Como muchas de las mujeres de su generación, María Emilia Caro no vio las barreras hasta que las tuvo enfrente. Había hecho una carrera sólida como bióloga molecular y se especializó en Genética Médica y en Gestión de ONGs en España y en Inglaterra. Sentía que la brecha de género no existía, después de todo, ella había llegado a lugares de decisión y se había abierto camino sola.
Pero para la hoy Directora Ejecutiva de la Fundación de Gastroenterología Diagnóstica y Terapéutica (GEDYT) y Presidente de Women in Global Health (WGH) Argentina, algo cambió con la llegada de sus hijas Catalina y Antonia, de 9 y 7 años. “Ahí me empecé a dar cuenta, primero, de los privilegios que yo tenía, mi red de contactos, mi formación, mis oportunidades económicas y familiares, mis redes de contención, que la mayoría de las mujeres no tienen. Cuando empecé a mirar un poco más a mi entorno desde ese nuevo lugar de madre de dos hijas mujeres, mi sensibilidad fue otra, entendí que yo había llegado porque tuve todo eso y no podía saber si ellas lo iban a tener”, le dice Caro a Infobae.
Para entonces había interactuado con casi todos los actores que tomaban decisiones de política sanitaria, tanto como fundadora de startups de salud, como al frente de una organización médica asistencial, y como directora de una organización como GEDYT, que trabaja con varias provincias para la prevención del cáncer de colon, y ya se había acostumbrado a sentarse en mesas donde todos menos ella eran varones. Eso también se le hizo obvio de repente: “¿Cómo puede ser que sea la única?”. Si hasta ese momento se había masculinizado para que su género pasara inadvertido, ahora todo eso le hacía ruido: a su alrededor todos eran hombres de más de 60 años, y más allá de que no tuvieran mala voluntad, había problemas que no percibían, eran parte de una cultura distinta. Así fue como se decidió a ser parte del cambio, aliarse y trabajar con otras mujeres, empezar a armar un mapa que sí registrara las necesidades en la atención de la salud con perspectiva de género.
Su último logro en ese camino fue encabezar la apertura, hace un mes, de la rama local de WGH, la red de mujeres profesionales de la salud más grande del mundo, que busca incrementar la representación y el liderazgo femenino en el sector sanitario. WGH tiene sede en Washington y presencia en 54 países, además de memorándums de entendimiento claves con Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud (OMS), y su llegada al país representa un paso concreto para relevar de manera confiable la verdadera situación en cuanto a salud y género, tanto en la formación, como en la práctica y la atención. “En la salud pasa algo muy puntual, que es que más del 70% de los trabajadores son mujeres y menos del 20% de las posiciones de decisión están ocupadas por mujeres, entonces la desproporción es muy marcada –dice Caro–. Y además estamos hablando de un sector que tiene protocolo de atención y la calidad de esa atención afecta justamente a la salud y a la vida de las personas. La falta de mujeres en posiciones de decisión genera una falta de perspectiva de género, y que la atención no sea la misma para las pacientes mujeres que para los pacientes hombres, por eso es tan importante impulsar cambios”.
Caro dice que llegó a WGH en medio de otra búsqueda: “Yo tenía la idea de armar una red de mujeres y ver qué se podía hacer en la Argentina para incorporar a la salud perspectiva de género, y me encontré con que existía esta organización y no estaba presente en el país. Entonces, con las poquísimas mujeres con las que me fui cruzando en esas mesas, escribimos el proyecto y nos postulamos para ser parte. No representa un aporte de fondos significativo, pero sí hay líneas a las que se postula la organización global, como los que otorga la Fundación de Bill y Melinda Gates. El problema que tenemos en la región es que la mayoría de esos recursos se destinan a países de África, porque nosotros somos considerados de ingresos medios. Lo realmente importante es estar en la red de profesionales líderes en salud más grande del mundo, lo que hace que, por ejemplo, hayan convocado por primera vez para participar de la Asamblea de la OMS a profesionales que nunca habíamos estado, porque no éramos parte de la delegación oficial”.
Pero antes, dice, hubo un cambio interno en las mujeres en posiciones de liderazgo: “Nosotras éramos como islas, no hablábamos entre nosotras, no nos encontrábamos, y el hecho de armar redes nos permitió circular información y generar oportunidades para otras mujeres y otros talentos. Porque estadísticamente hay un montón de talento desperdiciado si el 70% de la base no llega nunca a puestos jerárquicos”.
Desde GEDYT, la bióloga condujo recientemente una encuesta sobre Mujeres en Salud y Brecha de Género, cuyos resultados, publicados hace unas semanas, son tan contundentes como alarmantes. El estudio, que se realizó entre profesionales del sector sanitario de los ámbitos público y privado, tanto varones como mujeres, provenientes de quince provincias y con énfasis en gastroenterología, arrojó por ejemplo que casi el 50% de las entrevistadas enfrentó en su carrera situaciones de discriminación por su género. “Hay datos muy fuertes sobre la marcada brecha salarial, algo muy naturalizado tanto para hombres y mujeres que apareció cuando investigábamos sobre liderazgo. Porque esto se da sobre todo en la posiciones de liderazgo, mientras las mujeres van subiendo en lo que se llama la pirámide de la brecha de género del sector, donde tenes en la base principalmente mujeres y en las posiciones de decisión eso se achica muchísimo. Es distinto de lo que pasa en tecnología, por ejemplo, porque acá sabemos que el 86,5% de los ingresantes a la Facultad de Medicina de la UBA son mujeres, entonces, ¿qué pasa en el medio?”
Para Caro, el gran click fue entender cómo esa brecha afecta la calidad de la atención médica: “Al no haber tenido nunca mujeres en posiciones de liderazgo, hoy buscás por ejemplo información sobre menopausia y no existe, porque no hay investigaciones. Eso es porque a nadie se le ocurrió liderar esas investigaciones, básicamente porque las personas en esas posiciones nunca iban a ser menopaúsicas. Y ahí es donde entra en juego la perspectiva de género, que no es ni más ni menos que garantizar que las elecciones, las preferencias y las necesidades de los distintos géneros estén representadas. Las necesidades físicas, emocionales y mentales de las mujeres son diferentes, y si eso no está representado en el protocolo de atención, es muy difícil garantizar que el trato y el acceso sean equitativos”.
En 2018, cuenta Caro, la Sociedad de Cardiología británica nombró por primera vez una presidenta mujer. “Una de las primeras investigaciones que lideró fue para ver qué pasaba con los hombres y las mujeres cuando llegaban a una guardia con un infarto. Y lo que encuentran es que moría casi el 50% más de mujeres que de hombres sin que hubiera un fenómeno biológico y fisiológico que explicara la diferencia. El principal problema que detectaron finalmente fue que en los protocolos de atención y en los libros de cardiología que se usan hasta hoy, los síntomas descritos como típicos para los infartos son los más frecuentes en los hombres, y los síntomas más frecuentes en las mujeres están descritos como atípicos. Lo que pasaba era que a las mujeres las mandaban a Gastroenterología y a Psiquiatría porque sus síntomas eran vómitos, dolor en la espalda y falta de aire y ni ellas los podían identificar como algo cardíaco, porque lo que sabemos todos es que los síntomas son dolor en el pecho y en el brazo izquierdo, que son los más frecuentes en los hombres. El problema es que en las guardias tampoco lo hacían”.
Caro dice que leyó esta historia en La mujer invisible (Caroline Criado Pérez, 2019), un libro que expone el sesgo de datos en el desarrollo de un mundo eminentemente diseñado por y para varones y los efectos adversos en las mujeres y que marcó un antes y un después en su mirada y en su vida. “Cuando llegué al capítulo de salud, me quería morir. Porque no era un tema de desidia o de maldad, ni de desinterés de los que deciden, sino que son cosas que directamente no consideran porque no las viven. Entonces es muy obvia la necesidad de estar ahí y enriquecer esas mesas”, dice.
Por su historia familiar –es hija del prestigioso gastroenterólogo Luis Caro–, la bióloga siempre se especializó en cáncer de colon, una patología que tiene a su vez otros problemas de diagnóstico: “La incidencia es igual en hombres y mujeres, 50 y 50, y el chequeo también termina siendo bastante parecido, 50 y 50. Pero esto no es porque las mujeres sepamos o la sociedad sepa que es un cáncer con incidencia en ellas, porque es algo mucho más asociado a los hombres. El tema es que hay mucho tabú por el tipo de estudio para que se lo hagan los varones, entonces, aunque los varones estén al tanto de que deberían hacérselo, consultan menos y eso equipara la brecha de información que existe. Porque el cáncer de colon es el segundo en incidencia en las mujeres después del de mama, seguido por el de pulmón, pero pareciera que en las mujeres sólo existen el cáncer de mama y el de cuello uterino, y es que la salud de la mujer por mucho tiempo se asoció casi exclusivamente a los genitales y el sistema reproductivo. Y en la Argentina se mueren más mujeres por infartos y por AVC que por cáncer de mama”.
La formación es otro de los problemas: “No sólo porque no hay tantas decanas, sino porque hoy en día nuestro sistema formativo para los médicos y las médicas no tiene perspectiva de género, por empezar porque el sistema de residencias se diseñó hace más de 90 años, cuando los únicos que se formaban eran personas no gestantes. Es una pregunta que hasta hoy afecta muchísimo a las residentes que tienen que elegir entre seguir con sus carreras como quisieran o ser madres”. Caro dice que lo mismo pasa en los congresos, y que por eso, para 2024 uno de los objetivos de la Fundación GEDYT en este sentido es tan simple como que por primera vez haya guarderías en los encuentros en Argentina, y es que “hay mucho trabajo por hacer como sociedad para que las tareas de cuidado no recaigan sólo sobre nosotras, pero hay que trabajar en el mientras tanto, donde si las mujeres se quieren formar y hacer networking tienen que por lo menos poder asistir y participar. No vamos a poder cambiar la cultura sólo desde WGH, pero sí tenemos que pensar cómo hacemos para que, pese a eso, podamos empezar a dar más oportunidades”.
La clave, asegura, es poder afianzar esas redes que se tejen por abajo del sistema, como en todos los ámbitos: “Las mujeres hacemos un 80% menos de networking, no sólo porque cedemos culturalmente ante las necesidades de nuestros hijos, sino de nuestras parejas. Por eso generar espacios de encuentro es fundamental. Algo que identificamos es que a las profesionales de la salud les cuesta mucho involucrarse sin sentirse conflictivas, por eso nosotras tenemos el desafío de llamar a la acción desde los datos, porque necesitamos garantizar que la atención de la salud sea equitativa. Se trata de la calidad de atención para el 50% de la población, porque en definitiva es eso de lo que hablamos, de la salud de toda la sociedad, de todos y de todas”.