Entramos en diciembre. Tiempo de Adviento, uno de los momentos más importantes del año para los católicos, iglesias de la reforma y algunas ortodoxas de todo el mundo. Es el período en el que nos preparamos para la Navidad, pero no sólo eso, el Adviento es también el período litúrgico en el que los fieles reafirman su esperanza, su expectación en la segunda venida de Jesús, la que decretará el fin del mundo tal como lo conocemos, el fin de los tiempos.
De hecho, la palabra Adviento proviene del latín adventus: ‘llegar’, pero también ‘esperar’. Deriva indirectamente del griego parusía, o epipháneia términos utilizados en el lenguaje de los cultos antiguos para indicar el descenso de la divinidad al templo para encontrarse con sus fieles, su manifestación en el plano de la existencia humana.
Por eso, celebrando el Adviento, por un lado nos preparamos a la Navidad. Un momento de alegría y de esperanza, no de penitencia, como la Cuaresma que precede a la Pascua, y que, sin embargo, prevé para la atención espiritual diaria, la conciencia progresiva del acontecimiento que está por llegar.
Orígenes de la celebración
Los autores cristianos, desde los primeros siglos después del nacimiento de Jesús, describen en sus textos su venida, indicando tanto el misterio de su encarnación en el seno de María, en carne mortal, como la promesa, escondida en su hacerse hombre, de que sea su segunda y definitiva venida. A diferencia de los dioses paganos, Jesús decidió abandonar los templos levantados por los hombres, sus columnas de piedra, y hacerse hombre él mismo, envolverse en un templo de carne y hueso, mortal y susceptible al dolor, a las privaciones, al sufrimiento.
Según nos narra el Evangelio de Juan: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho” (Jn 1, 1-3). “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14)... “Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn 1, 10-11). “Más a cuantos le recibieron les dio poder de venir a ser hijos de Dios: a aquellos que creen en su nombre; que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios, son nacidos” (Jn 1, 12-13). “A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer” (Jn 1, 18).
El Adviento comenzó a celebrarse en Occidente hacia el siglo VI, aunque, al menos al principio, tenía un valor más cercano al de la Cuaresma: se celebraba su Resurrección. Por eso las semanas de Adviento se caracterizaron no sólo por la oración sino también por el ayuno y la penitencia.
Este tiempo comienza cuatro semanas antes de Navidad, aproximadamente entre el 27 de noviembre y el 3 de diciembre. En el Rito Ambrosiano hay en cambio seis semanas. Comienza con las vísperas del primer domingo y concluye con las vísperas de Navidad y prevé un camino de oración que implica tanto los días laborables como los domingos, pero es sobre todo en estos últimos donde se concentra la devoción de los fieles. Cada uno de los cuatro domingos de Adviento está indicado por un nombre tradicional tomado de las primeras palabras del Introito en latín, la antífona que introduce la Misa (en latín) es: Ad te levavi (Primer Domingo, de Ad te levavi animam meam “A ti elevo mi alma” , Salmo 24); Populus Zion (Segundo Domingo, de Populus Sion, ecce Dominus veniet ad salvandas gentes “Pueblos de Sión, he aquí que el Señor vendrá a salvar a los pueblos”, Isaías 30,19.30); Gaudete (Tercer Domingo, de Gaudete in Domino semper “Regocijaos en el Señor siempre”, Filipenses 4,4.5); Rorate (Domingo cuarto, de Rorate, coeli desuper, et nubes pluant iustum “Aquietad, cielos, desde lo alto y que las nubes lluevan”.
Durante las semanas de Adviento, los sacerdotes llevan las vestiduras litúrgicas de color morado, que en la tercera semana también pueden ser de color rosa, color que simboliza la alegría por la inminente venida de Cristo.
La liturgia de los tres primeros domingos, hasta el 16 de diciembre, se centra en la espera de la parusía, la segunda venida de Cristo, y prevé la lectura de algunos pasajes del Evangelio de Mateo (Mateo 24, 37-44: " Velad, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor “; Mateo 3,1-12: “¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca! “; Mateo 11, 2-11: “¿ Eres tú el que ha de venir o hay que esperar a otro?“). En el último domingo de Adviento leemos, en cambio, cómo Jesús se habría encarnado en el vientre de María y habría nacido entre los hombres (Mateo 1, 18-24), centrándonos así en el nacimiento de Jesús en Navidad.
Entonces, las primeras tres semanas se enfocan en la segunda venida de Jesús, mientras que a medida que se acerca la Navidad, la atención vuelve a su milagrosa concepción y nacimiento en Belén.
Las celebraciones de Adviento prevén la entonación de himnos, diferentes para los distintos períodos, y de siete antífonas, llamadas Antífonas Mayores también llamadas “Antífonas O”, porque todas comienzan con el vocativo ‘O’: O Sapientia, O Adonai, etc. … Son siete antífonas latinas típicas de la Liturgia de las Horas. Se cantan en las vísperas, antes del Magníficat, durante las fiestas mayores de Adviento, del 17 al 23 de diciembre. Es más, en España hay una advocación mariana llamada “Nuestra señora de la O”. El Gloria no se vuelve a recitar hasta la Misa de Gallo de Navidad, donde se convierte en el verdadero símbolo del triunfo de Jesús nacido.
Los pasajes del Evangelio leídos en los tres primeros domingos de Adviento se refieren respectivamente a la venida del Señor al final de los tiempos y a Juan Bautista, mientras que el del último domingo se refiere a los acontecimientos y personajes que conducirán al nacimiento de Jesús, ante todo María. No es casualidad que también se considere tradicionalmente el cuarto domingo de Adviento aquel en el que éste visita a Santa Isabel, ya embarazada de Juan Bautista, para darle la buena noticia del inminente nacimiento de Jesús, María puede ser considerada el símbolo propia del Adviento, de la humanidad que, después de tanto caminar, está dispuesta a acoger de nuevo a Dios y su promesa, acogiendo su voluntad con plena fe y esperanza.
María es a la vez instrumento de la voluntad divina y portavoz de los hombres, ya que por libre elección, sin forzar, aceptó su destino y se puso al servicio del grande y maravilloso plan de Dios. Su modelo de humildad y la alegría recorre los siglos, año tras año calentando la espera de todas las expectativas, del mayor de los misterios: de cómo una niña, plenamente consciente, esperaba un hijo que habría sido también la salvación para ella y para toda la humanidad. María, instrumento y madre amorosa de Dios, mantiene viva la llama de la alianza, en espera de la nueva venida de Jesús y de su triunfo entre los hombres merecedores.
La sucesión de los domingos de Adviento se celebra en muchas iglesias y en muchos hogares con el encendido de las velas de la llamada “Corona de Adviento”, un círculo de ramas de hoja perenne, dentro del cual se colocan cuatro velas que se encienden una a una para celebrar la victoria de la luz sobre oscuridad y la esperanza asociada con la venida del Mesías.
Cada una de las velas, de hecho, representa respectivamente: Esperanza, Paz, Alegría y Amor. La forma circular de la propia corona hace referencia a la eternidad, a la unidad de todo, mientras que los árboles de hoja perenne simbolizan la esperanza. Es una tradición de origen germánico, que se remonta a principios del siglo XIX. En las primeras coronas de Adviento había una vela para cada día de Adviento, mientras que hoy en día, por lo general, son cuatro, como máximo cinco contando la vela que debe encenderse en Navidad.
Cada vela tiene un nombre y un simbolismo particular:
— Primer cirio de Adviento: cirio de profeta, se refiere a las profecías sobre el nacimiento de Jesús, es el cirio de la Esperanza;
— Segundo cirio de Adviento: Cirio de Belén, recuerda la ciudad donde nació. Es la vela de la Salvación;
— Cirio Tercer Adviento: cirio de los Pastores, recuerda a los primeros que adoraron a Jesús, es el cirio de la Alegría;
— Cuarta vela de Adviento: vela de los Ángeles, celebra a los mensajeros que trajeron al mundo la noticia del nacimiento milagroso.
El color de las velas de Adviento siempre puede ser morado, pero también se aceptan el blanco, símbolo de pureza y luz, y el rojo, el color navideño por excelencia, que expresa también el amor de Jesús por todos nosotros.
Las velas de Adviento suelen seguir un esquema de color específico:
— Primera vela (Vela del Profeta): morada o roja;
— Segunda vela (Vela de Belén): morada o roja;
— Tercera vela (Vela de los Pastores): rosa;
— Cuarta vela (Vela de los Ángeles): morada o roja.
Como vemos, Diciembre da inicio a las festividades decembrinas en todo el mundo cristiano, de todas las confesiones, y sus fieles esperan con alegría el festejo de la Navidad.