Es muy interesante escuchar dentro y fuera de la Iglesia católica muchos comentarios sobre la vida de las monjas de clausura, como: “¿para qué sirven? ¿no hacen nada útil...?”. Pero estas mismas personas que denostan el monacato católico hablan loas del monacato budista, y se los oye decir: “¡Ah! Ellos se apartan del mundo, oran sin cesar, ¡qué maravilla!”. De estos dos pensamientos surgen dos temas interesantes para análizar esta forma de vida. Para la actualidad lo que “sirve” es algo que genera abundante dinero y que de él se obtenga algo práctico. Por tanto, y siguiendo esta línea de pensamiento, la música no genera nada “práctico”: no puedo clavar un clavo con la 9na. Sinfonía de Beethoven; la filosofía tampoco genera nada práctico… y así infinitas cosas. Y el otro punto genera otra pregunta: ¿Por qué se critica al monacato cristiano, es decir a los monjes y monjas católicos, ortodoxos, y reformados y se alaba al monacato oriental? Eso es un misterio que habría que preguntar a los que critican uno y alaban al otro. Creo que lo hacen desde cierta animadversión y poco estudio en profundidad sobre el tema.
Las monjas de clausura radican en el corazón oculto de las Iglesias católicas y ortodoxas y poseen su mayor compromiso con la oración y la contemplación, que desempeñan un papel fundamental en la vida espiritual de todos los fieles. La mayoría de las personas, al oír hablar de las monjas de clausura y, más en general, del aislamiento religioso, sienten una sensación de consternación, algunos de piedad y se escuchan comentarios tales como: “debió sufrir un mal de amores” o “Que iba a hacer de su vida, la pobre… nada, y ahí techo y comida no le ha de faltar”
En nuestro mundo frenético, que cambia a una velocidad de la luz y casi sin dejar tiempo para asimilar información, para absorber los acontecimientos y sus efectos, es difícil imaginar la vida de quienes deliberadamente eligen distanciarse de todo eso, alejarse, y dejarse fluir desde una ermita de silencio y aislamiento. ¿Pero es realmente así como se vive en los conventos de clausura?
Si bien por un lado es cierto que aún hoy las monjas de clausura, a menudo también llamadas “religiosas contemplativas”, desempeñan un papel muy particular dentro de las Iglesias católica u ortodoxa; viviendo en comunidades separadas del mundo exterior y dedicándose a orar por la salvación de todos, también es cierto que sus tareas y su contribución al mundo moderno han cambiado respecto al pasado, con una mayor apertura que conduce también al encuentro con quienes vivimos en este mundo de inmediatez y vamos muchas veces en ayuda a esos oasis de paz.
Esta forma de vida religiosa se basa en la separación del mundo material en favor de una unión más estrecha con Dios, pero también en un estilo de vida caracterizado por la sencillez ascética, por la renuncia a los placeres y comodidades del mundo exterior, por los votos de pobreza, castidad y obediencia. Los monasterios en los que viven las monjas generalmente están cerrados al público, pero hoy en día, en algunos casos, es posible que personas de afuera vayan a hablar con ellas en el salón o pequeñas habitaciones llamadas “locutorios”, buscando consuelo y consejo espiritual.
Además de la oración comunitaria y personal, la contemplación y la adoración de Dios, las monjas de clausura realizan deberes y tareas necesarias para el bienestar común de sus hermanas, como cuidar el jardín, coser, pero en algunos casos también la creación de productos que se venden fuera del monasterio. También se da mucha importancia al silencio, que juega un papel fundamental en la espiritualidad de estas religiosas. Constituye el ambiente en el que viven y el medio a través del cual se abren a la presencia de Dios: un silencio profundo e interior, que no es sólo la ausencia de ruidos exteriores, sino un estado de tranquilidad indispensable para entrar en contacto con la presencia divina.
Como especificamos más arriba, esta vida se basa en un delicado equilibrio entre oración y trabajo, marcado por un ritmo bien estructurado. El famoso “ora et labora” de la regla de san Benito, patrono del monacato occidental y de su hermana santa Escolástica.
Si bien cada orden o congregación posee sus horarios y acciones diarias, podríamos decir que más o menos comúnmente la jornada de una monja de clausura comienza temprano, a las 5:00 de la mañana, con una oración personal, meditación y en determinadas órdenes el canto de alabanzas a Dios. A las 8:00 se celebra misa común, a las 8:30 desayunan juntas. Después, cada monja se dedica a sus tareas específicas, hasta la hora de comer, alrededor del mediodía. Después del almuerzo, a una de las monjas se le asigna la lectura de un texto espiritual mientras las demás escuchan en silencio, creando un espacio de reflexión y estudio. Luego hay un momento de recreación donde las monjas se reúnen para pasar tiempo juntas. A las 18.00 horas se reza el oficio y a las 22 horas las monjas se preparan para ir a dormir y adentrarse en el silencio de la noche. La oración está repartida según el nombre de las horas que recibían en la antigua Roma: Maitines, antes del amanecer; laudes, al amanecer; prima, primera hora después del amanecer sobre las 6:00 horas de la mañana; tercia, tercera hora después de amanecer, sobre las 9:00 horas; sexta (un dato de color, del nombre de esta hora deriva la palabra siesta), mediodía, a las 12:00 horas después del Ángelus en tiempo ordinario o el Regina Coeli en Pascua; nona, sobre las 15:00; vísperas, tras la puesta del sol, habitualmente sobre las 18:00 después del Ángelus en tiempo ordinario o el Regina Coeli en pascua; y completa: antes del descanso nocturno, a las 21:00.
Además de la oración, las monjas de clausura también se dedican a trabajos manuales, útiles y necesarios para la vida común, pero también a la producción de objetos litúrgicos, la creación de iconos, la producción de dulces y productos que luego se venden fuera del monasterio y proporcionan sustento a la comunidad.
Las monjas de clausura renuncian a los lazos familiares y las relaciones para abrazar la vida religiosa, pero no son ajenas a la comunidad en la cual está el monasterio y a los problemas del mundo exterior. Acogen a los visitantes en el claustro por motivos espirituales o prácticos, para recibir ayuda material o vender sus productos. Estos encuentros con el mundo exterior les ofrecen la oportunidad de compartir su fe y ser una inspiración para quienes buscan una vida más profunda de espiritualidad.
El silencio protege la vida monástica de influencias externas que podrían distraer a las monjas de su vocación. Les ayuda a concentrarse y sumergirse en la oración. A través del silencio, aprenden a discernir y a seguir el camino espiritual. Pero el silencio es también una oportunidad para la caridad fraterna dentro de la comunidad monástica, porque promueve el entendimiento mutuo, el intercambio de pensamientos y sentimientos y el crecimiento de las relaciones con otras monjas. En el silencio se crea un espacio de respeto mutuo y de escucha, que permite una verdadera comunión de corazones.
A pesar de su vida de clausura, las monjas tienen la oportunidad de informarse sobre lo que sucede en el mundo exterior. Pueden leer periódicos y escuchar la radio para mantenerse al día de eventos y noticias importantes. También, la gran mayoría de los monasterios poseen sus accesos a la red, aunque algunos llamados “De estricta observancia” no poseen muchos de estos servicios.
Cómo ser una monja de clausura
El camino es un proceso que requiere tiempo, discernimiento y un profundo compromiso espiritual. En primer lugar, es importante experimentar una fuerte atracción hacia la vida contemplativa. Este deseo puede manifestarse desde una edad temprana o puede desarrollarse gradualmente a lo largo de la vida. Cualquier mujer puede convertirse en monja de clausura. También pueden tomar votos viudas y muchas otras mujeres de diversos estilos de vida. Lo importante es que la persona tenga un deseo sincero de dedicarse por completo a Dios por medio del silencio y de seguir la estricta vida de clausura con devoción y compromiso. A continuación se busca la guía de un director espiritual o una comunidad religiosa para iniciar un período de discernimiento, durante el cual se evalúa la vocación a la vida monástica y se profundiza la comprensión de la espiritualidad contemplativa. Se requiere un período de formación inicial, durante el cual se aprende la regla de la orden, se estudia las escrituras, se profundiza en las prácticas espirituales y se vive la vida comunitaria. Este período puede durar varios años y puede incluir también un noviciado, durante el cual se introduce más profundamente en la vida monástica y se participa en las actividades comunitarias.
Finalmente, tras finalizar la formación, se hacen los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, un compromiso de vivir esa vida por el resto de su existencia.
En Argentina los monasterios más diseminados son los de las Carmelitas Descalzas, cuya vida está consagrada a Dios con votos solemnes. La orden nació en 1560 de un grupo de monjas reunidas en torno a Santa Teresa de Jesús, figura carismática de mujer y religiosa, que quería dar nueva vida a la orden carmelita restaurando sus antiguas reglas y reformando sus opciones de vida. Se inspiró en parte en la reforma implementada por Pedro de Alcántara en la orden franciscana.
Las Carmelitas Descalzas se dedican principalmente a la oración contemplativa. La espiritualidad de la orden está fuertemente arraigada en la figura de María, a quien acuden como ejemplo de vida en comunión y devoción. La vida de las Carmelitas Descalzas está ligada a tiempos y actos precisos, que marcan el tiempo litúrgico y de trabajo dentro de la casa, en los talleres, en el huerto. Se les exige mantener siempre un clima de silencio y oración.
En algunos monasterios las monjas carmelitas descalzas elaboran deliciosas mermeladas y otros productos obtenidos de cultivos y huertas. Y los venden en la tienda del monasterio.
También hay monasterios de clausura de diversas órdenes y con diferentes espiritualidades, como las Adoratrices, Benedictinas, Clarisas, Concepcionistas, Pasionistas, Dominicas, Visitandinas, Trapenses, Redentoristas, etc...
Acá podemos citar los versos de Fray Luis de León, cuando en su versos titulado “la escondida senda” nos refiera a la vida de clausura con las siguientes palabras: “Qué descansada vida la del que huye el mundanal ruido/ y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido! /Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado / ni del dorado techo se admira /fabricado del sabio moro, en jaspes sustentado”.