Benjamín Cinto tiene 24 años, es oriundo de Gualeguaychú, Entre Ríos, y tras terminar el secundario se mudó a Rosario para estudiar ingeniería mecánica. Es su pasión desde que era chico, cuando desarmaba juguetes, impresoras y motos por la curiosidad de entender cómo funcionaban. Actualmente cursa la última etapa de la carrera, y lo que comenzó como un trabajo práctico para una asignatura, se convirtió en un mecanismo reconocido por la NASA (Agencia Espacial de los Estados Unidos).
El joven bautizó el invento como “llave egipcia”, y compitió con ingenieros y diseñadores de todo el mundo. De un total de 10 preseleccionados, quedó en el primer lugar. Así se le abre puertas para su futuro profesional. En diálogo con Infobae, relata el proceso del desafío creativo, la exigencia de los requisitos y el momento en que se enteró de que era el ganador.
El joven creció en una familia numerosa de seis hermanos, él es el quinto, y entre risas asegura que siempre encontraba con quien jugar. “La más grande es antropóloga, la que le sigue es técnica química y bromatóloga, y los dos varones más grandes, uno es ingeniero industrial, y el otro ingeniero electrónico; después estoy yo, que elegí ingeniería mecánica, y el más chico, que estudia sonido”, detalla Cinto. Cuenta que siguió los pasos de los mayores, que tiempo atrás también se anotaron en la Universidad Nacional de Rosario para empezar su formación académica, y que eso hizo que la adaptación fuese más sencilla.
El compromiso y la responsabilidad son características de su forma de ser. Fue abanderado en la primaria y en la secundaria, siempre tuvo buenas notas, y siguió a paso firme rumbo a su vocación. “En la facultad el mayor desafío fue organizarme, los tiempos sobre todo, estar pendiente de fechas de entrega de tantas materias, los parciales, y hacer amigos nuevos casi todos los años, porque no todos avanzan al mismo tiempo y se va renovando constantemente el grupo de compañeros”, indica. Ahora solo le falta rendir una última asignatura en febrero y presentar el proyecto final para recibirse.
La inspiración surgió durante la clase de síntesis de mecanismos y máquinas, donde sus profesores les hablaron del desafío “NASA Challenge: Positive Connections: A Mechanism to Connect on Contact” - que suele ser presentado en el Laboratorio de Propulsión a Chorro-, y les explicaron que se trataría de una participación a nivel internacional. De los 20 estudiantes, 15 decidieron anotarse, y tuvieron un lapso de 30 a 40 días para diseñar mecanismos modelados en 3D a través de un software, que aseguraran la unión de segmentos a estructuras espaciales. Para que fuese válido, había que tener en cuenta una gran cantidad de requisitos muy exigentes, y no era la única entrega que Benjamín tenía pendiente, porque se superponía con el resto de las cátedras y trabajos.
“Le dedicaba todo el tiempo que podía, sobre todo los fines de semana; fui haciendo distintos diseños, los comparaba para después modelar y simularlas condiciones en las que estaría en la nave transportadora y en el espacio exterior, de fuerza, temperatura, y gravedad, entre otros ítems”, explica el futuro ingeniero. Una vez que tuviera las conclusiones finales, debía cargar en una plataforma el modelo, el resultado de la simulaciones, y una presentación explicativa, una suerte de informe de cómo funciona, junto a animaciones e imágenes renderizadas.
La llave egipcia
Antes de iniciar con cualquier idea, puso sus energías en comprender el objetivo principal, que en este caso era descubrir nuevos sistemas de despliegue de estructuras en el espacio, como pueden ser antenas, paneles solares, o incluso telescopios. “En la NASA tienen pensado implementarlo en antenas de satélites meteorológicos, mandan cada segmento de esa estructura en hexágonos, uno sobre el otro, y vez que llega al espacio, se separan con varillas que se empiezan a juntar con unos cables, y cuando los segmentos se tocan, se tiene que activar este mecanismo para unir todo; se va armando como si fuese un rompecabezas”, describe, y aclara que cada paso debe ocurrir sin ningún comando desde la Tierra.
Cuando leyó todos los puntos que debía tener en cuenta para crear su modelo, se sintió avasallado por la cantidad de detalles que había que considerar. “Pedían que pesara menos de un kilogramo, y logré que mi diseño pese menos de 200 gramos, cumplía también con ser aerodinámico, fácil de fabricar, resistente, y funciona de una manera muy sencilla”, señala. Casi con esas mismas palabras lo describieron los seis ingenieros miembros del proyecto Starbust, que componían el jurado por sus más de 30 años de experiencia y estar doctorados en despliegue estructural.
“Destacaron que además minimiza las posibilidades de activación accidental, la simpleza y la presencia de cada uno de los requisitos”, dice Benjamín, entre el orgullo y la sorpresa por el logro. A la hora de ponerle un nombre, supo cómo bautizarlo cuando su hermano menor le hizo un astuto comentario. “Me dijo que el prototipo se parece a las cerraduras del antiguo Egipto, por el mecanismo de cerradura que usaban: al insertar el pasador en forma de cuña, se levantaban los pestillos, y al avanzar caían y lo bloqueaban”, manifiesta.
Después de 40 días de absoluta concentración, no tiene dudas de que este trabajo práctico era de los que más valía la pena hacer. Ya se había emocionado cuando vio su nombre en la lista de 10 preseleccionados, pero no se imaginó que en la lista definitiva iba a estar en el primer puesto. “Estaba en una sala de espera para hacerme un chequeo médico general, actualicé el correo y cuando vi los resultados no podía parar de sonreír, la gente me miraba y no entendía porque estaba tan contento”, relata con humor. Todavía en shock, se lo mandó a su familia, a su novia, y a sus compañeros de cátedra.
El dicho que reza que “el alumno superó al maestro”, se cumplió en esta ocasión, porque Benjamín quedó en lo más alto del podio y su profesor en tercer puesto. “Me súper felicitó, me eligió también para que diera una charla en la escuela de mecánica, que hable sobre el desafío y la originalidad, así que diez puntos todo”, celebra el ganador de la competencia. Sus padres también están muy felices por la gran noticia, al igual que sus hermanos. “En Gualeguaychú tuvo mucha repercusión, mi papá es contador y mi mamá farmacéutica, y los clientes iban a las farmacia o al estudio para preguntarles si yo era su hijo”, relata, y por supuesto que lo afirmaron con mucho orgullo.
También hubo lugar para las bromas, y uno de sus amigos le dijo: “No te agrandés que todavía no llegaste la Luna”, en tono de humorada. Él redobla la apuesta y asegura que frente a este reconocimiento internacional, ahora “las expectativas son altas”. Su modelo se impuso frente a participantes de Gran Bretaña y Países Bajos, y posiblemente lo pongan en práctica en el corto plazo. “Son estructuras muy grandes, el telescopio actual tiene seis metros y medio de diámetro, por eso se necesitan dispositivos livianos, y creo que tuvo mucho que ver la decisión de priorizar eso”, destaca.
Dentro de las condiciones del desafío, se aclara que al aceptar el premio -que consta del reconocimiento del jurado internacional y un incentivo económico-, el creador cede los derechos del diseño. “Hacer un aporte a la humanidad es algo impagable, y ya habrá otras ideas que pueda patentar más adelante”, sostiene Benjamín. Y considera que participar le brindó muchos beneficios, porque también desarrolló otras habilidades de oratoria, para explicar lo que hizo, en las palabras más simples posibles, frente a diferentes públicos.
Próximos pasos
Hasta julio de 2023 el estudiante trabajó como programador en el área de sistemas, y estos últimos meses estuvo completamente enfocado en la meta de terminar la carrera en tiempo y en forma. Tiene muchos proyectos en mente, y ahora que está de vacaciones aprovecha para darle rienda suelta a su creatividad. “Esta formación te ayuda a pensar en soluciones a los problemas, y te abre un abanico amplio de industrias y rubros, que después podés adaptar a tus gustos”, asegura. Le gustaría combinar la ingeniería con la robótica, la automatización o la inteligencia artificial, y principal motor es el sueño de generar impacto social a través de la tecnología.
De hecho, su proyecto final está encaminado hacia la sustentabilidad. “Con un compañero queremos diseñar una máquina para hacer pellets de los residuos que quedan de la tala del eucalipto, porque en Entre Ríos se planta eucalipto y cuando se tala, las hojas y las ramas que quedan se juntan y se queman, así que sería una forma de aprovecharlo y generar un impacto ambiental”, expresa. Cree que es primordial poner los conocimientos al servicio de la sociedad, y mantener una actitud de apertura a las oportunidades. “Hay muchas empresas en nuestro país que quieren innovar, y yo estoy en búsqueda de eso”, sostiene.
Reflexiona sobre la importancia de la educación pública, que en la historia de su familia cumplió un rol determinante. “Hice toda mi formación en instituciones públicas: pasé por la la Escuela N°1 Guillermo Rawson y la Escuela Técnica N°2 Pbro. José María Colombo, y después por la Universidad Nacional de Rosario; creo que es un gran igualador de oportunidades, que hace que un chico entrerriano pueda competir con profesionales de todo el mundo, y que seis hermanos se puedan recibir, algo que de otra manera hubiese sido imposible”, sentencia.
Tampoco descarta trabajar en el exterior si alguna vez se presenta la ocasión, pero por el momento planea seguir enfocado en terminar la carrera y comenzar una nueva etapa. “No solo hay que sentarse a esperar, sino también ir a buscar por cuenta propia, emprender, y ojalá que pueda combinar las facetas que más me gustan de la ingeniería”, proyecta. La chispa de curiosidad de aquel niño que desarmaba juguetes y cada aparato que encontraba, sigue intacta.