La historia del arte es la historia del robo. Dice Carlos Masoch (a.k.a. Douglas Vinci) que dijo Peter Gabriel. “Crear, lo que se dice crear, solo crea Dios”, me decía Willy Crook tratando de salir de unos acordes que lo asemejaban mucho a Sly & The Family Stone.
La primera vez que Charly García tocó en Chile fue para presentar Piano Bar. Fue un fin de semana completo con tickets agotados.
Estuvo en el Estadio Nacional de Santiago y es recordada como una de las mejores presentaciones del quinteto que completaban Fito Páez, Willy Iturri, Pablo Guyot y Alfredo Toth. En la previa, en pleno plan de difusión, Charly es entrevistado por dos carcamanes que tenían el periodístico más visto del país. En tren de chicanear, ¡ellos a Charly!, le preguntan si se sentía parte de la música argentina tocando rock. A las obviedades del caso se sumaba después que le dijera uno de los petisos que Astor Piazzolla había dicho que no podía ser parte de la música argentina tocando algo que vino de USA, a lo que Charly le respondió que no creía que Piazzolla haya dicho eso porque había estado con él mismo un tiempo atrás y lo había bendecido, además que en todo caso Astor Piazzolla a veces hacía cosas de Bach que venía de Alemania.
De caretos, así, caretos que es más despreciativo en Colombia, como estos está plagado el mundo de nuestro rock, el resultante de la cultura joven de la última mitad del siglo pasado. Desde que nació, fruto de una fusión de ritmos genuinos, el rock fue comparado, defenestrado y amado con todo lo que estaba pasando en el resto del planeta.
A los cazadores de similitudes, con el rock la boca se les hizo agua.
Al no ser un ritmo muy sofisticado ni exigir demasiado academicismo a sus iniciadores, se hizo inevitable que todos miraran para los costados todo el tiempo. Pasa que antes de los precursores no existía nada parecido al respecto.
El rock siempre tomaba cosas varias de cualquiera que diera un paso adelante en lo que sea, para adquirirlo y hacerlo propio en cuestión de minutos.
Es que ninguno de esos chicos venía del rock simplemente porque no existía antes que ellos. Y al ser una música elemental, inevitablemente todas las canciones se terminaban pareciendo, distinguiéndose fundamentalmente por las influencias ajenas adquiridas.
Algo que no era ni americano, ni europeo, ni marroquí ni argentino. El rock era eso. Una licuadora de culturas, ritmos y creencias. El rock se nutría cruzando los océanos, se iba a la India, se fijaba en los samuráis. Led Zeppelin incluía melodías islandesas, hasta los Rolling Stones probaban con el citar, mientras al mismo tiempo por acá Gustavo Santaolalla en Arco Iris tocaba rock con un charango. Jazz, country, blues, folklore, skiffle, flamenco, tango, czardas, boleros, corridos mexicanos o reggae jamaiquino. Todo sirve. Todo suma. Todo bien.
Esa es la génesis del rock. Apropiativa de la manera más sana y respetuosa.
Esa sería la diferencia geográfica de la cultura rock, donde se igualan en lo conceptual. Por ser un ritmo nacido en una cultura juvenil, la propuesta del cambio fue el motor esencial.
Los que sea, pero no esto.
“No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”.
El mismo mensaje surgía en Buenos Aires o en París. Las formas y las tradiciones no eran lo mismo. Pero la búsqueda era similar.
Babyboomers sesenteros fuimos los primeros en conocer el sistema ya dibujado del rock pionero. Fuimos los que en la década siguiente se ocuparon de darle contorno para configurar el nuevo manifiesto cultural de los jóvenes futuros.
La prehistoria universal rocker algunos la determinan en ciertas travesuras de Louis Armstrong que en 1930 graba una extraordinaria por lo premonitoria versión de Saint Louis Blues, con unos endemoniados solos de trompeta que estremecen.
Hace una década estaba trabajando en Atlanta, Georgia, allí conocí a unos afroamericanos más viejos que el sol, tenían un bar en el Midtown que parecía de 1900. Ellos me decían entre sonrisas de medio lado, que el rock lo había inventado Mary Lou Williams, que supo ser vecina de ese barrio. Pianista, compositora de canciones para el mismo Armstrong, Duke Ellington, Dizzy Gillespie y Thelonious Monk entre otros por el estilo. Siendo mujer y negra en el sur de USA, se le hacía difícil cualquier emprendimiento. Ni hablar de sobrevivir en el ambiente del jazz, así que se va a París y allí graba sus primeros discos. En uno de esos trabajos aparece un tema grabado en vivo llamado “Rock me”. Teniendo en cuenta que estamos a seis años de la aparición de Bill Halley & His Comets, bien podría confirmarse el dato de los dos ancianos de Atlanta.
En 1955 en este pintoresco suburbio del planeta teníamos lo nuestro, muy a la altura.
Dos chicas inmensamente talentosas, Leda y María, Leda Valladares y María Elena Walsh componían y cantaban un folklore que cambió todo lo que vino después. La orquesta de Aníbal Troilo era nuestra Big Band, con unos arreglos Piazzoleros que Count Basie envidiaría, sumados a la más popular cantante que entre los escenarios cabareteros y las pantallas de cine se había hecho como de la familia, Tita Merello, quien a veces sufría cantando más que Billie Holiday.
Hasta que en las disquerías apareció Bill Haley & His Comets con una estrafalaria versión super acelerada de “Rocket 88″. Entonces todos los extremadamente jóvenes rebeldes de la época se levantaron el jopo, se arremangaron los pantalones y agarrando de la mano a sus chicas salieron a bailar el rock.
No eran muchos como siempre ocurre en el amanecer de alguna cultura joven, pero eran bastante kilomberos.
Como siempre pasa, uno se avivó y se puso a su sombra. Eddie Pequenino, un jovenzuelo trombonista de jazz, absorto por Haley y los Comets, decide armar su pequenina big band que llamó Mr Roll y Sus Rocks. Terminaron abriendo en 1958 los shows de Bill Haley & His Comets en el Luna Park colmado. La semilla sagrada ya estaba en la tierra. El espermatozoide más veloz ya se había disparado del resto.
A Haley lo siguió Elvis Presley, ese sí fue el primer rockstar de la humanidad. Elvis tenía lo que le faltaba a Bill Haley, onda.
Bastó verlo en la foto del simple para que un adolescente de Valentín Alsina, entendiera todo. Todos en el barrio le decían Sandro porque ese era el nombre que había elegido su madre para anotarlo, pero no se lo permitió la ley, así que lo anotaron Roberto, pero siempre se llamó Sandro.
Igual que Elvis con Haley, Sandro nunca le dio mucha bola a Pequenino. Tenía otros amigos.
En los 60´s apareció el Twist, el primer ritmo eminentemente bailable, creado para eso. Musicalmente una mierda, pero fue furor en los bailes juveniles. Todos hicieron su disco de Twist. Frank Sinatra, Chuck Berry. Fue una moda de gran intensidad. Solo eso.
El gran aporte que el Twist le imprimió a la cultura de masas era que por primera vez se podía bailar solo. No hacía falta tocar al compañero, por lo que tampoco hacía falta tenerlo. Ya nadie “plancharía” en el baile. Desde ahora si querías bailar como un poseído toda la noche solo tenías que empezar.
No en vano el primer éxito mundial de The Beatles fue Twist & Shouts. Que había sido grabado originalmente vez por los Top Notes, sin que pasara absolutamente nada. Los Isley Brothers reversionan ese oscuro fracaso y con sus gritos de voces angelicales lo hacen un éxito mundial. Que esa versión fuera el debut oficial de un tal Jimi Hendrix tocando la guitarra sumó. Así que de ahí a John Lennon se le ocurrió hacerla a su estilo y Los Beatles comenzaron su gesta que una década después habría cambiado al mundo.
Para el Twist acá estaba El Club Del Clan, que duró lo mismo que el twist haciendo el mismo kilombo.
Sandro estaba lejos también del ruido televisivo, con su banda del barrio Los de Fuego, hacían covers de Elvis, de Jerry Lee Lewis y de Eddie Cochran, a veces en castellano/porteño. Sus amigos andaban de noche vestidos de cuero, uno se llamaba Pajarito y el otro todavía no se llamaba Billy, pero ya estaban.
Cuando a Sandro le empezó a ir bien con la difusión comenzó a vender discos, con la plata de los discos decide abrir un bar como era The Cavern en Liverpool. Así que lo llama a su pana Pajarito, que se llamaba Pajarito Zaguri, con el que alquila un local en el centro que bautizan La Cueva justamente. En ese antro toca Pajarito con su banda que se llamaba Los Beatniks, uno de los Beatniks se llamaba Mauricio pero todos le decían Morís.
La Cueva un día cerró, en 1965, y cada uno por su lado otra vez. En una tarde se cruzan por Buenos Aires Sandro y un joven desaliñado autollamado Billy Bond, que tenía un local en Córdoba y Pueyrredón. Sandro pone lo que falta y renace La Cueva, con nuevos parroquianos.
Unos rosarinos que se llamaban Los Gatos y unos porteños que se llamaban Almendra. Los del Bajo Belgrano amaban la escena del jazz local con Gato Barbieri, Chivo Borraro y Mono Villegas. Gran zoológico de humanos. Amaban con más fervor quizás a The Beatles. Los de Rosario también amaban a los Beatles. Y a Chuck Berry.
Un par de años después todos eran estrellas. Sandro era el número 1, literalmente, aunque con un repertorio mas ATP. Los Gatos tal cual me contó una noche Litto Nebbia llegan al cenit de su carrera en su último disco Rock de la Mujer Perdida haciendo Mujer de Carbón al más puro estilo Chuck Berry. Almendra también llega al tope cuando su tema Muchacha Ojos de Papel es la banda de sonido del aviso de cigarrillos más famoso de esos días, en un esbozo de lo que después perfeccionarían, hasta la desmesura, las oficinas de marketing de las grabadoras.
En el hemisferio de arriba aparecen como novedad el soul y el blues hecho por chicos blancos. Otis Redding en USA y Cream con Eric Clapton, Jack Bruce y el inmenso baterista Ginger Baker dan vuelta el Swinging London direccionando un poco del foco que iluminaba a los Beatles y los Rolling Stones para su lado.
Acá lo mismo pasa con un trío del sur de la ciudad, que desde el Instituto DiTella clavan la cruz del blues argentino, Manal se llamaban, al principio se llamaron Ricota por lo de Cream, pero enseguida se dieron cuenta del grado de boludez que implicaba una referencia tan absurda y fueron Manal. Con un baterista poeta y actor Javier Martínez que derrochaba inconformismo en letras llenas de belleza ciudadana. A él se sumaron el gran guitarrista Claudio Gabis y el bajo de Alejandro Medina.
Manal duró poco, aunque años después volverían, igual que Cream. Martínez se va a España, Gabis y Medina se juntan con el ex socio de Sandro Billy Bond y son parte fundamental de La Pesada del Rock, supergrupo a los que se sumarían después Luis Alberto Spinetta post Almendra, el violinista loco bien Jorge Pinchevski, más un guitarrista que había debutado en los originales Abuelos de la Nada para pasar a Los Gatos, de Beat Nº 1 y Rock de la Mujer Perdida, apodado Pappo.
Pappo adoraba a Freddie King y a B.B.King. en poco tiempo alentado por el productor Jorge Álvarez arma su propia banda. Pappo´s Blues la llamó, lo acompañaban el baterista Black Amaya y David Lebón en el bajo.
Eso fue el comienzo.
De los Beatles se deformaban bandas en USA como The Monkeys, que eran como los Beatles pero sin talento musical. Tenían su propio show de TV y en uno de sus castings se había postulado para integrar el grupo un tal Charles Mason. Duraron nada. Dejaron menos que nada.
Acá el conductor y productor televisivo Pipo Mancera, en cuyo programa fuera estrella Sandro solista, trae a The Beetles, unos Beatles truchos que terminaron escapando una noche oscura hacia Ezeiza rumbo a esos sótanos de los que jamás debieron haber salido.
En la España franquista se estaba cocinando una nueva trova de jóvenes cantantes liderados por Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos y Luis Eduardo Aute , quienes después apuntarían su música a Latinoamérica.
La mayor estrella pop francesa era Johnny Hallyday con su esposa Sylvie Vartan, fueron durante años la pareja mas nombrada de Francia aunque unos años después se divorciaron. Igual que acá pasó con el eterno Nono Pugliese y la divina Claudia Sánchez, que hacían la publicidad continuada de unos populares cigarrillos y Nono componía las músicas usadas. Un genio Nono, que en sus ratos libres compuso por ejemplo “Tiritando”, las olas y el viento y el zucundum de Donald ,que fueron hasta hace poco el disco simple más vendido y difundido de la historia de este gran país llamado Argentina.
Esto continuará.
No sé cuando, pero continuará.