Tuvieron que pasar varias décadas para que pudieran conocerse algunos secretos de la Administración del presidente John Fitzgerald Kennedy, asesinado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963, y sustituido por su vicepresidente Lyndon Baines Johnson. Por ejemplo que Kennedy pensaba reemplazar a Johnson como su compañero de fórmula para las elecciones presidenciales de 1964.
El tiempo tiende a despejar la bruma y van surgiendo frases, conceptos, entrevistas, que relatan la verdad o parte de la verdad de la época. Evelyn Lincoln, la secretaria de Kennedy, testigo y depositaria de varias confesiones de Camelot (muchas de ellas sustentadas en las cintas que se grababan en la Casa Blanca y que se llevó a su casa y en sus diarios íntimos), relató en su libro de memorias “Kennedy and Johnson” que el 19 de noviembre de 1963 (dos días antes del viaje a Texas) que Kennedy le dijo: “Necesitaré como compañero de campaña a un hombre que crea en las cosas que yo creo”.
Preguntado por Evelyn Lincoln a quién prefería, Kennedy le respondió: “En este momento, en el gobernador Terry Sanford, de Carolina del Norte, pero no será Johnson”. Sanford era en esa época un político muy reconocido. Años más tarde, el ex presidente Bill Clinton diría que fue uno de los hombres más influyentes de los Estados Unidos de los últimos 50 años del Siglo XX. Y el senador John Edwards (ex candidato a la vicepresidencia en 2004) afirmó que era “un héroe político”.
La sucesión de Kennedy
El destino lo señaló a Johnson y él heredó el legado de Kennedy. Fue sin beneficio de inventario. Entre las situaciones que tuvo que afrontar –por más que los biógrafos de Kennedy apenas lo reconozcan—estuvo el conflicto de Vietnam. Autores estadounidenses como Seymour M. Hersh consideran que Kennedy fue el responsable directo del derrocamiento y asesinato de Ngo Dinh Diem, presidente de Vietnam del Sur. Para Hersh y otros historiadores, el 2 de noviembre de 1963 (20 días antes del asesinato de Dallas) “la caída de Diem significó un giro decisivo en la que de repente dejó de ser una guerra vietnamita y se transformó en una contienda norteamericana.
Antes de ser asesinado, Kennedy le diría al periodista, y amigo, Charles Bartlett una opinión que con el tiempo también marcó a Johnson. Kennedy dijo: “Charlie, no puedo dejar que los comunistas se apoderen de Vietnam y luego pedir a esa gente (los electores norteamericanos) que me reelijan. De un modo u otro tenemos que conservar ese territorio durante la elección de 1964. Ya hemos cedido Laos a los comunistas, y si entrego Vietnam no podré realmente presentarme ante el pueblo. Pero no tenemos futuro allí [los survietnamitas] nos odian. Quieren que nos vayamos. En algún momento nos echarán de una patada en el culo.”
Cuando Kennedy murió había 16.500 soldados estadounidenses en Vietnam del Sur y ya realizaban operaciones aéreas sobre objetivos del vietcong. En julio de 1965 habían sido enviados 65.000 soldados y a fines de 1967, 500.000. En los días finales de la guerra, con Richard Nixon, los EE.UU. llegarían a tener un millón de soldados peleando contra el Viet Cong (VC, Victor Charlie para los americanos).
Durante ese 1965, los norteamericanos no pensaban que la guerra podría durar tanto tiempo. Los altos funcionarios de Hanoi dirían otra cosa. Uno de sus cancilleres, más tarde, opinó: “Sabíamos que no se quedarían en Vietnam para siempre, pero Vietnam debe quedarse en Vietnam para siempre”.
Con la guerra de Vietnam, finalmente, se concretó aquello que había imaginado el ex jefe del KGB, Alexandr Nikolayevich Shelepin en 1961: “Crear circunstancias en diferentes áreas del mundo que podrían ayudar a desvirtuar la atención y las fuerzas de los Estados Unidos y sus aliados, y podrían restringirlos durante el arreglo de un tratado de paz para Alemania y Berlín Occidental.” La disputa por América Latina también ayudaba al jefe del KGB.
Frondizi y Kennedy
El 20 de enero de 1961, cuando Kennedy tomó posesión del cargo, Arturo Frondizi era el presidente de la Argentina y mantuvo con él una relación dual: importante en lo económico y ambiguo en lo político. Frondizi no le otorgaba al régimen castrista el valor negativo que anidaba en su interior. Lo reconocería años más tarde. Ignoraba, como lo he contado en “Fue Cuba”, que el comandante Ernesto Guevara durante la noche del lunes 4 de enero de 1960 disertó sobre cómo había que hacer la revolución armada en la Argentina. El escritor y periodista Osvaldo Bayer era, en ese momento, el secretario general del Sindicato de Prensa de la Argentina y era, también, uno de los cinco muchachos que escuchaban casi sacrosantamente los disparates del dueño de casa.
El encuentro lo contó infinidad de veces años pero en un reportaje realizado el 10 de febrero de 2009, Bayer va a identificar a los presentes: “Estaba Sara Gallardo (muerta tan joven), el secretario general de los canillitas, una delegada de los textiles, un delegado de los metalúrgicos, y yo como secretario general del sindicato de prensa. Invitaron a cuatro sindicalistas”. También va a relatar que estuvo presente, porque se coló, Susana Piri Lugones, la pareja de Rodolfo Walsh. Frondizi recibió a Guevara secretamente en Olivos en agosto de 1961 y rechazo romper relaciones cuando la mayoría del continente latinoamericano lo exigía. En marzo de 1962 las FF.AA. lo derrocaron.
Durante su corto período presidencial, John Fitzgerald Kennedy realizó tres visitas a países latinoamericanos. Tenía para con sus mandatarios o sus países una consideración particular. No fueron visitas muy largas. El valor de la presencia no se centraba en el tiempo de permanencia sino en los encuentros personales, las palabras pronunciadas. Las tres naciones fueron Venezuela, Colombia y México. Si hay un mandatario por el que John Kennedy profesaba un sentido reconocimiento y no pudo visitar su país, ese presidente fue el peruano Manuel Prado Ugarteche. Perú tuvo una actitud francamente decidida frente a la cuestión cubana, uno de los temas más importantes de la agenda de la Casa Blanca.
El presidente Kennedy tuvo con Brasil una relación tormentosa, infectada por la “cuestión cubana” y la posición de Itamaraty en los días de la Crisis del Caribe de octubre de 1962. A tal punto llegó la situación que Kennedy analizó la posibilidad de un golpe militar que sacara del poder al presidente Joao Goulart. Varias décadas más tarde, cuando las grabaciones realizadas en el Consejo Nacional de Seguridad (NSC) salieron a la luz, se pudo observar el fuerte desagrado de la Casa Blanca para con el mandatario brasileño que había visitado Washington el 3 de abril de 1962. El 11 de diciembre de ese año, el Comité Ejecutivo (EXCOMM) del Consejo de Seguridad Nacional se reunió para evaluar las tres alternativas de política con Brasil: 1°) “no hacer nada y dejar que continúe a la deriva la actual situación; 2) colaborar con elementos opositores brasileños hostiles a Goulart con miras a lograr su derrocamiento; 3) buscar cambiar la orientación política y económica de Goulart y su gobierno”.
El 13 de diciembre de 1962, Kennedy dijo al ex presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek que la situación en Brasil le preocupaba más que Cuba. El 17 de diciembre de 1962, Robert Kennedy mantuvo un largo encuentro con Goulart en el Palacio da Alvorada en la que le hablo de las dificultades –”graves dudas”-- de las relaciones bilaterales, en la medida en que continuaran existiendo “signos comunistas o de extrema izquierda nacionalistas por la infiltración que tenía su gobierno”. Fue cuando Goulart se extendió en una larga defensa de su gobierno y Kennedy le pasó una nota al embajador Lincoln Gordon diciendo: “Parece que no vamos a ninguna parte.” Robert Kennedy diría luego de la reunión que estaba que Goulart era “un Jimmy Hoffa brasileño.” Es decir un mafioso. Entonces, bajo la supervisión del embajador Gordon, en las semanas siguientes la embajada de EE.UU. en Brasil preparó una serie de planes alternativos. El 22 de noviembre de 1963 envió a Washington un memorándum con “un fuerte énfasis en la intervención armada.” Kennedy no alcanzo a leerlo porque ese mismo día fue asesinado en Dallas, Texas.
El presidente argentino Humberto Illia llegó a la Casa Rosada con el 25% del apoyo del electorado cuatro meses antes del asesinato de Kennedy, gracias a la proscripción del peronismo. En el archivo de la Inteligencia checoslovaca se encuentra un documento interesante, titulado “Situación interna en el Gobierno argentino”, para observar la visión de la inteligencia del Pacto de Varsovia y castrista con respecto al gobierno de Arturo Humberto Illia. Es el extracto del informe N° 26 de La Habana del 7 de febrero de 1964: “En el Gobierno argentino los personajes fuertes son – el Vicepresidente PERETTE, el ministro del Interior PALMERO y Facundo SUÁREZ el Presidente de la Compañía Petrolera Estatal (YPF). En el Parlamento PERETTE dijo que renunciaría, si no se consideraba el programa de la Unión Cívica Radical, el que tomaba en cuenta algunos aspectos nacionalistas. En lo que se refiere a las fuerzas armadas, la situación está algo tensa. El Gobierno del presidente Illia en ese sentido avanza lentamente. No está retrocediendo de sus posiciones, pero espera el momento, en el cual los comandantes actuales sean relevados”.
Conflicto por el petróleo
En cuanto a la personalidad del vicepresidente de la Nación, los historiadores Escudé y Cisneros observaron de Carlos Perette una faceta a tener en cuenta: “Aunque el Departamento de Estado percibió con agrado el agresivo rol anticomunista de Perette, su perfil ´rabiosamente ultranacionalista´ fue una potencial fuente de fricción en las relaciones del gobierno de Illia con Estados Unidos. Perette evaluó la moderación, responsabilidad y razonabilidad de Illia -rasgos alabados por el Departamento de Estado- como la ´indecisión de Mahatma Gandhi´. En contraste, Perette fue caracterizado por Washington como ´un oportunista orgulloso, cambiante y ambicioso, forzado a convertirse en un estadista internacional´”.
Este perfil de Perette fue entregado al Departamento de Estado porque el vicepresidente argentino buscaba una entrevista con John F. Kennedy en noviembre de 1963. La reunión nunca se realizó porque el presidente Kennedy fue asesinado el 22 de noviembre de 1963. Al vicepresidente Carlos Perette le tocó encabezar la delegación argentina a las exequias del presidente asesinado. Durante su estadía en Washington no mantuvo conversaciones bilaterales que pudieran llamar la atención. Así se desprende de una larga entrevista que le hizo radio Rivadavia el 2 de diciembre a las pocas horas de volver de los EEUU. El vicepresidente no pudo nombrar a ningún mandatario con el que se hubiera encontrado. En esas semanas el gobierno argentino había anulado los contratos petroleros firmados en la época de Frondizi (que reportaron el autoabastecimiento petrolero), generando todo tipo de presiones y molestias de parte del propio Kennedy.
Tanto es así que, en la primera quincena de octubre de 1963, llegó a Buenos Aires el subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, Averell Harriman, y se entrevistó con el primer mandatario argentino. En esa ocasión, de parte de Kennedy, le dijo que un contrato no podía ser anulado por una de las partes sin intervención de la Justicia. La respuesta de Illia se basó en razones políticas que estaban por encima de cualquier razón jurídica. Como toda explicación a la ciudadanía, el Ministerio de Economía emitió un comunicado dando a entender que las conversaciones entre el gobierno argentino y Harriman habían ingresado en punto muerto. Unos días más tarde se conoció que el fracaso de la gestión Harriman en la Argentina favoreció a los adversarios del programa de ayuda exterior impulsado por la administración Kennedy.
Un día después de la anulación de los contratos petroleros, el 16 de noviembre de 1963, el embajador norteamericano Robert McClintock comunicó al presidente Illia que el gobierno de Estados Unidos suspendía la ayuda económica debido al hecho. El mandatario argentino le contestó que la decisión del gobierno era irreversible, lo que provocó el retiro del diplomático unos meses más tarde. Durante un reportaje realizado por “El Tribuno” de Salta y que fuera difundido el 2 de abril de 1964, Mc Clintock sostuvo: “En cuanto a inversiones de capital norteamericano no hay ningún interés en el país. Ello se debe a la anulación de los contratos petroleros. Los norteamericanos consideran que los convenios son sagrados y deben cumplirse. La medida dispuesta por la Argentina ha hecho perder la confianza y hay una contracción en las posibles inversiones que podrían haberse hecho en el país.” El politólogo francés Alain Rouquié consideró que la anulación de los contratos hizo caer drásticamente el nivel de las inversiones extranjeras en la Argentina: de 120 millones de dólares en 1962 a poco menos que 33 en 1964.