“Es muy lindo tirarse entre las nubes”. Hace varias décadas, quizá mientras miraban una película o les pasaba un avión por encima, Primo Giusti le contó a Rosita, su esposa, una fantasía: “Me tiraría en paracaídas”. Ella lo miró, y tal vez con una sonrisa, le respondió lo que tantas veces: “Ay, Coco, estás loco”.
Es diciembre de 2023, Rosa ya no está y Coco, que ahora tiene radiantes 96 años, acaba de poner los pies en la tierra después de lanzarse desde una avioneta a 3.000 metros de altura, en caída libre durante 30 segundos y luego volar colgado del paracaídas durante casi tres minutos ciertamente inolvidables.
Bajando entre las nubes se materializó uno de los sueños de este peluquero retirado. No sólo por el hecho de lanzarse, sino por hacerlo junto a Lucas, su nieto, el que lo tentó con la idea, el que le activó aquella fantasía, y que unas horas después de caer, le dijo a Infobae: “Hay gente que muere a los 30, pero la entierran a los 80, yo estoy dispuesto a vivir lo que queda de mi abuelo al máximo″.
Esta es la historia de Coco y Lucas. Abuelo y nieto. Amigos y compañeros de aventuras. La del fin de semana pasado fue la primera vez que ambos se tiraron en paracaídas. Hay quienes dicen que Primo es la persona con más edad en hacerlo en la historia aeronáutica argentina. Más allá de los récords, para este peluquero retirado de la zona de Villa María-Villa Nueva, Córdoba, se trató de una experiencia inesperada y alucinante para este momento de su vida. Lucas activó el deseo.
“Siempre fuimos muy unidos con el Coco. Mi papá, su hijo, falleció hace 13 años. Después se fue Rosita, hace siete. Había varios motivos para no querer seguir más. Entre los nietos lo cuidamos y tratamos de darle actividad, pero a mí me gusta darle emoción y adrenalina”, ríe Lucas.
Entonces se propuso ayudar a su abuelo a cumplir un sueño pendiente cada año a partir de ese momento. “Le dije: ‘Coco, siempre estás contando las mismas anécdotas, vamos a hacer cosas para que tengas nuevas historias, vamos a sacarnos fotos para tener nuevos álbumes que mostrar en el barrio’”, cuenta Giusti, profesor universitario. Y así arrancaron. Un año, una aventura.
A pesar de que se pasó 65 años de su vida con los pies apoyados alrededor del sillón de la peluquería, las ilusiones de Coco siempre estaban arriba de su cabeza. No había volado jamás en un avión comercial. Apenas, alguna vez, un vecino lo invitó a subirse a un Cessna fumigador de la zona de campos de Córdoba. Tampoco conocía la Patagonia. Entonces Lucas le propuso, para diciembre del año pasado, resolver la cuestión.
Viajaron a Ushuaia y a El Calafate. Conocieron los glaciares y los lagos y las montañas del sur argentino. Cuando volvían en el avión, con un paisaje de nubes a través de la ventana, Lucas le dijo a Coco, que miraba fascinado por la ventana: “A vos lo único que te falta es saltar en paracaídas”. Y el abuelo no reculó: “No sabés lo que me gustaría”.
Lucas se guardó el dato durante todo el año hasta encontrar el momento indicado. Eso ocurrió el viernes de la semana pasada. El nieto le propuso al abuelo pasar el fin de semana en las sierras, en un hotelito de Villa Rumipal. Cuando lo pasó a buscar por la casa, le avisó: “De camino me tenés que acompañar a Alta Gracia, que me voy a tirar en paracaídas”. El abuelo, claro, aceptó. Pero no imaginaba que el plan lo incluida de manera definitivamente más activa.
Mientras viajaban en la camioneta de Lucas escuchando y cantando tangos, el joven le tiró con cierto disimulo la primera soga a Coco: “Mirá que si querés te podés tirar, ¿eh?”, le avisó. Pero el abuelo respondió que no. “Siempre se niega... al principio”, sonríe el nieto.
Cuando llegaron al aeródromo se sentaron a tomar un café. Coco miraba todo con asombro. Lucas no decía nada. Su plan era sostener el silencio y que la tentación del abuelo hiciera su trabajo con autonomía. En un momento, Coco vio pegado en el buffete del lugar un recorte de un diario que contaba la hazaña de un hombre de 92 años, que se había lanzado desde la avioneta.
Entonces Primo compró. Y le dijo a Lucas: “Quiero”. Sin embargo, los instructores plantearon cierta resistencia, debido a la edad de Coco y la necesidad de tener cierta flexibilidad en las piernas a la hora de aterrizar con el paracaídas, un movimiento que puede ser algo violento. Con cierta lógica, los Giusti plantearon que si se había tirado alguien de 92, bien podían hacerlo ellos. Las personas responsables del lugar le explicaron que aquel anciano había sido paracaidista.
Ni Coco ni Lucas son fáciles de convencer. Así que insistieron. Y las autoridades del lugar aceptaron. “Firmamos un consentimiento que ni leímos y chau, que sea lo que tenga que ser”, ríe Lucas. Su abuelo estaba contento. Subieron a la avioneta, cada uno “abrochado” a un instructor para el salto en tándem. El Cessna despegó y cuando llegaron a los 3.000 metros, se abrió la puerta de la avioneta.
Coco sintió una bola de aire helado que entró y lo envolvió. El primero en saltar fue Lucas. Su abuelo lo vio caer mientras el avión se alejaba un poco. Fue su turno. “Le dije al instructor ‘qué viento fuerte que entra’, cuando se largó Lucas, y nos arrimamos a la puerta, puse las piernas colgadas y él me tocó la espalda para saber que nos íbamos a largar. Le dije ‘no se ve nada acá' y me explicó que eran las nubes”, cuenta Coco entre risas.
Entonces, Coco, como si fuera un niño sobre un colchón, se lanzó. “Muy lindo tirarse entre las nubes”, comenta. Y luego dice, como un monje zen con humor cordobés: “No sentí nada en la caída libre, no pensé en nada, solo caíamos a 200 kilómetros por hora, así que si no se abría el paracaídas no me iba a dar cuenta”.
Pero el paracaídas se abrió. Pegó el sacudón de la frenada. La fuerza hizo que las piernas de Coco salieran disparadas para arriba. “Nunca me asusté”, asegura. “Uno viene a 200 kilómetros y se siente el viento, pero bueno, para mí fue una aventura. Estoy tan contento que cumplí mi sueño. Los dos sueños. Volar en avión y saltar en paracaídas. Yo le había dicho a Rosa que quería saltar”, se emociona Coco y pregunta: “Dicen que he batido el récord de salto, ¿no?”
El salto fue un operativo secreto de Lucas, que no lo comentó al resto de los familiares. “Si lo contaba se armaba. Somos cómplices y compinches, él también mantuvo en secreto esto”, cuenta. Es que decidieron esperar a tener el video y las fotos del salto para, en una reunión con la familia, mostrarlo y darles la sorpresa. Coco también tuvo que conservar el misterio. Durante la caída se hizo un pequeño corte en uno de sus brazos, que obligó a que le pusieran una pequeña venda. Entonces cuando le preguntaban qué le había pasado, él respondía que se había lastimado buscando unas herramientas en el galponcito de su casa. “Y cuando respondía me miraba y me guiñaba un ojo”, agrega Lucas.
Coco está contento. Se convirtió en una especie de celebridad en Córdoba tras el salto. “Esta aventura me dio vitalidad. Pero yo me noto como siempre. No sé cómo explicarle. Yo me levanto, salgo, camino, ando por todos lados, no tengo problema, hablo con la gente”, narra.
Lucas lo escucha y también se emociona. “Esto le da años de vida. Igual que el viaje que hicimos el año pasado. Fuimos a Ushuaia, vimos a Argentina campeón del mundo allá y mi regalo de Navidad fue el álbum de fotos. Y ahora lo mismo. Le voy a hacer el álbum para que tenga nuevas historias que contar. Tiene mucho sentido del humor y yo quiero que la viva”.
¿Y entonces qué planean para 2024? Coco, como Messi tras ganar en Qatar, dice que “ya está”. Pero sabemos cómo es Coco. “Ahora que soy famoso -ríe- quisiera conocer a Mirtha Legrand, que es tres meses más grande que yo, ¡pero está mucho mejor que yo!”, se lanza a otro salto, pero esta vez hacia la diva de los almuerzos.
Para Lucas nada es imposible: “Yo me propongo ahora darle un plan. Una distracción. Prefiero que viva tres o cuatro años más, pero intensos, y no que viva cinco en un geriátrico o mirando el techo. Eso es lo que viene después del salto. Estamos en marcha. Yo quiero vivir la vida con él”.