Lo primero que hay que decir para empezar a contar su historia es que Margarita Graziana Di Tullio odiaba el alias de “Pepita la pistolera” que se había ganado a tiros. Si bien servía para considerarla una dura del hampa, no le agradaba para nada porque era una copia con el que la habían bautizado los medios allá por los ‘80 a una adolescente de 16 años que asaltaba farmacias con su banda para drogarse, y luego violaba y mataba por placer en la zona de Grand Bourg, Tortuguitas, Los Polvorines, San Miguel y Villa de Mayo.
“Marga”, tal su apodo original como la llamaba su familia y su círculo, repetía siempre que solo respetaba a los delincuentes con códigos y consideraba que esa otra Pepita nunca los había tenido.
Por supuesto que más allá de sus negativas, el mote sirvió para identificarla hasta su muerte, no solo por el mundo delincuencial, sino también por la policía de Mar del Plata y sus vecinos, de donde era oriunda, ciudad en la que comenzó con el robo cuando era apenas una niña. Antonio Di Tullio, su padre, un italiano casado con Irene Shoinsting conocida como Kita, esperaba ansioso aquel 15 de junio de 1948 el nacimiento del hijo varón porque ya tenían a Alicia, la hermana mayor, pero llegó Margarita y no le hizo gracia.
Digamos que con el tiempo no le importó demasiado y desde pequeña la inició en el boxeo con la excusa de que de esa manera se iba a poder defender de aquellos que podían hacerle daño, pero también para que se enfrentara a golpes por plata vestida como un varón, sin importarle si el contrincante era más grande que ella en edad y en tamaño. Así, con apenas siete años la niña comenzó con delitos menores: se llevaba las limosnas en la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes. Y pocos años después su padre le enseñó a manejarse con armas de fuego dando origen al mito.
La familia vivía en la zona del puerto, donde luego Marga se movería como pez en el mar. Era adolescente cuando robaba a turistas, su papá le dio una trompada en la cara que la lastimó seriamente, y entonces decidió irse de su hogar para siempre. En 1966 fue presa por primera vez por el robo a mano armada de un auto. Fue a parar al penal de Dolores y no le costó sobrevivir tras las rejas, digamos que le sirvió de aprendizaje la vida dura en la cárcel que forjó aún más su carácter.
Tres años más tarde volvió a caer presa por asaltar parejas que se prodigaban amor en los autos estacionados en la costa marplatense. Sabía que fruto de la pasión siempre las encontraría con la guardia baja y lo disfrutaba: “Los interrumpo un instante, si quieren vestirse para darme todo los espero, si no, así desnuditos está bien”, solía bromear a sus víctimas.
En lo referente a su vida sentimental, se había casado con un suboficial de la Armada de apellido Moreno, pero la relación no se mantuvo durante mucho tiempo. Margarita se aburría porque él era demasiado formal y recto para su gusto. Entonces también dejó ese otro hogar para comenzar un derrotero por el mundillo de la noche. Y fue lo que por entonces se llamaba “copera”, una mujer que con habilidad hacía consumir bebidas alcohólicas a sus clientes en cabarets, pero aseguran que se iba con aquellos que le gustaban, no aceptaba a cualquiera.
En Mar del Plata también conoció a Guillermo Cabrera, se enamoró y hasta tuvo un hijo con él, al que llamaron Guillermito. Estaban juntos cuando la policía la detuvo en 1969 por aquellos asaltos a parejas en la intimidad. Por todos esos hechos ella volvió a prisión en 1971 hasta 1976. Cuando salió en libertad e intentó alejarse del delito conoció a Horacio Triviño, con quien volvió a ser madre, esta vez de Gabriel, y luego volvió a separarse.
Tiempo después se cruzó en su camino Guillermo Schelling, un hombre de mar experto en la pesca, quizá el más importante en su vida sentimental y empresaria. Un par de años más tarde fruto del amor nació Gustavo, y la pareja concretó el ansiado sueño del club nocturno propio al que llamaron Neisis. Mientras la relación se afianzaba llegó otro hijo, Mauricio, y a nivel trabajo siguieron creciendo e inauguraron otro cabaret, Rumba, ex Akadama, también en las inmediaciones del puerto.
Marga seguía creciendo como empresaria de la noche marplatense con sus night club y un determinado día decidió “contratar” a Alejandro “El Tarta” Lozada, un personaje de la noche que pensó que podría brindarle seguridad personal y también en sus boliches, ordenando a las mujeres que trabajan allí y también poniéndolo un poco a cargo del pool llamado “444″, que el “matrimonio” Di Tullio-Schelling compartía en sociedad con un hombre de apellido Baloizian. “El Tarta” solía moverse junto a su novia de entonces Mónica Strapko, Mariano, su hermano y un amigo, Américo Córdoba.
Pero a poco de desempeñarse para Pepita, Lozada conocido por ser un matón agresivo y belicoso, comenzó a generar un conflicto tras otro y Margarita le dijo “basta para mí”. Pactó una “indemnización” para sacárselos de encima de 300 dólares, al parecer no se había cumplimentado en su totalidad y eso generó rispideces.
Ante esa situación, el 20 de agosto de 1985, los tres secuaces, esta vez sin la compañía de Strapko, decidieron visitar a Di Tullio en el departamento donde vivía con el Negro Schelling. Años después, sentada en la mesa de los almuerzos de Mirtha Legrand, Pepita contó que los tres llegaron armados y arremetieron contra su marido con violencia bajo el grito “¡decínos dónde está la guita, carajo!”. Astuto, Schelling le susurró a “La pistolera” al pasar “buscá la máquina”. “Agarren el toco que vinieron a buscar y váyanse de una vez”, les gritó ella más fuerte aún. Según su testimonio ellos le respondieron que se iban a ir, pero después de violarla a ella y a sus hijos. Entonces afirmó que tomó la decisión de empezar a disparar. Sacó el arma de debajo del colchón y la arremetió a balazos contra ellos. Creyó que los tres habían caído muertos. Pero según ella “uno se levantó y me puso el fierro entre los ojos... Él temblaba, entonces le agarré la mano, le di vuelta el arma, le apunté a la cabeza, le dije ‘te mato’, y tiré”.
Luego se demostró a través de las pericias correspondientes que había matado solo a dos. Los investigadores determinaron que en el lugar del hecho había otra arma que pertenecía a Schelling y que habían disparado con ella. Pepita fue juzgada por exceso en la legítima defensa y luego de marchas y contramarchas en la justicia sentenciada a tres años de prisión en suspenso. Fue clave para que le redujeran los años de condena el testimonio de “La Polaca”, quien la mañana en la que se produjeron los hechos se encontraba en el lugar porque vivía allí. Era una joven que en su momento Marga supo traer de Misiones para trabajar en sus clubes, pero que luego adoptó y trató como a una hija.
El diario La Capital de Mar del Plata cubrió como nadie todos los acontecimientos relacionados con la vida de Pepita. El periodista Fernando del Río narró en cuatro capítulos imperdibles en marzo de este año todo lo que se pretenda saber sobre ella. Por eso redactó cuando la pistolera volvió a ser detenida en 1985 que “en la crónica policial publicada el viernes 23 de agosto el periodista Heberto Calabrese llegó a la conclusión de que Margarita Di Tullio era la misma mujer que 16 años atrás había sido detenida por asaltar a mano armada a parejas en la costa. Entonces, tuvo la ocurrencia de llamarla Pepita La Pistolera, la protagonista de una canción mexicana que alcanzó el éxito en 1959. La cantaba Ana María Cachito y decía ‘pues ya llego la fiera, Pepita La Pistolera// Andele manito, que quieren con eso matones, que las mujeres también matamos’”. Esta es la verdad acerca del origen del seudónimo de Margarita.
Con el tiempo su relación con el Negro Schelling –luego muerto trágicamente al caer de un quinto piso de un edificio en medio de una depresión severa- fue en declive, vivieron episodios de violencia y terminaron separados. Margarita empezó a salir con el Oveja Gómez, un marginal más joven que ella y siguió al frente de sus cabarets. Se la cuestionó por explotación sexual, por proxeneta y por trata de personas, se dijo que estaba en la compra y venta de drogas, pero ella se las rebuscó siempre para seguir adelante y en libertad, gracias a protección policial y corrupción reinante, no solo en Mar del Plata, sino en toda la zona sur de la costa atlántica.
Vivió alguna que otra detención junto al Oveja por la sospecha de haber asaltado una farmacia, donde luego se comprobó que no habían sido ellos. También allanaron su casa, encontraron una importante cantidad de marihuana, pero se terminó comprobando que no era de su propiedad.
Cuando empezó a salir con un tal Pedro Villegas no le fue bien. En el 95 terminó detenida junto a él en Comodoro Rivadavia, luego de una investigación. En el auto en el que se movían la policía secuestró un revolver calibre 38 y 100 gramos de cocaína. Allanada la vivienda donde residían se encontró una cantidad similar de droga.
Llegaría otro momento trágico en su vida cuando se produjo el homicidio del fotógrafo José Luis Cabezas de la revista Noticias el 25 de enero de 1997 en una cava de General Madariaga cercana a Pinamar. Lo habían secuestrado al llegar a su casa luego de concurrir a la fiesta de cumpleaños del empresario postal Oscar Andreani. Como la “maldita policía” de esa época estaba involucrada, se buscó un chivo expiatorio ante la orden el gobernador de la provincia de entonces, Eduardo Duhalde que ordenó un rápido esclarecimiento. Y el prontuario de Pepita y de Villegas estaba bastante sucio como para convertirlos en sospechosos en menos de lo que dura un chasquido.
Así apareció como por arte de magia un nombre, el de Carlos Redruello, un “buchón” de la policía detenido en Punta Alta, que dijo haber estado infiltrado en el ambiente más cercano a Pepita y oyó allá por 1996 que “había que sacar del medio al chabón de Noticias”. Se habló de que ella lideraba la gavilla que mató al reportero de la que también formaban parte, además del mencionado Villegas, Flavio Steck, el uruguayo Luis Martínez Maidana y Domingo Dominicetti.
Así, el comisario Víctor Fogelman que actuaba bajo las órdenes del juez José Luis Macchi detuvo a todos bajo la sospecha de que Cabezas los extorsionaba y entonces se vengaron. Se secuestraron armas y la propia policía informó que la hallada en poder de Martínez Maidana había sido usada para matar al fotógrafo. Cuando en realidad los realmente culpables liderados por el policía Gustavo Prellezo lo ejecutaron con una pistola, y luego de matarlo le dispararon con otra para en el futuro “plantársela” a alguien y decir que era el asesino, tal como ocurrió.
Se terminó comprobando la verdad y la investigación terminó apuntando al empresario Alfredo Yabrán y un grupo de matones policías, pero Margarita las pasó feas en la cárcel de Dolores, más allá de haber estado allí y que otras presas la reconocieran y le brindaran protección. Finalmente salió en libertad y se convirtió en atracción de la tevé.
El periodista Rodolfo Palacios contó en varias oportunidades que Pepita preparaba un libro con su vida que nunca llegó a publicarse. Y que le confió la anécdota con la que iba a comenzar la obra: “El día que me invitaron a la mesa de Mirtha Legrand tomé cocaína en su cara. Me metía el polvo blanco debajo de la uña del meñique y aspiraba. En un corte, Mirtha me preguntó si me picaba la nariz. Hoy me arrepiento de eso, pero venía de estar presa pese a ser inocente y mi cabeza estaba en cualquier lado”, dichos que con el tiempo desmintió su hijo Gabriel.
En 1999 se involucró y fue fundamental su participación como defensora de las prostitutas que habían sido asesinadas por el denominado “Loco de la ruta”, un misterioso asesino serial “creado” por la Policía Bonaerense para ocultar la extorsión por dinero que se ejercía hasta desde lo judicial sobre las trabajadoras sexuales.
Pepita se volvió a enamorar. Esta vez de un tal Rubén Darío Cortés, bastante más joven que ella y se la notaba feliz, quizá en su mejor momento romántico. Pero él en 2002 chocó en la costa marplatense y perdió la vida. Volvió a vivir otro shock que la devastó cuando en 2007 murió Fabián Cabrera, su primer hijo en San Juan.
En 2006 cuando se produjo el robo al Banco Río volvió a comprobar lo que pensaba de Alicia, su hermana mayor. Margarita nunca se llevó bien con ella, la calificaba de buchona porque desde niña la delataba ante sus padres contándoles con qué chicos salía. Alicia luego fue la mujer de Alberto De la Torre, uno de los principales acusados y condenados por aquel asalto, y le contó a la policía luego de sospechar que él la había engañado con otra, que su marido había escondido seiscientos mil dólares dentro de una heladera de su casa. Eso provocó que cayera preso él y toda la banda.
Margarita viajaba seguido a San Juan porque tenía otro amor y en julio de 2009 padeció un colapso cerebral en esa provincia. Más allá de la gravedad fue trasladada al Hospital Privado de Comunidad de Mar del Plata, y falleció el 30 de noviembre de 2009. Tenía 61 años.
Al velatorio concurrieron las chicas de sus clubes nocturnos, hubo música de Sandro y hasta un loro cantó la marcha peronista, según relatan las crónicas de la época. Además se bebió champagne, bebida que se derramó sobre el cajón cuando en el cementerio Colinas de Paz fue sepultada junto a sus padres. Gabriel Triviño, uno de sus hijos, la recordó siempre con mucho cariño: “Mamá fue un ser luminoso fuera de la actividad delictiva. Nos llevaba al colegio, nos ayudaba a hacer la tarea. No vamos a negar que tenía sus cosas, pero la amábamos tal como era”.