A 40 años del triunfo de Raúl Alfonsín en 1983, con el que se dio por terminada la dictadura militar y con el que comenzó una etapa de consolidación democrática que aún perdura, es inevitable recordar el acercamiento entre el ex Presidente e Isabel Perón. La primera mandataria derrocada y encarcelada por la dictadura estaba instalada en España desde que había sido liberada en julio de 1981 bajo la condición de radicarse en el exterior. Asistió a la toma de mando del presidente radical el 10 de diciembre de 1983, pero sólo cien días después, regresó al país, con el expreso propósito de ofrecer el respaldo de su partido al nuevo gobierno.
La pesada herencia de la dictadura militar que recibió Alfonsín había dejado miedo, dolor, muertes y, en el plano económico, endeudamiento, salarios bajos y desempleo. Pese a la efervescencia por el retorno de un gobierno democrático, la competencia electoral entre peronistas y radicales había sido muy encendida. Durante a campaña, se cruzaron todo tipo de acusaciones, desde peleas callejeras hasta enfrentamientos en las esquinas en las que cada partido instaló sus mesas para dar a conocer su plataforma electoral. Alfonsín asumió en un contexto social y político complejo.
Si bien el partido militar estaba en retirada, los primeros tiempos fueron azarosos. El peronismo había quedado muy herido por la derrota electoral del 30 de octubre y el Presidente sabía que el sindicalismo peronista no le daría tregua. Además, el Consejo Nacional Peronista no olvidaba las denuncias de Alfonsín sobre el pacto sindical militar y el dirigente radical tenía temor a no poder entablar un diálogo con el justicialismo.
Pero, gracias a la intervención del expresidente Arturo Frondizi, supo que Isabel Perón quería dialogar para alcanzar la concordia nacional. El presidente electo vio una oportunidad única de afianzar la naciente democracia en la Argentina, para lo cual era fundamental el entendimiento entre todas las fuerzas políticas. Seguramente Alfonsín comprendía al fin en este contexto el sentido del abrazo entre Perón y Balbín en 1972, que años atrás no había aprobado.
Los primeros gestos entre Alfonsín e Isabel
Poco antes de las elecciones de 1983, el Congreso partidario peronista había elegido a Isabel como presidenta del Consejo Nacional, un cargo que muchos imaginaban decorativo dando por sentado que Ítalo Luder ganaría la presidencia. Pero luego de la derrota, la ex Presidente se convirtió en la principal autoridad partidaria y objeto de deseo del nuevo gobierno. En una entrevista concedida al New York Times, Alfonsín se había mostrado esperanzado de que Isabel fuera capaz “de controlar a los dirigentes sindicales más militantes”. Asimismo, a un grupo de periodistas franceses les había dicho que, a partir del regreso de Isabel, podría tener un interlocutor único con el justicialismo.
En los primeros días de diciembre de 1983, el ex presidente Arturo Frondizi le comunicó a Alfonsín que Isabel viajaría a la Argentina para la jura. Un día antes de la asunción presidencial, desde el aeropuerto de Ezeiza, la viuda de Perón hizo un gran gesto de respaldo a la nueva gestión, sorprendiendo al mismo Alfonsín. Anunció que los peronistas colaborarían para defender la estabilidad institucional y pidió al Consejo Nacional Justicialista que fuesen buenos perdedores y que los diputados y senadores electos del peronismo concurrieran a la jura del Presidente, porque ella estaría en primera fila. Fue así como el 10 de diciembre Isabel, acompañada por Frondizi, izó la bandera nacional para que, pocos minutos después, Alfonsín diera su discurso inaugural.
Esos gestos de la viuda de Perón, con los que instaba a sus propios partidarios a respetar al nuevo presidente constitucional de Argentina, fueron entendidos por el gobierno radical como una oportunidad para lograr una tregua y la unión entre los dos sectores. Para ello, ambos partidos trabajaron en la Ley de reparación histórica. El gobierno ofreció a los colaboradores de la expresidenta garantías políticas para su retorno al país. Era la única proscripta y el gobierno quería que regresara como un símbolo de paz. Para mayo de 1984, Alfonsín envió al Congreso la ley 23.062.
Qué establecía la ley 23.062
En su artículo 1º, la ley decía que, “en defensa del orden constitucional republicano”, desde ese momento, carecían “de validez jurídica las normas y los actos administrativos, emanados de las autoridades de facto surgidas por un acto de rebelión”.
Un acto de justicia y de reparación hacía quienes habían padecido cárcel, privación de derechos y habían sido víctimas de procesos montados con el solo fin de desprestigiarlos.
“Los jueces carecen de legitimación para juzgar a las autoridades constitucionales destituidas por actos de rebelión por ausencia del presupuesto representado por su desafuero parlamentario o juicio político previstos constitucionalmente”, decía el artículo 2° de la ley.
Y en el 3° se nombraba explícitamente a la principal destinataria: “Declárese comprendida en las provisiones de los artículos precedentes la situación de la expresidente de la Nación, Dña. María Estela Martínez de Perón en orden a lo preceptuado en los artículos 18 y 45 de la Constitución Nacional quien como otros presidentes constitucionales fuera objeto de este tipo de sanciones y hasta de privación ilegítima de la libertad sirviendo la presente ley de instrumento de reparación histórica”.
El camino hacia la reparación histórica
En la madrugada del 18 de mayo, la Cámara de Diputados aprobó la ley. En medio del debate, en los días previos al segundo viaje de Isabel al país, el Presidente se comunicó por teléfono dos veces desde Buenos Aires con la ex presidente. Alfonsín le aseguró a Isabel que no tendría problemas legales en caso de que regresara, como lo tenía previsto. El Presidente iba a encabezar una ronda de diálogos políticos y la líder del Movimiento Nacional Justicialista fue la primera invitada a participar para buscar acuerdos que estuvieran por encima de los intereses partidarios.
El 20, llegó la señora de Perón desde Madrid y fue recibida por una multitud en Ezeiza. El 21 de mayo, Isabel se presentó en la Casa Rosada con un grupo de cuarenta personas, entre las que se encontraban los gobernadores peronistas, encabezados por el santafesino José “Tati” Vernet, y los miembros del Consejo Nacional Justicialista. En señal del acercamiento que tuvo lugar frente a las cámaras de televisión y los fotógrafos de la prensa, Isabel le regaló una lapicera a Alfonsín y aseguró que “primero está la Patria, después la Patria y por último la Patria”, parafraseando la frase de Perón: “primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres”. Durante el encuentro, Alfonsín e Isabel hablaron varias veces en un aparte. “El gobierno puede contar con el justicialismo para todo lo que interese al destino de nuestra Patria”, sostuvo Isabel.
Este gesto y su participación en la mesa de diálogo convocada por el flamante presidente fue un gesto y también una directiva hacia los demás referentes del justicialismo.
La ley llega al Senado
El 23 de mayo, en el debate sobre tablas en la Cámara de Senadores, el bloque justicialista aseguró que se trataba del proyecto más trascendente desde el retorno de la democracia, ya que iba en dirección opuesta a la doctrina de facto. Hay que crear la “doctrina constitucional correcta en virtud de la cual el usurpador no puede juzgar a los representantes del pueblo”. La diputada jujeña María Cristina Guzmán, defensora del proceso, impugnó la ley con el tipo de argumentos jurídicos que el presidente de la Cámara Baja, Juan Carlos Pugliese, desdeñaba. Guzmán dijo que el Código Penal no hablaba de sanciones, como el proyecto de ley, sino de penas. “Todos los jueces y diputados sancionados con la destitución deberían volver a ocupar sus cargos anteriores y además podrían iniciar acciones indemnizatorias”, agregó. De manera brillante, Juan Carlos Pugliese le respondió: “¿Qué importa si tiene algunas fallas jurídicas? Nadie ha querido hacer preciosismos de derecho. Lo que se ha querido hacer es un acto político”. Y concluyó asegurando que no le importaba lo jurídico: “Nosotros produciremos este hecho político para alcanzar la unión nacional”.
La ley, finalmente, fue aprobada por amplia mayoría y el aplauso se hizo sentir desde el rincón radical al sector peronista, como un ejemplo de convivencia democrática.
La consolidación de la democracia
Una vez aprobada la ley, la relación entre Isabel Perón y Raúl Alfonsín fue muy fluida durante todo el mandato del gobierno radical y, cada vez que el Presidente viajaba a España, la visitaba en agradecimiento a sus gestos de grandeza.
Gracias a esta ley de reparación histórica, Isabel Perón quedó liberada de las causas judiciales amañadas en su contra por la dictadura. Esta ley representó uno de los grandes gestos de unidad nacional, en una Argentina convulsionada.
Había sin duda un antecedente crucial para que existiera el diálogo político en la Argentina del 83: lo protagonizaron Perón y Balbín en aquel abrazo inolvidable de noviembre de 1972. Ambos líderes pudieron olvidar los rencores del pasado y mostrar un gesto de madurez que dejó enseñanzas históricas a la dirigencia política argentina. Esas sólidas bases posibilitaron el encuentro entre Isabel y Alfonsín que, años más tarde, tuvo efectos de convivencia democrática que se plasmarían luego en la reacción del justicialismo en el levantamiento militar de Semana Santa en 1987. En ese entonces, el PJ intercedió y pidió a los sublevados la rendición y el respeto a las instituciones, terminando con la vieja tradición que decía que, cuando un partido político era oposición, iba a Campo de Mayo a pedir lo contrario. Aquellos grandes gestos consolidaron definitivamente el modelo constitucional en el país.
En este año en que se cumplen cuatro décadas de democracia, sería justo reconocer el aporte crucial de la presidente constitucional derrocada por la dictadura militar de 1976 a la estabilización del sistema naciente en su primer crítico año de vida. La democracia hoy celebrada nació y se consolidó con el aporte de muchos líderes argentinos que supieron poner los intereses del conjunto por encima de los de la parte.
Isabel Perón, cuyo busto todavía no fue colocado en la Casa Rosada, recibió el mayor reconocimiento en aquel entonces por parte de sus adversarios políticos, en un gesto que los enaltece.