“El 16 de noviembre pasado, Cande hubiera cumplido 23. Lo pienso y no lo puedo creer, ya pasaron más años que los once que tenía cuando la secuestraron y la mataron y todavía no tenemos a todos los responsables en la cárcel. Después te dicen que creas en la justicia...”, describe Carola Labrador, su mamá, cuando recibe a Infobae en su casa de Loma Hermosa, a la que debió mudarse porque nunca más pudo pisar la de la calle Coraceros, en Hurlingham, donde vivían cuando a su hija de tan solo once años se la llevaron por la fuerza a metros de su vivienda. “Ni siquiera podría pasar cerca. Ahí vivimos hermosos momentos, pero también retumba en mi cabeza que allí me la arrancaron. Es muy fuerte lo que siento cuando pienso en eso. Viste que te dicen que con el paso del tiempo el dolor va mermando. Yo te aseguro que no es así, cada día que pasa es peor, por momentos sentís un vació y una sensación de desgarro acá en la panza donde la tuve hasta que nació”, se conmueve mientras camina hacia la cocina e invita a compartir el mate. Luego toma aire, y cuenta que el fiscal de la causa Mario Ferrario la convocó el último miércoles 27 de diciembre para anunciarle que la segunda parte del juicio se llevará a cabo desde el 5 de marzo al 10 de abril durante trece jornadas en los Tribunales de Morón.
Carola confiesa que al recibir la noticia tan esperada por ella y su familia primero vivió una sensación de alivio, porque tenía la impresión de que ese día nunca iba a llegar, pero también sufrió una especie de shock pensando en qué haría luego de conocerse la sentencia. “Porque hasta ahora vivo esa carga de energía que te da el luchar y preocuparte porque se haga justicia completa, pero, ¿y el día después qué?. Porque ya nadie me la va a devolver eso lo tengo bien claro, aunque siempre la siento y la tengo acá conmigo”, se sincera mientras apoya con suavidad sus manos sobre el pecho.
Desde ese 22 de agosto de 2011 cuando Candela fue secuestrada y luego apareció muerta nueve días más tarde en una bolsa negra, recién en 2017 el Tribunal Oral en lo Criminal –TOC- 3 sentenció a prisión perpetua a Hugo Bermúdez y a Leonardo Jara por los delitos de “privación ilegal de la libertad coactiva seguida de muerte”, y a cuatro años a Fabián Gómez como “partícipe secundario”.
Los jueces entendieron que el crimen cometido fue un vuelto, léase venganza o ajuste de cuentas en perjuicio del padre de Candela, Alfredo Juancho Rodríguez, por algún hecho que estos le adjudicaron y consideraron fuera de los códigos mafiosos. Decían que Rodríguez, quien por ese entonces cumplía una condena en prisión por lo que se denomina piratería del asfalto (asaltar camiones), había marcado a la policía “ranchos” de los narcos donde se cortaba y comercializaba droga, hecho que Juancho desmintió enfáticamente.
Coincidentemente, días antes del secuestro de Candela, más precisamente el 11 de agosto de 2011, había sido detenido Miguel Ángel “Mameluco” Villalba, alguna vez candidato a intendente de San Martín, sindicado como alto capo narco de la zona. Mameluco hoy cumple una condena a 27 años de prisión por tráfico de drogas y lavado de dinero en el penal de Rawson. Y acaba de trascender a través de la ministra de seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, que Villalba lavaba 22 millones de pesos diarios producto de la venta de drogas en la zona del partido bonaerense de San Martín, que eran desviados a través de financieras y empresas constructoras a todo tipo de negocios que incluían emprendimientos inmobiliarios en Brasil y hasta la representación de futbolistas en España y la compra de un club en ese país.
En la causa por el asesinato de Candela, Mameluco declaró como testigo y afirmó que el crimen de la niña fue un secuestro extorsivo vinculado a dinero del narcotráfico, en el que a los captores “se les fue la mano” y la mataron. Pero el fiscal Ferrario continuó investigando y lo acusó de haber formado parte del hecho delictivo como “partícipe necesario” junto al ex policía bonaerense Sergio Chazarreta, dueño de la camioneta negra que, según las pericias, se usó para trasladar a Candela, un “informante o buche” de la policía llamado Héctor “El Topo” Moreyra, y un carpintero del barrio, Néstor Altamirano, a quien se lo señala como el responsable de haber cuidado a la niña en su cautiverio.
“No veo la hora de verles la cara; no creo que puedan sostenerme la mirada. Lo único que espero es que reciban la condena que merecen ni más ni menos”, expresa con indignación Carola Labrador y agrega: “Ellos no saben lo que es padecer la muerte de una hija todos los días. Más en estas fechas que son tan especiales, de recogimiento, como la Navidad y el Año Nuevo. ¿Sabés? Mi hermana Betiana falleció hace un par de años víctima de un cáncer, y yo pasé a ser la tía-mamá de mis sobrinos, me la paso en la casa de ellos. Para Navidad chocamos la copa a las 12 con mi sobrino Joel, y sin haberlo hablado, de inmediato miramos al cielo como buscando a Cande. Te lo cuento y me estremezco. Todos en la familia sufrimos desde aquel día, sus hermanos Ian y Ema, no te digo nada, y Juancho el papá, vive de tristeza en tristeza. Lo peor es que todos sabemos que nunca lo vamos a superar, es una realidad”.
Carola cuenta que Emanuel, su hijo mayor de 27 años está proyectando casarse con Micaela, su novia, para 2024. Y que cuando charlan sobre el tema ella le pregunta, ‘¿estás contento hijo que vas a comenzar a formar tu propia familia?’. Y él le responde: ‘Claro mamá, pero no sabés lo que daría para que Cande pudiera estar ese día. Va a ser muy duro para mí no recibir su abrazo’, describe y vuelve a conmoverse, como durante toda la charla.
Cuando llega el momento de las fotos, Carola rápidamente cuelga el retrato de Candela que siempre la acompaña sobre su cuello y camina rumbo al árbol de Navidad que está en el living pegado a un santuario que ella mismo creó en homenaje a su hija. Luego se sienta en el sillón, acaricia el cuadro con su rostro solo como una madre puede hacerlo y reflexiona en voz alta: “Cada año que pasa la extraño más. Veo a sus amigas y compañeras de colegio y me cuesta imaginar cómo sería ella hoy, eso lo sufro mucho, me duele fuerte acá, en el pecho”, explica y cuenta una vivencia que le sucedió no hace mucho: “Había ido a la plaza de Hurlingham porque los fines de semana venden artesanías y a mí me encantan. Yo veía que una chica no dejaba de mirarme hasta que se me acercó y me dijo: ‘Soy Manuela, la amiguita que jugaba con Cande en tu casa, me la pasaba todo el tiempo con ella. Después vos me llevabas hasta la mía, me acompañabas, así todos los días, éramos muy compinches, no sabés cómo la recuerdo’. Me brotaron las lágrimas pero me hizo tan bien escucharla. Enseguida observé con más detenimiento su cara, la reconocí y la abracé fuerte”.
Sirve otro mate, abre un paquete de galletitas triangulitos y charla con Iris Gallardo, una de sus amigas, que es asistente protectora de víctimas de violencia de género y llegó para visitarla. Ambas son madres, solidarias, se entienden con solo mirarse y coinciden en qué se dan cuenta qué les está pasando a sus hijos con solo observarlos y escucharlos. Carola aclara por qué nunca más volvió a la casa donde vivió con Candela y sus hijos en Hurlingham: “Es que si me quedaba a vivir ahí siempre hubiese esperado que ella entrara gritándome por ese pasillo: ‘mami, mami’, como lo hacía siempre, y eso sí que no lo iba a poder soportar”.
Ahora Carola hace una recorrida por los recuerdos más dolorosos y aparece el momento en el que tuvo que reconocer el cuerpo de su hija. “Sentí ahogo, fue el más agobiante, no hay peor, me sentí morir. Enseguida me puse a imaginar todo lo que pudo haber sufrido y lo sentí en mi cuerpo. No sé de dónde saqué fuerzas pero salí adelante. Mi madre, mis hermanas, mis hijos y sobrinos fueron claves, Juancho el papá de cande también. Entre todos nos empujamos. Hoy todas las noches le hablo, no quiero olvidar su vocecita, le cuento cómo estamos, la recuerdo bailando el tango cuando íbamos a La Boca que tanto le gustaba. Era payasa, compinche, divertida... Los que ya están en la cárcel y los que van a estar después de este segundo juicio me la quitaron sin motivo, sin saber cuánto nos amábamos. Prometo que se los voy a decir en la cara cuando nos crucemos en el juicio, y si tienen una gota de dignidad ellos solos tendrían que pedir que los condenen a perpetua”.