El Parque de la Ciudad cerró hace 20 años. Ahora, en ese mismo lugar hay un espacio verde. Y hasta se construyó una Villa Olímpica para los Juegos de la Juventud del 2018, que luego se convirtieron en departamentos adjudicados a familias porteñas. Aún así, la nostalgia por lo que fue ese espacio hace dos décadas sigue vigente. Muchas personas lo recorren, tratando de imaginar en qué lugar se ubicaba cada juego.
Allí, encuentran las callecitas del parque, algunas boleterías y esqueletos de algunos juegos. Está el SkyWheel, una especie de vuelta al mundo doble, la montaña rusa Vertigorama que nunca llegó a habilitarse y la Torre Espacial (conocida como de Interama por todos los porteños, los cuarentones al menos) de 208 metros. El segundo punto más alto alto de la ciudad.
Los vestigios del parque
Hay otro espacio que pocos conocen en la que reposan otras atracciones del viejo Parque de la Ciudad. En una zona alambrada y sin acceso al público está la montaña rusa Hidrovértigo, el Scorpion y las ruinas del cine con tecnología IMAX que nunca llegó a usarse.
Esas estructuras al solo verlas en alguna foto se puede imaginar que están por ponerse en marcha. Que entre los pastizales con alguna especie de clave secreta mágica, los juegos se moverán. Y se escucharán los aullidos de los chicos otra vez.
Las imágenes, proporcionadas a Infobae por la agrupación Unidos por el Parque de la Ciudad, recuerdan a los restos del parque de diversiones de la ciudad cercana a Chernobyl. Maderas gastadas, estructuras enormes y un silencio fantasmal. Al verlos, los fanáticos volverán a vivir los momentos de una caída en picada o una subida lenta hasta el cielo de Villa Soldati.
Con el parque en la piel
Gabriela Wist es la fundadora de Unidos por el Parque de la Ciudad (www.facebook.com/parqueinterama) y lleva a Interama tatuado en la piel. Tiene en su cuerpo los dos logos y su juego preferido, el SkyDiver. “Es una vuelta al mundo que a su vez cada carrito cerrado podía girar sobre su eje moviendo un volante –explica la mujer, a la que ya el recuerdo le saca una sonrisa-. El que más se movía era el mío porque me encantaba”.
La mujer conoció el parque a los 16 años y se enamoró perdidamente del lugar. Contaba con una ventaja: su mamá trabajaba en la imprenta que elaboraba las entradas. “Era un sueño para mí. No tenía ningún límite”, recuerda. Era su billete dorado al estilo del que metía Willy Wonka en el chocolate.
Tras el cierre del parque, Gabriela nunca pudo olvidar su juego favorito. La atracción permaneció durante un tiempo en el predio. Wist veía como se iba destruyendo todos los días con el viento, la lluvia o el sol que le pegaba de lleno a los hierros. “Le avisé al dueño de un parque itinerante para ver si lo podía comprar para restaurar -cuenta la fundadora de Unidos por el Parque de la Ciudad-. El empresario vino a verlo pero no lo pudo comprar porque era imposible ponerlo en funcionamiento nuevamente por el deterioro que tenía”.
Algunos otros juegos si lograron volver a la vida en parques que recorren las provincias argentinas. Así, Wist cada tanto viaja a Santa Fe o Mar del Plata en buscar de recordar lo que queda del viejo Interama. “En esos lugares me subí al Matterhorn (otra versión del mismo juego en el que una chica murió en el Italpark en 1990) que ahora se llama Snowjet y las clásicas sillas voladoras”.
El amor de Wist por el parque se debe a que la ayudaba a olvidarse de los problemas que tuvo durante su vida. “Sufrí violencia de género -confiesa Gabriela -. Entrar al parque me ayudaba a ser feliz y dejar atrás todos esas cosas que tan mal me hicieron”. Otro gran momento que recuerda la mujer es cuando a la noche se alejaba del lugar en el colectivo que la devolvía a su casa. “Se veían todas las luces de los juegos de todos colores que giraban. Era muy parecido a estar en Las Vegas o en alguna otra ciudad de Estados Unidos así de las que se ven en las películas”.
Unidos por el Parque de la Ciudad realizó algunas presentaciones para intentar poner en valor lo que queda del Parque de la Ciudad. Por ejemplo, presentaron un proyecto para restaurar la escultura de Gulliver o para que se reconstruya la calesita. En el caso de la obra de arte todavía no hubo avances y con respecto a la atracción para los niños se llegó a armar sólo un cuarto de la estructura. “También presentamos proyectos para el Hidrovértigo que está completo con los motores, pero no tuvimos resultados”, explica Wist en diálogo con infobae.
La historia del parque
Nació para competir con el Italpark durante la última dictadura militar. El intendente militar de la ciudad en 1982, Osvaldo Cacciatore le concedió los terrenos a una empresa que trajo a expertos de Disney para armar un parque se decía con tecnología nunca vista en el país.
Estaba ubicado en Fernández de la Cruz y Escalada en el postergado sur porteño. Tenía unas 110 hectáreas y fue considerado uno de los más grandes de América Latina, en su momento.
Cacciatore pretendía convertir esas 120 hectáreas en su selva porteña: el parque zoofitogeográfico. El proyecto era trasladar el zoo porteño. Con las entradas de Interama se financiaría el resto del proyecto. Allí, en el sur de la ciudad, el sueño del intendente de la dictadura albergaría 150 especies de mamíferos (China iba a mandar un ejemplar de oso panda, 250 de aves y 50 de reptiles. Se plantaría unos 17 mil ejemplares de árboles que irían creciendo a lo largo de treinta años hasta convertir la zona en uno de los parques más grandes de la región. Nada de eso sucedió.
Pero a la dictadura ya le quedaba poco, tras la derrota en la guerra de Malvinas. Interama abrió con toda la pompa ese año, el del fin del gobierno militar. Miles de personas se acercaron y quedaron impactados por lo grande del predio y la cantidad de juegos (llegó a tener unas 60 atracciones).
El parque fue inaugurado en 1982, pero el nombre de Interama le duró solo un año porque con la vuelta de la democracia se le revocó la concesión a la empresa privada por incumplimiento del contrato y quedó en manos de la Municipalidad, pasándose a llamar “Parque de la Ciudad”.
La Torre Espacial es el ícono del lugar. Fue diseñada y construida en 1979 en Austria por la metalúrgica Waagner Biro y luego se trasladó hasta la Argentina desarmada en 300 contenedores. Se trata de una estructura totalmente metálica de 1.500 toneladas, asistida por 6 tensores de acero de 10 centímetros de diámetro. Fue inaugurada al público el 9 de julio de 1985. Desde allí arriba se ve hasta a 80 kilómetros de distancia los días de sol.
Después del furor del parque en los primeros años, su ocaso comenzó en 2001 cuando un operario falleció mientras reparaba un juego y para el 6 de noviembre de 2003 el juez Roberto Gallardo clausuró algunas atracciones.
Para evitar más problemas, el gobierno porteño cerró el predio. El Parque de la Ciudad dejaba sin este tipo de atracciones a Buenos Aires. Ahora, sólo quedan esqueletos de hierro y madera de lo que fue. Y fanáticos que recorren la zona intentando grabar en su memoria de lo que ya no será.