Cuando era chico, Leonardo Ferrari tuvo su primera experiencia en slackline, el deporte de equilibrio que se realiza sobre cintas de 1 o 2 pulgadas. Siempre le gustó escalar y fue su gran pasión hasta que en 2012 se reencontró con aquella disciplina. Volvió a practicar en un parque con algunos amigos y se convirtió en su compromiso a tiempo completo. Después de egresar de la carrera de kinesiología, hizo un viaje por Sudamérica y cuando volvió se propuso visibilizar la práctica deportiva en nuestro país. Hoy tiene 32 años, vive en la provincia de Córdoba, y es uno de los referentes del mundo del highline, que se realiza en altura, en medio de las montañas. Conseguir el equipamiento se volvía cada vez más difícil por tratarse de materiales importados, poco accesibles al bolsillo, y el proyecto derivó en la necesidad de fabricar una cinta de industria nacional, que resultara más accesible: el emprendimiento se transformó en su principal sustento, y la comunidad creció exponencialmente.
“Escalar fue mi principal actividad por mucho tiempo, hasta que tuve un accidente, una fractura en el pie que no me permitía seguir escalando como a mí me gustaba, y ahí empecé a meterle a fondo al slackline, con un grupo de chicos que se juntaba en una plaza, ataba la cinta entre dos árboles con cierta tensión y practicaban”, cuenta Leonardo en diálogo con Infobae. Cuando quiso comprar su propio equipo técnico, se dio cuenta de que no había producción nacional de las cintas. “Me resultó muy llamativo que no se fabricara en el país, y era algo que frenaba a todo el que lo quisiera practicar, no tener disponibilidad de los elementos necesarios”, explica.
Se asoció con un amigo que tenía experiencia en el deporte, conversaron con una fábrica que produce equipos de seguridad industrial y en 2018 comenzó la producción. “Hubo que hacer desarrollo de producto desde lo textil, las tramas, analizar las costuras, el material, que suele ser poliéster de alta tenacidad o de nylon, para que tenga la resistencia necesaria; también se hicieron pruebas de fuerza y de ruptura, para cerciorarnos cuánto aguantaba y proporcionar la seguridad necesaria”, detalla. Para el 2019 ya tenían tienda virtual y varios pedidos a lo largo y lo ancho de toda la Argentina. “Fue muy motivador ver cómo creció la comunidad, que el acceso hizo más universal la propuesta, para personas de todas las edades, para hacerlo en familia, o hasta en cumpleaños y eventos empresariales, se puede hacer una iniciación en la práctica”, explica.
Niveles de riesgo y variantes
Leonardo confiesa que la reacción más común de quienes ven los videos de las experiencias que comparten en su cuenta de Instagram -@kame.slackline- suele ser el temor a las caídas. “Nos dicen: ‘¡Están locos!’, y la verdad es que ver a alguien caminando en una cinta a 160 metros de altura en medio de paisajes épicos genera impacto, pero contrario a lo que se piensa, hay doble protocolo de seguridad: vamos con un arnés y una cuerda que conecta a la cinta a través de una correa con una cinta de seguridad tubular y unas anillas de aluminio enhebradas a la cinta principal, y otra cinta de respaldo por si algo ocurriese con la principal, por lo que si nos caemos al vacío quedamos colgados de esa cuerda que nos conecta la cinta y es el medio por el cual tenemos la posibilidad de volver a subir e intentar de nuevo”, comenta.
La cinta que utilizan suele ser de una pulgada de ancho, es decir que 25 milímetros son la base para dar cada paso, pero hay otra de 2 pulgadas para iniciantes. Según el escenario donde se realice, la dificultad será de menor o mayor grado. No es lo mismo buscar el equilibrio en un parque que en terreno irregular, y el factor mental para lograr la concentración y el foco en el presente es tan importante como el esfuerzo físico de coordinación y fuerza muscular. “Para empezar a practicar lo mejor es poner la cinta a una altura en la que cuando la persona se suba la parte central quede cerca del suelo, estar a 10 centímetros del piso ya alcanza para empezar a buscar el equilibrio, y que nunca pase de un metro de alto los primeros meses, porque a partir de esa altura una caída puede convertirse en lesión, por no llegar a medir el tiempo antes de caer en una mala posición”, ejemplifica.
En los últimos 15 años surgieron una gran cantidad de variantes dentro del mundo del slackline, por lo que hay una continua exploración: yoga slackline, waterline, longline, highline, rodeo, trickline, freestyle highline, speedline, slackline de travesía, entre otros. Las acrobacias también forman parte de la disciplina, y lo que todas tienen en común es la importancia del montaje de las cintas. Resulta crucial seguir los protocolos de seguridad, y por eso Leonardo recalca en que no se trata solo de “salir a jugar”, sino que la actividad reviste el compromiso y la responsabilidad de cuidar las vidas de quienes practican el deporte.
“El armado y desarmado de las líneas requiere de una organización y logística previa en cada uno de los proyectos; se viene estudiando hace mucho y se fue adquiriendo conocimiento a través de canales de comunicación y difusión, personas que compartieron sus experiencias y se hizo un protocolo escrito sobre cómo se debe hacer el montaje, siempre con el chequeo de varios practicantes, nunca lo hace uno solo”, señala. Durante su paso por la universidad hizo un estudio sobre la prevalencia de lesiones en este tipo de deportes, que cuando se realizan en altura son concebidos como “extremos”.
“Nos sorprendimos con un compañero, que también tiene formación en kinesiología y hoy es la persona que lleva las riendas del proyecto conmigo, de la baja prevalencia de lesiones, porque si bien en todos los deportes hay movimientos que pueden generar una lesión, si se practica con la seguridad necesaria, con los elementos, requerimientos y los protocolos, termina siendo una actividad súper amigable, con un rango de edades súper amplio”, asegura. Cuenta que hay desde escuelas para niños hasta adultos que quieren aprender. “Tengo un amigo de 55 años que hace poco arrancó, es un mito que solo lo pueden hacer personas jóvenes, hay variedades para todos”, sostiene.
Filosofía de vida
La búsqueda del equilibrio corporal para muchos de los practicantes de slackline más que una actividad deportiva es una forma de vivir. “Hay muchas analogías con la vida mientras uno está ahí, observando sus movimientos, sus pensamientos, su comportamiento, cuándo caer, cuándo descansar, cuándo seguir, qué tan seguro te sentís a nivel autoestima para continuar con algo o no, para ir tras una meta, y se transforma en un canal de aprendizaje constante”, describe. Incluso comenta que se requiere “estar preparado física y técnicamente para subirse a la cinta”, y lo asocia a salir de la zona de confort e ir tras logros a un ritmo sereno, con perseverancia.
A través de las redes sociales suelen informar las próximas actividades, que no solo ocurren en la provincia de Córdoba, sino que han viajado a Uruguay, Chile y Brasil. En noviembre tuvo lugar la segunda edición del Festival Argentino de Freestyle Highline, donde montaron la cinta más larga hasta ahora: 950 metros de poliéster, y en algunos tramos agregaron “ambientes aéreos”, compuestos por redes donde se podía frenar para descansar, dormir una siesta en hamacas colgantes o tocar música en las alturas. Solamente cuando realizan eventos de esa magnitud, que incluyen otro tipo de actividades, cobran una entrada para cubrir los gastos de refrigerios y logística, pero el resto son gratuitas.
“Nos movemos en vehículos propios, casi nunca contratamos un servicio que nos traslade, y normalmente no cobramos nada, compartimos los equipos, no hace falta tener uno propio, si bien hoy un kit de iniciación es accesible y es más barato que una bicicleta o lo que se requiere para practicar otros deportes, cuando vamos a la montaña los costos suben porque ese tipo de equipo para prácticas en altura sale mínimo 500 dólares, y el slackline va de la mano del compartir, de abrir posibilidades, y aunque la práctica es individual, pueden pasar por la cinta varias personas y siempre está el grupo arengando y tirando buenas vibras”, remarca. Si alguno de los equipos se desgasta suelen hacer una colecta entre todos para reponer los materiales, pero el foco está puesto en que nadie con intención de participar se quede afuera.
Como muchos de los que participan son estudiantes que están de paso en Córdoba y luego se van, hay un constante recambio de las personas que participan del proyecto. “Lo bueno es que ya conocemos a muchas personas de distintos lugares de Argentina, entonces cuando nos escriben de otra provincia los derivamos y les pasamos el contacto de quienes practican el deporte en ese lugar, dónde se juntan, y cómo se mueve la comunidad, y así vamos dando visibilidad para conectar a quienes tengan ganas de sumarse”, explica. Desde 2018 Leonardo se dedica de lleno al emprendimiento junto con su compañero de práctica, administra los pedidos en la tienda virtual, se encarga de los envíos a todo el país, ofrecen servicios de clínicas de iniciación en la disciplina, y va a la montaña todas las veces que puede para evaluar terrenos y ganar experiencia.
“Siendo austero puedo vivir de la manera que quiero, exclusivamente de esto”, expresa. Está feliz de haber elegido este camino, y ser testigo del crecimiento de la comunidad, así como del aumento de la participación femenina, con muchas mujeres que se suman a la disciplina día a día, y la organización de eventos específicos para complementar la formación. Luego de acompañar a varios practicantes que superaron sus expectativas y perfeccionaron sus habilidades hasta llegar a subirse en altura, está convencido de que una de las claves es superar los bloqueos mentales, tal como ocurre en la vida misma, y también desaprender conceptos en torno a las frustraciones. “Es importante saber que todo es posible, que nadie puede decirle a otro que es imposible, porque con práctica, compromiso y perseverancia, todo se logra”, concluye.