Federico tiene treinta años. Tiene puesta una remera a rayas. Canta pegado al micrófono, seguro, con prestancia, y cada tanto mueve las caderas, no mucho más. Todavía no tiene la presencia hipnótica que desarrollará en poco tiempo más. La banda aún no es muy conocida. Ya grabaron el primer disco pero faltan unos meses más para que la discográfica lo edite. Es ese tiempo gris previo a Malvinas, con el plan económico de la Dictadura cayéndose a pedazos, la represión algo aquietada y el malestar de la gente cocinándose a fuego lento. Antes de subirse al escenario, antes de componer sus canciones, antes de juntarse –por fin- con sus hermanos para armar la banda no se planteó qué era lo que la gente quería escuchar. Iba a hacer lo que le nacía, algo que acá nadie había hecho. Y que parecía, que en esa atmósfera, no tenía el menor lugar.
Ahí está Federico en medio del escenario. Canta Soy moderno, no fumo. La canción que nació el día que en una fiesta, cuando sacó los cigarrillos de su bolsillo, y extendió el atado hacia la periodista de moda Felisa Pinto. “Soy moderna, no fumo”, respondió Pinto. La letra es diferente a lo que suele escribirse en el rock nacional. Hay, escondidas, decenas de marcas de cigarrillos, tiene humor, ironía, una encantadora levedad. La gente no escucha bien (la revista Pelo dijo que el sonido fue pésimo). Y además nadie los había ido a ver a ellos. Casi ninguno de los que estaban ahí conocía a Virus.
Era el Prima Rock, un festival que se hizo en la primavera de 1981. Spinetta Jade, Miguel Cantilo, Piero, Lerner, Litto Nebbia fueron algunos de los artistas. Un equipo de filmación registraba todo para una película que pretendía ser el Woodstock argentino. A María Rosa Yorio la abuchearon y le arrojaron cosas. En ese momento, Spinetta apareció al costado del escenario para pedir calma y respeto. A Virus, la banda de esos chicos de La Plata, con ese cantante lánguido y enigmático, le fue peor. Alguien lanzó un vaso de agua, otro un bollo de papel y al poco tiempo comenzaron a llover los naranjazos. Los músicos esquivaban los proyectiles. El cantante trataba de pegarle de taquito a las naranjas que le pasaban cerca. Nunca dejó de cantar. Cuando terminó el show, ya protegidos en el backstage, Marcelo, uno de sus hermanos y también integrante de Virus, llorando por la frustración, se lamentó por las agresiones, por el aluvión de proyectiles: “Boludo, nos cagaron a naranjazos. Literalmente: nos cagaron a naranjazos”. Federico Moura, con una sonrisa satisfecha, le respondió: “Sí, pero ¿te fijaste? Nunca dejaron de bailar”.
Federico Moura nació en La Plata el 23 de octubre de 1951. Si a usted le parece que esa fecha ya la escuchó alguna vez, tiene razón. Ese mismo día, a pocos kilómetros de distancia, nació Charly García: la coincidencia sería, hasta el momento, la única prueba –casi irrefutable- de los que alegan la existencia de la astrología.
En su juventud tuvo varias bandas. También se destacó como un original diseñador de indumentaria. Tuvo un local en la Galería Jardín sobre la calle Florida. El ambiente opresivo de la Argentina de la segunda mitad de los setenta lo expulsó. Un hermano mayor, miembro del ERP, desaparecido, el dolor de los padres, la incomodidad de ser distinto al resto, la sensación de no encajar, la curiosidad por expandir límites, lo llevaron por París, Londres, Nueva York. En 1980 estaba instalado en Brasil. Lo fueron a visitar su padre y dos de sus hermanos. Los hermanos le mostraron unos temas que estaban haciendo, querían que se sumara a su banda. El padre necesitaba, pese a las peleas frecuentes, pese a no entender las elecciones de Federico, no perder otro hijo. Volvió. Y Virus comenzó a convertirse en realidad.
Ni el estilo ni los temas de las canciones fueron premeditados. Eso era lo que les salía, la manera en que entendían el arte, el mundo. Una mirada zumbona, alejada de alardes y de afectación. Unos marcianos en el solemne ambiente del rock pre Malvinas. Las búsquedas y el riesgo sólo se le permitía a los grandes, a los que ya tenían obra para blandir: Charly y el Flaco.
El del rock nacional era un ambiente misógino, machista, bastante homofóbico. De hecho, Federico recibe a lo largo de su trayectoria insultos y agresiones por su condición sexual pese a nunca hablar del tema y ser extremadamente reservado con su vida privada (es muy difícil encontrar alguna entrevista en la que hable del tema). Los ataques provienen desde los lugares (las mentes) más rancios hasta de los inesperados como por ejemplo alguna nota en la revista Humor a principios de los ochenta (Sibila Camps escribió: “Federico Moura es un homo bien sensual”) hasta Luca Prodan en un show de 1987. Nunca quedó demasiado claro lo que Luca dijo, pero alguien le contó a Federico que desde el escenario el cantante de Sumo los había calificado como “La banda de los putos”. Ya fuera una cita textual o fruto de la tergiversación del efecto teléfono descompuesto, la respuesta de Federico, dejando de lado su cautela y elegancia habitual, fue terminante: “Me pareció un mamarracho, un botón. No hay cosa que soporto menos que una actitud de policía. Se me cayó la última cáscara que para mí le quedaba a Luca. Tendrá su onda de rock & roll, pero es un cliché. Vino a Argentina con su inseguridad de cantar en inglés y se tuvo que meter el inglés en el culo y hacer letras como ‘La rubia tarada’ para shockear a señoras burguesas”.
En una nota de 2019 en el suplemento Radar, el poeta Daniel Durand contó que fue a ver a virus a Pinar de Rocha a fines de 1985 o principios del 86: “Yo justo había comprado “Locura”, que nos habíamos cansado de escuchar, pero nunca los habíamos visto en vivo. Para cuando comenzaron a tocar mi primo y yo estábamos ebrios, parados en el medio de la pista, justo atrás de un pequeño grupo de seguidores fanáticos que armaban pogo al comenzar cada canción.
En el medio de una canción que estallaba con sus melodiosos acordes, yo empecé a gritarle ¡puto! ¡puto!, cada vez más fuerte, al compás de la música, solo para bardear un poco la provocativa imagen y movimientos de Federico. Estábamos muy borrachos, lo cual no es una excusa. Estaban tocando “Pronta Entrega”, un grupo de unas 100 personas bailaba y saltaba frente al escenario, nosotros detrás de ese grupo fervoroso, también saltábamos y yo le seguía gritando ¡puto! ¡puto! Justo a continuación de la frase de la canción que dice “la distancia va perdiendo su espesor”, Federico hizo un brusco movimiento mirando a sus músicos, extendió los brazos con las palmas abiertas en señal de stop, y paró la canción. Acto seguido me miró, y señalándome con el dedo me dijo ‘¿Qué te pasa?’ Yo no podía creer que hubiese parado la música y se estuviese dirigiendo a mí entre toda la gente ¡Mi cara ardía! El corazón se me salía por la boca y me empezaban a temblar las piernas, no podía sostenerme parado, ante mi silencio Federico volvió a preguntarme: ‘¿Qué te pasa a vos?’ Ahí yo atiné a un sordo y balbuceante ‘no, no nada’ y me escondí agachándome detrás de mi primo. Entonces Federico Moura hizo un leve y gracioso movimientos de manos hacia arriba y reanudó la música como si nada”.
A mediados de 1983, en una entrevista en la Revista Humor, Gloria Guerrero le pregunta a Federico cómo vive que la prensa se siga escandalizando con su propuesta. El cantante responde: “La situación me parece buena. Creo que alguien cuestiona un hecho cuando realmente le molesta. Y la polémica que genera una propuesta nueva. Depende de la intensidad de esa propuesta. Virus consiguió adhesiones fuertes y también rechazos muy fuertes. Y está bien porque estamos golpeando puertas, no planeando hacerlo, y generamos preguntas”. En otra de las respuestas, además de recordar que la revista lo había maltratado, que se habían horrorizado con la propuesta de ellos, Federico muestra una confianza única en lo que él y su banda hacen: “Por ahora estamos solos, pero cuando Virus venda 70.000 unidades ya van a grabar a otros”. Dos años después las ventas de su quinto disco multiplicó por tres esa cifra.
Fueron seis discos de estudio y uno en vivo. De “Wadu-Wadu” a “Superficies de Placer”. Es natural que al público, al principio, le costara entender qué era eso. ¿Qué significaba Wadu- Wadu?
El dato se da como cierto aunque en ese tiempo fuera difícil, con la distribución no tan profesionalizada, determinar el momento exacto de la aparición de un disco, que “Agujero Interior” salió el 10 de diciembre de 1983, como acompañando la nueva era.
Pero Virus se había anticipado a su tiempo. “Wadu-Wadu” y “Recrudece” fueron grabados y presentados en tiempos todavía del Proceso. “El Banquete” hablaba de Malvinas, de la los políticos sentados en la misma mesa con los militares. Cuando en el fragor de la guerra, en medio del fervor bélico y malvinero se organizó el Festival de la Solidaridad Latinoamericana en el que todos los referentes del rock local que habían pasado a monopolizar con sus temas en castellano las radios tocaron, Virus se negó a participar. Un homenaje a su hermano desaparecido y entender, antes que los demás, que los estaban haciendo parte de un circo, que los asociaban a los asesinos.
“Hay que salir del agujero interior”. Una especie de grito de guerra, de liberación. Que en vivo se transformaba en “Hay que sacarse la ropa interior”. Otro grito de guerra. Antes que el Destape explotara, en ese disco también está “El Probador”, esa especie de cuento lúbrico. El tema que da el título al disco además les proporcionó su primer gran hit. Al que le siguió el lento sensual “¿Qué hago en Manila?” El ascenso continuó con “Relax” hasta que “Locura”, que apareció en 1985, produjo la explosión. El disco con una tapa hermosa diseñada por Daniel Melgarejo (murió de Sida también tiempo después que Federico) fue un hit enorme que se derramó por todo América Latina. En Argentina vendió más de 200.000 copias. Una oda a la masturbación que elige una frase del Ulysses de Joyce (Luna de Miel en la Mano) como título, la respuesta a un ejecutivo de la discográfica que le pidió que haga un poco más viriles sus actuaciones para no alejar a las fans y para no sufrir los ataques homofóbicos como “Sin Disfraz” (En taxi (b)voy, Hotel Savoy), “Tomo lo que Encuentro” o el clásico instantáneo de “Pronta Entrega”.
En un libro en el que cuenta en primera persona la historia de la banda, su hermano Marcelo, describió a Federico de esta manera: “Espíritu inquieto, brillante y sutil, bello, frágil, alma de diamante, romántico, ácido, único, galante, lúcido, práctico, noble y elegante, satírico, crítico, genio, lacerante, pulcro, locuaz, enérgico y vibrante”.
Sobre el escenario Federico parecía un cisne, o mejor aún, un fauno. Elegante, sensual, misterioso. Su cuerpo cimbreaba, ondulaba siguiendo la música, como si flotara. El cantante que no hacía esfuerzo, que sólo seducía, en ropas brillantes y elegantes, con el pelo largo y cuidado, con la mirada de leopardo. Provocaba con glamour, sin transpirar, casi sin proponérselo, con naturalidad.
Andrés Calamaro alguna vez dijo que la aparición de Federico no tenía explicación, que se había tratado de un milagro. A Virus lo acusaban de frívolo, pasatista, vacuo. Pero no era así. Las letras de Roberto Jacoby eran inteligentes, juguetonas. Opuso a la solemnidad del ambiente, el gesto descontracturado, el afán por divertirse, la provocación y, principalmente, el sarcasmo.
Para el siguiente disco, la apuesta era extender los territorios. Llegar a México y al público latino de Estados Unidos. Las canciones eran más sofisticadas todavía. Y Federico y la banda parecían en estado de gracia. Habían editado un disco en vivo (con una versión gloriosa de esa joya olvidada que es “Densa Realidad”) y siguiendo la costumbre de la época se le agregaba un tema nuevo, inédito. Esa canción fue “Imágenes Paganas”.
La discográfica no escatimó en gastos. Toda la banda, sus parejas y colaboradores se instalaron en Río de Janeiro. Parecía el programa ideal. Unos meses creando y descansando en un lugar paradisíaco. Pero Federico comenzó a sentirse mal. Sin energía, se enfermaba todo el tiempo. La fiebre aparecía y se iba. Esa grabación, esos días cariocas y tristes los narró ejemplarmente Oscar Jalil en una larga nota para la revista Rolling Stone. Alrededor de sus malestares, siempre primó la discreción. Federico no hablaba del tema. Hasta que en un momento se realizó el test. El resultado lo abrió su hermano Marcelo. El cimbronazo emocional golpeó a todos. El clima se oscureció. El HIV era una sombra ominosa en esos días, un certificado de muerte próxima. Todavía no había cura ni demasiada información. Nadie sabía bien qué contagiaba y qué no. ¿Un beso? ¿Un saludo? Era un estigma. Federico siguió liderando el grupo. No dejó que se detuviera el trabajo. No permitió que nadie aflojara o se debilitara.
Algunos repararon en ese momento en el nombre de la banda (alguien al principio pensó en Virus y los antibióticos). Una especie de profecía, un anticipo del dolor que sobrevendría.
“Superficies de Placer” tardó en ser comprendido, en ser valorado cómo correspondía. Era un cambio respecto al álbum lleno de hits y bailable cómo había sido “Locura”. De todas maneras, algo persistía. La provocación, esa cola en la tapa, y el progreso, la banda seguía cambiando, yendo hacia adelante.
El tema insignia, su testamento, acaso sea “Encuentro en el Río”: “De todo nos salvará este amor, hasta del mal que haya en el placer. Prolongaré mi sonido azul, por los parlantes te iré a buscar”.
Durante 1988, Virus se presentó algunas veces en vivo. Federico ya no tenía la misma energía, se lo veía débil pero conservaba su clase y su encanto escénico. En mayo hizo su último show en el teatro Fénix de Flores. La banda comenzó a grabar el séptimo disco, “Tierra del Fuego”, pero Federico ya no pudo participar. Lo último que grabó fueron dos intervenciones para “Grito en el Cielo”, el disco de Leda Valladares.
Había aparecido el AZT para el tratamiento del SIDA. La droga tenía fuertes efectos colaterales. En algún momento, Federico dejó de tomarlo. Siguió con tratamientos homeopáticos y alternativos pero su estado sólo empeoraba. Llegó a pesar 35 kilos.
Algunos periodistas supieron de la enfermedad pero prefirieron no divulgarla, dejar que su convalecencia transcurriera en la mayor tranquilidad posible. El tema todavía era tabú. La enfermedad era vista como un castigo. Los diarios ni siquiera fueron explícitos con la causa de la muerte. La revista Pelo, en un editorial firmado por Daniel Ripoll, su fundador, fue la primera en contar lo que ya muchos sabían: “El Sida cobra víctimas porque nadie quiere enfrentarlo. No hay que nombrarlo. Se debe rodear a los enfermos de un manto de pudor hipócrita, silenciar, callar, reprimir. Federico Moura ha sido un nuevo sacrificio en la vieja hoguera que la humanidad, de distintos modos, aún mantiene encendida”.
Federico Moura murió en su departamento porteño el 21 de diciembre de 1988. Tenía 37 años.