Lo bueno de la Real Academia Española es que nos cuida. Nos revela el origen de las palabras, nos explica su sentido, o sus varios significados, nos enseña a usarlas, que al fin y al cabo nuestra vida transcurre alrededor de las palabras; nos saca de dudas, se mete en la difícil tarea de hallar sinónimos a esas palabras, algo que a simple vista parece imposible, vigila que no cometamos disparates y nos alerta sobre los desvaríos al que las redes sociales nos han llevado: en las redes, no solo cualquiera escribe cualquier cosa, lo que ya es grave, sino que lo escribe de cualquier manera, que es fatal.
Por ejemplo, si alguien quiere salir de la ignorancia, no quedar como un borrico indócil y un fatuo arrogante, y entender de una buena vez la diferencia entre “si no” y “sino”; y no escribir “si no” cuando quiere escribir “sino” y mucho menos escribir “sino” cuando en realidad pretende escribir “si no”, tiene que asumir el desafío de adentrarse en el rico mundo del diccionario de la RAE, esa biblia del buen gusto. No queda otra: despejar la bruma requiere decisión, paciencia y esfuerzo. No se pierde nunca. La RAE remite siempre al documento más sabio del idioma, su legendario diccionario, y sus hijos dilectos, el de sinónimos y el de dudas. Que se haya conformado un diccionario sólo con las dudas que plantea el idioma, habla de la riqueza y la complejidad de una lengua que hablan quinientos noventa millones de personas en todo el mundo, que ya es decir.
Hace algunas semanas, el académico, y novelista, Arturo Pérez Reverte, reveló en un programa de la tele española que en la RAE hay una tendencia a incorporar palabras nuevas, consagradas por el uso en los países de habla hispana, que son muchos, y que más vale agregarlas al diccionario de la RAE antes que dejarlas en el limbo de la clandestinidad y el funambulismo. Eso dice una tendencia, decía Pérez Reverte. La otra, que es la suya, opina lo contrario. O casi. Sostiene esa segunda tendencia académica que el idioma español tiene palabras de sobra para designar con lujo idiomático, lo que las “nuevas palabras” pretenden cifrar.
El escritor español Javier Cercas afirma que una variante de la tragedia es aquella que plantea una pelea inevitable en la que los dos adversarios tienen razón. Por ahí anda la RAE, parece, aunque cuesta pensar que los respetables académicos planten sus posturas en términos de “pelea”, acción y efecto de pelearse, dice el diccionario de la RAE, definición a la que agrega sus sinónimos: lucha, pugna, batalla, disputa, altercado, riña, contienda, refriega, reyerta, pendencia, bronca, pugilato, entre otros.
Por ahora, mal que le pese a Pérez Reverte, y le pesa, gana la tendencia que incorpora palabras nuevas al diccionario de la RAE, más que la tendencia que afirma que con las que tenemos, alcanza y sobra.
Esa es la novedad. La última actualización del Diccionario de la Lengua Española (DLE) de la RAE incorpora a sus páginas nada menos que 4381 novedades entre palabras nuevas, nuevas acepciones, enmiendas y supresiones. Además, este año, la RAE, por primera vez en trescientos años de historia de su diccionario académico, habilita la consulta de sinónimos y antónimos. Lo de sinónimos y antónimos, iguales o parecidos y opuestos o rebeldes, tiene miga. Se agregaron sinónimos a 42.882 artículos del diccionario y otros 9.790 contienen antónimos u opuestos a sus acepciones. En total, rondan el DLE 260.188 sinónimos y 20.091 antónimos. Todo a disposición en la página web de la RAE. Un lujo.
Lo mejor, si eso es posible, es algo que a Pérez Reverte le debe dar en el hígado: la incorporación de nuevos términos, “como es habitual en la RAE”, dijo Santiago Muñoz Machado, director de la Academia y presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, cuando presentó las novedades 2023. Esas novedades llegan desde los ámbitos más diversos: la ciencia, las nuevas tecnologías, la gastronomía, el deporte o el derecho. Entre las nuevas palabras que ingresaron al DLE, y fueron recibidas con los brazos abiertos, figuran: alien, chundachunda, georradar, oscarizar, regañá, supervillano, tecnociencia, videoarbitraje y hasta el acrónimo VAR, fuente de toda discusión e injusticia. También se agregaron expresiones formadas por más de una palabra como fila cero, línea roja, masa madre o pobreza energética. Y, para espanto de muchos, algunos extranjerismos como big data, cookie, banner, aquaplaning, bracket o bulldog. El medio ambiente aportó biocapacidad o descarbonizar y las formas complejas corredor ecológico, huella de carbono, huella ecológica o huella hídrica. En el ámbito de la sexualidad y el género se agregaron términos como no binario, disforia de género y la salud, la medicina y la ciencia sumaron cardiocirculatorio, hormonación, implantología o presoterapia.
Seamos justos, Pérez Reverte tiene razón. Si hay palabras que ya dicen lo que queremos decir, para qué agregar nuevos términos que, además, suenan como arena entre los dientes. Chundachunda es una porquería, seamos francos, es una voz que se usa para definir una música fuerte y machacona, para colmo. Aquaplanning, sin ir muy lejos, que antes estaba ceñido al mundo del esquí acuático, ahora define también el peligroso deslizamiento de un auto sobre una delgada capa de agua. Regañá, que por alguna misteriosa razón suena a trifulca, define una lámina de pan crujiente. Retrogusto define a las sensaciones gustativas que quedan después de probar un alimento o una bebida. Sinhogarismo, palabra espantosa con perdón, cifra a la circunstancia que atraviesa una persona que no tiene donde vivir, ni con qué. La expresión, además de poco feliz y a la que sería bueno augurar un pronto destino de ostracismo, guarda similitud con la fatal tendencia a convertir en verbos a los sustantivos: direccionar, por ejemplo, que llega de dirección; posicionado, que viene de posición, cuando existe la ubicar, ubicado, que son términos más bellos y precisos, aunque sin embargo la academia acepta ficcionar, convertir en ficción algo real. En materia de palabras, la ley no es igual para todas. Como fuere, hormonación es una palabra horrible.
La RAE te da sorpresas. Por ejemplo, incorporó sampablera, una palabra que aporta Venezuela. Designa a un enfrentamiento armado entre liberales y conservadores del 2 de agosto de 1859, que tuvo como escenario Caracas y la Plaza de San Pablo. Muchachos de la RAE, 1859, ¿era necesario? Digo, porque si los argentinos empezamos a mandar como candidatos a figurar en el diccionario nombres, apodos y toponimia de nuestros enfrentamientos históricos o actuales, los respetables académicos se van a tener que hamacar bien bonito.
Más sorpresas, se agregó la palabra, novísima, porsiacaso, que define: “Cualquier cosa que se tiene o se lleva en previsión de necesitarla”. Es lógico que a los amantes del idioma español les broten algunas ronchas urticantes ante tamaño engendro vecino al disparate; se recomienda un antihistamínico, porsiacaso.
Algunas nuevas palabras son de longitud tal vez excesiva. Por ejemplo, contraprogramar, que habla de una programación de radio o de tele que se modifica para contrarrestar la de la competencia. Otras son de pronunciación árida, como estreptocócico, que cifra todo lo relativo con los estreptococos. Otras le dan un giro al que sería un significado deductivo: incumbente, según se usa en Chile, Colombia, Estados Unidos, Guatemala, México, Puerto Rico y Dominicana, es toda persona “que está en posesión de algún empleo público de relevancia”.
Los académicos, gente grande y sabia, también deben tener alma de niño. En el diccionario figura criptonita. Para recordarle a los veteranos y para informar a los más jóvenes la kriptonita, con k, era: “En los cómics, películas, etc., del superhéroe Supermán, sustancia que debilita al protagonista y anula sus poderes”, que es la definición que da la RAE y a la que, por extensión, agrega: “Persona o cosa que neutraliza o merma las cualidades principales de algo o de alguien”.
Símbolo de los tiempos, el DLE incorpora la palabra machirulo”, y define, como despectivo y coloquial: “Dicho de una persona, especialmente de un hombre, que exhibe una actitud machista. Propio o característico de un machirulo. Una respuesta muy machirula”. Y también símbolo de los tiempos, da a la palabra mordida el “provecho o dinero obtenido de un particular por un funcionario o empleado, con abuso de las atribuciones de su cargo”. Y, de nuevo símbolo de los tiempos, fija como perrear el bailar perreo. Y como perreo: “Baile que se ejecuta generalmente a ritmo de reguetón, con eróticos movimientos de caderas, y en el que, cuando se baila por parejas, el hombre se coloca habitualmente detrás de la mujer con los cuerpos muy juntos.” Ahí queda eso. Hay para entretenerse. Si quieren un juego como el famoso “Pasapalabra” de la tele, pueden intentar adivinar, deducir o arriesgar el significado de: “doula, fúrico, dan (que no es del verbo “dar”), oscarizar, pixilación, taxon y tunjo”.
Sumergirse en el Diccionario de la Lengua Española es como cabalgar en las novelas de caballería que hicieron pelear contra los molinos y regresar luego a la cordura a don Alonso Quijano: un infinito juego de palabras.