Jorge Faurie, ex canciller del gobierno de Mauricio Macri, es un experto en protocolo y ceremonial que volverá a organizar la jura y el traspaso de mando en una nueva asunción presidencial: el próximo domingo 10 de diciembre, cuando Javier Milei asuma como presidente. Faurie contó que ya cursaron más de 200 invitaciones, que los mandatarios Luis Lacalle Pou de Uruguay, Gabriel Boric de Chile y Santiago Peña de Paraguay confirmaron su asistencia, y que Milei podría recibir los atributos presidenciales -la tradicional banda y el bastón- en el Congreso de la Nación luego de la jura del mediodía, y no en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno como la tradición establece. Y deslizó, entre otras consideraciones del traspaso de mando, que el nuevo presidente podría desplazarse por una Avenida de Mayo intervenida para recorrer en contramano la distancia del parlamento hasta la Rosada, fiel a sus principios propagandísticos en campaña electoral, en un auto descapotable. No cualquiera. Sino el Cadillac Serie 62 Coupé Convertible, conocido como el Cadillac de Perón, aunque Perón nunca lo haya usado.
Javier Milei había emprendido su campaña proselitista en calles saturadas de militantes y curiosos. Vestido siempre con una campera de cuero de tono oscuro y un buzo deportivo que mezcla negro con azul, saludaba a su público -y hasta blandía una motosierra- asomado por el techo de autos o camionetas. “Milei ha hecho toda su campaña en un vehículo abierto y podría ser una alternativa”, sostuvo Faurie. Descartó la presunta peligrosidad de exponerse a un magnicidio al viajar en un automóvil sin techo porque “los argentinos queremos y respetamos a los presidentes” y advirtió que sólo se trata de una posibilidad dado que hay un obstáculo que entorpece su empleo: llevar el Cadillac a la exposición permanente del Museo del Bicentenario, en el subsuelo de la Casa Rosada, demandó un operativo de siete horas. “Sacarlo del Museo es complejo”, razonó el ex canciller.
El Cadillac duerme en las centenarias arcadas desde el lunes 22 de enero de 2018, donde antes de la casa de gobierno se erigía el Fuerte de Buenos Aires. Había quedado en custodia en la residencia de Olivos luego de su restauración y de su exposición en galas de vehículos clásicos. Llegó al museo dentro de un camión, escoltado por motos de la policía. Lo habían limpiado y lustrado con productos especiales. Lo habían reconstruido. Lo habían mimado. Luis Spadafora, coleccionista y director del Museo del Automóvil de la ciudad de Buenos Aires, se encargaba de visitarlo cada quince días en la residencia de Olivos: lo ponía en marcha, lo sacaba a pasear por las calles internas a efectos de cuidar la dirección, cotejar los frenos y evitar la deformación de sus neumáticos.
Se identifica un enamorado de la joya de la firma estadounidense. Confesó su devoción desde que el por entonces subsecretario de la Presidencia, Valentín Díaz Gilligan, lo invitó a la cochera de la quinta de Olivos para que le realizara un diagnóstico. El estado del auto era discreto. Había acumulado un derrotero por el cine nacional y por las exhibiciones de autos antiguos, donde su utilidad se restringía a su estética. Spadafora se convenció que ameritaba una profusa restauración cosmética y mecánica.
En la puesta en valor patrimonial, convocó al restaurador Luis Zschocke, al diseñador Heriberto Pronello, a la curtiembre Fonseca para reparar el cuero original, a un importador anónimo de cubiertas y a un especialista en chapa y pintura. “Si es para el Cadillac, contá con lo que necesites”, prometió el dueño de una pinturería. Todos acudieron al llamado de Spadafora sin objeciones. “Es un auto que no participa de la grieta, acá trabajó gente que tiene distintas ideas y hasta cada tanto hacíamos un asado. Es el auto de todos los argentinos, un clásico con mucha historia”, describió en diálogo con Infobae.
Debieron emular el color original de la pintura: en una chapa ubicada en el motor hallaron el style 556267X -año de fabricación, 55; serie 62; modelo 67X-. Tuvieron que reparar la abolladura que dejó la patada del caballo de un granadero en el capó y el raspón de una tranquera de la Sociedad Rural sobre un lateral de la carrocería. Conservaron el dominio en la saga del modelo: 434676 en color blanco y números de época en comunión con el escudo argentino en placa de bronce.
Es fiel ejemplo de un automóvil norteamericano de época: ocho cilindros distribuidos en forma de V, una cilindrada de 5,4 litros capaz de erogar hasta 250 caballos de potencia. Tiene caja automática de cuatro marchas, dos metros de ancho, 6,8 de largo, levantavidrios eléctricos -una innovación para entonces- y la boca para cargar combustible escondida bajo la óptica trasera izquierda. Su velocidad máxima se detiene en 180 kilómetros por hora. Su dirección es hidráulica, los frenos son de tambor y la suspensión trasera es a eje rígido. Se reemplazaron los neumáticos, retazos del tapizado de cuero, el caño de escape, el tanque de nafta. Se sustituyó el sistema de motorización, frenos, dirección. Se mantuvieron intactos el tablero, las ópticas, los paragolpes, el chasis. Con setenta años de trayectoria y solo 18 mil kilómetros de experiencia, lo rejuvenecieron para que se luzca en la exposición permanente en el Museo del Bicentenario.
El ingeniero Heriberto Pronello, diseñador y constructor con larga trayectoria en el mundo automovilístico, coordinó la instalación del Cadillac en las galerías abovedadas. Dirigió el ensamble por tramos de rampas diseñadas especialmente a las que les colocaron un abrasivo para que el auto no se deslizara en exceso en la pendiente pronunciada y con curvas. Pero antes de aventurar los destinos de la gema, debían ensayar con un auto de similares características: un Chevrolet Caprice amarillo también está en proceso de restauración y frenos confiables. “No iba a arriesgar al Cadillac”, razonó Spadafora.
El antiguo Cadillac presidencial yacía debajo del polvo en un viejo galpón de la residencia de Olivos. A Mauricio Macri le habían aconsejado no usarlo el día de su asunción porque el motor levantaba temperatura. Fernando de Andreis, secretario general de la Presidencia en 2018, durante el gobierno de Mauricio Macri, hablaba del Cadillac de Perón como una pieza a “desperonizar”: “Fue un ejemplo más del descuido en que encontramos gran parte del patrimonio cuando asumimos el gobierno, lo que, a su vez, ilustra el estado de descuido en que encontramos el país”. Spadafora despejó de grietas la discusión polarizada sobre la ideología del vehículo y pidió un deseo: “Que lo usen los próximos presidentes”.
Mauricio Macri viajó del Congreso a la casa de gobierno, el 10 de diciembre de 2015, a bordo de un Volkswagen Touareg color blanco sin blindaje que integraba la flota de la marca alemana en el país. Cuatro años después, Alberto Fernández condujo él mismo hasta la asamblea legislativa el sedán mediano más elegido en la Argentina y el vehículo más vendido del mundo en toda la historia de la industria automotriz, un Toyota Corolla. Javier Milei, quien develó gustos e inclinaciones por adoptar costumbres de la política estadounidense, podría elegir pasearse por el centro porteño en su domingo de asunción a bordo de un símbolo de la industria automotriz norteamericana.
En principio se suponía que el Cadillac había sido donado por General Motors con motivo de la visita de Milton Eisenhower, hermano del entonces presidente de los Estados Unidos Dwight Eisenhower, un cónclave que resultó preponderante para el desarrollo de la industria automotriz nacional. Pero en las oficinas de la Casa Rosada encontraron documentación que acreditaba la compra del vehículo por parte de Perón. Pero aunque lo adquirió, nunca lo tuvo. Lo derrocaron antes. Al menos así lo acredita la leyenda del auto que sí está asociado a su nombre. Paradójicamente, el “Cadillac de Perón” nunca fue de Perón. La Revolución Libertadora interrumpió el 16 de septiembre de 1955 el proceso democrático en el país y privó el deseo del General de subirse al exótico modelo importado que había adquirido pocos meses antes.
Perón ni siquiera se subió cuando recuperó el poder el 12 de octubre de 1973: celebró su regreso a bordo de un Rambler Ambassador fabricado por IKA. Antes, en 1951, el gobierno peronista había recibido un Cadillac 75 Limousine que el General sí utilizaba con frecuencia durante su segunda presidencia y que en 2016 fue subastado en Inglaterra por unos 120.000 dólares. Pero el otro Cadillac, Serie 62 Coupé Convertible, no. Nunca lo usó. Sí lo aprovecharon las autoridades que perpetraron el golpe de estado. Después desfiló por las gestiones de factas y democráticas de Arturo Frondizi, Arturo Illia, Jorge Rafael Videla, Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Fue elegido también por Charles De Gaulle, Dwight Eisenhower y el Príncipe Felipe de Edimburgo. Y no solo fue testigo de asunciones presidenciales argentinas sino que también giró por la pista de la Sociedad Rural y hasta Hugo Chávez lo condujo en compañía de Julio De Vido por los jardines de Olivos en 2006. Ya lo usaron militares, peronistas y radicales. Falta saber si también lo usará Javier Milei, reconocido ideológicamente como liberal libertario.