Hace 50 años fue rehén en el avión de Aerolíneas: “Pude haber desarmado al secuestrador, pero pensé en mi hijo”

Juan Carlos Prieto tiene 86 años. El 4 de julio de 1973 custodiaba 250 millones de pesos del Banco Nación cuando Basilio José Mazor secuestró el avión de Aerolíneas Argentinas que volaba a Jujuy con 80 personas y fue desviado a Cuba. A esa cifra se sumaban 500 millones de pesos que iban en una saca de Juncadella. Sus recuerdos de aquel viaje increíble e involuntario: “Cuando llegamos a La Habana, lo cazaron en el aire, lo metieron a un jeep y no lo vimos más”

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Basilio José Mazor el 4
Basilio José Mazor el 4 de julio de 1973, cuando secuestró el avión de Aerolíneas Argentinas

-¿Vos tenés una radio, no?

-Si, pero la azafata me pidió que la apagara, porque interfería las comunicaciones del avión.

-¿Sabés quién manda acá?

-Vos, claro…

-Entonces encendé la radio, quiero saber qué dicen de mí.

Juan Carlos Prieto, empleado del Banco Nación, obedeció la orden de Basilio José Mazor y giró la perilla de la pequeña radio Philips que llevaba. Era uno de los 80 pasajeros secuestrados el 4 de julio de 1973 por el joven de Pergamino que viajaban en el Boeing 737 matrícula LV-JTO, cuyo plan inicial era cubrir el trayecto entre Buenos Aires y Jujuy del vuelo 558 de Aerolíneas Argentinas. Se encontraban en una escala técnica en Lima, Perú, donde el secuestrador había dejado descender a seis rehenes y aguardaba la recarga de combustible para continuar viaje hacia La Habana, Cuba, donde esperaba ser recibido como un héroe por Mario Roberto Santucho, el comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, organización a la que el captor decía pertenecer.

A Mazor, durante algunos segundos, el ego casi lo pierde. En un bar de Saavedra, 50 años después, Prieto recuerda que lo tuvo a centímetros. Como estaba sentado junto a la ventanilla sobre el ala del Boeing 737, Mazor debió estirarse para escuchar la radio. Prieto podía sentir el aliento del del pirata aéreo mientras éste se acercaba y dejaba el doble caño recortado de la escopeta sobre sus rodillas.

-En ese momento lo pude haber desarmado. Pero pensé en mi pibe, que tenía 9 años… -dice hoy.

Juan Carlos Prieto explica cómo
Juan Carlos Prieto explica cómo se colocó Basilio José Mazor cuando lo pudo haber desarmado

Prieto no era un pasajero más. Tenía 36 años por entonces, estaba casado con Martha y era padre de Marcelo, nacido el 8 de agosto de 1963. Oriundo de las islas del Tigre, conoció el trabajo duro desde niño, cuando su padre abandonó a su familia y tuvo que dejar la escuela para ganarse el pan. Le enseñaron el oficio de carnicero, repartió carne en las islas y a los 18 años comenzó a navegar, como marinero, en las lanchas que hacían el trayecto hasta San Fernando. En uno de esos viajes, yendo a buscar un vestido para una boda, conoció a su esposa, que era modista. Hasta que en 1963 consiguió un empleo en el Banco Nación como ordenanza. Una década después ya había ascendido a portavalores. Su tarea era acompañar los sacos de caudales, en camiones blindados o en avión, a distintos lugares del país.

Siempre había tenido la ilusión de conocer Tucumán. Y el 3 de julio de 1973, su jefe le dijo: “Se te va a cumplir tu sueño”. Le dieron el ticket aéreo y se embarcó en el vuelo de Aerolíneas Argentinas que saldría a las 12.15 desde Ezeiza, porque Aeroparque estaba inoperable por obras. En la bodega del avión dejó dos valijas de cuero cerradas con candado que contenían un total de 250 millones de pesos y se guardó el sobre lacrado con las llaves en el saco. Los debía llevar a Tucumán, donde el pago del medio aguinaldo de junio para la administración pública se había atrasado. Era la anteúltima parada del avión, que haría escalas en Córdoba y Tucumán antes de llegar a Jujuy. Pero Mazor tenía otros planes.

Foto a color de Basilio
Foto a color de Basilio José Mazor que tomó el reportero gráfico Rodolfo Lo Bianco, de la revista Siete Días. Se observa bien la escopeta de doble caño recortado y la cantidad de municiones que llevaba

Junto a él viajaba otro empleado del banco llamado Juan Aravena y el sargento de policía Alberto Lagos. Los tres esperaron a último momento que se hiciera la carga de las valijas en la bodega. Allí se encontraron con un empleado de Juncadella, Antonio San Pedro, que transportaba 500 millones de pesos en un bolsón. “En el banco nos dieron un arma a cada uno, y el suboficial viajaba con la suya reglamentaria. Cuando subimos al avión, se las dimos, descargadas, al comisario de a bordo, y nosotros guardamos las municiones”, cuenta.

Tomó ubicación y comenzó a leer una revista que había comprado en el hall del aeropuerto. A los pocos minutos, Aravena lo codeó: “Prieto, nos están asaltando”. Pensó que era una broma. Su compañero insistió. Recién ahí se percató de la situación: “Le dije ‘dejate de joder’... pero levanté la vista y lo vi al loquito este parado en la puerta de la cabina del comandante. Se había tirado el poncho para atrás y empujaba a una azafata para meterla adentro. Lo había visto antes de embarcar, sentadito con su poncho marrón, pero no me llamó la atención. En esa época había una fiesta en Jujuy y pensé que era un coya. Tenía la escopeta y se puso una boina blanca con una estrella roja”.

El billete de avión de
El billete de avión de Basilio Mazor, con fecha de emisión el 3 de julio de 1973

De inmediato, por los parlantes se escuchó la voz del comandante de la aeronave, Edgardo Drusi. “Pidió tranquilidad y nos dijo que el avión había sido secuestrado, y que harían todo lo que dijera el secuestrador para que no hubiera problemas”, recuerda.

La idea de Mazor era llevar el avión a Chile, pero en el aeropuerto trasandino la visibilidad era casi nula. Dursi lo convenció de aterrizar en Mendoza para abastecerse de combustible. Así lo hicieron. Durante el trayecto, Mazor pidió los documentos de todo el pasaje. Mientras las azafatas los recogían, Prieto pensó que el objetivo del secuestro era el dinero que llevaban en la bodega. Y le comentó al sargento Lagos: “Acá nos vendió alguien. Él sabe nuestros nombres, pero no nos conoce”.

Finalmente, Mazor eligió a cinco pasajeros y los ubicó en la primera fila. Y devolvió la documentación. Nunca supo que bajo sus pies viajaban 750 millones de pesos.

Parte de los rehenes liberados
Parte de los rehenes liberados que descendieron en Santiago de Chile. Detrás, el Boeing 737 secuestrado por Mazor

Durante la obligada escala, no funcionaba el aire acondicionado. “Había una mujer con un moisés que llevaba un bebé, había chicos llorando. Mazor había pedido 200 mil dólares y combustible, pero (Héctor) Cámpora, que había asumido como presidente hacía un mes, no le daba nada. Más o menos una hora después, a eso de las cuatro de la tarde, calculo, Dursi dijo que le habían ofrecido otros tres lugares para volar y que eligió Chile. Ahí tenía que bajar sí o sí, porque el avión casi no tenía combustible…”, señala Prieto.

Volvieron a despegar. En Chile gobernaba Salvador Allende. El presidente comunista era receptivo a este tipo de acciones. Había recibido a los jerarcas del ERP, Montoneros y FAR que huyeron de la cárcel de Trelew y secuestraron un avión de Austral el 15 de agosto de 1972. El destino final de ese vuelo que llevaba a bordo a Roberto Mario Santucho, Marcos Osatinsky, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna fue el mismo que decidiría Mazor: La Habana, Cuba. Pero a diferencia de los líderes guerrilleros, a él lo esperaba la cárcel: Cámpora había restablecido relaciones diplomáticas con la isla gobernada por Fidel Castro y no habría sido una buena señal aceptar así nomás a un pirata aéreo. Además, sólo en la imaginación de Mazor existía su pertenencia al ERP, y mucho menos era cierto -como sostenía- que se trataba de un tal “Comandante Siro”, nombre que había tomado de su ídolo musical, Siro San Román.

La tarjeta del hotel Deauville,
La tarjeta del hotel Deauville, donde fueron alojados en La Habana, y vales de gastos

En medio del cruce de la cordillera de los Andes, Prieto vio una imagen que no puede olvidar: “Me tocó ver al Aconcagua nevado. Parecía un dibujo, como que arriba lle hubieran tirado harina, todo blanco y marrón”.

Por la tarde, cuando había comenzado a oscurecer, aterrizaron en el aeropuerto chileno de Pudahuel. Prieto recuerda: “La cabina estaba abierta, y se escuchó que desde la torre le decían a Dursi que pusiera el piloto automático, porque la niebla no dejaba ver nada. Yo, que iba en la ventanilla, vi el suelo recién cuando estábamos a 15 metros. Pero aterrizó lo más bien”.

Una vez allí, Mazor dejó descender a 39 adultos y a 5 niños. Entre los primeros se encontraba un segundo empleado de Juncadella que acompañaba a San Pedro. Prieto es contundente: “se hizo el enfermo”. También se limpiaron los baños, se repuso comida y, lo más importante, pudieron cargar combustible. Y algo más sucedió: “Trajeron otro piloto, que había bajado en Chile con otro avión de Aerolíneas, con cartas de navegación internacionales, porque nuestro avión era para un vuelo de cabotaje”.

La tripulación del vuelo 558
La tripulación del vuelo 558 de Aerolíneas Argentinas estaba integrada por los comandantes Edgardo Dursi, Jorge Aydar Paz, Raimondi y Jorge Fernández; los comisarios Carlos Alberto Intieri y Alejandro Blanco; y las azafatyas Ana Nilsson y Angela Prina

El nuevo piloto era Jorge “Chupete” Fernández, que le dio a Mazor tres opciones para descender y reabastecer nuevamente la aeronave. Entre ellas, se escogió a Lima, Perú. Como lo hizo en Mendoza y Santiago de Chile, el secuestrador ordenó que el avión estacionara en la cabecera de pista: si surgía algún intento de recuperar la nave, podrían partir de inmediato.

En Lima, Mazor liberó a seis rehenes más. El resto cenó pescado, y se autorizó a que les sirvieran “una botellita de vino”, recuerda Prieto. Según cuenta, a esa altura la confianza entre secuestrador y secuestrados era total. “Los periodistas de Siete Días (Roberto Vacca y el reportero gráfico Rodolfo Lo Bianco) se metían con él a la cabina del piloto, lo agarraban del brazo…”.

Fue allí, en el aeropuerto de El Callao, donde Prieto tuvo ese segundo de dudas entre desarmar a Mazor o no. “Yo llevaba una radio chiquita, una Philips, pero que agarraba todo. En Mendoza la encendí y escuché las noticias de lo que había sucedido en Buenos Aires. En Chile, lo que pasó en Mendoza. Y en Lima, lo que vivimos en Chile. Estaba en eso, con la radio apoyada contra la ventanilla, cuando me vio una azafata y se acercó a pedirme que la apague, porque hacía interferencia en las comunicaciones del avión, o me la tendría que sacar”.

Juan Carlos Prieto, el primero
Juan Carlos Prieto, el primero a la izquierda, en La Habana, antes de volver a la Argentina

Al rato, luego de la visita de la azafata, Mazor pasó caminando por el pasillo. Como en el avión sólo quedaban 24 personas entre pasajeros y tripulantes, se distribuyeron mejor. Ya era de noche, y algunos dormían a lo ancho de los asientos. Prieto vio como a un rehén que estaba detrás, Mazor lo tapó con su propio poncho, que acomodó con el caño de la escopeta. Después se sentó junto a él y le dijo “me pareció que tenía frío”.

Y entonces sucedió el relato del comienzo de la nota. Mazor que no pudo dominar su ego, que quiso saber lo que comentaban de él en la radio, y la chance de neutralizarlo que Prieto desestimó luego de pensar en Marcelo, su hijo de 9 años. “Yo tenía el brazo derecho arriba de él, lo podría haber desarmado tranquilamente. Pero me dije ‘quedo como un héroe, pero si es cierto que este tipo es del ERP, después me van a ir a buscar a mi y a mi familia’. Aproveché para hablar con él. Mazor tenía la escopeta amartillada, lista para disparar. Le expliqué que éramos pocos a bordo, que ya sabíamos que iríamos a Cuba, que desde allá nos iban a traer… Pero me respondió que ese era su seguro de vida, más la bomba que tenía en la bodega y que, según él, detonaría con una especie de pelotita que llevaba. Después me agradeció, muy amable, y siguió caminando”.

Prieto, a la derecha adelante
Prieto, a la derecha adelante de saco claro, en el Boeing de Aerolíneas en el viaje de regreso a la Argentina

Durante la escala en Lima, asegura Prieto -que se enteró de este detalle en Perú durante su retorno a la Argentina, de boca del agregado del Banco Nación-, Mazor tuvo los 200 mil dólares que pretendía a su disposición. ¿Por qué no se los dieron? Responde: “Simplemente, porque Mazor ya se había olvidado de todas sus demandas. No se acordó más de la plata”.

El viaje continuó hacia Panamá. La escala en el aeropuerto de Tocumén fue breve. Prieto recuerda tres cosas de allí: la belleza de ver el Canal de Panamá iluminado de noche, que subieron al avión un bote de goma inflable “porque debíamos cruzar el Caribe”; y que el comandante Dursi, de pasada hacia el baño de la parte posterior, se acercó a él y le dijo: “No sabe nada del dinero, no digan nada”. Prieto le respondió: “Si no le dice usted, nosotros no tenemos ninguna intención…”.

En este punto, Juan Carlos Prieto hace una aclaración: “Cuando viajamos en avión, en cada escala nosotros teníamos autorización para descender y quedarnos al lado de la bodega para asegurar que el dinero continúe viaje. Sucedió una vez en Comodoro Rivadavia con una bolsa que iba a Río Gallegos: no bajó el que debía controlar y la plata desapareció. Pero en este caso, habíamos perdido el control de la situación. Porque cuando Mazor liberó pasajeros en Santiago y Lima, abrieron la bodega y les dieron el equipaje”.

El abrazo de Prieto con
El abrazo de Prieto con su esposa, Martha, en Ezeiza al retornar de su secuestro aéreo

Con esa incógnita, Prieto y sus compañeros del Banco Nación llegaron a La Habana. El aterrizaje se produjo a las 7.34 de la mañana del 5 de julio, hora de Cuba. Antes de descender del Boeing 737 y entregarse, Mazor agradeció “que nos hayamos portado bien y que no haya tenido problemas. Según él, en Cuba lo esperaba Santucho”.

Lo que vio Prieto fue un comité de recepción muy diferente al que presumía el secuestrador. “Cuando bajó la escalerilla, se veía una fila de soldados, o policías. Uno que tenía jinetas estaba al pie. Cuando terminó de descender, lo cazaron dos de cada brazo. Era chiquito Mazor. Así en el aire lo metieron en un jeep y de ahí no supimos más nada de él. El que comandaba todo agarró la escopeta, apuntó hacia arriba y gatilló. No salieron las balas, estaba trabada…”

Prieto bajó en primer lugar. Encaró al jefe del operativo y le dijo “Mire señor, venimos custodiando un dinero del Banco Nación, que supuestamente está en la bodega en dos valijas de cuero. Me pidió que las abriera porque quería ver la plata. Y dije ‘acá en este sobre lacrado tengo las llaves. Yo se lo entrego. Si las abre es bajo su total responsabilidad’. Me miró un ratito y me respondió: ‘No las vamos a abrir, pero vamos a ver si están’. Ahí salió San Pedro y le explicó lo mismo. Abrieron la bodega y estaba todo tal como le había dicho. La plata se quedó en el avión hasta que volvimos”.

Basilio José Mazor hoy, en
Basilio José Mazor hoy, en su casa de Artemisa, Cuba, donde se recupera de dos infartos cerebrales

Desde el aeropuerto José Martí, llevaron a los 24 secuestrados hasta La Habana, donde los alojaron en el famoso hotel Deauville, de 13 pisos, frente al malecón. Para Prieto y sus amigos, era un mundo nuevo. “Nosotros estábamos con ropa de invierno, así que me bañé y me lavé la camisa blanca que llevaba, que ya tenía todo el cuello negro… Y después nos fuimos a caminar por La Habana. No sabíamos que lo teníamos prohibido”.

En Cuba estuvieron 36 horas, el tiempo que por reglamento debía descansar la tripulación del avión. Durante ese tiempo, el embajador argentino los llevó a recorrer La Habana: el Fuerte, la Plaza de la Revolución, una cena en el cabaret Tropicana, lo típico. Sonríe cuando recuerda una imagen: “En la plaza había un tipo subido a un banquito que despotricaba contra Fidel… ¡Se armó un revuelo! Y se lo llevaron”. También recibieron, por parte de Aerolíneas Argentinas, 1.000 pesos diarios para sus gastos: en el banco, Juan Carlos ganaba 3.500 por mes. “Yo gasté 80 pesos nomás, le traje una caja de habanos a mi suegro, una tumbadora para mi hijo, que todavía la tiene y un vestido a mi mujer. ¿Para mí? Nada, si había vivido la aventura de mi vida”.

El vuelo de regreso fue festivo. Al cruzar el Ecuador, el comandante Dursi los bañó en champagne, mientras todos cantaban. La última escala antes de arribar a Ezeiza fue en Lima, Perú. Una fuerte tormenta en Argentina dilató el último tramo del viaje.

Juan Carlos Prieto, hoy de
Juan Carlos Prieto, hoy de 86 años, acompañado por su hijo Marcelo y su nieto Juan Pablo

El domingo 8 de julio, el Boeing 737 matrícula LV-JTO aterrizó en Ezeiza. Juan Carlos Prieto corrió a abrazar a Martha, su mujer, que lo esperaba en la pista. El banco le envió un auto para llevarlo a su casa. Continuó con su trabajo en el Banco Nación, y se jubiló en 2001, a los 65 años, como encargado de las cajas de seguridad en la sucursal de Azcuénaga. A la entrevista con Infobae, al hombre de 86 años lo acompañaron su hijo, su nieto, su nuera y una prima. Ya no está Martha, pero se nota el amor que le profesa su familia.

Mientras tanto, en Artemisa, un pueblo de Cuba a una hora de La Habana, Basilio José Mazor, de 74 años, se recupera de dos infartos cerebrales. Mientras su hijo Basilio clama por su regreso y su hija Ivys Nelly viajó desde México para rescatarlo, quienes lo conocen saben de su arrepentimiento por el delito que cometió en 1973.

Juan Carlos y Basilio son dos caminos que se cruzaron hace 50 años en una circunstancia extraordinaria. Y que la vida bifurcó hacia destinos antagónicos.

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