Lu, así se presentó ante Infobae, era una chica porteña más. Lleva tatuajes en su cuerpo, es vegana y amante de los animales- Hasta ahí una joven más de Buenos Aires. Sin embargo, una tarde se cruzó con un pichón de torcaza herido y eso le hizo un clic en el corazón (una de las especies de paloma que anidan en Buenos Aires). “Hasta ese momento no tenía interés en las aves. Le restaba importancia – recuerda la chica sobre ese momento-. Pero la mirada de ese pajarito me llegó al alma”.
Tiempo después, se sumó al proyecto Andrés que ahora es pareja de Lu. “Ya la seguía en Instagram. La tenía como la ´chica de las palomas’ – se sonríe el joven en diálogo con Infobae-. También encontré un pichón de paloma herido en la calle. Y le escribí para que me ayudara”.
Palomas y amor
Los chicos empezaron con mensajes en Instagram, luego pasaron al whatsapp y tuvieron su primera cita. Allí, la chica le enseñó cómo darle de comer al pichoncito herido que cuidaba Andrés. Pasaron los meses se pusieron de novio y ahora ya hace casi 3 años que están casados y conviven en un departamento en el que el consorcio le prohibió tener sus palomas.
Estas aves son parte del paisaje de Buenos Aires, pese a que no tienen buena prensa para la mayoría de los porteños que suelen llamarlas “ratas con alas” o ahuyentarlas de sus balcones o ventanas a los gritos. Las palomas integran parte de la fauna de la Ciudad y suelen sobrevolar las plazas y parques. Suele ser también uno de los primeros contactos que tienen los chicos de departamento con algún tipo de animal. En cualquier plaza porteña se puede ver a nenes dándoles de comer y jugando a hacerlas volar. El menor corre, la paloma vuela se escapa y vuelve. Así el juego arranca de nuevo en loop.
La más común es la columba livia (doméstica), llegaron como la mayoría de los porteños con la inmigración europea a finales del siglo XIX. Los italianos y españoles las embarcaban con ellos para luego comerlas. Si eran parte de su dieta. Alguna escapó y empezó a reproducirse en Buenos Aires. Además de la clásica, existen otras cinco variedades de palomas en la Ciudad: torcaza, torcacita, picazuró, ala manchada y yerutí.
La pareja lleva rescatadas cerca de 100 palomas en unos cinco años de trabajo. Además, armaron un santuario en el patio de la casa de la mamá de Lu en el barrio de Belgrano. Allí tienen unas 15 aves discapacitadas o que están en proceso de curación para volver a volar por el cielo de Buenos Aires. “En otros casos se humanizaron tanto que ya no pueden valerse por sí solas en la selva urbana de la Ciudad -cuenta Andrés-. Si las soltamos no podrían alimentarse”.
Refugio porteño
La pareja hace una vida normal en su departamento porteño. Miran series, trabajan y hacen deportes. La única diferencia es que siempre están atentos a alguna paloma o pichón que pueda estar herido en las calles de la ciudad. “En estos momentos no tomamos pedidos de rescate. Sólo lo hacemos cuando la encontramos nosotros. Es más que nada por un tema de logística y de capacidad de nuestro santuario en la casa de mi mamá que no tiene más lugar”, explica Lu.
Día por medio la pareja se mete en su lugar en el mundo: el patio de la mamá de Lu que funciona com refugio para estas aves. “Aún cuando sé muchas veces que se están por morir porque tienen una enfermedad grave, yo les pongo nombre -explica la joven-. De esa manera, creo que le doy un mejor final. Que se lo merece como ser viviente”.
La pareja se dio cuenta de la mala prensa que tienen las palomas entre los porteños. Son tildadas de ratas con alas, de transmitir enfermedades y de arruinar autos con el ácido de sus excrementos. “Toda esa discriminación hace que cuando pidamos ayuda por un gatito herido se sumen cientos a la campaña y por una paloma no lo haga casi nadie -explica Andrés-. Vimos muchas veces un ave herida en la calle y la gente que le pasa por al lado con indiferencia”. Igual, explica Lu, mientras asiente lo que dice su pareja, no es tan caro mantener una paloma. “Serán alrededor de unos 15 mil pesos por semana en alimentos”, calcula la joven.
Lu y Andrés derriban mitos sobre las palomas. “Son aves domésticas que en general se acercan al ser humano cuando se sienten seguras -explica Andrés-. En general les gustan las caricias y comer de la mano de las personas que conocen. También pueden darte besitos y hacer una especie de reverencia. Se nota cuando, llega alguien extraño a nuestro refugio, por ejemplo. Se ponen nerviosas y empiezan a agitar las alas”.
El vínculo con las palomas
Y al igual que muchos amantes de los animales, Lu suele hablarle a sus palomas. “Una vez estaba en el veterinario y me miró raro porque le estaba preguntando a la torcaza cómo se sentía”, se ríe la chica al recordar la anécdota.
La joven aclara para derribar otro relato que corre sobre las palomas que “nunca se contagiaron nada”. Se puede ver en las fotos que tanto Lu como Andrés acarician y se sacan fotos con palomas en sus hombros o sobre sus cabezas.
La protectora de aves recuerda un caso especial que logró conmoverla. Se trató de un pichón de apenas unos 15 días al que llamó Chimuelo. La paloma tenía una enfermedad del sistema nervioso progresiva que le iba quitando facultades cognitivas con el paso del tiempo. “Sufría convulsiones y eso la iba deteriorando cada vez más -recuerda Lu-. La acompañé hasta el final y eso me dio paz por verla que pudo fallecer acompañada”.
En tanto, Andrés contó una de las experiencias que más lo marcó. Fue el caso de una torcaza que estaba atrapada en una boca de tormenta. “Iba caminando y vi sus ojos de susto desde abajo de la vereda. Traté de salvarla pero no pude”.
Lu y Andrés salen al balcón de su departamento y tratan de buscar entre los edificios vecinos alguna paloma que pase volando o que esté anidando cerca. Desafiando a todos esos porteños que las tratan de ratas con alas. Esta pareja, en cambio, les ponen nombre, las curan y las alimentan con amor.