El Paisanito”, haciendo referencia a la vestimenta del hombre, y a la historia de un muchacho que asesinaron justo en ese almacén.
“Me decían: ‘Él vive hace años ahí, es un espíritu que vive ahí”, cuenta. Varias noches más, mientras lavaba los platos veía de reojo alguien que pasaba caminando, siempre hacia la misma dirección. Otro vecino les dijo que creyó que había alguien en la ventana porque desde afuera vio algo extraño, y así un sinfín de comentarios que coinciden entre sí. “Lo loco es que mi marido lo confundió con una persona, lo vio de cuerpo entero, y encima él no creía en esas cosas, nunca le había pasado algo así, en cambio yo soy más creyente, y por eso decidí hacerle caso a todos los tips y consejos que me dieron los vecinos, por las dudas”, indica. Primero prendió una vela, y rezó porque esa alma descansara en paz, y otro día dijo unas palabras en voz alta.
“Dije: ‘Nosotros estamos acá, no venimos a hacer daño, ojalá podamos recuperar este lugar, que vuelva a ser un lugar como vos lo habrás conocido, y si pensás que venimos a hacer daño, danos una señal y nos alejamos’, y gracias a Dios no se cayó nada ni se movió nada, porque sino salía corriendo”, reconoce. A partir de ese momento no volvieron a ver aquella figura, pero algunas veces sucedieron otras cosas, que tampoco pueden explicar desde la lógica. La que se repitió hasta hace muy poco fue con el pool del almacén. “Se escuchaba como que estaban jugando, el ‘tic tic’ de las bolas, bien clarito, y al principio pensamos que eran nuestros gatos, pero después los dejamos con nosotros en la habitación para sacarnos la duda, y no eran ellos”, señala.
Optaron por trasladarse a una habitación más lejana para no oír tan de cerca ese sonido, porque incluso sentían como si rompieran todas las bolas, tal como ocurre al inicio del juego. Probaron dejarlo armado para ver si a la mañana encontraban alguna bola movida, pero siempre lo encontraron exactamente igual. “Una vez vino el hijo mayor de mi marido, que tiene 18, y trajo a varios amigos; en un momento bajó al baño y cuando volvió los chicos le dijeron: ‘¿Te fuiste a jugar solo al pool?’, porque habían escuchado ese mismo ruido”, confiesa con asombro. Y en otra ocasión estaban en el altillo, también de madrugada, y creyeron que una de sus hijas se había despertado, pero no era el caso.
“Sentimos que alguien corrió desde la cama hasta la pared, y parecía un niño por la forma en que correteó, fuimos a ver y no había nadie, las dos nenas dormían; esa vez sí me asusté mucho, pero estaba acompañada por Martín por suerte”, confiesa. Agradece que fueron episodios aislados, y que nunca sintieron que estuvieran en peligro. “Elegimos pensar que son energías de tanta gente que pasó, porque esto llegó a funcionar como hotel y baile, y quizá algunas personas se quedaron, pero nuestra prioridad son nuestras hijas, que afortunadamente jamás se sintieron mal o nos dijeron algo que a nosotros nos encendiera las alarmas”, remarca.
Hubo una familia que alquiló antes que ellos, y se fueron por temor a esas historias. “Según dicen, la muerte de ese hombre se dio en medio de una traición que le hicieron, muy fea, y el tiro quedó marcado en una mocheta del techo de la pared, pero no creo que sea alguien malo, porque no nos hizo ningún daño; algunos piensan que es mentira, pero cómo voy a hacerle propaganda al lugar con algo así, todo lo contrario, nosotros queremos repuntar este almacén”, sentencia.
Sueños por cumplir
Martín se dedica a hacer alambrados de campo, y Xabina es perito clasificador de cereales. “Como en la zona no hay mucho trabajo de eso, me estoy dedicando más que nada a cocinar en el almacén, cuidar a las nenas, y también soy profesora de folclore, así que mi idea es empezar a darle clases a los chicos, porque no tienen otra actividad que no sea la escuela”, proyecta. En el terreno tienen una granja y llevan un estilo de vida autosustentable. “Tenemos algunos animalitos, las gallinas, una huerta que hacemos con las nenas, y tratamos de promover eso”, asegura. En el marco de una campaña del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), les traen semillas que van repartiendo a los vecinos y a todo aquel que los visite, de manera gratuita. “Las escuelas rurales lo están haciendo también, para que los chicos aprendan que los alimentos no salen de la góndola”, explica.
Estos últimos meses fueron muy duros, por una combinación de factores: los ríos estaban secos, los pescadores no iban, y el puente El Vado, que divide Chascomús y Magdalena, no se está pudiendo usar porque el agua rebalsa. “No están funcionando los tubos, algunos están rotos y otros se han tapado, así que de 20 tubos funcionan siete, y cuando llueve mucho en San Vicente, a nosotros nos inunda, y nos deja aislados, porque si llueve también acá, directamente no se puede salir”, indica. Por eso otro de los sueños es que se realicen las obras correspondientes para poder usar ese acceso.
“No queremos irnos pese a las dificultades que pasamos, y aunque estuvimos a punto de irnos, decidimos quedarnos un tiempo más, porque no quisiéramos que pasen 10 años y solo queden las paredes del lugar, como pasa en tantas partes”, se lamenta. Hubo una buena racha en la que por tres fines de semana seguidos fue bastante gente a conocer el lugar -se reserva a través de sus redes sociales, en Instagram @almacenvergara, y en Facebook “Antiguo Almacén de Vergara”-, luego de una serie de entrevistas que brindaron, pero luego volvieron a la desolación. “Fueron sábados y domingos que la gente me pedía la cuenta porque había gente afuera esperando para ocupar mesa, y como se estaba manteniendo, para el siguiente finde preparé un montón de comida, y nos la tuvimos que comer nosotros porque ya no vino nadie”, expresa.
La invade la desesperación porque cuanta menos visitas hay, más invisibles se sienten, y las metas parecen cada vez más lejanas. Hubo triunfos para la zona gracias a la difusión, como el pedido de abrir un jardín de infantes. “Acá teníamos 9 nenes chiquitos listos para anotarse, pero como solo está la Escuela Primaria N°26, no tenían dónde estudiar, y por lo menos en dos escuelas que están a 15 kilómetros pusieron jardines”, dice con entusiasmo, y la ilusión de que pronto se agregue uno en Vergara. “Hay chicos que van a caballo a la escuela porque no tienen vehículo, hay que contemplar todo eso”, sostiene.
Previo a la inauguración de los dos jardines en zonas aledañas, hicieron una colecta en el almacén, para que todo el que fuese supiera de la causa, y lograron amoblar cuatro escuelas. “La gente nos acercaba un escritorio, una biblioteca, los libros que tenían, y así se fue haciendo, por lo que este lugar sigue teniendo esa alma de punto neurálgico”, celebra. Otros pendientes son una salita para que los habitantes puedan aunque sea una vez por mes tener acceso a la salud, y la instalación de un destacamento policial.
Mientras tanto, ven como única salida el turismo rural, y para eso están reacondicionando algunos carteles para colocar señalizaciones y aportar información sobre la localidad. “Tenemos la antigua estación de tren, que es muy pintoresca, de madera y chapa, tipo casillas de ferroviarios, que está tal cual como cuando cerraron y se fueron, intacta, y nos gustaría revalorizarla, porque han venido muchos fotógrafos a capturar su magia”, destaca. El tren dejó de pasar en 1975 y la estación fue clausurada en 1977. Desde ese entonces, nadie volvió a tocar el lugar, y todavía se percibe la antigua boletería.
“Nosotros amamos el campo porque te da todo, y nos gustaría que las nuevas generaciones lo aprovechen. Realmente es un placer estar y servir a todos los que vengan, y vamos a seguir haciendo de todo para mantenerlo vivo y poder brindar un buen servicio, porque ser agradecido y dar una mano a quien necesite es lo más valioso que tenemos como seres humanos”, concluye Xabina.