En su carrera hacia la presidencia de la Nación, en su camino heroico por la huella de la democracia recuperada, Raúl Ricardo Alfonsín puso de moda un largo párrafo escrito 80 años antes: el Preámbulo de la Constitución Nacional.
Lo hizo, especialmente, durante el último tramo de su campaña electoral, en esa gira por todo el país cada vez más convocante. Y a medida que se aproximaban las elecciones del 30 de octubre de 1983 cada vez más gente repetía; a coro, especialmente aquel tramo que decía: “...con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la Justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
Forma parte de la memoria colectiva la imagen de Alfonsín, siempre algo transpirado, delante de un micrófono, frente a la multitud de boinas blancas y banderas rojiblancas, enumerando con el dedo índice en alto las seis finalidades del preámbulo inspirados originalmente en el de la Constitución de los Estados Unidos.
“En todas partes he dicho y permítanme que lo repita hoy. Porque es como un rezo laico y una oración patriótica. Si alguien distraído al costado del camino cuando nos ve marchar nos pregunta ‘hacia dónde marchan, por qué luchan’, tenemos que contestarles con las palabras del preámbulo”, recitó Alfonsín en el célebre discurso de cierre de campaña bajo el Obelisco porteño ante el estallido de una multitud calculada en cientos de miles.
“Y la verdad que es perfecto. ¡Rezo laico!”, exclama Federico Storani en el mini documental que acompaña esta nota, que en aquel amanecer democrático asomaba como una de las promesas de la nueva dirigencia radical, anclada, detrás de Alfonsín, en el grupo conocido como la Coordinadora, que él había fundado junto a otros jóvenes militantes menores de 30 años.
“El preámbulo se convirtió en el rezo laico”, adhiere Marcelo Stubrin, otro jóven que, como Storani, integraba la Coordinadora e fue parte de la lista de candidatos a Diputados nacionales por la UCR en aquellas elecciones que finalmente ocupó una banca en la Cámara baja. “Ese rezo laico es la condición, porque además ahí está también la obligación de (lograr) el bienestar general, que es el objetivo para el cual reclamamos un sistema político abierto y tolerante”, agrega el ex embajador en Colombia.
Alfonsín ganó las elecciones del 30 de octubre de 1983. Esperó los resultados en una casa quinta en Boulogne, en la zona norte del Gran Buenos Aires. Y por la noche, cuando la victoria asomaba, se trasladó hacia el Comité central de la UCR en Capital Federal, donde celebró la victoria con una multitud amuchada sobre la calle Alsina. Storani y Raúl Alconada Sempé, un dirigente radical muy cercano a Alfonsín, fiscalizaron el sufragio en La Plata y no viajaron a Capital. Celebraron en el comité de la capital bonaerense la consumación de un triunfo que hacía semanas que parecía posible.
“Y me llaman y me dicen ‘ganamos en las tres mesas’. Digo bien, bien. ‘No, no, ¡bárbaro! Nunca pasó eso’. Después me llama el candidato a intendente que teníamos, Juan Carlos Alberti, de la sección 5ª y me dice ganamos tal mesa y tal mesa. ‘Alconada vos no entendés esto. En estas mesas jamás ganamos, en estas mesas nos doblaban’”. Alconada recuerda ese llamado de cerca de las siete de la tarde como el momento en que confirmó lo que ya venía sospechando en cada acto multitudinario: Alfonsín iba a ser el Presidente de la vuelta de la democracia.
En el búnker del Partido Justicialista la sensación era antagónica, lógicamente. Julio Bárbaro, candidato a Diputado, acompañaba al aspirante a la presidencia Ítalo Argentino Luder. “Yo no me olvido nunca el momento en que los votos entraron a venir. Éramos pocos los que estábamos, seguro que perdíamos. Y en un momento Luder me dice ‘¿puede bajar usted a avisar que asumimos la derrota’? Y yo bajé, en la calle Reconquista había un montón de gente con las banderas que ya estaban caídas, con esa sensación de pesadez que da perder”, cuenta a Infobae.
La fórmula Alfonsín-Martínez ganó finalmente con el 51,75% de los votos. Luder consiguió el 40,16% de los sufragios. Se inició al otro día el proceso de transición con el gobierno de facto de los militares, que habían tomado el poder por la fuerza en 1976, y que sobrevivió a fuerza de desapariciones y un ajuste en la economía hasta el 5 de diciembre del 83, cuando la Junta Militar finalmente se disolvió. El 10, después de casi ocho años de dictadura, Alfonsín juró ante la Asamblea Legislativa y tomó el poder, de manos del dictador Reynaldo Bignone, en la Casa Rosada. El dirigente radical, que era integrante de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, eligió esa fecha para asumir porque se celebra el Día Universal de los Derechos Humanos. Era una declaración de principios clara. Y un anticipo del perfil que tendría en ese sentido su gobierno, con la culminación en los históricos juicios a la Junta de 1985.
En el documental de Infobae, Storani recuerda la diferencia en la gestualidad que exhibió Alfonsín durante esa jornada. Sonriente y distendido en el Congreso y serio en la Rosada. “Creo que fue absolutamente deliberado su gesto adusto con Bignone porque, bueno, representaba finalmente la dictadura”, comenta quien luego, en 1999, fuera ministro del Interior del gobierno de Fernando De la Rúa.
Ante los flamantes legisladores el Presidente dijo: “Hoy ha terminado la inmoralidad pública. Vamos a hacer un gobierno decente. Ayer pudo existir un país desesperanzado, lúgubre y descreído: hoy convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la legitimidad de origen del gobierno democrático, sino también del sentimiento ético que sostiene a esa legitimidad”.
Desde el Congreso, Alfonsín salió rumbo a la Rosada a bordo del Cadillac descapotable junto a su esposa, María Lorenza Barreneche, de contramano por Avenida de Mayo, mientras a los costados y desde los edificios una multitud lo saludaba y festejaba.
A las 10.30 el Presidente electo llegó a Balcarce 50. Y a las 11 se produjo el traspaso de mando. Bignone le entregó los atributos a un Alfonsín que casi no sonrió. Luego, un locutor anunció que el Presidente entrante acompañana a la puerta al saliente. La escena conmovió a muchos porque significaba el fin de una etapa oscura y sangrienta. Luego, Alfonsín tomó juramento a su Gabinete.
“La preocupación era que no se le faltase el respeto a Bignone. Porque no era un dictador, sino que era un último representante de las Fuerzas Armadas en el gobierno y nosotros sabíamos que las Fuerzas Armadas tenían que seguir existiendo, tenían que haber los juicios, tenía que haber la renovación de los mandos, pero no faltarle nunca el respeto al Ejército, a la Marina, a la Fuerza Aérea. Se pudo hacer. Se mantuvo el público tranquilo y Alfonsín, no sé si habrá sido por los cuatro o cinco años que estuvo en el Colegio Militar, pero sabía esas cosas, sabía esos tratos”, recuerda Alconada, un abogado muy cercano al hombre de Chascomús, que formó parte de la organización del protocolo de las juras. Y que por eso mismo se perdió la sorpresa final, el discurso de Alfonsín ante el pueblo, pero no desde el mítico balcón de la Rosada, sino desde el Cabildo.
“Lo del Cabildo estuvo muy pensado por Alfonsín. Primero la idea era no emular a Perón. Segundo, Alfonsín no podía inaugurar la democracia desde la casa de gobierno de tantas frustraciones. Y él eligió invertir la Plaza y hacerlo desde el Cabildo. Me pareció una genialidad. Y el discurso, bueno, él tenía un don para saber cómo dirigirse a la gente, qué tono utilizar. Era un político muy perceptivo, pero al mismo tiempo muy serio”, considera Stubrin.
Storani tiene otra lectura de la decisión de hacerlo en el Cabildo. “Algunos quisieron interpretar como que no quería hacer una cosa como había hecho Perón tradicionalmente, pero no fue por eso. Era un poco el tema que él usaba en sus discursos, los cabildos abiertos. Él utilizaba bastante la expresión ‘cabildos, cabildos abiertos’. Entonces, me parece que fue una elección muy de Alfonsín”, opina.
“Nosotros no somos una iglesia. Pero somos una congregación. Pretendemos seguir argumentos convincentes. Razones, principios, conceptos. No queremos que nadie apruebe nada por fe. No somos seguidores incondicionales de nadie. Y eso formaba parte también del discurso de Alfonsín desde que él era muy joven. No sigan a hombres, sigan a ideas”, dice Stubrin.
Desde el balcón mítico del Cabildo, desde donde se forjó la revolución de los patriotas que dio pie a la independencia en 1810, Alfonsín reencauzó la fuerza soberana del pueblo y le habló a una multitud por última vez como un ciudadano común. Desde ese mismo momento, el abogado nacido en Chascomús se convirtió en un personaje inmortal de la historia argentina. Dio un discurso de apenas siete minutos con las ideas que tenía en la cabeza, sin leer. Abajo, la multitud emocionada coreaba su nombre. Hacía calor.
“Compatriotas, iniciamos una etapa que sin duda será difícil, porque tenemos todos la enorme responsabilidad de asegurar hoy, y para los tiempos futuros, la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina”, gritó Alfonsín desde el Cabildo. Y después vino lo de siempre, lo que todos esperaban, el rezo laico.
Abajo, ya sin la corbata, con su agrupación platense, lo escuchaba emocionado Storani. “Fue muy pero muy emotivo, porque además el que no sabía el preámbulo lo aprendió de la campaña. Había un cordón umbilical en ese planteo del rezo laico. La gente común se memorizó el preámbulo y se emocionaba. Y lo decía junto con Alfonsín”.