A 15 años de las 60 horas de terror en Bombay: los ataques que marcaron el inicio del terrorismo islámico contra centros poblados

Entre el 26 y el 29 de noviembre de 2008 terroristas tomaron por asalto la capital financiera de la India, jornadas que mantuvieron en vilo al mundo y fueron un aviso de otros luctuosos episodios que se sucederían en Europa

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Una imagen de las consecuencias de los terribles atentados en Bombay  (foto Uriel Sinai/Getty Images)
Una imagen de las consecuencias de los terribles atentados en Bombay (foto Uriel Sinai/Getty Images)

Fueron sesenta horas de terror. Dos días y medio de espanto en los que un grupo terrorista islámico tomó por asalto la ciudad de Bombay, la legendaria capital financiera de la India que hoy se llama Mumbay, y sometió a sangre y fuego a gran parte de la población; se ensañó con los turistas extranjeros, en especial estadounidenses y británicos, y contra la comunidad judía: asesinaron a todos los que pudieron, tomaron rehenes para negociar luego su capitulación o su retirada, o se inmolaron en una lucha sin cuartel con las sorprendidas autoridades. El resultado final del ataque fue el de ciento setenta y tres muertos, trescientos setenta y dos heridos y un número no determinado de terroristas también muertos o detenidos. Son cifras que contradicen los primeros informes oficiales que aseguraban que habían sido asesinadas por los terroristas más de doscientas personas.

La historia oficial dijo luego que el grupo atacante no estaba formado por más de diez terroristas, todos jóvenes, entre los veinte y los treinta años. Nadie creyó ni cree hoy en esa cifra. Los ataques simultáneos en diferentes puntos turísticos, en hoteles de cinco estrellas, en bares y restaurantes frecuentados por turistas y hasta en la central de policía del sur de Bombay, la coordinación de relojería que existió en cada uno de los asaltos, la precisión con la que actuaron, el despliegue de armas que hicieron, fusiles AK 47 e infinidad de granadas y la feroz resistencia que opusieron luego, llevaron a pensar entonces que se trataba de una especie de mini ejército, semi profesional, muy bien entrenado y dispuesto a todo. Incluso, las autoridades hablaron de voces y figuras europeas entre los atacantes: “Ciudadanos británicos participaron de los asaltos”, le dijeron a la diputada del Parlamento Europeo Erika Mann, que estuvo escondida ocho horas entre la cocina y el sótano de uno de los hoteles agredidos, el Taj Mahal, y salvó su vida por milagro. Londres, cauteloso dijo que entonces, a horas de los asesinatos, era “demasiado pronto para confirmar las identidades de los asaltantes, aunque investigamos una posible conexión”.

Pasó no hace mucho y no tan lejos. Todo empezó en la noche del 26 de noviembre de 2008, hace quince años, y todo quedó pronto en el extravío y el relego. Pero fue el punto de partida de los ataques terroristas islámicos contra centros poblados, colmados de turistas, contra la población indefensa, contra espectáculos deportivos o artísticos que, siete años después, en enero de 2015 y en París, provocaron la masacre en el semanario satírico francés Charlie Hebdo, doce muertos y cuatro heridos, y diez meses después, el 13 de noviembre, casi en un calco de los atentados en Bombay, desataron el ataque en el corazón de París a las terrazas de cinco bares y restaurantes, el estallido de explosivos en el Stade de France en el momento en que se disputaba el partido amistoso Francia-Alemania, con la presencia del presidente francés François Hollande y del ministro de Exteriores alemán Fran-Walter Stenmeier, y la toma por asalto de la discoteca Bataclán, donde los terroristas tomaron como rehenes a todo el público que presenciaba un recital de rock. El resultado del ataque: ciento treinta y un muertos y cuatrocientos quince heridos.

El terrorismo islámico había desbordado la cotidianidad.

El saldo final fue de ciento setenta y tres muertos y trescientos setenta y dos heridos. (foto Mandar Deodhar/India Today Group/Getty Images)
El saldo final fue de ciento setenta y tres muertos y trescientos setenta y dos heridos. (foto Mandar Deodhar/India Today Group/Getty Images)

El gobierno indio atribuyó la cadena de atentados al grupo terrorista “Mujaidines del Decán”, casi desconocido entonces y a los dos grupos pakistaníes que más atentados habían cometido hasta entonces en Cachemira y en territorio indio: “L Lashklar-e-Taiba”, o Ejército de los Puros y “Jaish-e-Muhammad” o Ejército de Mahoma. Tampoco descartaban la colaboración con los dos grupos terroristas de los servicios secretos militares de Pakistán, tradicional enemigo de la India.

Los dos grupos están vinculados a Al Qaeda y al movimiento talibán, tienen sus sedes en la frontera afgano-paquistaní, participaban entonces de la guerra en Afganistán, que era su campo de entrenamiento, y se habían atribuido el secuestro y desvío de un avión de India Airlines en Kandahar, en 1999, el ataque suicida al parlamento indio de Nueva Delhi en 2001, un asalto a los trenes de Bombay en julio de 2006 y el ataque a la embajada india en Kabul, Afganistán, en julio de aquel año 2008.

Todo empezó a las nueve de la noche del 26 de noviembre, cuando una docena de terroristas llegaron a Bombay por mar, en uno de los muchos barcos pesqueros de la zona de Gujarat, un estado industrializado de la India. Desde allí, usaron botes inflables para llegar a la costa de la ciudad. Iniciaron entonces una masacre, dispararon con sus fusiles automáticos a todo el mundo, en sitios frecuentados por civiles, cafés, bares, restaurantes, la estación de tren, hoteles y dos hospitales, Y tomaron rehenes. Los primeros en enfrentarlos fueron comandos de la marina india que, dijeron luego, quedaron sorprendidos por el grado de adiestramiento de los terroristas y por el armamento del que disponían.

El hotel Taj Mahal, escenario de duros combates. Los terroristas tenían en sus planes volarlo por los aires (foto Uriel Sinai/Getty Images)
El hotel Taj Mahal, escenario de duros combates. Los terroristas tenían en sus planes volarlo por los aires (foto Uriel Sinai/Getty Images)

Minutos después del primero de los ataques, otros cinco terroristas llegaron al popular “Leopold Café” y balearon a los clientes, cinco minutos más tarde, dos atacantes llegaron al edificio del centro judío ortodoxo Nariman House, también se menciona como “Casa Chabad”. Lanzaron una granada contra una estación de servicio vecina y entraron a la residencia judía: asesinaron allí al rabino Gavriel Holtzberg y a su mujer, Rivka. Su hijo de dos años, Moshe, que hoy tiene diecisiete, salvó su vida porque la cocinera de la casa alcanzó a huir con él en brazos hacia un sitio seguro. El rabino Holtzberg, de veintinueve años, había nacido en Israel y había pasado parte de su formación en Argentina, en 1993.

Otro grupo de atacantes baleó a los pasajeros que esperaban micros y trenes en la estación Chhatrapani Shivaji y dejaron allí varios muertos y heridos. A las nueve y media de la noche, media hora después del inicio del ataque, los terroristas llegaron al lujoso Hotel Taj Mahal y lanzaron granadas y dispararon sus armas en el lobby. Lo mismo hicieron en el hotel Oberoi/Trident. Balearon desde un taxi la estación de trenes del barrio Vil Parle y asediaron el hospital Cama y Albless, donde abrieron fuego dentro y fuera de las instalaciones. A las diez y media de la noche atacaron el Metro Cinema y cerca de las once, hirieron a dieciséis personas en la zona de Wadi Bunder: dispararon desde un taxi después de asesinar a su chofer, según reconstruyó luego un meticuloso artículo de The Independent, de Londres.

La policía informaba entonces que había numerosos muertos entre los atacantes y muchos más entre los turistas, pasajeros y personal de los hoteles y bares diezmados por las balas. También confirmaron que en la lucha entablada en las calles de Bombay, que era para entonces un escenario de guerra, había muerto el jefe de la brigada antiterrorista de la ciudad, Hemant Karkare.

Gavriel Holtzberg, el rabino asesinado por los terroristas islámicos
Gavriel Holtzberg, el rabino asesinado por los terroristas islámicos

Ocho minutos después de iniciado de la medianoche, ya jueves 27, un coche bomba estalló cerca del aeropuerto y desde las ventanas del copado hotel Taj Mahal los terroristas lanzaron varias granadas a la policía. Fue la señal de partida para una larga batalla de recuperación de la ciudad. Uno de los huéspedes británicos del Taj Mahal logró escapar de su escondite y dijo a la televisión india que los terroristas tomaban rehenes británicos y estadounidenses, después de pedir sus pasaportes a todos los pasajeros. Las primeras informaciones cifran ya en ochenta el número de muertos.

A las dos y media de la mañana, veinte turistas que se habían escondido en la biblioteca del Taj Mahal logran escapar ayudados por la policía india. A esa hora, los Mujaidines del Decan envían un e-mail a los medios locales: se atribuyen el ataque y exigen, a cambio de los rehenes, la liberación de todos los mujaidines presos en la India. La policía admite que once de sus hombres han muerto en la batalla.

A las nueve, las autoridades confirman la muerte del rabino Holtzberg y de su mujer. El nudo de la batalla está las cuatro de la tarde en el Hotel Taj Mahal. Las autoridades indias tienen la certeza de que días antes del ataque terrorista, un grupo de adelantados tomó una habitación del hotel, como pasajeros comunes, y la convirtió en un arsenal de armas y explosivos. Como si se tratara de una escena de la Segunda Guerra, la policía y el ejército indio lanzan una ofensiva contra el hotel. Algo parecido sucede en el Oberoi, donde ya el ejército controla, casi, el edificio, menos los pisos cinco, seis y siete, pero se ven llamas en el piso más alto y la información que difunden los medios dice que la policía combate cuarto por cuarto. A las ocho de la noche, anuncian que cuarenta y cinco rehenes han sido liberados en el Oberoi: otros treinta y cinco permanecen en manos de sus captores. A esa hora, los muertos suman ya ciento diecinueve: diez, lo fueron en la estación de tren.

A las once de la noche, y por segunda vez, la policía anuncia que la toma de rehenes en el Taj Mahal ha terminado. No es así. Allí, la batalla continúa y es intensa. La lucha sigue también en el centro judío conocido “Nariman House”, un edificio de dos plantas donde tenía su casa el rabino Holtzberg y seguirá hasta las seis de la tarde de mañana: por ahora, ocho rehenes son liberados de su cautiverio por la policía. Una de las huéspedes rescatadas del Taj Mahal revela detalles terribles del ataque: dice que todos los jóvenes chefs del hotel habían sido masacrados en la cocina.

Los atentados de Bombay marcaron el inicio de otros ataques terroristas a centro poblados (foto Uriel Sinai/Getty Images)
Los atentados de Bombay marcaron el inicio de otros ataques terroristas a centro poblados (foto Uriel Sinai/Getty Images)

A las siete y media de la mañana del viernes 28 un helicóptero sobrevuela el techo de la casa del rabino Holtzberg, bajo fuego de francotiradores de la policía, y un comando baja hasta el techo. La policía asegura que ya controla los dos pisos superiores: van a desalojarlo desde arriba hacia abajo. Las cifras policiales cuentan hasta ahora ciento ochenta y tres muertos y doscientos ochenta y ocho heridos. Recién a las seis de la tarde, las tropas indias derrumban una de las paredes del centro judío y minutos después salen del interior mientras disparan sus armas al aire: es la señal que dice que el edificio fue recuperado y que no quedan allí terroristas vivos: eran dos. También quedan allí seis rehenes asesinados. También rescatan de su escondite al Moshe Holtzberg, de dos años, hijo del rabino asesinado junto a su mujer, y a la cocinera india que le salvó la vida. El chico, ahora huérfano, aparece con las ropas manchadas con la sangre de sus padres.

Cerca del mediodía, en el hotel Oberoi, las autoridades anuncian el rescate de noventa y tres huéspedes, entre ellos la de los pilotos y las tripulaciones de las líneas aéreas Lufthansa y Air France, pero en el Taj Mahal se oyen dos explosiones tremendas y la policía corta el agua y la electricidad en el hotel: un vocero policial dice que hallaron quince cadáveres en el lobby de ese hotel que, a las siete de la tarde, es invadido por las tropas policiales y del ejército que arrojan granadas hacia el interior: presumen que todavía hay al menos un terrorista atrincherado en el salón de fiestas.

Recién a las seis de la mañana del sábado 29, se conoce parte del plan de los atacantes: querían volar el hotel Taj Mahal. La información, publicada por el diario Times of India, la dio a la policía uno de los pocos terroristas capturados, Azam Amir Kasav, un paquistaní de veintiún años. Una hora y media después, en ese hotel, la policía con perros recorre los pisos uno a uno en un combate cara a cara con los terroristas. Uno de ellos es arrojado a la calle, se presume que ya muerto, desde las ventanas de los pisos superiores: las tropas indias están horrorizadas: encuentran cadáveres en todas las habitaciones. El saldo de muertos es en ese momento de ciento noventa y cinco, pero las autoridades advierten que pueden llegar a superar los doscientos. El hotel parece un edificio bombardeado. Con el Taj Majal libre de atacantes, algo parecido a la normalidad empezó a ganar las calles de Bombay después de una batalla de sesenta horas.

Homenaje en Bombay a las víctimas de los ataques. (foto Shriya Patil Shinde/India Today Group/Getty Images)
Homenaje en Bombay a las víctimas de los ataques. (foto Shriya Patil Shinde/India Today Group/Getty Images)

Las investigaciones posteriores dejaron en claro, o intentaron hacerlo, algunas pocas cosas: los invasores de Bombay prepararon la operación durante meses; estaban muy bien entrenados y armados, con seguridad fuera de la India; usaron un barco madre y botes inflables para llegar a la ciudad desde el mar; varios días antes un grupo de atacantes se registró como turistas comunes en los hoteles atacados y, en algunos casos, transformaron las habitaciones en un arsenal de armas y explosivos; no tenían contemplado el suicidio, nunca renunciaron a un plan de escape también preparado con rigurosidad; intentaban crear el mayor caos posible en la capital financiera de la India y destruir, si era posible, los edificios más simbólicos de la ciudad y de la comunidad judía; buscaron entre los rehenes a capturar a ciudadanos estadounidenses, británicos e israelíes.

La única reivindicación que plantearon, de imposible cumplimiento como era la de la liberación de todos los mujaidines presos en la India, no reveló cuáles eran los objeticos políticos del ataque, si los había. Fue una de las primeras operaciones de los “Mujaidines del Decan” y por entonces eran casi desconocidas sus vinculaciones con otros grupos terroristas, en especial con organizaciones pakistaníes.

El entonces primer ministro indio, Manmohan Singh, señaló horas después de que la policía y el ejército recuperara el control de la ciudad, que los terroristas “llegaron de afuera”. Hablaba, sin nombrarlo, de Pakistán. Y dijo también que el ataque tenía que ser analizado con la perspectiva de la dificultad que tenía la India para hacer frente al terrorismo, desatado en regiones con influjo y proyecciones indias, pakistaníes y chinas, expresada entonces a través de una guerrilla maoísta de origen bengalí, y en la vigencia de las minorías musulmanas en estados nororientales muy pobres y atrasados, donde reinaban los grupos armados independentistas como el Frente Unido de Liberación de Assam.

Se trataba, dijo el primer ministro, de “un gran número de guerras de baja intensidad, en su mayor parte ignoradas por el resto del mundo”. India las padece desde su nacimiento como nación independiente, en 1947, bajo el designio de un líder de la paz como Mahatma Gandhi.

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