En diciembre de 1975 el ejemplar N°33 de la revista “Cuestionario” que dirigía Rodolfo Terragno salió a los quioscos con un título de tapa que intentaba retratar “la guerra en el país”, entre el Estado Nacional y el terrorismo marxista en sus diferentes versiones. La crisis del gobierno de María Estela “Isabel” Martínez de Perón se profundizaba día a día. Un simple dato revela el clima de inestabilidad que vivía la Argentina: desde el 1º de julio de 1974, día en que asumió Isabel Perón, hasta el 24 de marzo de 1976, los gabinetes se sucedieron uno tras otro. “Un ministro cada 25 días” informó la editorial Atlántida. Hasta el 24 de marzo de 1976, pasaron por el ministerio de Economía José Ber Gelbard, Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonani, Antonio Cafiero y, por último, Emilio Mondelli.
Al compás de la violencia terrorista todo se alteraba diariamente, vertiginosamente: un litro de leche en enero de 1975 costaba 415 pesos y en enero de 1976, 1.125 pesos; tomates (en lata) 590 pesos y 2.900 pesos; azúcar (kilo) 1.150 pesos y 3.200 pesos; helados (kilo) 6.500 pesos y 20.000 pesos; pan francés (kilo) 560 pesos y 2.500 pesos; café (kilo) 7.000 pesos y 30.000 pesos; papel higiénico (rollo) 290 pesos y 1.400 pesos; bife ancho (kilo) 2.000 pesos y 6.000 pesos y un neumático que en enero del ‘75 valía 70.000 pesos un año más tarde se encontraba en 230.000 pesos. Desde mayo de 1973 a marzo de 1976 la emisión monetaria (impresión de billetes) aumentó catorce veces, según las estadísticas oficiales. En este contexto las FF.AA. comenzaron a conspirar contra el gobierno constitucional a partir de octubre de 1975.
En esos días, un observador privilegiado como Robert Hill, embajador de los Estados Unidos, informó al Departamento de Estado, respecto de Isabel Perón: “Su autoridad y posición está tan socavada que no puede tomar las riendas del poder. La manera en que deje estas riendas, de buena voluntad, tendrá mucho que ver con quién la reemplazará. En caso de que retorne el 17 de octubre a retomar la presidencia y se dedique a gobernar, poco después tendría lugar un golpe militar, posiblemente hacia fin de año.” El debate pasaba por si la señora de Perón debía o no retornar al poder –estaba de licencia-- y si ello afianzaba o debilitaba el sistema institucional. La especulación en torno a una eventual “intervención militar” estaba en letras de molde. “Pienso que el desgobierno ha colmado la paciencia de los argentinos y ese desgobierno se ha venido aceptando fundamentalmente por el culto a la personalidad de la señora presidente, y que su partido llama verticalismo”, declaro Oscar Alende el 3 de octubre de 1975 el líder del Partido Intransigente y aliado del PRT-ERP. “Si las cosas siguen así, no llegamos a ‘1977″, pronosticó Victorio Calabró, el gobernador de Buenos Aires, provocando un escándalo mayúsculo. Las 62 Organizaciones lo acusaron de “claudicación doctrinaria”. Para no ser menos, el líder radical Ricardo Balbín consideró reservadamente que el radicalismo debería asumir una actitud implacablemente opositora. Las más altas autoridades partidarias sostenían que el proceso había ingresado en su “etapa más crítica” y que la estabilidad institucional hace necesaria “un renunciamiento patriótico” de la presidenta (palabras pronunciadas por el expresidente Arturo Illia). Eran tiempos de encuentros reservados y confesiones sin testigos. Por ejemplo, Raúl Alfonsín siempre se veía con el general Albano Harguindeguy, su antiguo compañero del Liceo Militar “General San Martín”, y el domingo 5 de octubre de 1975 fue uno de esos días.
El martes 7 de octubre, Ángel Federico Robledo, recién llegado de Ascochinga, se entrevistó con los generales Videla y Viola y, pocas horas más tarde, el vicepresidente primero del Consejo Nacional del peronismo también conversó con el comandante en Jefe del Ejército. Según trascendió a los medios, Robledo dijo que a partir de la vuelta de Isabel se iniciaría una nueva etapa del gobierno, un cambio de estilo y una nueva selección de funcionarios. También el Ministro del Interior adelantó una campaña de moralización en el oficialismo. El mismo mensaje Robledo se lo transmitió a Ricardo Balbín. Las informaciones, incluirían, además, un viaje de la Presidente a las Naciones Unidas, Nueva York; una visita a los organismos internacionales de Ginebra; una audiencia con el Papa Paulo VI y un eventual período de descanso en Puerta de Hierro, Madrid. El clima parecía ser auspicioso pero los hechos demostraron otra cosa. Isabel volvió y no hizo nada de lo que había adelantado Robledo. El lunes 13 de octubre de 1975, Jorge Rafael Videla presidió una reunión de altos mandos en la que dictaminó: “Aceptar la conducción de la lucha contra la subversión y la presencia de los comandantes en el gabinete (presidencial). Falta cumplimentar medidas para poner en práctica. Ya accionar y operar. No esperar más – proceder.”
“La Armada empezó a planificar (el golpe) a fines de octubre o principios de noviembre de 1975, cómo tenía que ser el gobierno militar próximo, cuando se terminara de caer toda la estantería. Con el convencimiento de que no podía volver a ocurrir lo de siempre (que lo manejara nada más que el Ejército), la Armada comenzó a redactar el famoso Estatuto donde ponía una serie de limitaciones: por ejemplo que ningún comandante en jefe podía durar más de tres años en el cargo....se creaba una Junta Militar por encima del Presidente que tenía que cumplir las órdenes de la Junta” (“El almirante Cero”, Claudio Uriarte, confesión del almirante Horacio Zaratiegui). Se ponen en marcha los engranajes del “Operativo Aries” (nombre que sugirió el Ejército). Comienzan a prepararse las carpetas del “gabinete en las sombras”. “Se trabajó bajo un absoluto secreto: a puertas cerradas, generales, almirantes, brigadieres, alrededor de la mesa de trabajo elaboraban los planes, escribían a máquina y los traducían a lenguaje cifrado. Todo, absolutamente todo, llegó cifrado a los comandantes de cuerpo, se prescindió de escribientes y hasta de ordenanzas.
El sábado 1º de Noviembre de 1975, la presidente estaba en Chapadmalal, donde conversó a solas con el sindicalista Lorenzo Miguel. Luego, se dirigió a Mar del Plata para participar en un congreso de dirigentes textiles. El domingo 2 el nuevo médico presidencial Aldo Calviño es convocado de urgencia a Olivos y al llegar revisa a la presidente que presentaba un cuadro de agotamiento nervioso y deshidratación. El lunes 3, a las 02.15, Isabel de Perón entró en la clínica Pequeña Compañía de la calle San Martín de Tours, en Palermo. Meses más tarde, el cable cifrado 0114 (del 14 de enero de 1976) del embajador Robert Hill explicó que “Pedro Eladio Vázquez la había tenido a tanto nivel de drogas durante tanto tiempo que ella se estaba desintegrando mentalmente.” Los diarios del miércoles 5 de noviembre presentaron una situación de gran desorden institucional. La presidente continuaba internada y ya se hablaba de su “renuncia” con “una solución concertada”, todo en medio de un cuadro económico caótico. Un dato de muestra: Los precios mayoristas crecieron, desde el 1º de junio de 1975 hasta el 30 de septiembre, el 145 por ciento.
El jueves 6 de noviembre de 1975 fue una jornada saturada por los rumores. Reuniones de mandos y deliberación del Comité Central Confederal de la CGT, para expresar la condena a quienes “con absoluto desprecio hacia los sentimientos populares, pretenden vanamente lesionar la investidura de la Excelentísima Señora Presidente de los argentinos, María Estela Martínez de Perón.” Por la tarde se supo que la presidente presentaba un cuadro de mejoría y que “se están completando los estudios correspondientes; su estado de ánimo es óptimo.” También se informó que la señora de Perón había grabado un mensaje para la televisión. En el discurso presidencial, emitido a medianoche, la ciudadanía escuchó que “no he renunciado ni pienso renunciar”. Seguidamente, le avisó a la dirigencia que “no he solicitado licencia, ni lo haré. Ejerzo la plenitud de mi poder presidencial con cabal conocimiento de los hechos que ocurren y de las medidas de gobierno que normalmente ejerzo (...) el país sufre una agresión interna y externa del terrorismo periodístico y de rumores difamatorios.”
El mismo día, durante una larga reunión de altos mandos del Ejército presidida por el teniente general Videla se analizó la “actitud de la Fuerza” ante los acontecimientos. Así lo registro en su agenda el general de brigada Albano Harguindeguy, en ese momento segundo comandante del Primer Cuerpo.
“ACTITUD (de la) FUERZA: Cursos de acción posibles.
1-Mantener actitud (de) prescindencia política de la Fuerza.
2-Bordaberrización del proceso.
3-Alejamiento del Poder Ejecutivo (PE)-ante ello-un interinato de Luder para crear un poder real.
4-Renuncia – ley de acefalía – facilitar un poder real.
5-Tomar el poder por parte de las FF.AA., a la situación se le puede responder con algunos de estos cursos de acción (CA) básicos.”
“Consideraciones finales: Crisis en aumento. Proceder con serenidad y claridad”.
El miércoles 3 de diciembre de 1975, cerca de las 19, cuando estaban por atravesar en balsa el arroyo Las Conchas para dirigirse a Paraná, Entre Ríos, la camioneta que manejaba el general (r) Jorge Cáceres Monié fue embestida violentamente por un vehículo en el que se desplazaban cinco personas. Aprovechando la sorpresa, el comando de Montoneros atacó con armas de fuego al conductor y su esposa, Beatriz Isabel Sasiaiñ (hermana del general Juan Sasiaiñ). Ambos quedaron seriamente heridos. El militar fue sacado de la camioneta y rematado en el piso por Edgar Tulio “Tucho” Valenzuela, el jefe del grupo, y una mujer, “Julia” o “Liza”, Mabel Lucía Fontana de La Blunda. Luego huyeron en otro auto de apoyo y la camioneta del militar asesinado, en cuyo interior aún se encontraba la esposa moribunda. Tras recorrer aproximadamente 15 kilómetros es tirada en una zanja donde al día siguiente fue encontrada muerta. El boletín de la organización Montoneros, “Evita Montonera” Nº 10, informó: “Un pelotón de Montoneros ejecutó al general Cáceres Monié, ex jefe de policía de la dictadura militar de Lanusse, ex comandante del II Cuerpo de Ejército y torturador”. Con el tiempo, los miembros del pelotón y sus colaboradores terminaron detenidos o muertos. La idea de Montoneros era provocar una conmoción a nivel nacional. Lo lograron.
El jueves 18 de diciembre, a las 7 y 20 de la mañana, el comandante general de la Fuerza Aérea, brigadier Héctor Luis Fautario, fue detenido en el Aeroparque Metropolitano en momentos de salir de viaje a Córdoba. Los vuelos comerciales fueron suspendidos y la zona acordonada por efectivos de la fuerza. El centro de la rebelión estaba en la base de Morón, asiento de la Séptima Brigada Aérea, donde el jefe sublevado, brigadier Jesús Orlando Capellini, había constituido el “Comando Cóndor Azul en Operaciones”. Con las horas, lo que parecía ser un problema interno en la aeronáutica pasó a convertirse en un movimiento contra el gobierno. Aviones de guerra, horas más tarde, sobrevolaron la Capital (y la Casa Rosada) arrojando volantes en cuyos textos resolvían dar por “totalmente agotado el actual proceso político que ha devastado al país y desconocer a las autoridades que detentan al gobierno nacional.” Más tarde, otro comunicado expresó: “Requerir que el comandante general del Ejército asuma en nombre de las Fuerzas Armadas la conducción del gobierno nacional como un deber ineludible con la patria.” Jorge Rafael Videla, que se encontraba en esas horas en Venezuela, respondió poco antes de retornar a Buenos Aires: “la esperanza del Ejército es que el pueblo argentino, mediante consultas electorales, resuelva sus problemas.”
“La guerra en el país”, fue el título de tapa de la revista “Cuestionario”, dirigida por Rodolfo Terragno. En apenas cuatro líneas de texto radiografió una sensación de la época: “...el putsch de la Aeronáutica vino a poner de relieve algo que se sabía desde mucho tiempo atrás: la cúpula militar no está dispuesta a deponer al gobierno, pero tampoco a desatar un enfrentamiento interno para defenderlo.” Por su parte, como avizorando lo inevitable, Ricardo Balbín comentó en un cónclave partidario: “Hay que airear la escena.” La crisis aeronáutica recién terminó el martes 23 de diciembre. Héctor Fautario pasó a retiro y asumió como comandante el brigadier Orlando Ramón Agosti.
Al margen de las fuertes disputas de poder dentro del Ejecutivo y los delirantes devaneos de las organizaciones terroristas, las FF.AA. mantenían reuniones regulares de análisis de la situación nacional. El viernes 19 de diciembre, 18.16 horas, el general Albano Harguindeguy tomo nota de lo que se trato en la “reunión de Comandos Superiores” del Ejército de la que participaron Videla, Viola, Urricarriet, Betti, Laidlaw, Azpitarte, Díaz Bessone, Suárez Mason, Menéndez y Riveros. Durante la misma se considero que “el Ejército combate solo. Vacancia del poder. Solución institucional. Jugarán un papel, no solución inmediata. Massera no tres meses, contestó días. Indicios Diputados enjuiciamiento de ineptitud al titular del PEN (Poder Ejecutivo Nacional).” Más adelante se consideró el “problema pesado (Videla)” y que los “Senadores habían sido advertidos. Solución Renuncia Titular (del) PEN, vía política no militar”.
También Videla informó de lo que se había analizado en la reunión de gabinete a la que había asistido y Harguindeguy escribió: “Se le dice algo parecido al gabinete de lo que se le dijo a Senadores. Deterioro en el gobierno. Búsqueda de una solución institucional, allí solución, con urgencia. Se le dijo al gabinete que nadie hablaba de golpe. Crisis política, solución política. Dentro del proceso institucional.” Tras un largo debate sobre la actualidad y la crisis dentro de la Fuerza Aérea, el general Riveros interpreta que “el proceso está agotado, terminado.”
El “Vasco” Harguindeguy, que en el primer trimestre de 1976 se va a desempeñar en tres puestos diferentes: entre el 1º de enero y 1º de febrero, es 2º comandante y jefe del Estado Mayor del Primer Cuerpo; el 2 lunes de febrero asume como jefe de la Policía Federal y tras el golpe del 24 de marzo de 1976 será Ministro del Interior, finalmente anotó las conclusiones de las extensas exposiciones. Entre otras es dable destacar que la crisis de la Fuerza Aérea debe encontrar la solución a “su problema” porque con una solución “homogénea o bajo control se buscará la solución institucional” y esa solución “puede venir por vía política en cuyo caso se produciría una etapa Lúder que se agotaría rápidamente” y “si no viene por vía política sería la única salida la vía militar y en este caso estando el proceso terminado no habría una etapa Lúder”. Como ya se conoce Lúder no aceptó reemplazar a Isabel Perón en septiembre de 1975 y no aceptará en esta nueva oportunidad. Entre el desorden interno del gobierno peronista, la crisis económica y social y el “cuanto peor mejor” de la guerrilla no quedaban muchas alternativas.
Finalizada la crisis de la Fuerza Aérea, y como una película pasada a alta velocidad, comenzaba otro capítulo del drama. El mismo martes 23, el PRT-ERP atacó el Batallón Depósito de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno”, importante unidad logística ubicada en las cercanías de Monte Chingolo y a 20 kilómetros de la Casa Rosada. La finalidad era robar (“recuperar”) una importante cantidad de armamento militar. De acuerdo a lo estimado por la comandancia (y la inteligencia del ERP), el depósito guardaba: 900 FAL con 60.000 tiros, 100 M-15 con 100.000 tiros, 6 cañones antiaéreos automáticos de 20 mm con 2.400 tiros, 15 cañones sin retroceso con 150 tiros, subametralladoras, etc. Totalizando cerca de 20 toneladas, lo suficiente como para conformar un ejército altamente profesional.
En Monte Chingolo murieron más personas que en el Combate de San Lorenzo del 3 de febrero de 1813. En éste, los realistas perdieron “dos cañones, una bandera, 50 fusiles, 40 muertos y 14 prisioneros”. Los granaderos, conducidos por el teniente coronel José de San Martín, “tuvieron 27 heridos y 15 muertos.” En Monte Chingolo, las fuerzas del Ejército y Seguridad tuvieron: 2 oficiales, 1 suboficial, 3 soldados y un marinero de la Armada muertos y 17 heridos (8 de la Policía Federal y 9 de la Policía de Buenos Aires). El terrorismo dejó en el campo de batalla y sus alrededores 62 muertos y 25 heridos. Se desconocen los desaparecidos.
A fines de octubre y comienzos de noviembre de 1975, el PRT-ERP comienza a planificar el ataque al Batallón Depósito de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno” en Monte Chingolo y resuelve formar el batallón urbano “José de San Martín”. En esos días sus medios de prensa afirmaron: “Nadie puede ya dudarlo, la guerra civil revolucionaria se ha generalizado en la Argentina. De un lado el ejército opresor, del otro bando las fuerzas guerrilleras […] con la simpatía y el apoyo cada vez más activo de las masas obreras y populares.”
Para conducir el ataque fue designado el “comandante Pedro” Juan Eliseo Ledesma, sin perjuicio de continuar como jefe del Estado Mayor. Pero el domingo 7 de diciembre de 1975 la inteligencia militar capturó al comandante “Pedro” cuando estaba organizando el ataque junto con el jefe de logística Elías Abdón (”teniente Martín) y Mario Roberto Santucho expresa su confianza en que Ledesma no dará conocer el proyecto del ERP y sigue adelante con el plan de ataque. Pero esto lo obliga a designar como reemplazante a Benito Urteaga, “capitán Mariano”, un hombre que lo acompañaba desde la fundación del ERP. Lo que no supo Santucho fue que en sus ropas, Ledesma, llevaba sin nombres diferentes croquis que permitieron al servicio de inteligencia de Ejército reconstruir todos los bloqueos proyectados sobre el Riachuelo que hizo posible detectar como objetivo de ataque al Batallón Depósito de Arsenales 601. Al respecto, el general Harguindeguy me relató: “Un día antes del ataque en Monte Chingolo, el coronel Alberto Alfredo Valín, jefe del Batallón 601, pidió hablar urgentemente conmigo. Era de noche y no quería recibirlo porque estaba descompuesto. Valín insistió y le respondí que viniera. Me trajo dos hojitas escritas a mano. Parecía letra de médico, se entendía muy poco, pero se nos informaba que el ERP iba a atacar una unidad del Ejército. En la otra hojita se habían apuntado todos los bloqueos de rutas y puentes y cuando lo analizamos sobre un mapa vimos que el centro de atención era el Depósito Domingo Viejobueno en Monte Chingolo. Lo analicé con los coroneles Valín y (Edgardo) Calvi”.
“El Oso” Jesús Ranier fue un agente del Ejército infiltrado en el área logística dentro del ERP. Comenzó a reparar armamento y a cumplir órdenes de traslado de los materiales para las operaciones militares. Poco a poco, fue accediendo a los depósitos clandestinos donde el ERP guardaba el producto de sus robos en los ataque a personal de seguridad, dependencias policiales y cuarteles. Para estas actividades, el ERP le proveyó numerosos contactos con otros integrantes, a efectos de completar sus tareas (mantenimiento, provisión o retiro de armas). Es así como sus informes contenían los datos de citas que concretaba, aún cuando él mismo ignorara la identidad de los que debía entrevistar. El servicio de inteligencia conocía, por ejemplo, que haría contacto con “Juan”, sin más datos, incluso en algunas oportunidades viajó al interior transportando armamento que debía entregar para un operativo o, al revés, retirar armamento que había sido utilizado o recién robado. Con el tiempo, se ganó la confianza de los jefes logísticos del ERP, y así llegó a su mayor nivel, cuando permitió detectar el asalto proyectado contra el Batallón Depósito de Arsenales 601 (Monte Chingolo). El fracaso del asalto no sólo se debió a su importante intervención. Trabajaron dos infiltrados más. El lunes 8 de diciembre de 1975, cayeron detenidos los cuatro hijos de “Roby” Santucho, el jefe máximo del PRT-ERP, junto con Ofelia Ruiz, esposa de Oscar Asdrúbal “Chicho” Santucho (muerto en Tucumán en octubre de 1975) más un hijo del “Turco” Elías Abdón, responsable de la logística del Estado Mayor y otros integrantes del comando. El viernes 19 de diciembre cayó María del Valle “Coty” Santucho, una sobrina del jefe del PRT-ERP, en las vísperas del ataque en Monte Chingolo. Era hija de Carlos Iber Santucho y Helvecia Castelli, tenía 26 años cuando fue detenida; pertenecía al aparato militar de la organización; había estado en pareja con Oscar Mathews, detenido en 1973 por participar en el asalto al Comando de Sanidad, en septiembre de 1973. Luego del fracaso de Monte Chingolo, Santucho ordenó a Mariano Benito Urteaga que se investigara la posibilidad de que existieran infiltraciones en el PRT-ERP. Se comenzó la investigación aprovechando el criterio de “tabicamiento” que empleaba el terrorismo. En cada caso, permitía saber quiénes conocían una determinada actividad. Esto permitió encontrar que, coincidentemente, en casi todas ellas, una persona conocía esa actividad. Era “El Oso”. Llegado a esa conclusión, se lo secuestró junto con otro militante. En realidad ‘Coco’ era un “falso infiltrado” que se lo empleó para incitar a “El Oso” a franquearse cuando estuvieran solos. Posteriormente lo interrogaron durante toda una noche y al otro día procedieron a asesinarlo. No lo matan con un tiro. El “capitán Manolo”, médico de la “Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez”, le aplicó dos inyecciones de veneno y dejaron abandonado su cadáver en un terreno del Gran Buenos Aires. Fue el martes 13 de enero de 1976. Tenía 30 años.
Algunos informes que formaron parte del “Caso Jesús” (“secreto” militar”, durante décadas), relatan que Ranier trabajó activamente para abortar el ataque en Monte Chingolo, por ejemplo:
El martes 9 de diciembre de 1975: Relató pormenores de desplazamientos de armas y Gabriel le cuenta que “son para un operativo en Buenos Aires”. Ese día, Ranier evaluó que eran “para ser empleados en una cadena de atentados simultáneos, con un ataque a un cuartel, una unidad militar o policial”. El jueves 18 de diciembre de 1975, entregó un informe con las cantidades de fusiles FAL y FAP, con sus numeraciones, que había trasladado de una casa operativa a otra. El domingo 21 de diciembre de 1975, “El Oso” es llevado “tabicado” a una quinta donde se reúnen efectivos trasladados del interior. En dicho informe, Ranier “aprecia” el ataque al Batallón Depósito de Arsenales 601 “Domingo Viejobueno”: Lugares de reunión, efectivos, cómplices (soldados del cuartel a atacar) y el papel de contención que cumpliría la organización Montoneros. Los jefes del comando táctico se instalaron lejos del campo de batalla, en Perú y Cochabamba, pleno corazón de San Telmo. Intervino el Batallón ‘José de San Martín’, integrado por efectivos de las compañías “Héroes de Trelew”, “Juan de Olivera”, “José Luis Castrogiovanni”, “Guillermo Pérez” y elementos movilizados desde Córdoba y Tucumán. Miembros de Montoneros colaboraron en tareas de distracción y contención. Intervinieron en el ataque cerca de 180 combatientes, aunque si se cuentan los efectivos que dieron apoyo se llega a más de 250.
La evaluación que hizo el Buró político del PRT, el viernes 26 de diciembre de 1975, tras la derrota, fue entre otros puntos: a) La mayor gravedad consistió en la violación del principio del secreto; b) El Ejército explotó con su trabajo de Inteligencia este flanco débil, lo que permitió esperar el ataque en estado de alerta y con su defensa reforzada; c) Conocimiento de un alerta en los cuarteles ante un posible ataque; d) Subestimación del enemigo y déficit en la técnica militar. Políticamente, el ERP consideró que fue una demostración del poder operativo, a nivel nacional e internacional. Se le atribuye a Santucho haber dicho que “fue una derrota militar pero un éxito político”, una frase tomada de Fidel Castro.
Los diarios trataron extensamente los detalles del enfrentamiento en Monte Chingolo y sus aledaños. El ex vicepresidente y senador entrerriano Carlos Perette (UCR) dijo que “los hechos producidos en Monte Chingolo son de una extraordinaria gravedad y demuestran hasta qué grado la guerrilla pretende atacar las bases esenciales de la paz interna de la República.” La senadora Minichelli de Constanzo: “Esta de hoy, no puede ser mi patria”. El general Harguindeguy anotó en su agenda “esto es un lío inarreglable”.