Hace 16 años Román Zapata incursiona en el mundo del Flair bartending, su gran pasión, y recientemente alcanzó el logro más alto: consiguió el primer título mundial en el torneo de la Asociación Internacional de Bartenders (IBA), que se disputó en Roma. Nacido en Rosario, provincia de Santa Fe, vive en Italia hace casi una década, y viajó por el mundo gracias a su profesión. Conoce 42 países, y a algunos los visitó al menos diez veces, por las diferentes competencias en las que se presentó. Su mayor sueño era representar a la Argentina y consagrarse campeón. Con una rutina que incluyó la preparación del cóctel ganador, una rutina con movimientos acrobáticos, y un show inspirado en el compositor de música clásica Mozart, obtuvo una evaluación perfecta que lo llevó a la gloria. En diálogo con Infobae, cuenta cómo surgió su vocación, la perseverancia que implica y la preparación para cada objetivo.
Pasó toda su infancia y adolescencia en Rosario, donde forjó un grupo de amigos que lo apoyó cuando descubrió el mundo de la coctelería. Tuvo una etapa gamer durante varios años, jugaba partidas de Counter-Strike y era su principal pasatiempo, hasta que uno de los integrantes dejó el gaming y se volvió bartender. “Yo seguí sus pasos; me anoté e una escuela de coctelería, y enseguida arranqué con Flair y show, que al principio me parecía súper difícil”, comenta. Sin duda la técnica de mezcla acrobática tiene un grado de complejidad que implica destreza física y muchas horas de práctica.
Cuenta que la música formó parte de su vida gracias a sus amistades, que en su mayoría tocaban instrumentos o tenían alma artística. “Por más que nuestra escuela tenía una orientación que nada que ver con el arte, porque era de Ciencias Naturales, había muchos músicos, pintores y escultores, todos de mi edad, y yo también alguna vez tuve mi faceta musical como adolescente”, rememora. Hoy las melodías ocupan un rol central en sus presentaciones, porque marcan el ritmo de cada lanzamiento de las botellas por el aire, los cierres de segmento y las palmas del público.
“Veía a los chicos que entrenaban conmigo, la facilidad que tenían, y yo pensaba que quizás no era para mí, estaba un poco bloqueado porque sentía que sino lo hacía bien de entrada, no era para mí; pero después me di cuenta que había que ser perseverante y gracias los referentes que tuve alcancé una buena técnica en poco tiempo”, sostiene. Otra de las dificultades era que para muchos resultaba novedoso, y pocos comprendían la disciplina que se necesitaba para convertirse en profesional. “El Flair tiene unos 30 años de historia, y hace 16 cuando arranqué seguía siendo algo no convencional, pero hubo un recambio generacional muy grande, entonces los que más me apoyaron fueron mis amigos, que le veían la salida económica a futuro; mientras que otras personas más grandes temían que no llegue a ningún lado con esto”, explica.
Luego de la exitosa película Cocktail, protagonizada por Tom Cruise, puso de moda la coctelería acrobática, allá por 1988. Dos décadas después Román asistió a su primer torneo en Paraná, provincia de Entre Ríos, vio grandes campeones del momento en acción y se apasionó. Se acuerda que pensó: “Esto es lo que quiero hacer”, y no hubo vuelta atrás. Dio sus primeros pasos como bartender, y siguió estudiando con instructores y colegas que le brindaron consejos muy útiles para perfeccionarse. Ya por ese entonces, aún en suelo argentino, antes de cumplir los 20 años, soñaba con viajar y llevar la profesión a otros lugares del mundo.
“Desde chico tengo la mentalidad de no desperdiciar la vida, y siempre fui fiel a lo que que quería hacer; nunca pensé en dinero porque la vida es muy corta y lo vale es lo que uno haga con pasión, con la sensación de que hay un aporte para dar, que vas a dar lo mejor de vos para destacar en eso”, expresa. A sus 32 años, cuando mira para atrás no siente arrepentimiento, sino certeza de que fue genuino y la convicción que mantuvo se tradujo en reconocimiento con el tiempo.
“Si uno elige un trabajo convencional, y no es lo que le gusta, está condicionado por el miedo en la toma de decisiones de su vida, y yo no quería eso para mí”, confiesa. La danza de los movimientos escenográficos de botellas y agitadores, coreografías espectaculares, y la música se volvieron su escenario permanente. El equilibrio entre velocidad, calidad, efecto sorpresa y seguridad, la meta. Ni bien se presentó la primera oportunidad, salió de su zona de confort y se aventuró por el mundo. Primero vivió en Buenos Aires, en la Patagonia, y después traspasó las fronteras rumbo a Uruguay, Austria, Italia y Alemania. En estos dos últimos países de Europa es donde pasó la mayor parte de su carrera profesional, con oportunidades laborales que forjaron su identidad y lo llevaron a encontrar su sello propio.
“La originalidad siempre es la clave, es la parte más difícil, pero también la que te lleva a destacar, clasificar para los títulos e ir ganando reconocimiento”, remarca. Trabajó en hoteles de lujo en coctelería, enseñó a una gran cantidad de alumnos y fue convocado a distintos eventos en un total de 42 países. Esas experiencias le brindaron más confianza a la hora de interactuar con diferentes públicos y culturas, algo que fue valorado en el torneo donde se consagró campeón del mundo. “No es solo meter los ingredientes y que te salga bien, eso es la parte teórica nada más, después hay que estar atento a los ritmos de cada presentación y que de sabor quede perfecto; no se puede presentar algo que preparaste con dos días de anticipación, tiene que estar pensado para cada ocasión”, asegura.
El trago de la victoria
En 2023 el evento mundial organizado por la Asociación Internacional de Bartenders tuvo como sede la capital de Italia -se rota la ciudad anfitriona año tras año- y ese detalle le pareció una señal más que atractiva para lanzarse al desafío. “Era el título que me faltaba y que también le faltaba a Argentina, porque nunca había ganado en este torneo, en el que solo hay un representante por país, así que es una doble alegría”, celebra. Además se unen sus dos lugares en el mundo: su tierra natal y su amor por Italia, que lo recibió con los brazos abiertos y lo hizo sentir como en casa desde el primer día. “Crecí con abuelos italianos, con vecinos italianos, es un idioma y una idiosincrasia que me resulta muy familiar, me hace sentir cómodo enseguida y por eso considero que es mi segundo país en el mundo”, expresa.
“No fue fácil porque representaba distancias largas y costos, pero no lo quise postergar más y me fui hasta Argentina para clasificar, después a República Dominicana para el torneo panamericano de la misma organización, donde competían los países hispanohablantes de América y España, y lo gané, pero el objetivo final era el mundial”, remarca. Durante seis meses preparó la rutina, el disfraz que iba a utilizar, porque esta convocatoria tenía como requisito un show temático, y eligió un cóctel estratégico para presentarse frente a los expertos y el público.
El trago bautizado como “The Last Symphony” tiene seis ingredientes: gin italiano, aperitivo italiano, jugo de limón, almíbar de pomelo rosado, amargo de cardamomo, y claras de huevo frescas para generar espuma y consistencia. Había hecho esta combinación 10 años atrás en un bar en Buenos Aires, y lo fue modificando hasta que sintió que podía estar a la altura de alguno de los grandes clásicos de coctelería. “No es de vanguardia, pero funciona muy bien y es muy completo para lo poco que tiene, me inspiré en los libros teóricos que demuestra que los tragos más elegidos llevan entre 3 a 5 ingredientes y siempre funcionan porque la mezcla es perfecta”, indica.
La elección fue riesgosa porque esos sabores ya eran conocidos para los italianos, y tradicionales, pero para su sorpresa además de ser el campeón del torneo ganó el diploma de mejor cóctel de un total de 27 países. “El disfraz y la música fueron por Mozart, mi compositor preferido, y me interesaba el personaje excéntrico, que permite varias facetas para las miradas con el público y los movimientos dramáticos”, detalla. A la par de este evento tenía otras competencias y compromisos laborales, por lo que fueron meses bastante agitados. “Hay dos mundiales por año que pertenecen a distintas asociaciones y este es uno de los más importantes porque tiene mucha trayectoria y un reglamento específico”, manifiesta.
La evaluación se dividió en dos etapas: un jurado de cata, integrado por expertos del sector, que evalúan la apariencia, aroma, gusto y decoración; y la instancia técnica, que considera la dificultad de los movimientos, originalidad, capacidad de entretener, y la técnica de batido. “Se observa si los cócteles son parejos cuando se sirven, que presentes cuatro porciones iguales del mismo trago, y hay deducciones que restan, como las caídas, o que quede líquido en la coctelera, porque no se midió la porción perfecta de cada trago, o si se realiza algún procedimiento considerado no higiénico como agarrar el hielo con la mano”, enumera.
Cada guiño con el público cuenta, porque la faceta showman y el carisma hacen la diferencia, así como el resultado final de la preparación. “No es mezclar los ingredientes y listo, tiene toda una lógica y un estudio detrás que va madurando con los años, hasta que encontrás un estilo personal para que todo esté en armonía”, asegura el rosarino, que pertenece a la Asociación Mutual de Barmen y Afines de la República Argentina (AMBA). A lo largo de los cinco minutos de show, todo salió tal como lo había practicado y tuvo el arengue del público hasta el último segundo. Su desempeño y el feedback con la audiencia le garantizaron el título supremo.
Tal como se aprecia en las fotos y videos de sus redes sociales -en Instagram @romanflair- contó con una gran hinchada de amigos y colegas, que alentaban por el representante argentino aún cuando sus propios países no clasificaron. “A raíz de mi profesión conocí gente en todo el mundo, y estuvieron presentes, haciendo el aguante, y a pura felicidad cuando subí a retirar el premio”, dice con gratitud. Confiesa que extraña la pasión argentina, algo que presenciaba todos los días cuando trabajaba en bares y hoteles de Buenos Aires. “Eso de seguir lo que te guste, lo que querés hacer, el deseo de progresar, sin importar nada, ni el dinero, ni la distancia que uno tenga que sacrificar, no se ve tan seguido en otros países, incluso en los que tienen gran arte y gran cultura, muchas veces falta ese empujón de querer salir adelante, de ir a ganar, ese hambre de gloria que en Argentina está tan arraigado”, define.
Si hay algo que no le gusta es la mediocridad y el conformismo, por lo que el deseo de superación constante forma parte de su personalidad. Es casi más fuerte que él el compromiso de esmerarse para los mejores resultados posibles. Más que competir con otros, se embarca en una incesante búsqueda de mejora personal, y por eso suele escuchar las sugerencias con especial atención. “Si hago algo, trato de hacerlo bien, realmente es prueba y error, por lo que hay que consultar humildemente a otros, tanto a los que tienen un nivel inferior de experiencia y técnica, como a los referentes y a la gente completamente ajena a este mundo, porque pueden dar buenos consejos”, señala.
Su agenda laboral actualmente se divide entre Italia y Alemania, y según las puertas que se abran gracias a este triunfo, mantiene la mente abierta sobre el futuro. Si aparece la oportunidad de visitar la Argentina en el marco de alguna representación como campeón, volverá para visitar amigos y familia, pero sino seguirá dando pasos firmes en Europa. A lo largo de estos años desarrolló una gran capacidad de adaptación y versatilidad, hizo un puñado de amistades en todo el mundo y se siente más seguro de sí mismo. Lo moviliza mucho la filosofía de buscar un propósito, y por fortuna siente que ya lo encontró. “Ser útil es no desperdiciar tu vida, hacer lo mejor que puedas lo que te gusta, y pienso seguir aprendiendo para continuar en torneos y presentaciones, con el sello argentino presente”, proyecta.