Marcelo y Diana Wasser llegaron a la Argentina por medio de B’nai B’rith -una institución judía que desde 1930 brinda servicios a la comunidad, defiende los derechos humanos y combate el antisemitismo, con presencia activa en 58 países- con una misión: “Uno empieza a pensar y a entender que el contar esta historia por aquellos que la vivieron es 180 grados de alguien que la cuenta y no la pasó; es tan importante que la gente lo sepa que nos tomamos esto como una misión”, dicen luego de su paso por Panamá y Costa Rica.
A pesar de la angustia que les provoca cuando relatan su vivencia ante el ataque del grupo terrorista Hamas entienden que el trago vale la pena, “Cada vez que la contamos es como volverla a vivir”, dice Marcelo con resiliencia, “pero es importante también mostrar nuestro lado porque siempre somos los malos, los fuertes, los que atacan, y esta vuelta hemos sido atacados brutalmente; es una guerra que Israel no la buscó”. Mientras, Diana acaricia su “diskit”, la chapita que lleva de colgante, al igual que su marido, “Son las mismas que usan los soldados cuando hacen la tzavá (ejército). De un lado dice el nombre y el ‘mispar ishi’ (ID) del soldado que la lleva, y si tiene heridas graves o muere se le da la parte de abajo a los padres. La que nosotros compramos es una donación para ayudar a las familias de los secuestrados que, como no pueden trabajar porque están con su lucha, se hace para subvencionarlos ya que están todo el tiempo en ‘La plaza de los secuestrados’”. En cada una de las chapitas -que se pueden adquirir en www.bringthemhomenow.shop-, hay una leyenda en hebreo que dice: “Nuestro corazón está atrapado en Gaza. ¡Devuélvanlos a casa ya!”. Con una mirada cargada de esperanza, Diana por fin promete, “El día que sean devueltos, partiremos la chapa… y será. Cuando te entregan la chapita de un soldado simboliza como la muerte, pero la de los secuestrados para nosotros es la vida”, explica mostrándola con amor.
Emigrar a Israel
Hace 47 años, cuando cada uno por su parte hizo “aliá” -inmigración a Israel- sin conocerse, jamás hubieran imaginado tener que volver para contar una tragedia de tal envergadura. “En el año 76 yo hice aliá con un grupo de amigos del ‘Curso de líderes de Macabi’ al kibutz Nirim, y en la tzavá me conocí con Diana, que estaba en otro kibutz. Después de un tiempo ella decidió venir conmigo a Nirim, y así es… ahí estamos”, narra Marcelo con la misma fuerza del muchacho de 18 años que emigró desde Villa Crespo. Diana -Siff, de soltera- aporta con nostalgia y un imperceptible dejo de su original acento cordobés, “Yo llegué a Israel a los 15 años, con mi familia: mis padres y mis hermanos, también en el 76″. En un recreo al dolor, ella se permite recordar que al conocerse con Marcelo, él le dijo que recién había terminado una relación y que no quería nada serio, “Así que hace 44 años que estamos con algo no-serio”, dice, y logra el único instante que conseguimos sonreír los tres.
Vivieron en el kibutz que, según cuentan, es un “paraíso el 95 por ciento del tiempo; el único problema es el 5 por ciento cuando comienzan a sonar las alarmas”, anunciando que vienen misiles. Aún así, jamás imaginaron ser víctimas de un ataque tan despiadado y brutal. “El día anterior -Diana se refiere a la fatídica madrugada del 7 de octubre- festejábamos el cumpleaños número 77 del kibutz Nirim. Vinieron mis hijos -tienen cinco hijos y siete nietos-, la fiesta fue hermosa, los chicos jugaron en los inflables y nos fuimos a dormir ‘chochos’, y dos de mis hijos con mi nieto de 9 meses se quedaron a dormir en casa”, recuerda.
“A las 6:28 de la mañana sonó la alarma -en el kibutz tienen “Tzeva Adóm” (alarma roja), un sistema de radar de alerta temprana instalado por las Fuerzas de Defensa del Israel en varias ciudades que rodean la franja de Gaza para advertir a los civiles de ataques de misiles-, porque donde vivimos con la sirena sola no alcanza. Nosotros tenemos entre 8 y 10 segundos para llegar al refugio”. Enseguida se levantaron, sacaron al pequeño Laví de la cuna, y se encerraron en el “mamad” (cuarto seguro), una habitación especialmente acondicionada para protegerlos, que construyó el gobierno israelí en cada casa luego de 2014, tras sufrir otro ataque terrorista por parte de Hamas, que duró 50 días, dejando varios muertos, hasta que Israel y Gaza acordaron un alto el fuego el 26 de agosto de ese año.
Cómo fue el día del ataque
Actuaron con rapidez pero tampoco imaginando lo que vendría: “Vivimos hace 20 años bajo misiles y es bastante frecuente que suene la alarma. Dijimos, ‘dentro de 10 minutos salimos’, pero los misiles no paraban -rememora Diana con pesar-, eran decenas y decenas, no paraba, no paraba y no paraba”. La primera señal de que esta vez la barbarie era diferente fue alrededor de las 7:30 cuando llamaron a Marcelo para decirle que había caído un misil en el tambo del kibutz, el cual él dirige. “Salí del cuarto, les dije que me iba a la lechería a ver qué había pasado, y por supuesto mi familia me decían ‘a dónde vas, estás loco’”, cuenta él que, sin dudarlo, se subió a su carrito de golf y fue a enfrentarse con el desastre, “Me tuve que tirar como tres veces en el camino porque seguían cayendo misiles y cuando llego me encuentro un montón de vacas muertas, el techo roto, los paneles solares y la electricidad caída, agua que salía por un montón de caños que se habían agujereado”.
Marcelo les dijo a los tailandeses que estaban trabajando que vayan rápido a meterse al “cuarto seguro” de sus casas, se quedó terminando unas cosas y empezó a volver al refugio. “Cuando estoy volviendo a casa escucho tiros, bastante cerca pero, bueno, no entendía qué era lo que pasaba…”. En el camino de vuelta, oye que le gritan ‘¡Marcelo!’, “Le contesto, ‘¿Qué pasa?’. Me dice, ‘¿Cómo, no escuchaste que hay terroristas?’, y digo, ‘Mirá yo vengo de la lechería, no escuché nada’. Y me dice desesperado con una cara de miedo terrible, ‘pero cómo, yo escuché acá atrás, hace 2 minutos, escuché tiros, hace 1 minuto, 2 minutos escuché tiros’”, y Marcelo siguió a su casa pensando que su vecino estaba exagerando, “De repente abro el teléfono y veo que ellos -relata señalando a su mujer- me habían escrito, ‘volvé urgente, hay terroristas en Nirim’. Pero yo lo veo recién cuando llego ya a mi casa, hasta que finalmente entró y lo supo, “Ahí sí empecé a ver todas las atrocidades que estaban haciendo los terroristas…”. Marcelo se refiere al grupo de WhatsApp que funciona para los aproximadamente 500 habitantes del kibutz, donde se leía, “me están quemando la casa”; “me están disparando”; “entra humo, me estoy ahogando”; “qué hago, me disparan a la ventana, me disparan a la puerta, están quemando todo”; todas cosas terribles.
“Para mí era como escuchar las voces y gritos de todos porque los conozco a todos los que escribían; pedían auxilio, que venga alguien rápido urgente el grupo de urgencia del kibutz, la tzavá (el ejército)... todo lo que vos te puedas imaginar, la gente desesperada. A pesar de que sólo los leía, yo podía escuchar los gritos desesperados de cada uno… Fue terrible, una situación que nunca me había pasado antes”.
En medio del horror y la incertidumbre, el entrenado instinto de supervivencia de los Wasser se encendió, “Dentro del refugio apagamos la luz, el aire acondicionado, la televisión, cerramos las persianas, porque pensamos que si estábamos en silencio los terroristas pasaban a otra casa”, explica Diana, y enseguida relata uno de los testimonios que más la quebró, “Una parejita de jóvenes, también argentinos, escribieron que su bebé de 9 días se estaba poniendo azul, se asfixiaba porque no tenía oxígeno y no podían abrir la ventana porque escuchaban los gritos en árabe y muchos disparos por todos lados. Ahí lo vi a mi nieto y pensaba que si le pasaba algo… -se emociona sin poder terminar la frase, intentando explicar lo inexplicable-, después nos empezamos a enterar de cosas horribles, que quemaron a chicos, bueno, bebés, vos sabés”, dice ella con la empatía de quien no puede ni siquiera mencionar las atrocidades ejecutadas por Hamas.
Los chats solidarios
Enseguida los vecinos por chat comenzaron a advertir, ‘¡Sostengan la puerta, sostengan el picaporte para que no lo abran!’. “Mi hijo puso una madera para que la puerta del refugio no se abriera -están preparadas para misiles o bombas, pero no para terroristas que vienen de pie a abrir puertas-, pero qué pasa, el picaporte es la persona más débil de la puerta. Entonces ellos (los terroristas) empezaron a disparar a los picaportes y hubo gente que se hirió de esas balas que pasaron los picaportes”, describe él, relatando luego la lamentable pérdida de una de las de las visitas que hubo ese día después de la fiesta, murió desangrado porque la fuerza no llegó a sacarlos. “Y teníamos miedo de que el bebé llorara, no teníamos agua para la mamadera, ni la leche en polvo, ni los pañales porque pensamos que íbamos a salir enseguida”, revive Diana el momento con la sensación de tener a su nieto en brazos. Y, aunque no dimensionaban la inhumanidad de lo que estaba sucediendo, el pánico a cada minuto se acrecentaba más, “No parábamos de escuchar tiros, voces lejanas en árabe y aumentaba esa desesperación de que el bebé no llore, que los perros no ladren -las dos mascotas de la familia ya hace años que cuando hay misiles “se ponen como locas y parece que se les va a salir el corazón”-, así que les dimos unos sedantes”, recuerda maternal.
El ruido ensordecedor de los ataques era tal que pensaban que habían colocado una ametralladora muy pesada en el techo de su casa, la cual finalmente supieron que había sido un helicóptero -”israelí, ellos no tienen helicóptero”, aclara orgulloso Marcelo- defendiéndolos. “Fue terrible. La sensación nuestra era sólo de pensar, ‘cuándo llega el final’. Nos preguntábamos los dos, sin hablar, cuándo llega la tzavá. Una situación muy difícil”. La angustia se profundizó al no tener noticias de sus otros hijos, que también viven en Nirim, “Les preguntábamos cómo estaban -dice ella escribiendo en un celular invisible-, y no nos contestaban”, se conmueve. A esta altura, gracias al chat grupal, se iban dando cuenta que los “mejablim” (terroristas) -de vez en cuando se le escapan algunos términos en hebreo por el desarraigo forzoso de su país adoptivo-, estaban avanzando a su zona. “No sabíamos nada de nuestros otros hijos y -se vuelve a quebrar-, ya pensábamos que… -dice negando con la cabeza mientras hace un gesto horizontal con la mano. Detiene por unos segundos el relato como quien no quiere mencionar lo peor-... ya pensábamos que ‘algo’ pasó. Y bueno, así estuvimos. Fue terrible. Fueron 12 horas hasta que el ejército nos pudo rescatar, todavía bajo fuego”.
Cuando ya era casi de noche, los llevaron a otro refugio custodiados por el ejército, “Íbamos en fila: mi hijo con el carrito y el bebé en brazos, mis hijas, y nos encontrábamos con alguna gente que vivía en nuestra zona porque fuimos evacuados parte por parte, después de que el ejército revisaba y limpiaba de terroristas la zona”, reseña Diana una cruda escena que rápidamente lleva a las tristes imágenes de los sobrevivientes rescatados del Holocausto. Allí por fin recibieron agua y comida, pudieron preparar al bebé la mamadera con la poca leche en polvo que tenían, se encontraron con otra gente del kibutz, “y empezamos a escuchar lo que estaba pasando, las atrocidades. Ahí nos encontramos con nuestros dos hijos adoptivos, que nos contaron que les habían tirado dos granadas en la casa y que se habían salvado porque los terroristas pasaron a otra casa”, dice, y agrega angustiada, “Mi hija vive en un ‘moshav’ -como un kibutz, una granja comunitaria, pero no tienen las ganancias en común- y también la incertidumbre que no sabíamos tampoco qué pasaba con ella y con mis otros tres nietos”.
A pesar de que previo al 7 de octubre “las chicas que a diario vigilaban las cámaras de la frontera dieron parte de que todo el tiempo había camionetas con gente sin armas”, no se pudo predecir lo que finalmente sucedió esa madrugada: entraron cerca de 3000 terroristas a la zona, se sabe que 50 de ellos entraron en Nirim, más 40 saqueadores y más de 100 terroristas en el alambrado que rodea el lugar. “Alguna vez se habló de que uno de los planes que tenía Hamas era de conquistar dos o tres kibutz, pero hay que entender que esto no es lo mismo”, explica Marcelo y hace una pequeña pausa para digerir el horror. “Aquí Hamas ha masacrado a 1400 civiles, con una brutalidad y hechos que son indescriptibles, y yo preferiría no entrar en detalles porque son realmente -respira profundo- terribles”. Además de los más de 5000 heridos y 240 secuestrados, “¿Qué es lo que hicieron? ¿El delito fue que eran judíos? ¿que vivía en Israel?”, se pregunta Marcelo. “Esto creo que es una cosa que nadie se la imaginó en el mundo, ni siquiera nosotros que vivimos en ese lugar. Siempre nos sentimos muy seguros pero creo que esto nos ha movido a un lugar en donde la seguridad que sentíamos… vamos a tener que trabajar para que vuelva”.
A los Wasser ya les dijeron que por lo menos un año no van a poder volver a sus casas porque también hay que levantar también toda la infraestructura de los otros kibutzim, pero hay algo mucho más difícil para reconstruir: la confianza. “La suerte que tuvimos nosotros, nuestra familia, fue que tanto nuestros hijos adoptivos y nuestros nietos todos están ilesos -y aclara-, ilesos de cuerpo. Yo creo que a todos en algún momento nos va a venir a la cabeza, ‘Qué nos pasó; qué es lo que sufrimos; y cómo vamos a soportar y pasar este momento’. Creo que no va a ser fácil, no va a ser fácil…”, concluye Marcelo. Ambos no se cansan de repetir que Israel no buscó la guerra. “Nosotros queremos vivir en paz y que la gente y los niños y las madres de Gaza, que no son el Hamas que los utiliza como escudos humanos, también puedan vivir en paz; que ellos también puedan ver a sus hijos florecer, crecer y sonreír”, aporta Diana. Finalmente, casi al unísono ambos recitan, “lo importante es que el pueblo hoy está unido”.