Los paredones rojos dejan ver antes del cielo las cúpulas de algunos mausoleos. Lo visitan turistas y curiosos porteños los días soleados. Entre sus calles internas se encuentran obras de arte de artistas renombrados y los restos de próceres. El Cementerio de la Recoleta cumple 201 años hoy 17 de noviembre.
Además, el sitio se convirtió en un centro de peregrinaje para turistas de todo el mundo. Tanto es así, que este año la icónica revista Time Out realizó un listado de los 20 lugares más embrujados del mundo, con la particularidad de que el Cementerio de Recoleta, en Buenos Aires, Argentina, se encontró en el top ten de los seleccionados. Es que en el puesto 10° del ranking, los autores consideraron que este sitio “está completamente a otro nivel, con muchas de las personalidades más influyentes de la historia Argentina enterradas allí”.
El camposanto es guardián de auténticas joyas de arte argentino. Las piezas creadas en homenajes a muertos célebres están a la intemperie. Por eso, el Gobierno de la Ciudad cuenta con un equipo de expertos encargados de su conservación y restauración.
“Trabajamos para la puesta en valor y restauración de obras monumentales en el cementerio de la Recoleta, destacado no solo por el valor de su patrimonio funerario sino por ser uno de los puntos de mayor atracción de visitantes de la ciudad”, destacó Julia Domeniconi, secretaria de Atención Ciudadana y Gestión Comunal del Gobierno porteño, organismo del que depende la Dirección General de Cementerios.
Mantener el cementerio
Bajo la dirección del especialista en preservación de obras patrimoniales a la intemperie, Miguel Crespo, el área de restauración del cementerio se encarga de preservar y recuperar sepulcros históricos.
De las 5.000 bóvedas del camposanto, 90 poseen tal calificación. El equipo trabaja por núcleos donde se ubican varios monumentos juntos o dentro de unidades conceptuales, con la finalidad de consolidar una percepción del patrimonio de la obra en su entorno y dentro de un plan global.
Entre los mausoleos y piezasescultóricas más destacados de la Recoleta figuran creaciones artísticas y arquitectónicas realizadas entre 1880 y 1930 por artistas nacionales como Lola Mora, Lucio Correa Morales, Troiano Troiani, Alfredo Bigatti o Antonio Pujía, y extranjeros como Jules-Félix Coutan o Ettore Ximenes.
El trabajo de restauración parte de un diagnóstico para conocer qué alteraciones sufrieron las obras con el paso del tiempo. Una vez que se identifican las causas, se elabora un plan de intervención para cada pieza tridimensional. El trabajo, que es realizado por el director del equipo en coordinación con las restauradoras Paula Booth y Lorena Pacora, se ejecuta por sectores. Suele comenzar por los frentes de las bóvedas, continuando por los perfiles y partes posteriores.
El patrimonio histórico de la Recoleta se conforma de obras que han sido realizadas sobre soporte inorgánico (piedra/metal y símil piedra-formulación de piedra artificial autóctona de Buenos Aires), en su mayoría bronces y mármoles traídos de Europa. La restauración consiste en la limpieza y recuperación a su estado original de estos materiales.
Restauración en marcha
Las causas de deterioro de las piezas pueden ser de origen natural o antrópico. Las primeras se refieren a parámetros meteorológicos como la humedad relativa, la lluvia, los vientos, la temperatura o los efectos del sol. Mientras que las otras parten de la contaminación urbana o la intervención humana. Al situarse dentro de un área densamente poblada, afectan a las piezas agentes contaminantes urbanos como el material particulado carbonoso, el azufre y otros elementos asociados a la polución, el tránsito vehicular o, en su momento, los incineradores de los edificios.
Una vez identificada la problemática o alteración a causa del viento, la presencia de hongos, la luz que impacta o la posición en que se encuentra la escultura, se realiza una propuesta de restauración y se retira el material particulado carbonoso que se acumula en las partes cóncavas de las esculturas. Los restauradores trabajan sobre lo que se conoce como capa o costra negra, que es la acumulación de las lluvias, del polvo y de diferentes agentes que van acumulándose con el paso del tiempo en las partes cóncavas de la pieza.
En los trabajos se utilizan herramientas (hisopos con detergentes neutros para retirar la capa superficial de suciedad del metal en las limpiezas húmedas, bisturíes, cepillos dentales de cerdas finas y pinceletas para las limpiezas en seco), químicos no abrasivos para el tratamiento de las superficies, andamios para la restauración en altura y un dispositivo móvil conocido como el “Recoleto”, que facilita el traslado de los insumos y materiales desde el taller/laboratorio hasta la obra a restaurar dentro de las cinco hectáreas que ocupa el predio del cementerio.
Entre las restauraciones realizadas se encuentran las llevadas a cabo en los sepulcros de Olivera de Pignetto, Facundo Quiroga, Pablo Ricchieri, Federico Brandsen, Estanislao Soler, Cornelio Saavedra, Martín Rodríguez, Marco Aurelio Avellaneda, Mariquita Sanchez de Thompson y Remedios Escalada de San Martín, el cenotafio del Deán Funes, los túmulos de Gregorio Ignacio Pedriel, Antonio Sáenz y Juan Izquierdo, la figura del Cristo central y ocho relieves escultóricos.
Los trabajos en cada monumento pueden prolongarse durante varios meses, puesto que se realizan de forma simultánea en varias piezas y son acompañados del registro fotográfico y documental de cada pieza e intervención con información interactiva disponible para presentes y futuras investigaciones.
Su historia
La necrópolis, de estilo neoclásico y obra del arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, fue concebida como el primer cementerio público de la Ciudad y su trazado es obra del ingeniero francés Próspero Catelin.
Las bóvedas están decoradas con ornamentaciones y esculturas realizadas por destacados arquitectos y artistas, con estilos muy variados, entre los que se incluyen referencias a templos griegos y pirámides egipcias. Más de 90 mausoleos del conjunto han sido declarados Monumento Histórico Nacional.
Gran parte de las esculturas que rinden homenaje a los difuntos en las bóvedas datan de principios del siglo pasado, época en que se contrataba a escultores europeos, especialmente italianos y franceses, para la realización de estos trabajos.
“También se traían los bloques de mármol o directamente las esculturas en barcos desde Europa en lo que fue un período histórico floreciente de la Argentina y en el que comenzó a embellecerse esta parte de la ciudad”, destaca Sonia del Papa Ferraro, gerenta operativa del Cementerio de la Recoleta.