La víspera de Año Nuevo en el mundo moderno cae el 31 de diciembre del calendario gregoriano, que se utiliza con fines civiles en todo el mundo. En la gran mayoría de los estados es un día de celebración. Para quienes siguen el calendario juliano, como algunas iglesias ortodoxas, el inicio del año corresponde al 14 de enero gregoriano, pero meramente para usos litúrgicos. Fue el papa Gregorio XIII el papa que asumió la carga de ajustar las fechas del calendario, por eso tomó su nombre.
En la Edad Media, muchos países europeos utilizaban el calendario juliano, y existía una gran variedad de fechas que indicaban la época de inicio del año. Por ejemplo, desde el siglo XII hasta 1752, en Inglaterra e Irlanda la Nochevieja se celebraba el 25 de marzo (día de la Encarnación, utilizada durante mucho tiempo también en Pisa y posteriormente en Florencia) mientras que en España hasta principios del siglo XIX. En el siglo XVII el cambio de año fue el 25 de diciembre, día de la Natividad.
En Francia, hasta 1564, el Año Nuevo se celebraba el Domingo de Resurrección, también llamado Domingo de Pascua; en Venecia, hasta 1797, era el 1 de marzo; mientras que en Puglia, Calabria y Cerdeña se celebraba siguiendo el estilo bizantino, que indicaba que era el 1 de septiembre, tanto es así que en sardo, septiembre se traduce Caputanni (del latín Caput anni).
Estas diferencias locales, que especialmente en el Sacro Imperio Romano Germánico a menudo variaban de una ciudad a otra, continuaron incluso después de la adopción del calendario gregoriano. Recién en 1691, el Papa Inocencio XII modificó el calendario de su predecesor, estableciendo que el año debía comenzar el 1 de enero. La adopción universal de esa fecha se impuso y se volvió común.
Varios regímenes políticos instituyeron reformas de calendario más o menos duraderas. Uno de los más intrusivos, que pretendía reformar el calendario por motivos astronómicos y racionales, fue el adoptado en Francia durante la Primera República, el llamado “Calendario Republicano”, luego abandonado durante el Primer Imperio. Los nombres de los meses fueron elegidos por el poeta jacobino Fabre d’Eglantine. Eran: Vendimiario, Brumario, Frimario (Otoño), Nivoso, Pluvioso, Ventoso (Invierno), Germinal, Floreal, Pradeal (Primavera), Mesidor, Termidor, Fructidor (Verano).
Incluso durante el período fascista en Italia, el régimen estableció el 28 de octubre, aniversario de la Marcha sobre Roma, como su Año Nuevo, asociado a una numeración de los años paralela a la tradicional, contando el período comprendido entre el 28 de octubre de 1922 y el 27 de octubre. Todavía se ven edificios que están escritos en números romanos como por ejemplo en Nápoles que se lee: “Anno 1936, XIV E. Fascista”
Esta modalidad, utilizada en el Reino de Italia durante todo el período fascista, continuó en la República Social Italiana, y fue abandonada con la caída de esta última el 25 de abril de 1945.
El primer día del año, en muchos lugares se celebra la fiesta religiosa de “Santa María, Madre de Dios” (para la Iglesia Católica que sigue la forma ordinaria del rito romano), y para fieles católicos de otros ritos, como el Ambrosiano, es la fiesta de “la Circuncisión de Jesús”.
En el ámbito comunal es la oportunidad para celebrar la noche de transición entre el 31 de diciembre y el 1 de enero, que se celebra con la Nochevieja. Con ese motivo, en casi todas las ciudades del mundo se lanzan los tradicionales fuegos artificiales, normalmente acompañados, en los países anglosajones, de la canción “Auld Lang Syne”.
La tradición italiana prevé una serie de rituales supersticiosos para los primeros días del año, como usar ropa interior roja o tirar por la ventana objetos viejos o sin usar (esta última costumbre se abandonó casi por completo). También hay gente que come lentejas en la cena del 31 de diciembre como presagio de riqueza para el nuevo año. Otra tradición consiste en besarse debajo del muérdago, como señal de buena suerte. Y mucha gente se reúne en las plazas de las ciudades o pueblos a escuchar conciertos esperando las 24:00.
En España existe la tradición de comer doce uvas a medianoche, una por cada campanada que da un reloj (el principal es el de la Puerta del Sol de Madrid) y también en la plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela, donde el reloj de una sola aguja dará las 12:00 haciendo sonar la famosa campana llamada “Berenguela”.
En Rusia, muchos van a sus respectivos Kremlin, siendo el más famoso el de Moscú. Tras el duodécimo golpe de campana, se abre la puerta de la fortaleza para dejar entrar el nuevo año. Los regalos se intercambian y todos festejan bebiendo abundante vodka. A menudo se les regalan chocolates o marionetas a los más pequeños.
En Ecuador y Perú, delante de las casas se exponen maniquíes de papel maché (a veces con apariencia de personajes famosos, futbolistas, etc.), llenos de petardos para arder y explotar al filo de la medianoche.
En Japón, antes de la medianoche, las familias van a los templos a beber sake y escuchar 108 golpes de gong que anuncian la llegada de un nuevo año. Se cree que este es el número de pecados que una persona comete en un año y que de esta forma se purifica nosotros mismos.
Uno de los mejores lugares en los que disfrutar de esta tradición es el templo Chion-in de Kioto: se necesitan 17 monjes para hacer sonar su campana. Tras escucharlas, se suele realizar la primera visita del nuevo año al santuario o templo. Esta tradición es conocida como Hatsumode y reúne a millones de japoneses en los grandes santuarios y templos de la ciudad. Allí, los japoneses piden el favor de los dioses en el año que entra, compran nuevos amuletos y se deshacen de los amuletos del año anterior. El santuario Meiji y el templo Sensoji, en Tokio, o el santuario Yasaka o el santuario Fushimi Inari, en Kioto son los lugares más populares para realizar este ritual del Hatsumode. Aun en las actuales épocas del Whatsapp o correos electrónicos, en Japón en las semanas previas al Año Nuevo es costumbre mandar unas tarjetas de felicitación, llamadas “nengajo”. El sistema de correos japonés las organiza y las guarda, para repartirlas todas a la vez la mañana del 1 de enero.
Acá en Argentina, nos reunimos en familia y con amigos, esperando las 24:00, cuando se brinda y, depende el lugar, se arman bailes en las calles o plazas.
En muchos países que siguen el calendario gregoriano el Año Nuevo también es un feriado civil. En otros, en cambio, si el 1 de enero cae en sábado o domingo, el viernes anterior o el lunes siguiente también es festivo. Israel es el único país que, aunque utiliza el calendario gregoriano, no celebra el Año Nuevo como día festivo. La razón que muchos esgrimen es que nacería como un calendario impuesto por un Papa de la Iglesia católica, aunque muchos otros países de mayoría no cristiana celebran el Año Nuevo. Sin embargo, muchos israelitas, especialmente los que viven en América del Norte o Europa, lo celebran acompañando a la comunidad en la cual viven.
Muchos Testigos de Jehová no celebran el Año Nuevo, no obstante antes de decidir si deben celebrar cierta fiesta consultan la Biblia. Algunas festividades y celebraciones no figuran en la Biblia en ese caso, los Testigos no las celebran. Sin embargo, hay otras en las que cada Testigo toma su propia decisión, asegurándose de mantener una buena conciencia y “de no haber cometido ofensa contra Dios ni contra los hombres”.
Si bien casi todos los 195 países del mundo poseen unificado el calendario Gregoriano para negocios y demás tareas civiles, los calendarios anteriores a este y casi siempre son religiosos, se siguen celebrando y utilizando para los oficios litúrgicos de cada culto.
El Año Nuevo Chino, o año nuevo lunar, se celebra en varios países del Lejano Oriente (incluidos China, Japón, Corea, Mongolia, Nepal o Bután) con la luna nueva que cae entre el 21 de enero y el 19 de febrero.
El Año Nuevo Islámico se celebra el primer día del mes de Muharram y puede corresponder a cualquier período del año gregoriano, ya que el año lunar utilizado en el calendario islámico es unos 11 días más corto que el año solar del calendario gregoriano, por lo que una fecha del calendario islámico “se retrasa” con respecto al calendario gregoriano aproximadamente un mes cada tres años. Por ejemplo, durante el año gregoriano 2008 cayeron dos Años Nuevos islámicos diferentes: el del año 1429 de la Hégira (correspondiente al 10 de enero de 2008) y el del año 1430 de la Hégira (correspondiente al 28 de diciembre de 2008).
Losar, el Año Nuevo tibetano, cae entre enero y marzo. En Irán, Norouz coincide con el equinoccio de primavera (21 de marzo). El Naw-Ruz de la Fe bahá'í también comparte el mismo día. El festival Telegu (Ugadi) se lleva a cabo entre los meses de marzo y abril.
En Tailandia, Camboya, Birmania y Bengala, el año nuevo solar llamado Songran se celebra en cambio entre el 13 y el 15 de abril del mismo mes, con motivo del cambio de posición del sol en el anillo del zodíaco.
La fiesta mapuche se llama We Tripantu y se realiza con motivo del solsticio de invierno (21 de junio para el hemisferio sur). La fecha coincide con el Año Nuevo Inca (Inti Raymi).
Rosh HaShana, el Año Nuevo judío, suele tener lugar en septiembre. Enkutatash es el Año Nuevo etíope y se celebra el 11 de septiembre. El Año Nuevo hindú se celebra dos días antes de Diwali, el festival de la Luz, es decir, a mediados de noviembre.
Tomando como referencia nuestro huso horario, los habitantes de la isla de Kiribati serán los primeros en celebrar la llegada del año 2024. Se trata de un atolón en la remota Oceanía, en los mares del Pacífico, perteneciente a la república de Kiribati.
Mientras todavía estamos inmersos en la mañana de la preparación de la cena de Nochevieja, para los habitantes del Pacífico ya será el momento de brindar por la llegada del nuevo año. De hecho los que tenemos algunos años, recordamos como todos, todos, todos estuvimos atentos a lo que ocurría en la ciudad de Tarawa Sur capital de la república de Kiribati, el 31 de diciembre de 1999 a causa del temido y terrible virus de las computadoras al cual se lo denominó: Y2K. Se había pronosticado que al cambiar el Siglo lo más temido era sin duda un «efecto en cascada» que hiciera que algunos sistemas primarios fallaran, tales como los suministros de energía o de transportes, produciendo a su vez fallas graves en otros sistemas. Las compañías bancarias podrían perder los datos de todos los clientes y saldos bancarios, todo el mundo vería su saldo reducido a cero. Los transportes controlados mediante equipos informáticos no responderían, los teléfonos dejarían de funcionar, los servicios de emergencias colapsarían. Finalmente, al llegar el sábado 1 de enero del año 2000 sólo se detectaron problemas menores, casi anécdotas. A nivel mundial, se invirtieron cerca de 214.000 millones de euros para evitar el “efecto 2000″.