Cuando Rubén y Lorena Dupré, nacidos y criados en Saavedra, pequeña población serrana del sudoeste bonaerense, creyeron que habían cumplido con todas las metas que se habían propuesto cuando se casaron, a mediados de los ‘90 (hijos, trabajo y estabilidad económica) la vida los puso “patas para arriba”.
Su hogar de Bahía Blanca, a 100 kilómetros de su pueblo, donde se habían mudado siendo jóvenes para estudiar y trabajar, se convirtió en un verdadero “caos” de alegría y felicidad cuando, pisando los 50 y con la vida resuelta, decidieron adoptar a los hermanitos Dani, Lauti y Leo, de 6, 4 y 3 años, respectivamente.
La aventura, a la que describen como la más maravillosa de sus vidas, comenzó en 2018, cuando decidieron ser padres cuidadores, es decir, en forma temporaria. Sin embargo, cuatro años después, gracias a una excepción judicial, lograron lo que tanto anhelaban, la adopción plena.
Poco después de la llegada de los chicos, Victoria Dupré, única hija mujer de la pareja, resumió en pocas palabras el sentimiento que sacudió a la familia: “Ellos volvieron a nacer y nosotros entendimos un poquito mejor para qué vinimos a este mundo”.
“Nos casamos casi 30 años atrás y empezamos a caminar esa etapa de la vida. Mejor dicho, a correr, porque nos consumía el trabajo, los chicos pequeños y en mi caso también el estudio”, recuerda esta maestra jardinera desde Villa La Arcadia, localidad turística del sur de la provincia de Buenos Aires que pertenece al partido de Coronel Suárez aunque está unida a Sierra de la Ventana a través del río Sauce Grande.
- Lorena ¿Cómo surge esta historia?
- Comenzamos a desacelerar a los 45 y 50 años. Yo trabajaba en un jardín, mi esposo llevaba años en el rubro comercial y mis hijos transitaban el final de sus carreras. La vida no viene con un manual de instrucciones, así que siempre hicimos lo mejor que pudimos. Empezamos a plantearnos si todavía teníamos algo más para dar, nos sentíamos jóvenes. Estaba claro que nada debía ir por lo material. En fin, varias veces solía preguntarme si había “jugado” para ganar el campeonato del mundo o si solo iba viviendo.
-¿Y qué pasó?
-En ese interín, una amiga nos habló de un nene que estaba con una medida de abrigo a cargo de pastores de una iglesia evangélica a la espera de que alguien lo adoptara de manera definitiva. Nos movilizó y pensamos en postularnos. Al final lo terminaron restituyendo a sus familiares, pero las causalidades continuaron: en el mismo día, aunque en forma separada, Rubén y yo escuchamos por radio una entrevista a una persona de una institución municipal que busca hogares de abrigo para chicos que son retirados de su núcleo familiar por situaciones de vulnerabilidad y que, de manera transitoria, necesitan quien los cobije hasta que su situación se resuelva. Era lo que buscábamos, no importaba si nos transformábamos en su hogar sólo por un tiempo y nos quedábamos llorando por los rincones. Estábamos decididos y lo hablamos en familia.
-¿Hacia dónde fueron con esa decisión?
-A la Secretaría de Niñez y Familia de la Municipalidad de Bahía Blanca a averiguar por el sistema de familias cuidadoras. Con los mismos sueños y entusiasmo que teníamos cuando decidimos un proyecto de familia 25 años atrás. Les parecimos “raros”, teníamos hijos biológicos y, además, dijimos que, eventualmente, no íbamos a aceptar la remuneración que nos ofrecían para el sustento. Luego de entrevistas y test psicológicos quedamos inscriptos.
-¿Pensaban en más de un niño?
-Nuestra opción era hasta dos, por la disponibilidad de camas que teníamos en casa. También consensuamos que no podíamos recibir bebés ni adolescentes porque no sabíamos si íbamos a poder desempañarnos adecuadamente. En casa todos trabajábamos y no teníamos opción de dedicación exclusiva.
El llamado, la sorpresa y la alegría
-¿Cuándo surgió una propuesta concreta?
-A los pocos días no llamaron desde Pequeños Hogares para avisarnos que había tres hermanitos en situación de abrigo. Era una mañana de noviembre y se trataba de tres varones de 3, 4 y 6 años. Nos avisaron que hasta el mediodía iban a estar en la sede de Región Sanitaria, en una revisación médica, y luego almorzarían allí. Como dije, habíamos hablado de un máximo de dos chicos. No me voy a olvidar la opción que me dieron en caso de que no pudiéramos con los tres. “Puede elegir a los dos más grandes o a los dos menores”, me dijeron. Me pregunté quién sería capaz de decidir algo así. Respondimos que nos íbamos a arreglar, que esperábamos a los tres.
-¿Llegaron ese mismo mediodía?
-Sí, estacionó en la puerta de casa un chofer con un auto oscuro de la municipalidad. Ese instante en el que demoraron en bajar pareció eterno. Leo, de 3 años; Lauti, de 4 y Dani, de 6, avanzaban a paso firme tratando de dominar sus zapatos tres talles más grandes. No tenían medias y llevaban pantalones gastados, descoloridos. Un juguete de plástico bajo el brazo era su único capital. Nos preguntaron: “¿Acá vamos a vivir?”.
-¿Cómo fue ese día?
-Ese día brilló el sol en sus caritas y volvieron a nacer. Nosotros empezamos de nuevo. Cada día era el inicio de algo distinto. Fue un proyecto tan familiar que al poco tiempo mi hermana se mudó cerca de casa y la “tía Sonia” pasó a ser una pieza clave. Fue un constante dar y recibir multiplicado por tres. Hasta nuestro perro, criado entre adultos, tenía tres nuevos amigos y, como tales, los cuidaba y no permitía que nadie se acercara. Mucho menos si la persona que llegaba a casa traía alguna carpeta bajo el brazo o algún signo de ser inspector del área de Niñez (ríe).
-¿Cómo comenzaron a transitar el día a día?
-Cada día fue una aventura; lo que para nosotros era normal para ellos era nuevo: la primera vez que les dimos sus piyamas fuimos al dormitorio y se habían acostado en calzoncillos, los habían doblado prolijamente a los pies de la cama. Tener su propia cama era un capital invaluable para Lautaro, decía que cuando fuera grande iba a trabajar para comprarse una cama calentita. Yo empecé a replantearme mi propia existencia, aspiraciones, quejas, ansiedades, estados de ánimo. Todo cambió.
-El lazo se haría más grande ¿Eran conscientes de que eran padres temporarios?
-Los primeros dos años, hasta el inicio de la pandemia, vivimos sobre la incertidumbre plena. Era un ejercicio racional que hacíamos, les recordábamos casi a diario que los íbamos a cuidar y amar hasta que tuvieran un papá y una mamá para siempre. Semanalmente los llevábamos a que vieran a su mamá biológica y también a reunirse con su hermana mayor, que estaba en otro hogar con una familia cuidadora.
-¿Se intentó la reubicación con familiares?
-Sí, con sus tíos, pero no funcionó. Mientras tanto seguíamos siendo cuidadores y, como tal, estábamos para contenerlos, educarlos, comprarles sus primeras bicicletas para que se las llevaran algún día; armarles un álbum de fotos que les quedara de recuerdo… Siempre con el “no es para siempre” en la cabeza. El tiempo pasaba y la Justicia tiene sus procesos. Los chicos crecían, cada día eran más grandes. No hay muchas familias que quieran adoptar tres hermanos ¡y grandes!
-Y en el medio, la pandemia que congeló todo…
-Exacto. Leo, Lauti y Dani ya tenían casi cuatro años más desde que los recibimos y, como sea, habíamos forjado lazos familiares. El 2022 llegó signado de cambios y de urgencias judiciales. Por todos los medios el juzgado recorría de punta a punta los listados de familias adoptantes intentando resolver la situación de nuestros tres niños.
-¿Apareció alguna familia?
-Sí, varias, pero deseaban adoptarlos por separado. Fue el comienzo de nuestra historia final y más importante. Por primera vez, abandonamos nuestro rol de cuidadores y nos presentamos ante la Justicia haciendo la respetuosa petición de ser familia adoptante. Argumentamos que los años de convivencia habían generado vínculos inevitables. Pedimos ser considerados.
-¿Y entonces?
-Logramos ser la excepción de todas las excepciones y desmitificar la creencia de que la Justicia, por lerda e ineficiente, termina siendo injusta. La jueza y todo su equipo fueron excepcionales, comprensivos, expeditivos y con una sensibilidad que los puso en lo más alto. Si hay una segunda etapa en mi vida, seguramente comenzó allí, cuando fuimos una familia para toda la vida. Los mismos chicos pidieron a la jueza que, junto con la sentencia de adopción plena, también les cambiaran el apellido en los DNI.
-¿Qué reflexión pueden hacer hoy?
-Siempre decimos que la vida nos puso en este lugar, no somos ni superhéroes, como nos dicen a veces, ni “locos” que nos metimos inconscientemente en esto pudiendo estar tranquilos. Estamos felices.
-¿Cómo transitan esta etapa?
-Cuando vimos que Leo, Lauti y Dani podían ser nuestros hijos para toda la vida aceleramos el proceso radicarnos en Villa La Arcadia. Después de la pandemia y de la pérdida de algunos amigos, vendimos la casa de Bahía y nos mudamos a la definitiva. Para ellos fue eso, “nuestra casa”. La infancia que están viviendo es muy parecida a la nuestra en Saavedra y muy distinta a la de sus hermanos mayores en Bahía Blanca.
Como Heidi, una casa con una colina en el patio
“Hoy vivimos en el cerro, tenemos una casa con colina en el patio donde las bicicletas duermen tiradas en cualquier lugar o en la vereda y, donde el mayor orgullo, cuando viene algún amiguito es llevarlo a la isla de los carpinchos, en un recodo que hace el arroyo a unos metros de casa”, describe, y se emociona.
Juan Cruz, el hijo mayor, psicólogo, volvió de Buenos Aires y se instaló en La Arcadia. “Para ellos tener un hermano mayor es muy simbólico”, dice Lorena, que es docente en Saldungaray, a escasos 8 kilómetros del pueblo.
Rubén continúa con su trabajo homeoffice. para una empresa bahiense.
“Y Vicky, también maestra, aunque vive en Bahía nos visita los fines de semana. Tenemos tíos y primos en la zona, todavía quedan abuelos en Saavedra y un montón de amigos que estuvieron y están siempre cerca”, sintetiza.
Hoy Daniel tiene 11; Lautaro 9 y Leonardo 8 años. “¿Cómo están? Solo basta con mirarlos”, concluye Lorena. Recién ahora puede sentir que jugó el campeonato del mundo. Y que lo ganó.