Conmovida por la explosión del transbordador espacial Challenger, Analía Fangano soñaba con ser astronauta.
Hasta que un día, a los 13 años, cuando iba en el colectivo de la línea 47 por la calle Nogoyá -desde Versalles a Villa del Parque- vio por primera vez un lugar que acaparó toda su atención. Como un hallazgo en plena ciudad. En un edificio de cemento donde había hombres en los techos, que colgaban sábanas, o intentaban gritar para hablar con sus familiares o bajaban cartitas a través de ventanas enrejadas en lo alto de ese bodoque.
El llamado de la profesión
A veces veía que las mujeres y sus hijas se comunicaban con señas. En el viaje de vuelta, por la calle Baigorria o Bermúdez, veía el otro lado de ese gigante con almas encarceladas.
Ante ella se abría un mundo que desconocía. Una especie de película, la puesta de escena de la más cruda realidad. Hipnotizada por esas imágenes, podía llegar tarde al colegio porque se desviaba de camino.
Era la cárcel de Devoto y esos hombres, sumidos entre la esperanza y la desesperación, eran los presos. Cuando había un motín, ella podía perderse parte de la clase, no llegar o tomaba otro camino.
Al mismo tiempo la atrapó la transmisión en vivo del juicio por el femicidio de María Soledad Morales, asesinada por los hijos del poder en Catamarca. El juicio le pareció un teatro invertido, donde le púbico parece ser el juez y del otro lado, la selva. Era admirada del cine de Narciso Ibáñez Menta y de Alfred Hitchcock, afectos a contar historias de terror y misterio. Ella lo estaba viendo en el mundo real.
Por otro lado, la conmovieron el dolor de los padres de María Soledad y la lucha de la hermana Martha Pelloni en las marchas de silencio. Esa mujer que la veía agigantarse, pese a su pequeñez y enfrentar al poder más cruel y siniestro.
En ese momento la idea de ser astronauta, que para ella iba en serio, pasó al olvido.
Dios o la Justicia
Fangano pensó ser abogada o monja.
No fue monja. Es creyente. Le gusta regalar biblias o rosarios a los necesitados o a quienes no tienen posibilidad de nada.
Eligió la otra opción que, como un hechizo, le ofreció esa revelación: estudió Derecho.
Ahora tiene 48 años, lleva 23 como abogada y participó en casos resonantes de la historia judicial de la Argentina.
Fue abogada de Maximiliano Djerfy, miembro de Callejeros, en el juicio por Cromañón, por el incendio que causó 194 muertos, trabajó en el juicio al atentado a la AMIA, en la causa de la Ruta del dinero K y el caso del ex presidente de la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentina), Ariel Cohen Sabban, con Esmeralda Mitre, entre otras causas.
No sólo eso. Ha estado en expedientes que no trascendieron. Habrá conocido, a muchos de ellos los defendió, a más de 400 presos en toda su carrera. Ha llegado a estar en cuatro cárceles en un día.
De Chabán a Videla
Fue amiga de Omar Chabán, a quien acompañó hasta sus últimos días. Él la animó a pintar (Fangano llegó a pintar como una posesa y muchos de sus cuadros los tienen familiares de víctimas, detenidos en cárceles y hasta están colgados en despachos penitenciarios o judiciales) y un día la llamó cuando estaba detenido en la cárcel de Marcos Paz. Ella fue. El creador de Cemento, detenido por la tragedia de Cromañón, le dijo:
-Mirá ese de al lado. Quién te parece que es. Ese que está acostado en la cama.
Fangano miró y vio a un anciano decrépito y pálido.
No supo que era el mal que estaba en el comienzo de su agonía.
-Es Videla.
Chabán, el multifacético artista y empresario, tenía razón: era el genocida de la última dictadura militar.
Por esos días, Fangano fue testigo de cómo Chabán decidió pedir perdón a todos a través de los medios.
Él le decía “la abogada vituperada” o “del pueblo”. Tuvieron una amistada incondicional.
Chabán fue testigo, y estuvo a punto de intervenir, cuando en pleno juicio, el baterista de Callejeros, Eduardo Vásquez, según declaró ella, la amenazó de muerte. “Ya vas a conocer Cromañón”, le dijo Vásquez de acuerdo con el testimonio de la abogada. Ella lo miró. Chabán se levantó y lo miró fijo. La abogada hizo la denuncia, pero el fiscal Norberto Broto la desestimó.
Poco tiempo después, la Justicia condenó a perpetua Vázquez por el femicidio de su pareja Wanda Taddei, a quien prendió fuego.
Abogada a tiempo completo
En toda su carrera se movió de una manera versátil y en soledad. Sin afiliaciones o militancia política más que el trabajo, el estudio y su experiencia. “Y sin hacer trampas, haciendo las cosas de corazón”, aclara. Nunca tuvo socios, sí colegas amigos. No se encasilló en nada. Ayudó a detenidos a que confeccionaran artesanías o libros en braille (traducción del Evangelio) para ciegos, a otros detenido les llegaron libros encuadernados por personas con capacidades diferentes, conoció “héroes y heroínas” anónimos en pueblos de todo el país, acercó Biblias y rosarios a pabellones enteros, intervino en casos de abusos de niños, en la búsqueda de prófugos por violación, juicios y búsquedas en otros países, como Paraguay Brasil y República Dominicana, el crimen de la policía Lourdes Espíndola, el femicidio de Wanda Taddei, denunció fiscales e impulsó juicios políticos.
Fangano es penalista pero también puede hacer civil, familia, comercial. “Puedo hacer de todo. Tengo la matrícula para todo el país. No me quedo estancada”, dice. Siempre tuvo perfil bajo. No es fácil conseguir que dé notas o que hable de su vida.
-Estuve muy cerca del dolor ajeno y del peligro.
Eso dice Fangano. Hay algo en el dolor, afirma, que es como un sacrificio y termina por fortalecer. Pero también duele.
Esa decisión es como un vuelco a su carrera de abogada. O al menos una especie de cambio de ritmo, de disfrutar más la vida. De pensar en ella. Su carrera de abogada, entre varias satisfacciones, le dio la oportunidad, de lograr justicia en muchos casos, de charlas en mesas de café con el fiscal del Juicio a las Juntas, Julio César Strassera, o recibir un premio (El Santa Rosa, en Ituzaingó), en manos de Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo.
Domar las olas
¿De qué nueva decisión habla?
El presente de la penalista está lejos de tanto sufrimiento que vio en juicios, cárceles, autopsias, pericias.
Una pista: cada amanecer, cuando se despierta y se prepara hacia una nueva caminata, mira por la ventana la inmensidad del mar. Siempre amó el agua. Practicó remo durante veinte años. Y ahora prueba con el surf, como hobby, en Mar del Plata, donde eligió radicarse en busca de una vida más tranquila.
- ¿Se retiró del Derecho? -le preguntó Infobae.
-La pasión por el Derecho no se claudica. No es posible dejar de ser abogada, los que pueden es porque nunca lo fueron, eran personas con títulos.
Con esas palabras, Fangano confirma que seguirá como abogada, que no bajó los brazos. Que es sólo un cambio de clima.
Desde esa ciudad recuerda un caso que la marcó.
-Mi impulso sigue siendo un chico de 18 años que por un par de lentes fue encerrado en una celda tres días con un violador y terminó suicidándose. Ese chico de 18 años, inocente, movió y mantiene mí ira por las injusticias y sobre todo mantengo intacta la voluntad de impulsar juicios políticos a jueces y fiscales corruptos y vagos. Por eso algunos no me quieren. Y por eso sigo. Y creo en que hay tantos buenos profesionales como héroes anónimos en las cárceles y en la Justicia también. La vocación te sostiene, no un sueldo.
Otro recuerdo que viene a su cabeza es la historia de un detenido isleño sin antecedentes que fue detenido. Cuando lo llevaban esposado ocurrió un hecho que le dio un tono poético a la escena. Él venía esposado y una mariposa se posó en una de sus manos cerradas. El se la ofrendó a la abogada, que la tomó con sus manos. Ese hombre, tiempo después, atrapado en el laberinto que a veces teje la Justicia, decidió matarse.
La defensa de los anónimos
La abogada tiene tantas historias invisibles, que nunca salieron en los medios, que no son pocos los que le aconsejan que debiese escribir un libro. Una de ellas es la de un hombre que cortaba, robaba angelitos de mármol en los cementerios de los pueblos. Lo hacía de día. Y fue preso. Cuando lo fue a ver la trataron como a una delincuente, cerca de Azul.
-Me obligaron a desvestirme y me quitaron la credencial. Salí de ahí y fui directo a denunciar al comisario. Cuando llegué estaba el comisario en la fiscalía con mi credencial. Algo similar me pasó durante la pandemia, me tuvieron encerrada en un pabellón común de la Unidad Penal Número 39, una hora y cuarenta y ocho minutos. Los conté, por eso lo digo con precisión.
-No debe haber sido sencillo, todo lo contrario, para una mujer y en ciertas épocas, ejercer en un mundo, el judicial, donde la mayoría son hombres y predomina el machismo.
-El pensamiento era: “Para qué hacés penal. ¿No tenés platos que lavar en tu casa? En mi primera pericia balística, en la rotonda de San Justo, en la DDI, un domingo al mediodía, un perito me pide, con sarcasmo, como subestimándola: “Póngase adelante, doctora. Si la bala sale, es porque estaba apta para usarse”.
-En el ambiente tiene fama de solidaria, de ir contra las causas injustas y también de muy peleadora.
-Es una forma de subsistir. No hay diplomacia. Dedicarse al Derecho Penal implica aprender a sobrevivir con la muerte joven e injusta, que atraviesa pese a que no me pasó a mí.
- ¿Cuál fue el detenido más “pesado” que vio?
-A Guillermo Fernández Laborda. Lo puedo decir porque murió. En Devoto. Era el lugarteniente de Arquímedes Puccio en el mafioso clan que secuestraba y mataba personas en su casona de San Isidro. Me consultó por un cómputo de pena.
-Ha hecho talleres literarios, ¿va a escribir un libro?
-No lo sé. Me gusta contar historias. Y escucharlas. Todo lo que tenga alma. Vivencias. El tema es cuando un abogado puede quedar “pegado”, o anclado, en las causas más famosas. Pero no olvido entre las más importantes a las anónimas, las del interior del país. He intervenido en casos en La Rioja, Corrientes, Entre Ríos, Misiones, Chaco, pueblitos de provincias.
Fangano es respetada en el ambiente. Es de la vieja escuela. La de charlas en café con sus colegas, a través del intercambio de ideas, el relatar historias. Lo que la virtualidad del celular anuló en parte. Ella no tiene redes sociales.
Y no deja de ser inquieta. Además de ser apicultura, sabe arreglar techos, pinta los muebles de su casa.
Si bien ya no pinta, una de sus técnicas preferidas es el collage. Recorta imágenes y arma obras que reciben elogios.
-Además de las historias de vida, ese paso por la cárcel de Devoto, la experiencia y el estudio, ¿qué más la formó?
-El cine de Ibáñez Menta. De Hitchcock. Escuchar, y haber conocido gracias a mi abuelo, a Tita Merello. Hasta sus películas me vi. Me gustan Oscar Alemán y “El Polaco” Roberto Goyeneche, a quienes también veía en tugurios. También me encanta Rafaela Carrá, que es pura energía. Julio Iglesias, Camarón de la Isla, a quien escucho cuando lo pone mi amigo Miguel de El Avila, templo porteño de la gastronomía española. Puedo mencionar como parte de mi formación a Corto Maltés, de Hugo Pratt. A El Capitán Tormenta, del único que soy fan al punto de tener una remera, de Emilio Salgari. Me marcaron en mi infancia y adolescencia los viajes a Mar del Plata. Me atrae el mar. Una forma de soledad. Y búsqueda de aventuras.
-Ahora podría escribir un alegato mirando el mar.
-No los escribo. Improviso en el momento porque me autodetermino. Y son muy breves, no hablo más de 40 minutos, así el juicio dure más de un año.
La penalista admite que algunos de sus comentarios son polémicos:
-Hice lo que pude con los recursos y la emocionalidad que tenía. No acuerdo con la ideología de sexo ni la interpretación que se impone a los colores, para mí verde es selva, celeste el mar, roja la sangre, naranja el sol y violeta es magenta, blanco y negro amigos. Me parece urgente hablar del fentanilo, el cianuro, la venta hormiga del amoniaco y más que nada la adopción del bebé concebido. Tiene que vivir y tiene que comer. Detesto la estafa moral de los 1000 días y la mesa del hambre. Eso ojalá lo investiguen, juzguen y vayan presos quienes deban ir. Por pensar así me cancelaron siempre, jamás me permitieron opinar ni participar de nada, por eso estudié apicultura, para entender el mundo y más que nada la cárcel, la mejor escuela es el observar una colmena. Cada uno tiene un rol, definido y útil, no hay lugar para el vago. Pero he rozado tragedias, tristezas, aventuras, encierros, vorágine, peligro.
- ¿Tanta acción no la debilitó?
-No. Lo que debilita es hacer algo que no te apasiona o va contra tus creencias o principios. Me pasó con el tema de los violadores. Tuve que ir a Paraguay a buscar a un violador con Interpol. No hay una manera más simple de ganar dinero para la policía corrupta que es con prófugos. Porque saben dónde están y hacen silencio a cambio de dinero. Y en Dominicana se ganó un juicio o sea es el primer juicio que se gana en ese país de parte de alguien del exterior.
Se refiere al caso de Melina Caputo, la joven de 16 años que murió electrocutada en el exclusivo hotel Be Live Collection Canoa, en Punta Cana, el 16 de agosto de 2019. Era una muerte evitable. Y el hotel tuvo la responsabilidad -o culpa- absoluta.
-Decir “abogada de” no me va. Da un sentido de pertenencia. Los abogados simplemente son fusibles que nos quemamos y nos cambian, no pertenecemos a nadie y yo puedo defenderte hoy a vos y mañana a otro, salvo no puedo defender cuestiones que van contra mis valores, mis convicciones y moralmente, que no me permitan tener un vínculo con la cercanía que uno tiene con el defendido. Entonces por eso no podría nunca defender a un violador o un vendedor de pastillas de éxtasis porque tengo un choque moral que levanta un muro hacia la otra persona. Por otro lado, en la cárcel no hay nada: lo único que hay es desconcierto y desolación.
La doctora Fangano ahora viste menos elegante, como en los juicios o en sus visitas en las cárceles. Este día de primavera en Mar del Plata se calza el neoprene y se dirige a la clase de surf. [de la Escuela de Surf Mar del Plata, dirigida por Maximiliano Prenski.
-Estoy aprendiendo a levantarme y pisar la tabla. Es como levantarse en la vida. Pasó menos tiempo encerrada. Le di a la gente mucho tiempo y eso no se valora. Mi templanza, mi escucha, mi esfuerzo. Me impregné del dolor del otro, es lo más grande que una persona puede hacer por otra. Pero tengo una sola vida. Necesitaba un cambio. Acomodarme. Siempre trabajé sola. Nunca llevé le maletín de otros. Pero me estaba volviendo una presa. Quizá tanta libertad asuste, pero acá estoy. Reinventándome. El hecho de no tenerle miedo a nada, porque para mí no existe el miedo, me hizo temeraria y a la vez sensible. No necesitás nada material para ser feliz. Y eso lo aprendí de personas que pasaron por lo peor.
Fangano hace una pausa. Frena, respira y sale a caminar hacia el mar. No importa si hay sol, nubes, lluvia o frío.
Su visión del mundo, ahora, es la inmensidad de ese mar donde se mete casi todos los días.
Como parte de su religión.