En noviembre de 1972 todo era incierto en la Argentina. Se hablaba del retorno de Juan Domingo Perón y pocos estaban en condiciones de asegurarlo. El gobierno del teniente general Alejandro Agustín Lanusse veía una gran cortina de humo y, además, que fuera parte de un golpe para desplazarlo. También se hablaba de la posibilidad de un encuentro del líder exiliado con la Junta Militar. No son simples especulaciones, son los que expresan algunos (hay más) documentos. Lo que se discutía quedó en documentos de la época de la que poco y nada se informaba en los diarios.
Por ejemplo, entre los papeles del general de división Tomás Sánchez de Bustamante, comandante del poderoso Primer Cuerpo y militar de mayor envergadura después de Lanusse y jefe del “comando táctico” para controlar la “Operación Retorno”, se observa un encuentro del jefe castrense con dirigentes del peronismo, realizado el 8 de noviembre de 1982, en la casa de Enrique Millán. Asistieron: Alejandro Díaz Bialet, Benito Llambí, José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel. Según le informó Sánchez de Bustamante a Lanusse a los invitados “les preocupa superar las circunstancias y momento del arribo del ex Presidente” y “aspiran a que la “masa” pueda verlo y escucharlo aunque a cierta distancia de la zona del Hotel Internacional de Ezeiza; evitando al mismo tiempo el acceso de vehículos a la zona y realizando un estricto control sobre las personas que lleguen al aeropuerto.” Para que “la masa” pueda observar a Perón propusieron los puentes sobre la Autopista “como el sitio ideal y aspiran a que se anuncie cuando se autorice de manera de garantizar que las organizaciones de la CGT puedan mantener el debido control del orden sobre los concurrentes y la identificación de agitadores y agentes provocadores. Se afirmó también que el propio JDP podría instalarse en ese sitio para que, quienes concurrieran a recibirlo, pudieran hacer un desfile para verlo.” Como era de estimar, para no ser menos, aconsejaron “no dejar la iniciativa a la CGT de los Argentinos u otras organizaciones de izquierda y aclararon que “la CGT, si declara un paro, lo haría en adhesión a los objetivos de participación e institucionalización.”
Después de escuchar estos y otros comentarios con su acostumbrada bonhomía, “Conito” Sánchez de Bustamante resumió: “Mi impresión general es la siguiente: los dirigentes sindicales llevan la voz cantante en reuniones de esta clase […] pero por separado los sindicalistas los repudiaron en mi presencia tachándolos de usurpadores y mistificadores. Mis interlocutores carecen de certeza del viaje de JDP: No obstante para el supuesto afirmativo es obvio que desean capitalizar su gestión ante una operación exitosa, que habría supuesto creado las bases para hacer posible el retorno. Me resultó evidente que se encuentran sorprendidos ante la perspectiva de que pueda materializarse el retorno, por la falta de coordinación y aún de contradicciones con que se manifiestan en sus requerimientos y preocupaciones.”
Al día siguiente el comandante del Primer Cuerpo le informa a Lanusse que tomó contacto con “un dirigente peronista correntino” (que no puede ser otro que Julio Romero) que “coincide con la impresión de desconcierto y de temor por las probables derivaciones que pudiera tener el retorno de JDP […] para ello expresa su decisión con un supuesto acuerdo con el Poder Ejecutivo de viajar a Madrid a los efectos de plantear a JDP la real situación que se vive en nuestro país y las serias derivaciones que pudieran tener la presencia de JDP sin previo acuerdo”.
Como si no faltaran personajes en la trama que construía diariamente Perón en Madrid, apareció en escena Rodolfo Rolo Martínez, ex Ministro del Interior del presidente José María Guido, un cordobés de estirpe conservadora, que vivía en Washington y trabajaba al lado de Galo Plaza, el secretario general de la OEA. Rolo -- el que había generado junto al periodista Mariano Grondona el famoso Comunicado 150, durante la crisis de Azules y Colorados de 1962/63-- se entrevistó con Perón en la quinta “17 de Octubre”, después con Héctor Villalón, para analizar la situación argentina y enviar un mensaje a los altos niveles de Washington, según los cables de las agencias internacionales.
Con fecha 9 de noviembre, “Conito” recibió el siguiente mensaje de su amigo Rodolfo Martínez (h), gracias a la intermediación del periodista Emilio Perina que se encontraba en Washington, en el que se le dice que “Perón no tomará la iniciativa para entrevistarse con Lanusse” y que se mantendrá a “la expectativa, a disposición, pero con máxima buena voluntad”. El mensaje también expresaba que Perón daba la impresión de “actuar a lo grande” y que “sus planes era permanecer 4 o 6 días” y en ese lapso firmar un documento de coincidencias con los partidos afines. “Dentro de estos objetivos no hace cuestión de nombres, por el contrario cree que cualquier problema de nombres es solucionable”. En otro momento el informe trata sobre una posible negociación de Perón con el gobierno militar, y dice: “Si no consigue negociar o ser invitado a una negociación Perón ofrecerá ese acto al país como muestra o demostración de su vocación pacifista, dejando la responsabilidad de lo que ocurra después a quienes no lo invitaron a negociar.”
El 10 de noviembre, mientras se le informa a Lanusse que la empresa FIAT niega tener ninguna vinculación con el viaje de Perón (de Madrid a Roma y Buenos Aires), el dirigente Julio Romero “ratifico que no conoce cuál es la estrategia de JDP y que no descarta la posibilidad de que la masa lo conduzca a la Casa de Gobierno” y se le respondió que ellos no estaban de acuerdo con las actitudes de paz y concordia expresadas por JDP y que las FF.AA. ante tal actitud procederían con la firmeza y decisión para preservar la vida de sus habitantes y la tranquilidad pública.” Frente a tamaña amenaza Romero propuso viajar a Madrid para hablar con Perón y “convencerlo de las derivaciones que su presencia física puede significar para el logro de la situación institucional. Que además y en virtud de ello debía postergar su viaje, el cual era conveniente lograrlo previo acuerdo.”
En otro informe de fecha 11 de noviembre de 1972 se le informa a Lanusse que el día anterior Sánchez de Bustamante y el comandante de la Brigada X mantuvieron consultas de dos dirigentes de la “confianza” de Perón y, como se aclaro, lo hicieron con su conocimiento. La primera duda fue si Perón podía bajar en Ezeiza el 17 de noviembre. En esta ocasión los jefes militares presentaron un listado de temas a consideración de Madrid. Las propuestas son informadas a Lanusse y “de ser aceptadas la llevarían de inmediato como propuesta de ellos a Perón. El programa se abre considerando un intercambio de representantes “protocolizando un plan de visita y en simultáneo un anuncio de Perón y el gobierno argentino sobre el plan de visita acordado (a más tardar el sábado 15 de noviembre).” El tercer punto consideraba un “anuncio de Juan Domingo Perón vía satélite desde Roma sobre el retorno, puntualizando: Mensaje de Paz; condenación de la guerrilla y la violencia y su plena confianza en las FF.AA. en quienes deposita su seguridad personal.”
El segundo capítulo de la propuesta “Proposiciones para la concreción del viaje de JDP” manifiesta un listado de expresiones de deseos y condiciones que a la luz de la situación general de la Argentina eran imposibles de cumplir para el líder exiliado. Aquí se expresa la posibilidad de un encuentro y un “acuerdo” de Perón con el gobierno castrense.
El sábado 11 de noviembre de 1972, el gobierno todavía seguía imaginando un gran acuerdo político con la llegada de Perón e hizo trascender en La Opinión un largo pasticcio de la Comisión Coordinadora del Plan Político, con las consideraciones elevadas por los partidos para ser sintetizadas por el Ministerio del Interior. Una suma de generalidades. Mientras, en otro lugar de Buenos Aires, el gobierno reclamaba por segunda vez conocer los detalles del arribo del ex presidente para, de esa manera, ajustar los planes de seguridad. En la primera ocasión, Héctor Cámpora había solicitado una reunión con la Junta de Comandantes y había sido rechazada. ¿Cómo? ¿Intentaban coordinar un plan con Perón y al mismo tiempo no dialogaban con su delegado?
Tras numerosos y a veces largos encuentros la dirigencia peronista y los militares fueron aplacando sus pasiones para dar paso a un “un suceso histórico” como titulo La Opinión del 17 de noviembre. Antes de embarcar en Roma con su delegación Perón hizo llegar un mensaje al pueblo argentino: “Tomo yo las palabras del gobierno argentino, que no solamente me ha invitado a regresar al país, sino que hace poco tiempo he leído aquí, en los diarios de Italia, que quiere establecer conmigo un diálogo conmigo, para lo cual no tengo necesidad de pedir audiencia sino de concurrir a los lugares que se determinen para establecer ese diálogo entre el gobierno y mi persona, que en este sentido no es sino un agente de paz que anhelamos alcanzar en nuestro país. Sin esa paz es difícil que pueda haber una normalización institucional.”
-- “Cano” ¿qué pasa si vuelve Perón?, le preguntó un empresario durante una cena social.
-- “Me pongo el casco” respondió Lanusse.
Con el paso de las semanas, Lanusse tendría que reconocer públicamente que su afirmación privada era errónea. Fue el 22 de noviembre, cuando les dijo a los corresponsales extranjeros que “con los elementos de juicio que tengo, hasta este momento, creo que ha sido muy positiva la llegada de Perón al país y el comportamiento del pueblo argentino ante este acontecimiento tan raro.”
Eran las once y ocho minutos de la mañana del lluvioso viernes 17 de noviembre de 1972, cuando el avión de Alitalia paró sus turbinas y comenzó el momento del desembarque. El vuelo Roma-Dakar-Buenos Aires se había desarrollado sin inconvenientes, y no hizo falta echar mano a los planes alternativos: A) descender en Asunción y B) Montevideo. La Opinión, en su contratapa, anunciaba que el brigadier Ezequiel Martínez, por decisión de la Junta de Comandantes, se entrevistaría con Perón.
Una cosa es lo que la Junta imaginaba y otra el deseo del General.
Antes de pisar tierra argentina, Perón conversó con Santos y Jaime sus custodios españoles, como bien recordó Norma López Rega al autor. No había armas arriba del avión porque Perón dijo que iba como “prenda de paz” y antes de decolar de Fiumicino, Roma, se hizo revisar los bolsos de viaje.
El vicecomodoro René Salas subió al avión por la escalerilla de la Primera Clase y pidió hablar con el recién llegado. Antes de ordenar requisar todo, le dijo que las instrucciones que él tenía eran que bajara acompañado por no más de cinco personas, que no podía acercarse a los invitados especiales, ni a los periodistas, y que serían trasladados al Hotel Internacional de Ezeiza. Así se hizo, aunque se sumaron los dos españoles. Perón bajó primero y atrás lo siguieron Isabel, Cámpora y José López Rega. Al pié de la escalera lo aguardaba una caravana de automóviles que encabezaba un Ford Fairlane, color claro. Todo era seguido en directo por la televisión. A los pocos minutos, el automóvil que lo conducía se detuvo y el general Perón se bajó para saludar con su característico dos brazos en alto a los invitados especiales. La sonrisa de Perón no pudo disimular la tensión del momento argentino que se vivía detrás de las cámaras. El ex presidente Arturo Frondizi –que horas antes había opinado que no se debía realizar el viaje – apareció, así dicen algunos, con un impermeable beige que camuflaba la ametralladora que portaba. Soldados por todas partes.
A partir de ese momento Perón estaba bajo el cuidado especial del comisario Díaz, quien en algún momento, para darle más gravedad a lo que se vivía, o para ejercer algún tipo de presión, “llegó a apuntarlo al General, con un revólver en la espalda (cuando amago con abandonar el hotel) … y los restantes íbamos detenidos, todos cagados en las patas, y cuando llegamos al cuarto del hotel el General se sentó en la cama y dijo: Que bueno, al fin me puedo sacar los botines, y nos hizo aflojar la tensión a todos”, recordó Norma López Rega de Lastiri.
Hasta la mañana siguiente, dentro del Hotel Internacional de Ezeiza y sus calles adyacentes, se suscitaron una serie de hechos que, vistos muchos años más tarde, manifestaban la fragilidad institucional del momento, la violencia contenida. El principal personaje apuntado con una pistola; otro ex presidente de la Nación con una ametralladora; colimbas camuflados; Perón impedido de dirigirse a su casa en Vicente López, con dos ametralladoras antiaéreas 767 apuntando a las puertas del hotel; el secretario de la Junta de Comandantes, brigadier Ezequiel Martínez presionando para que vaya a reunirse con sus jefes; unos pocos miles de adherentes que habían intentado acercarse desoyendo la vigencia del Estado de Sitio; una chirinada o sublevación en la Escuela de Mecánica de la Armada y la población que observaba lo que le mostraban los canales oficiales. El recién llegado en son de paz estaba recluido en su habitación por “razones de seguridad”. La mayoría de la gente entendió que estaba “preso”. Una radiografía de la impotencia y el desencuentro. Una imagen lamentable. Ante la posibilidad de que se desatara lo impredecible, a la mañana siguiente, Perón y sus acompañantes fueron autorizados a salir de Ezeiza y se fueron a la casa de la calle Gaspar Campos 1065, haciendo caso omiso a las presiones para lograr una cumbre con la Junta Militar. A partir de ese momento, la gente y la dirigencia tomarían a ese lugar como un obligado punto de referencia. Solo en ese primer día, Perón debió salir siete veces a una ventana para saludar a una muchedumbre que lo vitoreaba, principalmente plagada de jóvenes que no habían vivido la primera etapa de su gobierno (1946-1955). El domingo 19 se vio obligado a asomarse 25 veces a partir de las 6.55 de la mañana. A las 9.55 tuvo que pronunciar un discurso, en especial, sobre el papel de la juventud en el escenario político. En esa jornada, recibió a los dirigentes del Encuentro Nacional de los Argentinos y La Hora del Pueblo. En definitiva Perón se quedó más de una semana y no se encontró con la Junta Militar para firmar un acuerdo y todo se mantuvo dentro de lo impredecible hasta su retorno definitivo el 20 de junio de 1973.