Como todos los sábados, Agustín asiste a sus clases de Tecnología Educativa. Nació en Villa 20 y desde chico siempre le interesó el mundo de la robótica, la programación y la ciencia. Con tan sólo 12 años, quiere ser ingeniero y aprender todo lo que esté a su alcance. “Mi sueño es primero estudiar Ingeniería Electrónica, crear, inventar y pensar sobre todo eso, y ser alguien”, cuenta con mucha motivación. Fue a mediados de 2022 que se sumó al taller de Atalaya, un lugar que le permitió desplegar su vocación tecnológica, y próximamente empezará su primer año en la Escuela Técnica Otto Kraus.
Cristina Maciel trae a su hija de 10 años al espacio de Robótica. Es de Paraguay y hace veinte años que vive en Villa 20, donde se instaló para buscar un futuro mejor. Luego de su reciente embarazo, se dedicó a ser ama de casa y cuidar a sus cuatro hijos. Sin embargo, las ganas de formarse no faltaron y empezó junto a otro grupo de mujeres del barrio a conocer sobre el manejo de computadoras y el uso de Internet.
Uno de sus mayores problemas al llegar al barrio de emergencia fue la falta de comunicación con su familia al no contar con señal ni wifi: “Cuando conectaron Internet me sentí súper contenta, porque iba a poder comunicarme con mi familia en Paraguay, yo soy la única que está acá. Los chicos también pueden ver su tele, jugar con la tablet, que antes el gobierno se las dio pero no podían usar porque no tenían Internet. Es impresionante porque todo lo que antes buscabas en una librería, ahora lo buscas online y es más rápido”.
Al igual que Cristina, Nelly logró a sus 70 años reencontrarse en Facebook con una amiga de su juventud con la que había perdido el contacto.
“Si no abordábamos el problema del acceso a Internet, que hoy es plataforma para poder cumplir otros derechos, se ensanchaba esa brecha en términos de desigualdad”, resume Manuela González Ursi, coordinadora general de Atalaya Sur. Respaldada por la organización Proyecto Comunidad, la iniciativa tenía como objetivo que los vecinos de la Villa 20 accedan a Internet y a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Para lograrlo, se puso en marcha una red wifi pública, libre y gratuita.
El nombre Atalaya se pensó como un punto de vista y también un punto de visibilidad de las experiencias que suceden en los barrios populares: la diversidad de culturas, la solidaridad y el sentido de comunidad para hacerle frente a las dificultades. “Los barrios populares están siendo mirados desde una lógica completamente estigmatizante. El barrio no sólo no contaba con acceso a Internet, sino que tampoco podía producir sus propios contenidos y poder generar una voz propia, un discurso propio en el espacio público”, explica González Ursi. La inquietud para darle protagonismo a la realidad del barrio se concretó mediante la creación de un sitio web, Atalaya Sur - Villa 20 Conectada, en el cual circula información, opiniones y contenidos culturales propios del lugar.
A partir de 2016, la red se extendió hacia la conexión domiciliaria y los vecinos que son parte de la red pagan un abono por el servicio. Este avance resultó trascendental con la emergencia sanitaria del 2020, ya que el acceso a Internet fue necesario para llevar adelante el ámbito educativo y laboral. En el marco del COVID 19, Atalaya consiguió escalar la red de 60 hogares conectados en 2019 a 500 hogares para ese entonces.
“Las familias necesitaban Internet, principalmente las infancias y las juventudes. Pero había una virtualización de la educación que las familias no podían acompañar, no sólo por una cuestión de acceso a Internet, sino por la alfabetización digital y acceso a dispositivos”, plantea Gabriela Linardo, coordinadora de Educación de Infancias y Adolescencias en Atalaya.
Si bien las clases virtuales vía zoom eran escasas en Lugano, el desafío principal “fue enseñar a cómo descargar archivos para la familia, cómo ver el boletín, cómo hacer los trámites que había que hacer; todo lo enseñamos por Whatsapp y también le enseñamos los contenidos a los chicos”. Desde el equipo de Atalaya sabían que el acompañamiento y la escucha ante las necesidades y conflictos de los vecinos y vecinas era fundamental para atravesar la pandemia.
Al levantarse las restricciones, se regresó a la presencialidad de los talleres. Por la mañana se ejecuta el espacio para infancias y adolescencia de Tecnología Educativa y a la tarde Alfabetización. Hasta el momento, 40 chicos, entre los 5 años hasta los 16 años, forman parte de la propuesta. Por otro lado, para los jóvenes se ofrecen dos cursos para formarse como Operador de Conectividad, y a su vez existe el taller de Tecnología, en el cual participan alrededor de quince madres y aprenden sobre alfabetización digital para su propio aprendizaje y también para poder dar una mano a sus hijos.
“Hay algo que sucede con Atalaya como formadora, como espacio educativo que fomenta vocaciones tecnológicas en un barrio en donde todo se hace cuesta arriba. En ese sentido no suele haber espacios para los más chicos de formación tecnológica gratuita que sean accesibles, la mayoría son virtuales o son carísimos”, remarca Manuela y agrega, “nadie puede elegir aquello que no conoce. Por eso nosotros hablamos mucho de ofrecer herramientas para que conozcan, exploren. Es dar la oportunidad de que puedan acceder a recursos tecnológicos y a nuevos horizontes de posibilidades”.
Para alcanzar la empleabilidad de chicos y chicas, el proyecto generó una red con empresas de telecomunicaciones para insertarlos en el mercado laboral. Por el momento, ya son 16 jóvenes los que consiguieron su primer trabajo registrado en empresas del sector. Uno de los casos más notorios, fue el de Roymar, quien a los 8 años arrancó en robótica y hoy es técnico y docente en los talleres de Atalaya, además de hacer el ingreso para la UTN.
“Estamos frente a chicos que serán los primeros universitarios de sus familias y para nosotros eso es un orgullo”, afirma Graciela González Jara, quien reside en Villa 20 hace más de 30 años y es también referente territorial de esta propuesta. “Desde Atalaya Sur le cambiamos la vida a la gente mediante algo muy chiquito. Mejoramos la educación, el disfrute con el entretenimiento, el trabajo, lo cotidiano, que los vecinos no crean que, por el hecho de vivir en una villa, en un lugar tristemente mal visto desde afuera, no se puede”, asegura la vecina y refuerza la idea del acceso a Internet como un derecho universal.
En vistas hacia el futuro, el mayor deseo es poder replicar la propuesta a nivel nacional y mundial. Para Manuela, Gabriela y Graciela lo importante es generar oportunidades donde no hay: “la palabra oportunidad, la palabra apropiación, la palabra participación para nosotros son transversales”.